Veinticinco

Step desciende por el Lungotevere, adelanta en zigzag a dos o tres coches, acto seguido, mete la tercera y acelera. La municipal sigue a sus espaldas. Si consigue llegar a la plaza Trilussa se los quitará de encima. Por el espejito ve al coche acercarse peligrosamente. Dos coches delante de él. Step reduce dando gas. Tercera. La moto acelera hacia delante. Pasa rozando las puertas. Uno de los dos coches se hace a un lado asustado. El otro continúa su carrera en medio de la calle. El conductor, alelado, no se ha dado cuenta de nada. La policía se echa completamente a la derecha. Las ruedas suben haciendo ruido sobre el borde de la acera. Step ve ante sus ojos la plaza Trilussa. Reduce de nuevo. Atraviesa la calle de derecha a izquierda. El conductor alelado frena bruscamente. Step emboca el callejón que hay frente a la fuente que une los dos Lungotevere. Pasa entre dos pilones bajos de mármol. La policía municipal frena. No puede pasar. Step acelera. Lo ha conseguido. Los dos policías bajan del coche. Sólo les da tiempo a ver a una pareja de enamorados y a un grupo de muchachos apresurándose a subir a la estrecha acera para dejar pasar a aquel loco que conduce una moto con los faros apagados. Step mantiene la velocidad durante un rato. Luego mira en el espejito. A sus espaldas todo parece tranquilo. Sólo algún que otro coche a lo lejos. El tráfico nocturno. Enciende las luces. Sólo faltaría que ahora lo detuvieran por eso.

Claudio abre la nevera y se sirve un vaso de agua.

Raffaella se dirige a los dormitorios. Antes de acostarse les da siempre un beso de buenas noches a sus hijas, un poco por costumbre, pero también para asegurarse de que hayan vuelto. Esa noche ni siquiera tenían previsto salir. Pero nunca se sabe. Es mejor controlar. Entra en la habitación de Daniela. Camina sin hacer ruido, con cuidado para no tropezar con la alfombra. Apoya una mano sobre la mesita. La otra en la pared. Luego se inclina hacia delante, lentamente, y roza su mejilla con los labios. Duerme. Raffaella se aleja de puntillas. Cierra despacio la puerta. Daniela se vuelve lentamente. Se incorpora apoyándose en un costado. Ahora viene lo bueno. Raffaella baja silenciosamente el picaporte de la puerta de Babi y la abre. Pallina está en la cama. Ve el ángulo de luz del pasillo que poco a poco se dibuja sobre la pared, ensanchándose. El corazón empieza a latirle con fuerza. «Y ahora, si me descubren, ¿qué les cuento?». Pallina permanece de espaldas, inmóvil, tratando de no respirar. Siente un ruido de collares: debe de ser la madre de Babi. Raffaella se acerca a la cama, se inclina lentamente hacia delante. Pallina reconoce su perfume. Es ella. Contiene la respiración, a continuación siente cómo su beso le roza la mejilla. Es el beso suave y afectuoso de una madre. Es verdad, las madres son todas iguales: preocupadas y buenas. «¿Serán también todas las hijas idénticas para ellas?». Así lo espera. Raffaella pone en orden la colcha, la tapa delicadamente con el borde de la sábana. Luego, de repente, se detiene. Pallina sigue inmóvil, a la espera. «¿Habrá descubierto algo? ¿La habrá reconocido?». Siente un ligero crujido. Raffaella se ha inclinado. Puede sentir su cálido aliento cerca, demasiado cerca. Luego oye sobre la moqueta unas pisadas ligeras que se alejan. La débil luz del pasillo desaparece. Silencio. Pallina se da poco a poco la vuelta. La puerta está cerrada. Finalmente respira. Ya pasó. Se mueve hacia delante. «¿Por qué se habrá inclinado la madre de Babi? ¿Qué habrá hecho?». En la penumbra de la habitación, sus ojos acostumbrados a la oscuridad encuentran de inmediato la respuesta. A los pies de la cama, colocadas perfectamente la una junto a la otra, se encuentran las zapatillas de Babi. Raffaella las ha puesto en su sitio, ordenadamente. Listas para acoger a la mañana siguiente los pies de su hija todavía caldeados por el sueño. Pallina se pregunta si su madre habría hecho lo mismo. No, ni siquiera se le ocurriría. Alguna que otra noche se ha quedado despierta esperando su beso. En vano. Sus padres volvieron tarde. Los oyó hablar, pasar de largo por delante de su puerta. Luego aquel ruido. La puerta de su dormitorio, que se cerraba. Y, con ella, sus esperanzas se desvanecían. Bueno, son dos madres diferentes. Siente unos escalofríos extraños por todo el cuerpo. No, en cualquier caso, no le gustaría tener por madre a Raffaella. Entre otras cosas, no le gusta su perfume. Es demasiado dulzón.

