En el patio del colegio, bajo la copa de un gran sauce, apoyadas contra un largo muro de mármol blanco, algunas chicas copian frenéticas los deberes.
—Pero ¿qué pone aquí? ¿Igual…?
—¡x menos uno! Pero ¿es que ni siquiera eres capaz de copiar?
—Pero ¡mira cómo escribes!
—¡Lo que faltaba! No haces nunca nada en casa y encima te quejas de cómo escribo. ¡Menuda cara!
—Cuidado, llega Catinelli.
Pallina cierra el cuaderno de matemáticas y corre a saludar a Catinelli junto con otras muchachas, todas posibles candidatas a la interrogación de latín.
—Venga, Ale, date prisa que dentro de nada suena el timbre, danos la traducción de latín. —Las chicas esperan delante de Catinelli.
—No, ni hablar.
—¿Cómo que ni hablar?
—¿Qué pasa, no me habéis oído? No quiero que copiéis mi traducción. ¿Vale? No entiendo por qué no podéis hacerla vosotras en casa por vuestra cuenta, como hacen todas.
Pallina se le acerca.
—Venga, Ale, no hagas eso. Perdona, hoy la Giacci me pregunta seguro y también a Festa.
Una chica del grupo con el uniforme más desaliñado que el del resto de sus compañeras, al igual que sus deberes, asiente.
—¡Danos la traducción, venga! ¡Que si no ésa se enfada!
—No insistas, Pallina.
—¿Qué pasa, Pallina? ¿Sobre qué estás insistiendo?
—Ah, hola, Babi. Ale no quiere darnos la traducción. ¿Tú la has hecho? Por un momento, Catinelli deja de ser el centro de la atención.
—No, sólo la mitad. Pero creo que ni siquiera está bien. Es que a mí ya me ha preguntado. He controlado, hoy debería tocaros a ti y a Silvia Festa y luego vuelve a dar la vuelta. Aunque normalmente pregunta a quien no ha aprobado.
Catinelli prueba a alejarse, pero Pallina le tira de la chaqueta.
—¿Has oído? ¡Venga, no puedes dejarnos así, serás nuestra ruina!
—No entiendo por qué no hacéis como Gianetti. Ella la hace y luego me llama por teléfono y la repasamos juntas… Así se la prepara y el día después va bien. ¿Para qué sirve lo que hacéis vosotras?
—¿Y a ti qué te importa? El latín no sirve para nada. En fin, ¿nos la das o no, esa traducción?
—Te he dicho ya que no. Que os la pase Giannetti.
Pallina resopla.
—Sí, ésa llega siempre en el último momento… Dentro de cinco minutos sonará el timbre. Venga, sólo por hoy… Es la última vez, te lo prometo.
—Siempre decís lo mismo. No, esta vez es que no. ¡No os la doy!
Catinelli se marcha.
—Menuda gilipollas. Y además es un monstruo. Por eso está tan amargada. Nadie quiere salir con ella. Es evidente. Al menos nosotras gustamos y nos divertimos.
Silvia Festa se acerca a Pallina.
—Sí, pero no creo que a mi madre le guste mucho el tres que nos pondrá la Giacci si no tenemos la traducción.
—Ten, toma la mía.
Babi saca de la bolsa su cuaderno de latín y abre la última página.
—Al menos podréis decir que lo habéis intentado. Está a la mitad pero siempre es mejor que nada. Decid que os habéis parado en esperavisse. Es un verbo que no tengo ni la más remota idea de dónde viene. Lo busqué durante un cuarto de hora en el Il sin conseguir encontrarlo. Luego me harté y me fui a merendar. Un yogur desnatado, sin azúcar, terrible. Casi más ácido que Catinelli. —Todas se echan a reír.
Pallina coge el cuaderno y lo apoya sobre el muro. Lo pone en medio de sus compañeras.
—En cualquier caso, es verdad, estudiar engorda. Siempre lo digo: si hubiera hecho el lingüístico pesaría seguro cuatro kilos menos. —Pallina empieza a copiar seguida de Silvia y otras chicas, todas posibles víctimas de la terrible Giacci.
