Paolo está sentado a la mesa hojeando distraído el periódico. Mira a su alrededor. Qué extraño. Le había dicho a Maria que hiciera la tarta de manzana. Se habrá olvidado. Ingenuo. Recuerda el roscón que compró para las situaciones de emergencia. Decide que aquella es una de ellas. Abre algunos armarios. Al final lo encuentra. Lo escondió a conciencia para salvarlo del apetito insaciable de Step y sus amigos.
Mientras se corta un trozo, entra Step.
—Hola, hermano.
—¿Te parece que ésta es hora de volver a casa…? Ahora te pasarás todo el día en la cama, luego, si se tercia, irás al gimnasio y por la noche de nuevo por ahí con Pollo y con esos cuatro delincuentes con los que sales. Desde luego, te pegas una vida…
—Estupenda. —Step se sirve café, luego le añade un poco de leche—. En cualquier caso, da la casualidad de que no vuelvo ahora, salgo.
—Dios mío, ¿qué hora es?
Paolo mira preocupado el reloj. Las siete y media. Exhala un suspiro de alivio. Todo está bajo control. Algo no encaja, de todos modos. Step jamás ha salido a esta hora.
—¿Adónde vas?
—Al colegio.
—Ah. —Paolo se tranquiliza pero, de repente, recuerda que Step acabó el año pasado—. ¿Qué vas a hacer allí?
—Coño, ¿se puede saber a qué vienen todas estas preguntas? Y de madrugada, por si fuera poco…
—Haz lo que quieras, basta con que no te metas en líos. A propósito, ¿Maria no hizo ayer la tarta de manzana?
Step lo mira con aire inocente.
—¿Tarta de manzana? No, no creo.
—¿Seguro? ¿No será que tú, Pollo y esos muertos de hambre de tus amigos os la habéis acabado?
—Paolo, deja de insultar siempre a mis amigos. No me gusta. ¿Acaso ofendo yo a los tuyos?
Paolo se calla. No los ofende. Por otra parte, ¿cómo podría hacerlo? Paolo no tiene amigos. De vez en cuando le llama un colega o algún viejo compañero de la universidad, pero Step no podría ofenderlos. La vida se ha encargado ya de castigarlos. Tristes, grises, con físicos de poeta.
—Hasta luego, Pa’, nos vemos esta noche.
Paolo mira la puerta cerrada. Su hermano consigue siempre sorprenderlo. A saber adónde va a esa hora de la mañana. Bebe un sorbo de café. Luego se dispone a coger el trozo de roscón que ha dejado sobre el plato. Ha desaparecido: con Step sale siempre perdiendo.
—Adiós, papá.
Babi y Daniela se bajan del Mercedes. Claudio mira a sus hijas mientras se encaminan hacia el colegio. Un último saludo y luego se marcha. Babi sube todavía algunos escalones. Se da la vuelta. El Mercedes está ya lejos. Baja deprisa y, justo en ese momento, se cruza con Pallina.
—Hola, ¿adónde vas?
—Me voy con Step.
—¿De verdad? ¿Y adónde vais?
—No lo sé. A dar una vuelta. Antes de nada, a desayunar. Esta mañana estaba demasiado emocionada como para poder comer algo. Imagínate. Es la primera vez que hago novillos…
—Yo también estaba emocionada la primera vez. Pero a estas alturas… ¡Hago yo mejor la firma de mi madre que ella misma!
Babi se ríe. La moto de Step se detiene con un zumbido delante de la acera.
—¿Vamos?
Babi se despide de Pallina con un beso apresurado y luego sube emocionada detrás de él. El corazón le late a mil por hora.
—Te lo ruego, Pallina… Trata de no recibir ninguna mala nota y anota a quién preguntan.
—¡OK, jefa!
—¿Otra vez? ¡Mira que me trae mala suerte! Ah, y ni una palabra a nadie, ¿eh?
Pallina asiente. Babi mira a su alrededor preocupada porque alguien la vea. Luego se abraza a Step. Ahora ya está. La moto arranca, huyendo del colegio, de las horas aburridas de clase, de la Giacci, de los deberes y de aquel timbre que a veces da la impresión de que nunca va a sonar.