Step sale al sendero. Al llegar delante de la verja donde la ha dejado, frena levantando una nube de polvo. Mira a su alrededor. Babi no está allí. Toca el claxon. No hay respuesta. Apaga la moto. Prueba a llamarla.

—Babi.

Nada. Ha desaparecido. Cuando está a punto de volver a encender la moto, oye de repente un crujido a su derecha. Llega desde detrás de la valla.

—Estoy aquí.

Step mira por entre los tablones de madera oscura.

—¿Dónde?

—¡Aquí!

Una mano se asoma por un espacio libre que hay entre dos tablones.

—¿Qué haces ahí detrás?

Step ve sus grandes ojos azules. Aparecen solitarios sobre su mano, entre otros dos tablones. Los ilumina la débil luz de la luna y parecen asustados.

—Babi, sal de ahí.

—¡No puedo, tengo miedo!

—¿Miedo? ¿De qué?

—Hay un perro enorme ahí detrás y va sin bozal.

—Pero ¿dónde? Aquí no hay ningún perro.

—Antes sí que estaba.

—Bueno, escucha, ahora no está.

—Aunque no esté el perro no puedo salir de todos modos.

—¿Por qué?

—Me da vergüenza.

—¿De qué tienes vergüenza?

—De nada, no quiero decírtelo.

—Oye, ¿te has vuelto idiota? Bueno, yo ya me he hartado. Ahora arranco y me voy.

Step enciende la moto. Babi golpea los tablones con las manos.

—No, espera.

Step apaga de nuevo la moto.

—¿Entonces?

—Salgo ahora, pero tienes que prometerme que no te reirás.

Step mira aquel extraño trozo de madera con ojos azules y se lleva la mano derecha al corazón.

—Prometido.

—Me lo has prometido, ¿eh?

—Sí, ya te lo he dicho.

—Seguro, ¿eh?

—Seguro.

Babi mete las manos entre las grietas esperando no hacerse daño con ninguna astilla. Un «ay» ahogado. Step sonríe. No ha tenido bastante cuidado. Babi está encima de la valla, pasa por encima de ella y empieza a bajarla. Al final da un salto. Step gira el manillar de la moto hacia ella, iluminándola con el faro.

—Pero ¿qué has hecho?

—Para escapar del perro he saltado la valla y me he caído.

—¿Te has manchado de barro?

—Qué va… es estiércol.

Step suelta una carcajada.

—Dios mío, estiércol… No, no es posible. Me va a dar algo.

No puede parar de reírse.

—Habías dicho que no te ibas a reír. Lo habías prometido.

—Sí, pero esto es demasiado. ¡Estiércol! No me lo puedo creer. Tú en el estiércol. Es demasiado bonito para ser verdad. ¡No se puede pedir más!

—Sabía que no me podía fiar de ti. Tus promesas no valen nada.

Babi se acerca a la moto. Step deja de reírse.

—¡Alto. Detente! ¿Qué haces?

—¿Cómo que qué hago? Subo.

—Pero bueno, ¿estás loca? ¿Pretendes subir en mi moto en ese estado?

—Claro que sí, si no, ¿qué hago? ¿Me desnudo?

—Ah, no sé. Sea como sea, tú no subes en mi moto así de sucia. ¡Estiércol, por si fuera poco! —Step se echa a reír de nuevo—. Dios mío, no me puedo contener…

Babi lo mira exhausta.

—Oye, es una broma, ¿no?