A través de los grandes ventanales de la clase se pueden ver los prados cercanos. Algunos niños, vestidos de idéntico modo, juegan corriendo entre la hierba. Una maestra ayuda a levantarse a un niño que se ha manchado de verde su delantal blanco. El sol cae de lleno sobre los pupitres. Babi mira distraída la clase. Benucci ha resistido menos de lo habitual. Tiene las manos bajo el pupitre, ocupadas en un trozo de pizza. Arranca un trocito y, con los dedos cubiertos de tomate, se lo lleva rápidamente a la boca. Después empieza a masticar fingiendo indiferencia, con la boca cerrada, escuchando la lección como si nada. Babi presta un momento de atención a la explicación de la Giacci. Una joven del siglo diecinueve que no sabía montar a caballo decidió hacerlo a pesar de ello. Y se cayó. Babi no ha estado lo suficientemente atenta como para saber si se hizo daño o no. La única cosa segura es que alguien, realmente carente de ideas, escribió sobre ello una especie de novela.
—Bien. Esta oda, A Luigia Pallavicini caduta da cavallo, me la traéis el lunes.
La otra cosa segura es que ellas tendrían que estudiarla. Suena el timbre. La Giacci cierra el libro.
—Voy a la sala de profesores a coger el libro de latín. Os dejo solas. Portaos bien.
Las chicas abandonan sus pupitres. Antes de que la profesora se vaya, tres de ellas consiguen arrancarle el permiso para ir al baño. En realidad, sólo una de ellas va por razones fisiológicas. Las otras dos entran en un único baño y comparten felices el mismo vicio. Un agradable Merit a despecho de todos aquellos que lo indican como el cigarrillo más nocivo de todos.
Regresa la Giacci. Las muchachas vuelven a sus asientos. Escuchan atentas sus explicaciones sobre métrica latina. Alguna marca los acentos y copia la frase escrita en la pizarra. Otra, convencida de que le preguntarán, repasa la traducción.
Benucci no consigue resistirlo. Desenvuelve de nuevo la pizza. Dos muchachas a sus espaldas mastican unas Virgosol. Tratan de ocultar el olor a nicotina. Otra, al fondo de la clase, sigue tranquila la lección. Su dolor de tripa ha desaparecido.
—Entonces, para el miércoles que viene haréis de la página 242 a la página 247: traducción y lectura en métrica con conocimiento perfecto de las reglas de los acentos.
Babi abre el diario y marca los deberes para el miércoles. A continuación, casi inconscientemente, lo hojea, yendo hacia atrás. Páginas pintadas y completamente escritas desfilan ante sus ojos. Fiestas, cumpleaños, frases simpáticas de Pallina, notas de los deberes de clase. Opiniones sobre películas vistas en el cine, amores posibles, imposibles, pasados.
«Marco te quiere». Se detiene. Mira aquellas palabras en rojo, allí, al fondo de la página. Seguidas de un pequeño corazón. Noviembre. Sí, era noviembre. Y ella estaba locamente enamorada.
Noviembre. Un año antes.
—Mamá, ¿no ha llegado nada para mí?
—Sí, hay una carta en la cocina. Te la he puesto sobre la mesa.
Babi se dirige corriendo a la cocina, encuentra la carta. Reconoce la letra y la abre feliz. Hace cuatro meses que están juntos. Su historia más larga. Prácticamente la única historia, en realidad. Lee la carta.
Querida Babi:
En este día tan importante (¿el descubrimiento de América? ¡Más aún! ¿El primer hombre sobre la luna? ¡Mucho más! ¿La inauguración del Gilda? ¡Casi, casi!)… Eh, pequeña, ¡es una broma! Hoy hace cuatro meses que estamos juntos y he decidido que tiene que ser un día especial, feliz, precioso, romántico. ¿Estás lista? Coge la Vespa del garaje y sal. Porque ha empezado tu «caza del tesoro». «Tesoro» en el sentido de amor. Justo lo que siento por ti.
MARCO
P. D: El primer mensaje es: «Una villa que frecuentas, / mas de noche ni lo intentas, / on the left, el tercer tree, / en inglés, claro que sí. / Es posible que algo halles, / cuando bajo el árbol caves. ¿Preparada? ¡Vamos, ya!».
