Delante de Vetrine, parada en medio de la calle desierta, queda ya sólo su Vespa. Babi baja de la moto, desbloquea la rueda delantera y la enciende. Monta sobre el sillín y la empuja haciéndola bajar del soporte. Luego, parece acordarse de él.
—Adiós. —Le sonríe con ternura.
—Te acompaño, te escolto hasta casa.
Llegados a la avenida de Francia, Step se acerca a la Vespa y apoya el pie derecho bajo el faro, sobre la pequeña matrícula.
Da gas. La Vespa aumenta de velocidad. Babi se vuelve asombrada hacia él.
—Tengo miedo.
—Mantén derecho el manillar…
Babi mira de nuevo hacia delante sujetándolo bien. La Vespa de Pallina va más rápida que la suya pero jamás habría alcanzado por sí sola esos niveles. Dejan atrás la avenida de Francia y luego suben por la calle Jacini, hasta la plaza. Step le da un último empujón justo delante de su casa. La suelta. Poco a poco, la Vespa va perdiendo velocidad. Babi frena y se vuelve hacia él. Está parado, erguido sobre la moto, a pocos pasos de ella. Step la mira por un momento. Luego le sonríe, mete la primera y se aleja. Ella lo sigue con la mirada hasta verlo desaparecer en la curva. Lo oye acelerar cada vez más, un cambio rápido de marchas, silenciadores que rugen mientras se alejan corriendo a toda velocidad. Babi espera que Fiore, medio dormido, levante la barra. Luego sube por la pendiente que hay frente al edificio. Cuando dobla la curva, una triste sorpresa. Su casa está toda iluminada y su madre está allí, asomada a la ventana de su dormitorio.
—¡Aquí está, Claudio!
Babi sonríe desesperada. No sirve de nada. Su madre cierra bruscamente la ventana. Babi mete la Vespa en el garaje, pasando con dificultad entre la pared y el Mercedes. Mientras cierra la puerta metálica piensa en la bofetada de aquella mañana. Inconscientemente, se lleva la mano a la mejilla. Trata de recordar el daño que le hizo. Sin esforzarse demasiado. De todos modos, no tardará en comprobarlo. Sube parsimoniosamente las escaleras intentando retrasar lo más posible el momento de aquel descubrimiento. La puerta está abierta. Pasa resignada bajo aquel patíbulo. Condenada a la guillotina, sin confiar demasiado en un posible indulto, ella, moderna Robespierre con pantalón de peto, perderá su cabeza. Cierra la puerta. Una bofetada le da en plena cara.
—¡Ay!
«Siempre en el mismo lado», piensa, acariciándose la mejilla.
—Vete de inmediato a la cama pero antes dale las llaves de la Vespa a tu padre.
Babi cruza el pasillo. Claudio está junto a la puerta. Babi le entrega el llavero de Pallina.
—¿Babi?
Ella se vuelve, inquieta.
—¿Qué pasa?
—¿Por qué una P?
La P de goma del llavero de Pallina cuelga inquisitiva de las manos de Claudio. Babi lo mira momentáneamente perpleja, pero a renglón seguido, despabilada por la bofetada y fresca creadora del instante, improvisa.
—Pero cómo, papá, ¿no te acuerdas? Por el apodo que me pusiste tú. ¡De pequeña me llamabas siempre Puffina!
Claudio parece momentáneamente indeciso, luego sonríe.
—¡Ah, es verdad! Puffina. Ya no me acordaba. —Acto seguido, vuelve a ponerse serio—. Ahora vete a la cama. Mañana hablaremos de toda esta historia. ¡No me ha gustado nada, Babi!
Las puertas de los dormitorios se cierran. Claudio y Raffaella, ya más tranquilos, hablan sobre aquella hija que antes era pacífica y tranquila y que ahora se rebela, irreconocible. Vuelve a altas horas de la noche, participa en carreras de motos, aparece fotografiada en todos los periódicos. ¿Qué ha sucedido? ¿Qué le ha pasado a su Puffina?
En una de las habitaciones cercanas, Babi se desnuda y se mete en la cama. Su mejilla enrojecida encuentra un fresco consuelo en el almohadón. Durante un rato, sueña con los ojos abiertos. Le parece escuchar todavía el ruido de las olas, sentir el viento que le acaricia el pelo y ese beso, fuerte y tierno al mismo tiempo. Se gira en la cama. Piensa en él mientras mete las manos bajo el almohadón soñando que lo abraza. Entre las sábanas lisas, unos diminutos granos de arena le hacen sonreír. En la oscuridad de su habitación, surge poco a poco la respuesta que sus padres buscan con afán. Es evidente lo que le ha pasado a su Puffina: se ha enamorado.