—En absoluto. Si quieres te doy mi cazadora y así te tapas con ella. Pero quítate antes esa ropa. Si no, te juro que en la moto no subes.

Babi resopla. Está negra de rabia. Pasa por su lado. Step se tapa la nariz, exagerando.

—Dios mío… Es insoportable…

Babi le da un golpe, luego va detrás de la moto, junto al faro posterior.

—Mira, Step. Te juro que si mientras me desnudo te das la vuelta, salto sobre ti con todo el estiércol que tengo encima.

Step sigue con la mirada clavada hacia delante.

—De acuerdo. Dime cuándo te tengo que pasar la cazadora.

—Mira que lo digo en serio. Yo no soy como tú. Yo mantengo mis promesas.

Babi controla por última vez que Step no se dé la vuelta, luego se quita lentamente el suéter, teniendo mucho cuidado para no ensuciarse. Debajo no lleva casi nada. Lamenta no haberse puesto una camiseta para no perder tiempo. Mira de nuevo hacia Step.

—¡No te vuelvas!

—¿Y quién se mueve?

Babi se inclina hacia delante. Se quita las zapatillas. Basta un momento. Step es rapidísimo. Dobla el espejito lateral izquierdo inclinándolo hacia ella, centrándola. Babi se incorpora. No se ha dado cuenta de nada. Lo controla de nuevo. Bien. No se ha dado la vuelta. En realidad, sin que ella se dé cuenta, Step la está mirando. Está reflejada sobre el espejito. Tiene un sostén de encaje transparente y la piel de gallina en los dos brazos. Step sonríe.

—¿Quieres darte prisa, cuánto te falta?

—Ya casi he acabado, pero ¡tú no te des la vuelta!

—Te he dicho que no, no lo repitas más, venga.

Babi se desabrocha los vaqueros. Luego, poco a poco, tratando de ensuciarse lo menos posible, se inclina hacia delante acompañándolos hasta los pies, ahora desnudos sobre aquellas frías piedras polvorientas. Step dobla hacia abajo el espejito siguiéndola con la mirada. Los vaqueros bajan lentamente dejando a la vista sus piernas lisas y pálidas en aquella tenue luz nocturna. Step canturrea You can leave your hat on, imitando la voz de Joe Cocker.

—Nada que ver con Nueve semanas y media

Babi se vuelve de golpe. Sus ojos iluminados por el débil farolito rojo se cruzan con la mirada divertida de Step que le sonríe malicioso en el espejito.

—No me he dado la vuelta, ¿no?

Babi se apresura a liberarse de los vaqueros y salta detrás de él sobre la moto en bragas y sostén.

—¡Canalla asqueroso, bastardo! ¡Cerdo!

Lo aporrea. Sobre los hombros, el cuello, la espalda, la cabeza. Step se dobla hacia delante tratando de protegerse lo mejor posible.

—¡Ay, basta! Ay. ¿Qué he hecho de malo? He echado una miradita, pero no me he dado la vuelta, ¿no? He mantenido mi palabra… Ay, mira que no te doy la cazadora.

—¿Qué? ¿Que no me la das? Entonces cojo mis vaqueros y te los paso por la cara, ¿quieres verlo?

Babi empieza a quitarle la cazadora subiéndosela por las mangas.

—Está bien. Está bien. ¡Basta! Cálmate. Venga, no hagas eso. Ahora te la doy.

Step deja que se la quite. Acto seguido, enciende la moto. Babi le da un último puñetazo.

—¡Cerdo!

Luego se mete deprisa la cazadora intentando taparse lo más posible con ella. El resultado es escaso. Las dos piernas se quedan fuera, incluido el borde de las bragas.

—Eh… ¿sabes que no estás mal? Deberías lavarte más a menudo… Pero tienes un culo realmente bonito… En serio.

Ella intenta darle un golpe en la cabeza. Step se inclina inmediatamente riéndose. Mete la primera y arranca. Luego hace como si olfateara el aire.

—Eh, ¿notas tú también un olor extraño?

—¡Imbécil! ¡Conduce!