Babi cierra la carta y piensa. La villa es Villa Glori, donde va siempre a correr. ¿En inglés? ¿Por quién me toma? Desde luego es fácil, el tercer árbol apenas se entra a la izquierda.
—Salgo, mamá.
—¿Adónde vas?
—Tengo que llevarle una cosa a Pallina.
Babi se pone la cazadora de ante.
—¿A qué hora vuelves?
—A la hora de cenar. Estudio en su casa.
Raffaella se asoma a la puerta.
—No vuelvas tarde, por favor.
—Si cambia algo te llamo por teléfono.
Babi sale deprisa, luego se detiene en la puerta y retrocede. Besa apresurada a su madre en la mejilla y escapa. Una vez en el patio, abre lentamente sin hacer ruido el cierre metálico del garaje. Saca la Vespa; después, sin encenderla, baja la cuesta. Pero justo cuando gira, alza la mirada. Raffaella está asomada al balcón, sus miradas se cruzan.
—En autobús tardo mucho, mamá.
—Coge al menos una bufanda.
—Me subo el cuello de la cazadora, no tengo frío, de verdad. Adiós.
Babi mete la segunda. La Vespa frena ligeramente, luego se pone en marcha de golpe y parte hacia delante con el motor encendido. Babi inclina la cabeza y pasa rozando por debajo de la barra que Fiore se ha apresurado a levantar. Por la avenida de Francia, llega hasta Villa Glori. Pone la Vespa sobre el soporte y entra rápidamente en la villa. Algunas mujeres pasean a sus hijos. Algún atlético muchacho hace footing. Babi se acerca al tercer árbol que hay a la izquierda. Abajo, junto a las raíces, hay un pequeño arbusto. Lo aparta. Bajo él hay escondido un sobre de plástico. Lo coge. Cómplice y feliz vuelve a su Vespa. Lo abre. Dentro hay una bufanda preciosa de cachemira azul claro y una nota: «No lo niegues, no la tienes, / no es normal que no la lleves. / La garganta siempre roja, / natural, pues, que uno tosa. / Bien tapada hasta el gran centro, / de la RAI, sí, justo dentro. / En el patio hay un caballo, / a qué esperas, ¡como un rayo! / Al llegar, cuando allí estés, / lo verás justo a sus pies».
Babi monta sobre la Vespa y sonríe divertida por aquel romántico juego. Se echa al cuello la bufanda. Abriga y es suave. Realmente un bonito regalo. Y útil, visto el frío que hace. Mamá tiene razón. Marco es de verdad un tesoro. Aunque ha sido un poco imprudente. ¿Y si la hubiese encontrado alguien? Pero ha salido bien. Pone en marcha la Vespa y se dirige a toda velocidad hacia la plaza Mazzini. Se para delante del pequeño patio rodeado por una alta verja eléctrica. Babi baja de la moto y entra. El portero la mira con curiosidad. Luego se concentra en un señor con un maletín que le pide una información. Babi se aprovecha. Se acerca al caballo. En la barriga han dibujado una flecha con tiza blanca que apunta abajo. Piensa que Marco está loco. Mira mejor. Hay otro paquete. Lo coge. El portero no se ha dado cuenta de nada. Esta vez encuentra un par de gafas. Unas Ray-Ban preciosas último modelo, pequeñas y rectangulares. Naturalmente, hay otra nota. La próxima etapa es una dirección. Calle «Cola di Rienzo, 48». La Vespa arranca a toda velocidad. En parte gracias al colector que Daniela acaba de cambiar, como hacen todos para que vaya más rápida, pero también a causa de la curiosidad que va en aumento.
Babi llega a la nueva dirección. Es una tienda. La mira estupefacta. Una tienda de ropa interior. Sus sencillos conjuntos de algodón blanco se los compra siempre su madre. Babi entra indecisa. Mira en derredor. Una dependienta joven está detrás del mostrador ordenando unos conjuntos de raso gris recién llegados. Babi vuelve a leer el final de la nota: «Si tu nombre les dirás, / ropa nueva lucirás».
