Siete

Un apartamento acogedor, grandes ventanales desde los cuales se ve la Olimpica. Bonitos cuadros en las paredes, sin dudarlo un Fantuzzi. Cuatro altavoces en las esquinas del salón difunden un CD bien mezclado. La música envuelve a los muchachos que, mientras hablan, no dejan de seguir el ritmo.

—Dani, eh, casi no te he reconocido.

—No empieces tú también, ¿eh?

—Hablaba del vestido, estás estupenda, en serio.

Daniela se mira la falda, Giulia la conoce, ha picado por un momento.

—¡Ah, Giuli!

—Vaya, no te enfadarás, ¿eh? Pareces la Bonopane, esa hortera de tercero B que por las mañanas viene más pintada que una mona.

—Dime una cosa, ¿cómo haces para resultar tan simpática?

—Por eso somos amigas.

—¡Yo no he dicho nunca que sea tu amiga!

Giulia se inclina hacia delante.

—Dame un beso, ¿hacemos las paces?

Daniela sonríe. Hace ademán de acercarse a ella cuando ve a sus espaldas a Palombi.

—¡Andrea!

Deja estar la mejilla de Giulia esperando poder centrar la boca de él, antes o después.

—¿Cómo estás?

Andrea duda por un momento.

—Bien, ¿y tú?

—Muy bien.

Se intercambian un beso apresurado. Luego él avanza para saludar a algunos amigos. Giulia se acerca a ella y sonríe.

—No te preocupes, va de relaciones públicas.

Lo miran por un momento. Andrea habla con algunos chicos, luego se vuelve hacia ella, la mira una vez más y al final sonríe. Finalmente se ha dado cuenta.

—¡Caramba! Has exagerado un poco, ¿no…? No te había reconocido.

Babi atraviesa el salón. En un rincón del mismo, algo parecido a un disc-jockey, seudo emulador del disc-jockey Francesco, prueba con un rap de escaso éxito. Una muchacha baila enloquecida con los brazos en alto.

Babi sacude la cabeza sonriendo.

—¡Pallina!

Una cara ligeramente redondeada, enmarcada por una larga melena castaña con un extraño mechón a un lado, se da la vuelta.

—¡Babi, guauuu! —Corre hacia ella y la abraza besándola, alzándola casi por los aires—. ¿Cómo estás?

—De maravilla. ¡Me dijiste que no ibas a venir!

—Sí, lo sé, fuimos a una fiesta en la Olgiata, ¡no sabes qué muermo! Fui con Dema pero nos marchamos de allí casi enseguida. Y aquí estamos. ¿Por qué, no estás contenta?

—¿Bromeas?, contentísima. ¿Has preparado la lección de latín? Mira que mañana ésa te pregunta. Sólo quedas tú para acabar de dar la vuelta.

—Sí, lo sé, he estudiado toda la tarde, luego he tenido que salir con mi madre, he ido al centro. Mira, he comprado esto, ¿te gusta? —Y haciendo una extraña pirueta, más propia de bailarina que de modelo, hace que se hinche un gracioso vestido de raso azul.

—Mucho…

—Dema me ha dicho que me sienta muy bien…

—Figúrate. Ya sabes cuál es mi teoría, ¿no?

—¿Todavía con ésas? ¡Pero si hace una vida que somos amigos!

—Tú déjame con mi teoría.

—Hola, Babi.

Un chico de aspecto simpático, con el pelo castaño rizado y la piel clara, se acerca.

—Hola, Dema, ¿cómo estás?

—Muy bien. ¿Has visto qué bonito es el mono de Pallina?

—Sí. Si no tenemos en cuenta mi teoría, le favorece mucho. —Babi le sonríe—. Voy a saludar a Roberta, aún no la he felicitado. —Se aleja.

Dema se la queda mirando.

—¿Qué quería decir con esa historia de la teoría?

—Oh, nada, ya sabes cómo es… Es una mujer toda teoría y nada de práctica, más o menos.

Pallina se echa a reír, luego se detiene a observar a Dema. Sus miradas se cruzan por un momento. «Esperemos que esta vez no tenga realmente razón».

—Venga, ven a bailar…

Pallina le coge la mano y lo arrastra hasta donde se encuentra el grupo.

—¡Hola, Roby, felicidades!

—¡Oh, Babi, hola!

