Pallina se precipita sobre Babi antes de que ésta pueda acabar de subir las escaleras del colegio.
—Bueno, ¿cómo fue? Desapareciste…
—Estuvimos en Ansedonia.
—¿Fuisteis hasta allí?
Babi asiente.
—¿Y lo hicisteis?
—¡Pallina!
—Bueno, perdona, si fuisteis hasta allí se supone que bajaríais a la playa, ¿no?
—Sí.
—¿Y no hicisteis nada?
—Nos besamos.
—¡Yuhuuu! —Pallina le salta encima—. ¡Caramba! Menuda suerte, te has ligado al tío más bueno de la ciudad. —Luego advierte que Babi parece un poco triste—. ¿Qué pasa?
—Nada.
—Venga, no digas mentiras, suéltalo. Ánimo. Cuéntaselo a tu vieja y sabia amiga, Pallina. Lo hicisteis, ¿verdad?
—¡Noooo! Sólo nos besamos, y fue precioso. Pero…
—Pero ¿qué…?
—Pues eso, que no sé cómo hemos quedado.
Pallina la mira perpleja.
—Pero intentó…
Mueve el puño hacia abajo dos veces de manera elocuente.
Babi hace un gesto negativo con la cabeza resoplando.
—No.
—En ese caso, la cosa es realmente preocupante.
—¿Por qué?
—Le interesas.
—¿Tú crees?
—Seguro. Normalmente, se las tira a todas la primera noche.
—Ah, gracias, es un consuelo.
—Quieres saber la verdad, ¿no? Bueno, perdona, tienes que ser feliz. No te preocupes, si el problema es sólo ese lo único que tienes que hacer es esperar a la segunda noche, ¡ya verás!
Babi le da un empujón.
—Estúpida… Por cierto, Pallina, te han secuestrado la Vespa.
—¿Mi Vespa? —Pallina cambia de expresión—. ¿Quién ha sido?
—Mis padres.
—La simpática de Raffaella. Uno de estos días le voy a decir un par de cosas. ¿Sabes que el otro día lo intentó?
—¿Mi madre? ¿Con quién?
—¡Conmigo! ¡Me besó mientras dormía en tu cama pensando que eras tú!
—¿Me lo juras?
—¡Sí!
—Imagínate, mi padre ha cogido tu llavero pensando que era el mío.
—¿Y no le ha parecido extraño lo de la P?
—¡Sí! Le dije que, de pequeña, él me llamaba siempre Puffina.
—¿Y se lo creyó?
—Ahora sólo me llama así.
—¡Qué lástima! Tu padre es un buen tipo, pero eso no quita que sea también bastante bobalicón.
De este modo, entran en clase. Una, rubia y esbelta, la otra, morena y más menuda. Guapa y estudiosa la primera, graciosa e ignorante la segunda, pero con algo muy grande en común: su amistad. Durante la lección, Babi mira distraída la pizarra, sin ver los números escritos sobre ella, sin oír las palabras de la profesora. Piensa en él, en lo que estará haciendo en ese momento. Se pregunta si estará pensando en ella. Trata de imaginárselo, sonríe enternecida, a continuación preocupada, al final anhelante. Tiene muchos modos de ser. A veces resulta tierno y dulce, pero también puede convertirse inesperadamente en alguien salvaje y violento. Suspira y mira la pizarra. Es mucho más fácil resolver aquella ecuación.
Step se acaba de levantar. Se mete en la ducha y deja que aquel chorro de agua potente y decidido le dé un masaje. Apoya las manos contra la pared mojada y, mientras el agua tamborilea sobre su espalda, empuja hacia abajo las piernas, levantándose de puntillas, primero el pie derecho, después el izquierdo. Mientras el agua resbala por su cara piensa en los ojos azules de Babi. Son grandes, límpidos y profundos. Sonríe y, a pesar de tener los ojos cerrados, puede verla a la perfección. Ahí está, inocente y serena frente a él, con el pelo despeinado por el viento y aquella nariz recta. Ve su mirada resuelta, temperamental. Mientras se seca, piensa en todo lo que se dijeron, en lo que él le contó. Ella, único oído dulce casi desconocido, oyente silencioso de su viejo sufrimiento, de su amor ahora convertido en odio, de su tristeza. Se pregunta si no se habrá vuelto loco. En cualquier caso, ya está hecho. Desayunando, piensa en la familia de Babi. En su hermana. En su padre que parece simpático. En esa madre de carácter firme y tajante, de rasgos parecidos a los de Babi, un poco ajados por la edad. ¿Llegará un día en el que ella sea también así? Las madres, a veces, no son sino la proyección futura de la muchacha con la que nos divertimos hoy. Le viene a la mente el recuerdo de una madre, más intenso que el de la hija. Apura el café sonriendo. Llaman a la puerta. Abre Maria. Es Pollo. Le tira sobre la mesa la habitual bolsa de papel, sus sándwiches al salmón.
—¿Entonces? Me tienes que contar lo que pasó. ¿Te la tiraste o no? Imagínate, ésa… con el carácter que tiene a saber cuándo se dejará. ¡Nunca! ¿Adónde coño fuisteis? Os busqué por todas partes. Ah, no sabes cómo se puso Madda. ¡Está negra! ¡Cómo la pille la descuartiza!
Step se pone serio. Maddalena, es verdad, no había pensado en ella. Anoche no pensó en nada de eso. Decide que ahora tampoco quiere hacerlo. A fin de cuentas, nunca se comprometieron a nada.
—Ten. —Pollo se saca del bolsillo un trozo de papel blanco arrugado y se lo tira—. Es su número de teléfono. —Step lo coge al vuelo—. Se lo pedí ayer a Pallina, sabía que hoy lo querrías…
Step se lo mete en el bolsillo y sale de la cocina. Pollo va tras él.
—Pero bueno, Step, ¿me cuentas algo o no? ¿Te la tiraste?
—¿Por qué me preguntas siempre esas cosas, Pollo? Ya sabes que yo soy un caballero, ¿no?
Pollo se tira sobre la cama muerto de risa.
—Un caballero… ¿tú? Dios mío, me va a dar algo. Lo que tengo que oír. Joder… Un caballero.
Step lo mira sacudiendo la cabeza y luego, mientras se pone los vaqueros, también él se echa a reír. ¡La de veces que no se ha comportado, lo que se dice, como un caballero! Por un momento, le gustaría poder contarle algo más a su amigo.