La dependienta se acerca a ella al verla.
—¿Puedo ayudarla?
—Creo que sí, soy Babi Gervasi.
—Ah, sí. —La dependienta le sonríe, simpática—. La estábamos esperando. —Va detrás del mostrador—. Estos son para usted. Elija el que más le guste. —Pone tres conjuntos de ropa interior sobre el mostrador. Los tres son de raso.
El primero es un body negro, con dibujos transparentes sobre el pecho y unos finos tirantes. El segundo es un dos piezas rosa pálido con dibujos transparentes ligeramente más claros. El último es de color ciruela, con unos tirantes ligeros y la braguita con la pernera alta. Babi los mira. Se detiene en cada uno de ellos sin atreverse a levantar la cabeza. Tiene vergüenza. La dependienta lo advierte y trata de echarle una mano.
—Creo que éste es el más adecuado para usted. —Coge la parte de arriba del conjunto rosa pálido y se lo enseña—. Tiene usted la piel muy clara, le quedará muy bien.
Babi alza tímidamente la mirada.
—Sí, estoy de acuerdo. Entonces me quedo con éste. Gracias.
Babi se aleja del mostrador esperando que aquella dependienta tan solícita se lo envuelva; mira a su alrededor en la tienda. Un frío maniquí luce un conjunto muy sexy. Babi se imagina con él puesto. Le parece natural, después de aquella dramática elección.
—¿Señorita? —Babi se vuelve hacia la dependienta—. El muchacho que vino, que imagino es su novio…
—Sí, en cierto modo.
—Me dijo que, después de haber elegido el conjunto tenía usted que ponérselo.
—Pero… ¿de verdad…?
—Si no, me prohibió terminantemente que le diera el próximo mensaje. Eso me dijo…
—Entiendo. Gracias.
Babi coge el conjunto rosa y se dirige al probador. La dependienta atraviesa la tienda y le da una bolsa.
—Tenga, puede meter aquí dentro el que lleva puesto.
Babi se cambia. A continuación se mira al espejo. La dependienta tenía realmente razón. Aquel dos piezas le sienta de maravilla. Un pensamiento le cruza la mente. ¿Qué dirá mi madre cuando vea esto entre la ropa para lavar? Tengo que decir que el regalo me lo ha hecho Pallina, así, para bromear. Tal vez con Cristina y con alguna amiga más. Babi se viste de nuevo y sale del probador. La dependienta se fía. Sin mirar dentro de la bolsa, le da el nuevo mensaje. La dependienta, soñando con los ojos abiertos, la contempla mientras se aleja. Es lo bastante guapa como para que alguien quiera hacer con ella también aquel juego divertido. Tal vez aquella noche reproche a su novio no tener toda aquella fantasía. En cualquier caso, hay que darse prisa. Ciertas locuras sólo son verdaderamente divertidas a una cierta edad.
A Babi le cuesta un poco entender cuál es la siguiente etapa. Al final, va a Due Pini. En el jardín que hay junto a su colegio hay un banco donde a menudo se ha besado con Marco. Allí abajo encuentra un sobre con un billete de la lotería de Agnano y con un nuevo mensaje. La caza continúa. Va a una pequeña joyería del centro y allí se ve obligada a cantar una canción delante de algunos clientes. Una dependienta le entrega unos pendientes preciosos de turquesas con otra nota. En Benetton le espera una chaqueta con una falda burdeos. El mensaje siguiente la conduce hasta una tienda de la calle Veneto donde, resolviendo un acertijo, recibe un par de preciosos zapatos de piel a juego con el vestido. De aquí la caza la lleva hasta la calle de Vigna Stelluti. La vieja florista que hay antes de la plaza a la derecha le tiende una bella orquídea y otro mensaje. En Euclide, allí cerca, le han pagado su pastel preferido. Mientras Babi se come una de aquellas tartas con la crema y los trozos de fruta por encima, la cajera le da la última nota: «Engullida ya la tarta, / ¿hay quizá algo que falta? / ¿O estás ya un poco harta? / Si es el centro de tu vida, / vete al punto de partida».