Se intercambian dos besos sinceros.

—¿Te ha gustado el regalo?

—Precioso, de verdad. Justo lo que necesitaba.

—Lo sabíamos… Ha sido idea mía. Después de todo seguías saltándote siempre las primeras horas y, además, no es que vivas muy lejos, tú.

Chicco Brandelli se les acerca por la espalda.

—¿De qué se trata?

Babi se da la vuelta sonriente pero, al verlo, cambia de expresión.

—Hola, Chicco.

—Me han regalado una radio despertador preciosa.

—Ah, qué detalle, de verdad.

—¿Sabes? Él también me ha regalado una cosa preciosa.

—¿Ah, sí? ¿Qué?

—Un almohadón de encaje. Ya lo he puesto sobre la cama.

—Ten cuidado, lo más probable es que lo quiera probar contigo. —Y dedicando una sonrisa forzada a Brandelli se aleja hacia la terraza. Roberta la mira.

—A mí el almohadón me ha gustado muchísimo. De verdad…

En realidad, a ella también le gustaría probarlo con él.

Chicco le sonríe.

—Te creo, perdona.

—Pero… dentro de nada sirven la pasta… —le grita a sus espaldas Roberta tratando de retenerlo como sea.

En la terraza, unos cuantos sillones mullidos cubiertos de almohadones claros con bordados de flores, un cenador con luces difusas bien escondidas entre las plantas. Un jazmín trepa por una empalizada. Babi se pasea sobre el suelo de terracota. El aire fresco de la noche le agita el pelo, le acaricia la piel arrancándole un poco de perfume, dejando sólo en ella algún leve temblor.

—¿Qué puedo hacer para que me perdones?

Babi sonríe para sus adentros y se cierra la chaqueta, cubriéndose.

—Pregunta mejor qué es lo que no deberías haber hecho para no hacerme enfadar.

Chicco se acerca a ella.

—Es una noche tan bonita… sería estúpido malgastarla riñendo.

—A mí me gusta mucho reñir.

—Ya me he dado cuenta.

—Pero luego me gusta también hacer las paces… Sobre todo eso. En cambio contigo, no sé, no consigo perdonarte.

—Eso es porque no te decides. Por un lado te apetecía estar conmigo, por el otro no. ¡Clásico! Es típico de las mujeres.

—Ves, ese «típico» es justo lo que lo estropea todo.

—Me rindo… ¿Te gustó la película de la otra noche?

—¡Si sólo me la hubieran dejado ver!

—He dicho que me rindo. Bueno, supongo que te tendré que mandar el vídeo a casa. Así lo ves tranquila, sola, sin nadie que te moleste. Por cierto, ¿sabes lo que me han dicho?

—¿Qué?

—Que sabe mucho mejor con un poco de nata.

Babi hace ademán de ir a pegarle, risueña.

—¡Cerdo!

Chicco le detiene el brazo en lo alto.

—¡Alto! Bromeaba. ¿Paz?

Sus caras están muy cerca. Babi mira sus ojos: son muy bonitos, casi tanto como su sonrisa.

—Paz. —Se rinde.

Chicco se aproxima a ella y la besa delicadamente en los labios. Cuando está a punto de convertirse en algo más profundo, Babi se separa y vuelve a mirar hacia afuera.

—Qué noche tan espléndida, ¡mira qué luna!

Chicco, suspirando, alza los ojos al cielo.

Algunas nubes ligeras navegan lentamente en el azul oscuro del cielo. Acarician la luna, llenándose de luz, aclarándose aquí y allá.

—Es bonita, ¿verdad?

Chicco se limita a responder «Sí», sin apreciar verdaderamente toda la belleza de aquella noche. Babi mira a lo lejos. Las casas, los tejados, los prados que rodean la ciudad, las hileras de pinos altos, una larga carretera, las luces de un coche, los ruidos remotos. Si su vista fuera mejor, percibiría a aquellos muchachos que avanzan adelantándose unos a otros, riéndose y tocando el claxon. Puede que hasta reconociera también a aquel tipo sobre la moto. Es el mismo que se puso a su lado aquella mañana mientras iba al colegio. Y que ahora va camino de aquella casa.

Chicco la abraza y le acaricia el pelo.

—Esta noche estás guapísima.

—¿Esta noche?

—Siempre.

—Así está mejor.

Babi deja que la bese.