—Parece estiércol…

En ese momento, de detrás de un arbusto que hay delante de ellos, sale un perro lobo. Corre hacia ellos ladrando. Step le apunta con la moto. El faro lo deslumbra por un instante. Sus ojos rojos brillan rabiosos en la noche. Muestra los dientes al gruñir, blancos y afilados.

Basta ese instante. Step reduce. Da gas apartándose con la moto. El perro echa a correr de nuevo. Los roza por un pelo saltando lateralmente con la boca abierta. Babi chilla. Levanta las piernas desnudas y se agarra con fuerza a los hombros de Step. El perro casi la alcanza. La moto acelera. Primera. Segunda. Tercera. A todo gas. Se aleja en la noche. El perro la sigue enfurecido. Luego va perdiendo terreno. Al final se para. Se desahoga ladrando a lo lejos. Una nube de polvo y oscuridad lo envuelve gradualmente haciéndolo desaparecer del mismo modo en el que ha aparecido. La moto sigue corriendo en el húmedo frío de los verdes campos. Babi tiene todavía las piernas apretadas alrededor de la cintura de Step. Poco a poco, la moto reduce la marcha. Step le acaricia la pierna.

—Por poco, ¿eh?, y estos bonitos muslos acababan mal. Entonces era cierta la historia del perro…

Babi le quita la mano de la pierna y la hace caer a un lado.

—No me toques. —Se impulsa hacia atrás en el sillín, volviendo a poner los pies sobre los pedales y se cierra la cazadora. Step le pone de nuevo la mano sobre la pierna—. ¡Te he dicho que no me toques con esa mano!

Babi se la quita. Step sonríe y cambia de mano. Babi le aparta también la derecha.

—¿Ni siquiera puedo con ésta?

—¡No sé qué es peor si el perro que llevaba detrás o el cerdo que tengo ahora delante!

Step se ríe, sacude la cabeza y acelera.

Babi se cierra aún más la cazadora. ¡Qué frío! ¡Qué noche! ¡Qué lío! Maldita Pallina. Vuelan en la noche. Al final llegan sanos y salvos a casa. Step se para delante de la barra. Babi se vuelve hacia Fiore. Lo saluda. El portero la reconoce y levanta la barra. La moto pasa bajo ella apenas sin esperar a que la barra finalice su recorrido hacia lo alto. Fiore no puede por menos que echar una ojeada a las bonitas piernas de Babi que asoman ateridas por debajo de la cazadora. Lo que hay que ver. En sus tiempos ninguna muchacha salía con minifaldas como ésa. Babi ve la puerta metálica del garaje cerrada. Sus padres han vuelto. Un peligro menos. ¿Qué habría podido inventar si la hubieran pillado en aquel momento detrás, sobre la moto de Step y, sobre todo, en ropa interior? Prefiere no pensar en ello, la fantasía no le alcanza. Baja de la moto. Trata de taparse lo más posible con la cazadora. Nada que hacer. Le llega apenas al borde de las bragas.

—Bueno, gracias por todo. Oye, te tiro la cazadora por la ventana.

Step le mira las piernas. Babi se agacha. La chaqueta baja un poco más, pero el resultado sigue siendo muy pobre. Step sonríe.

—Puede que nos veamos otra vez. Veo que tienes argumentos muy interesantes.

—¿Te he dicho ya que eres un cerdo?

—Sí, creo que sí… Entonces, paso a recogerte mañana por la noche.

—No podría. Creo que no podría resistir otra noche como ésta.

—¿Por qué, no te has divertido?

—¡Muchísimo! Yo hago siempre la camomilla, todas las noches. Procuro que la policía me persiga durante un rato, me arrojo de la moto en medio de un campo desconocido, me dejo perseguir por un perro rabioso y, para acabar, me tiro sobre un montón de estiércol. Luego me revuelvo un poco en él y a continuación regreso a casa en sostén y bragas.

—Con mi cazadora encima.

—Ah, claro, lo olvidaba.

—Y, sobre todo, no me has dicho una cosa.

—¿Qué?

—Que has hecho todo esto conmigo.