Pallina mira alejarse con envidia a su amiga. Se alegra por ella. Sube las escaleras charlando, sin advertir que alguien la está observando. Algo más arriba, una mano ajada por el tiempo y el odio, adornada con un viejo anillo con una piedra morada en el centro, tan dura como su dueña, deja caer una cortina. Alguien lo ha visto todo.
Las alumnas de la III B entran preocupadas en el aula. A primera hora toca italiano y la profesora Giacci va a preguntar. Es una de las asignaturas que saldrán sin duda en el examen de selectividad. Las alumnas toman asiento saludándose. Una rezagada entra a toda prisa. Llega tarde, como siempre. Charlan nerviosas. Inesperadamente, un mudo y respetuoso silencio. La Giacci está en la puerta. Todas se cuadran. La profesora examina la clase.
—Sentaos.
Extrañamente, esa mañana parece contenta. Lo que no presagia nada bueno. Pasa lista. Algunas muchachas levantan la mano respondiendo con un respetuoso «presente». Una chica, cuyo nombre empieza por C, no está. Llegadas a la F, otra alumna, en un tentativo de ser original, suelta un «aquí estoy» de escaso valor. La Giacci no deja escapar la ocasión y le toma el pelo delante de toda la clase. Catinelli, como de costumbre, parece apreciar el fino sentido del humor de la profesora. Tan fino que la mayor parte de las alumnas no alcanza a verle la gracia.
—¿Gervasi?
—Ausente —responde alguien al fondo de la clase.
La Giacci escribe una «a» junto al nombre de Babi. Luego levanta lentamente la mirada.
—Lombardi.
—¿Sí, profesora?
Pallina se pone de pie de un salto.
—¿Sabe usted por qué Gervasi no ha venido hoy a clase?
Pallina está algo nerviosa.
—No lo sé. Ayer por la noche me llamó por teléfono y me dijo que no se encontraba muy bien. Puede que esta mañana estuviera peor y haya preferido no venir.
La Giacci la mira. Pallina se encoge de hombros. La Giacci entorna los ojos. Éstos se convierten en dos fisuras impenetrables. Pallina siente un escalofrío en la espalda.
—Gracias, Lombardi, ya se puede sentar.
La Giacci vuelve a pasar lista. Su mirada se cruza de nuevo con la de Pallina. La profesora esboza una sonrisa burlona. Pallina enrojece. Se vuelve enseguida hacia otro lado, incómoda. ¿Y si supiera algo? Sobre el pupitre, la frase que ella misma ha grabado con la pluma: «Pallina e Pollo forever». Sonríe. No, es imposible.
—Marini.
—¡Presente!
Pallina se calma. A saber dónde estará Babi en ese momento. Lo más probable es que ya haya desayunado. Un buen buñuelo con nata en Euclide y uno de esos capuchinos cubiertos de espuma. Daría lo que fuera por estar en su lugar con Pollo, en lugar de con Step. Sobre gustos no hay nada escrito, es su proverbio preferido. La Giacci cierra la lista y empieza a explicar. Explica la lección contenta, particularmente serena. Un rayo de sol ilumina sus manos. Alrededor del dedo con el que juega, el viejo anillo brilla con luz morada.
Se alejan de los ruidos de la ciudad recién levantada, con los labios embadurnados de café y la boca dulcificada por la nata de un buñuelo. Fácil de prever, el desayuno en el Euclide de la Flaminia, más apartado y lejano, donde es menos probable que alguien los pueda reconocer. Se dirigen hacia la torre. Por la Flaminia, envueltos en el sol mientras, a su alrededor, prados circulares, difuminados de verde, se pierden dulcemente entre los confines de bosques más oscuros. Dejan atrás la carretera. La moto dobla al pasar las altas espigas que, en un abrir y cerrar de ojos, vuelven a erguirse impertérritas e insolentes. Se detienen tras la colina, no muy lejos de la torre. Algo más abajo, a la derecha, un perro somnoliento vigila algunas ovejas peladas. Un pastor en vaqueros escucha una pequeña radio desvencijada mientras se fuma un canuto bien alejado de sus colegas de pesebre. Van un poco más allá. Solos. Babi abre la bolsa. Una enorme bandera inglesa hace su aparición.
—La compré en Portobello cuando estuve en Londres. Ayúdame a extenderla. ¿Has ido alguna vez?
—No, nunca. ¿Es bonito?