Babi lo mira. Qué tipo. Tiene una sonrisa preciosa. Qué lástima que tenga tantos defectos. En lo tocante al carácter. Sobre el físico no tiene nada que objetar. Al contrario. Decide sonreírle. A fin de cuentas, no le supone un gran esfuerzo.

—Sí, tienes razón. Bueno, hasta luego.

Babi hace ademán de alejarse. Step le coge la mano. Esta vez con dulzura. Babi se resiste un poco, luego se deja hacer. Step la atrae hacia él, acercándola a la moto. La mira. Tiene el pelo largo, despeinado, tirado hacia atrás por el viento frío de la noche. Su piel es blanca, está helada. Sus ojos son intensos, buenos. Es guapa. Step desliza una mano bajo la cazadora. Babi abre los ojos como platos, ligeramente asustada, emocionada. Siente subir su mano, extrañamente cálida. Por su espalda, hacia arriba. Se detiene junto al cierre del sostén. Babi se apresura a llevar su mano detrás. La pone encima de la suya, lo obliga a pararse. Step le sonríe.

—Eres una buena camomilla, ¿sabes? Eres valiente, mucho. Así que es cierto que no tienes miedo de mí. ¿Me denunciarás?

Babi asiente.

—Sí —susurra.

—¿En serio?

Babi hace un gesto afirmativo con la cabeza. Step la besa en el cuello, varias veces, con delicadeza.

—¿Lo juras?

Babi asiente una vez más, después cierra los ojos. Step sigue besándola. Sube, roza sus frescas mejillas, sus orejas congeladas. Un soplo caliente y provocativo le hace estremecerse más abajo. Step se acerca al borde rosado de sus labios. Babi suspira temblando. Luego abre la boca, lista para acoger su beso. En ese momento, Step se separa. Babi permanece así por un momento, con la boca entreabierta, los ojos cerrados, embelesados. Los abre de repente. Step está delante de ella con los brazos cruzados. Sonríe. Sacude la cabeza.

—Ay, Babi, Babi. Así no se puede. Soy un cerdo, un animal, una bestia, un violento. Dices, dices, pero al final consientes… y hasta te dejarías besar. ¿Ves cómo eres? ¡Eres una incoherente!

Babi enrojece de rabia.

—¡Y tú un cabrón!

Empieza a darle puñetazos. Step trata de protegerse mientras se ríe.

—¿Sabes a quién me has recordado antes? A un pez rojo que tenía cuando era pequeño. Estabas ahí, con la boca abierta, boqueando. Igual que hacía él cuando le cambiaba el agua y se me caía en el lavabo…

Babi le da una bofetada en plena cara.

—¡Ay! —Step se toca divertido la mejilla—. Mira que te equivocas, con violencia no se consigue nada. ¡Tú también lo dices siempre! No creas que te voy a besar porque me pegues. Puede que, si me prometes que no me denunciarás…

—Yo te denunciaré, claro que sí. ¡Ya lo verás! Acabarás en la cárcel, te lo juro.

—Ya te he dicho que no tienes que jurar… en esta vida nunca se sabe…

Babi se aleja corriendo. La cazadora se le sube dejando al descubierto unas bonitas nalgas cubiertas por unas pequeñas bragas claras. Intenta taparse como puede, mientras mete la llave equivocada en la cerradura del portal.

—Eh, quiero que me des ahora la cazadora.

Babi lo mira con rabia. Se quita la cazadora y la tira al suelo. Se queda en bragas y sostén, en medio de aquel frío, con los ojos llenos de lágrimas. Step la mira complacido. Tiene un bonito cuerpo, nada mal, en serio. Coge la cazadora y se la pone. Babi maldice aquellas llaves. ¿Dónde habrá ido a parar la del portal?

Step enciende un cigarrillo. Tal vez haya hecho mal al no besarla. No demasiado, de todos modos, otra vez será. Babi encuentra finalmente la llave, abre el portal y entra. Step se encamina hacia ella.

—Bueno, pececito, ¿no me das un beso de buenas noches?

Babi le cierra prácticamente la puerta en la cara. Step no puede oír lo que le dice a través del cristal, pero lo lee fácilmente en sus labios. Le aconseja o, mejor dicho, le ordena que se vaya a hacer algo a cierto sitio. Step la contempla mientras se aleja. Desde luego, si ese sitio es tan bonito como el que tiene ella, no le importaría darse una vuelta por allí.

Babi abre lentamente la puerta de casa, entra y la vuelve a cerrar sin hacer ruido. Camina de puntillas por el pasillo y se mete en su habitación. ¡Salvada! Pallina enciende la lámpara de la mesita.

—¡Eres tú, Babi! Menos mal, ¡estaba preocupadísima! Pero ¿por qué vas así? ¿Te ha desnudado Step?

Babi coge un camisón del cajón.

—¡He acabado metida hasta las orejas en un montón de estiércol!

Pallina olfatea.

—Es verdad, huele. No sabes el miedo que pasé cuando vi caer aquella moto. Por un momento pensé que eras tú. Eres muy valiente. Genial. Les hemos dado una lección a esas dos fanfarronas. Oye, ¿adónde ha ido a parar mi cinturón de Camomilla?

Babi le lanza una mirada asesina.

—Pallina, no quiero volver a oír hablar de cinturones, de camomillas, de Pollo, de carreras o de otras historias por el estilo. ¿Está claro? ¡Y te aconsejo que te calles, si no te saco a patadas de mi cama y te hago dormir en el suelo!, es más, ¡te tiro fuera de casa!

—¡No serías capaz!

—¿Quieres probar?

Pallina la mira. Decide que no conviene ponerla a prueba. Babi se dirige hacia el baño.

—Babi.

—¿Qué pasa?

—Di la verdad. ¿A que te has divertido con Step?

Babi suspira. No hay nada que hacer. Es irrecuperable.

Step salta la verja, atraviesa el jardín sin hacer ruido. Luego se acerca a la ventana. El cierre metálico está abierto. A lo mejor todavía no ha vuelto. Tamborilea con los dedos en el cristal. La cortina clara se abre. En la oscuridad aparece la cara sonriente de Maddalena. Corre la cortina y se apresura a abrir la ventana.

—Hola, ¿dónde estabas?

—Me ha perseguido la policía.

—¿Todo bien?

—Sí, todo bien. Espero que no hayan anotado la matrícula.

—¿Has apagado los faros?

—Claro.

Maddalena se aparta. Step salta ágilmente por la ventana y entra en su habitación.

—No hagas ruido. Mis padres acaban de llegar.

Maddalena cierra con llave la puerta, luego salta sobre la cama. Se mete bajo las sábanas.

—¡Brrr… qué frío!

Le sonríe. Se quita por la cabeza el camisón y lo hace caer a los pies de Step. La débil luz de la luna entra por la ventana. Sus pequeños senos perfectos se distinguen claros en la penumbra. Step se quita la cazadora. Por un momento, le parece sentir el olor del campo. Es extraño, parece mezclarse con otro perfume. No le presta demasiada atención. Se tumba a su lado. Maddalena lo abraza con fuerza. Step desliza su mano hacía abajo, le acaricia la espalda, las caderas. Al subir de nuevo, se detiene entre sus piernas. Maddalena suspira cuando la toca, luego lo besa. Step mete su pierna entre las suyas. Maddalena lo detiene. Se acerca a la mesita. Encuentra a tientas el estéreo. Aprieta rew y rebobina una cinta. Un ruido seco le avisa que está de nuevo al principio. Maddalena aprieta play.

—Ya está.

Vuelve de nuevo a sus brazos.

—Ahora sí que no nos falta de nada.

Lo besa con pasión. De los altavoces del estéreo salen como en un murmullo las notas de la canción Ti sposerò perché. La voz de Eros acompaña dulcemente sus suspiros.

Es cierto, puede que sea ella la mujer que le va. Maddalena sonríe. Susurra entre el fresco crujido de las sábanas:

—Ésta es una de las veces en las que hay que saber moverse… ¿verdad?

—Así es.

Step le besa el pecho. Está seguro. Madda es la mujer que le va. Luego, de repente, recuerda el extraño perfume de su cazadora. Es Caronne. Recuerda también a quién pertenece. Y, por un momento, en la oscuridad de aquella habitación, deja de estar tan seguro.