—Mucho. Me divertí como una loca. Estuve en Brighton un mes y luego algunos días en Londres. Fui con la EF.[12]
Se tumban sobre la bandera caldeados por el sol. Step escucha la historia sobre Londres y sobre algún que otro viaje más. Parece haber estado en un montón de sitios y, además, se acuerda de todo. Pero él, poco interesado en sus aventuras y en absoluto acostumbrado a madrugar, se duerme.
Cuando Step abre los ojos, Babi ya no está a su lado. Se levanta mirando preocupado a su alrededor. Luego la ve. Un poco más abajo, sobre la colina. El suave contorno de sus hombros. Está sentada entre el trigo. La llama. Ella parece no oírlo. Cuando se acerca a ella, entiende el motivo. Está escuchando el Sony. Babi se gira hacia él. Su mirada no promete nada bueno. Luego, sus ojos se pierden de nuevo en los prados que hay a lo lejos. Step se sienta a su lado. Sin decir nada. Hasta que Babi no puede resistirlo más y se quita los auriculares.
—¿Te parece bonito dormirte mientras te estoy hablando? —Está realmente enfadada—. ¡Eso significa que no me tienes respeto!
—Venga, no te enfades. Sólo significa que no he dormido bastante.
Ella resopla y se da de nuevo la vuelta. Step no puede por menos que advertir lo guapa que es. Puede que incluso más cuando se enfada. Ha alzado el rostro y todo en él adquiere un aire cómico, la barbilla, la nariz, la frente. Su pelo refleja los rayos del sol, parece respirar el olor del trigo. Tiene la belleza de una playa abandonada cuyos confines remotos se ven rodeados por un mar embravecido. Algunos mechones de pelo, semejantes a olas de espuma, le rodean la cara, la cubren rebeldes en algunos puntos, sin que ella haga nada por evitarlo.
Step se inclina y recoge con la mano su delicada belleza. Babi trata de esquivarlo.
—¡Déjame!
—No puedo. Es más fuerte que yo. Tengo que darte un beso.
—He dicho que me dejes. Estoy enfadada.
Step se aproxima a sus labios.
—Te prometo que después te escucho: Inglaterra, tus viajes, ¡todo lo que quieras!
—¡Tenías que haberme escuchado antes!
Step se aprovecha y la besa al vuelo, sorprendiendo sus labios desprevenidos, apenas entreabiertos. Pero Babi cierra la boca decidida. Se produce entre ellos un simulacro de lucha. Ella finalmente se rinde, se abandona paulatinamente a su beso.
—Eres violento y maleducado.
Palabras susurradas entre labios que casi se pueden tocar.
—Es cierto.
Palabras que casi se confunden.
—No me gusta que hagas eso.
—No lo volveré a hacer, te lo prometo.
—Ya te he dicho que no creo en tus promesas.
—Entonces te lo juro…
—Figúrate si creo entonces en tus juramentos…
—Está bien, de acuerdo, lo juro por ti.
Babi le da un puñetazo. Él acusa el golpe bromeando. Luego la abraza y se hunde con ella entre las suaves espigas. En lo alto, el sol y el cielo azul, mudos espectadores. Más allá, una bandera inglesa abandonada. Algo más cerca, dos sonrisas llenas de frescura. Step se entretiene con los botones de su camisa. Se detiene por un instante, temeroso. Babi ha cerrado los ojos y parece tranquila. Desabrocha un botón, después otro, con delicadeza, como si un contacto algo más brusco pudiera romper en mil pedazos la magia de aquel momento. Acto seguido desliza su mano por el interior de la camisa, recorriendo el costado, sobre la piel blanda y tibia. La acaricia. Babi se lo permite y, besándolo, lo abraza con más intensidad. Step, embriagado por su perfume, cierra los ojos. Por primera vez todo le parece distinto. No tiene prisa, está tranquilo. Siente una extraña paz. Su palma resbala por la espalda, recorriendo aquel foso suave hasta llegar a la cintura de la falda. Una ligera pendiente en ascenso, el inicio de una dulce promesa. Por allí cerca, dos diminutos agujeros lo hacen sonreír, como los besos algo más apasionados de ella. Dulcemente, sigue acariciándola. Asciende de nuevo, hasta llegar a aquel débil elástico almenado. Se detiene en el cierre, intentando desvelar el misterio, y algo más. ¿Dos ganchos? ¿Dos pequeñas medias lunas que encajan una dentro de otra? ¿Una «s» metálica que se introduce desde arriba? Se demora un poco. Ella lo mira curiosa. Step empieza a ponerse nervioso.
—¿Cómo coño se abre?
Babi sacude la cabeza.
—¿Por qué has de ser siempre tan mal hablado? No me gusta que digas esas cosas cuando estás conmigo.
En ese preciso momento, el misterio se resuelve. Dos pequeñas medias lunas se separan tiradas por un elástico finalmente liberado. La mano de Step deambula por toda la espalda, subiendo hasta el cuello, finalmente sin obstáculos.
—Perdona…
Step apenas puede creer lo que oye. Le ha pedido perdón. Perdona. Vuelve a oír aquella palabra. Él, Step, se ha disculpado. Pero luego, sin querer pensar más en ello, se abandona como arrebatado por aquella nueva conquista. Le acaricia el pecho, la besa delicadamente en el cuello, pasa al otro seno y encuentra también allí aquella frágil señal de deseo y pasión. Entonces se desliza algo más lentamente hacia abajo, hacia su vientre liso, hacia la cintura de la falda. La mano de ella lo detiene. Step abre los ojos. Babi está frente a él, negando con la cabeza.
—No.
—No, ¿qué?
—No, eso…
Le sonríe.
—¿Por qué?
Él no sonríe en absoluto.
—¡Porque no!
—¿Y por qué no?
—¡Porque no y basta!
—Pero hay alguna razón, tipo…
Step esboza una leve sonrisa alusiva.
—No, cretino… ninguna razón. Simplemente que no quiero. Cuando aprendas a soltar menos tacos, entonces puede que…
Step se gira sobre un costado y empieza a hacer flexiones. Una tras otra, cada vez más rápido, sin parar.
—No me lo puedo creer, no puede ser verdad. La he encontrado.
Sonríe, hablando entre una flexión y otra, jadeando ligeramente. Babi se abrocha el sujetador y la blusa.
—¿Qué has encontrado? Y deja ya de hacer flexiones mientras hablamos…
Step hace las dos últimas con una sola mano. Luego se tumba de lado y se pone a mirarla sin dejar de sonreír.
—No has estado nunca con nadie.
—Si lo que insinúas es que soy virgen la respuesta es sí. —Aquella palabra le cuesta muchísimo. Babi se pone de pie. Se limpia la falda con la mano. Algunos trozos de espigas caen al suelo—. ¡Y ahora llévame al colegio!
—¿Qué pasa? ¿Te has enfadado?
Step la rodea con sus brazos.
—Sí, tienes un modo de comportarte que me exaspera. No estoy acostumbrada a que me traten así. Y déjame…
Se escabulle de su abrazo y camina a paso ligero hacia la bandera inglesa. Step va tras ella.
—Venga, Babi… No quería ofenderte. Perdóname, en serio.
—No te he oído.
—Sí que me has oído.
—No, repite.
Step vuelve la cabeza, molesto. Luego la mira otra vez.
—Perdóname, ¿vale? Mira que yo estoy encantado de que no hayas estado nunca con nadie.
Babi se inclina para recoger la bandera inglesa y se pone a doblarla.
—¿Ah, sí? ¿Y por qué?
—Bueno, porque… porque sí. Me gusta y basta.
—¿Porque piensas acaso que tú vas a ser el primero?
—Oye, te he pedido ya perdón. Ahora basta, déjalo estar ya. Mira que eres difícil.
—Tienes razón. Tregua. —Le pasa un borde de la bandera—. Ten, ayúdame a doblarla. —Se alejan. La extienden y después se vuelven a acercar. Babi toma de sus manos el otro borde y le da un beso—. Es que ese tema me pone nerviosa.
Vuelven en silencio a la moto. Babi sube detrás de él. Se alejan por la colina, dejando a sus espaldas espigas deshechas y una conversación a la mitad. Es el primer día que salen juntos y Step le ha pedido perdón dos veces. «Caramba…». «No va nada mal». Ella lo abraza feliz «Sí, vamos de maravilla». Babi se ha calmado, ahora no piensa en nada. No sabe que un día no muy lejano volverá a afrontar con él ese tema que le pone tan nerviosa.