Babi se traga el último trozo de tarta, el central, el que tiene en medio un grano de uva. Se limpia la boca antes de salir. Pone en marcha la Vespa y desciende por la calle Vigna Stelluti. Si su madre la viera ahora, casi no podría reconocerla. Lleva puesto un traje burdeos precioso, unos elegantes zapatos de piel, unas Ray-Ban pequeñas, unos pendientes espléndidos de turquesas, una orquídea en el pelo y en el bolsillo una posible riqueza: el billete de la lotería. Ahora Babi lleva también una cálida bufanda de cachemira alrededor del cuello. Babi da la vuelta en la plaza Euclide y se para delante de la verja de Villa Glori. Justo donde ha empezado la caza del tesoro. Reconoce el GT azul. Se apresura a entrar. Marco está allí, apoyado en un árbol. Babi llega corriendo hasta él y lo abraza. Marco saca de detrás de la espalda una rosa que había tenido escondida hasta aquel momento.
—Toma, cariño. Feliz aniversario.
Babi mira encantada la rosa. Luego le rodea de nuevo el cuello con los brazos y lo besa apasionadamente. Está realmente enamorada. ¿Cómo no estarlo después de todo aquello? Marco la aparta ligeramente, sujetándola por los hombros.
—Déjame ver… Estás guapísima vestida así. Estás muy elegante. Pero ¿quién te ha elegido todas estas cosas?
Marco le arregla la bufanda azul alrededor del cuello. Babi lo mira sonriendo con sus grandes ojos azules.
—Tú, cariño.
Marco la abraza y se encaminan hacia la salida.
—¿Puedes dejar la Vespa aquí?
—¿Por qué? ¿Adónde vamos?
—A tomarnos un aperitivo y luego tal vez a comer algo.
—Tengo que avisar a mi madre.
Babi sube al GT. Marco se ocupa amablemente de poner el seguro en la rueda delantera de la Vespa. Luego sube al coche y se aleja veloz en el tráfico de la noche. Babi llama a su madre. Está jugando a las cartas en casa de los Bonelli. Raffaella está tan concentrada en el juego que escucha distraída lo que le dice Babi. Van a comer una pizza. Va Marco con ella pero, por supuesto, también un grupo de amigos. Deja la Vespa en casa de Pallina, la recogerá mañana. Marco le ha regalado una bufanda. Puede que sea justo esta última noticia la que pone contenta a Raffaella. Babi tiene permiso para ir.
Comen en el Matriciano, una pizzería-restaurante en la calle de los Gracchi en Prati, muy famoso porque lo frecuentan actores y personajes famosos.
Hablan de la caza al tesoro. Babi le dice cuánto se ha divertido. Cuánto le ha gustado todo, cuánto la habrían envidiado sus amigas. Marco le resta importancia, pero no consigue ocultar hasta qué punto aquella idea le hace sentirse orgulloso.
Bromea contándole que fue a Villa Glori, preocupado por que ella no hubiera entendido algún mensaje y por que no llegara nunca. Babi finge ofenderse. Marco le sonríe. Babi se toca el pelo. Él le acaricia la mano. Entra un actor conocido con una guapa muchacha que todavía no es famosa. Lo será muy pronto, al menos en «Novella 2000», a juzgar por cómo se comporta. Un camarero saluda al actor y le encuentra de inmediato un sitio. Babi nota su presencia. Se gira varias veces para mirarlo y se lo dice también a Marco. Él le llena la copa fingiendo suficiencia e indiferencia ante la noticia. La mayor parte de las personas del local se reprime y se comporta como Marco. Alguno no lo resiste y se vuelve a mirarlo. Algún otro lo saluda, jactándose de que es amigo suyo. El actor devuelve los saludos, luego confiesa a su bella acompañante que no conoce a aquella gente. Ella ríe más o menos sincera. Tal vez llegue de verdad a ser una discreta actriz. Muchos siguen comiendo como si lo vieran todos los días. En realidad no se entiende muy bien por qué el Matriciano tiene tanto éxito. La gente va para ver a los famosos pero luego, cuando éstos llegan, hacen como que no los ven.
Más tarde dan un breve paseo por el centro. Entran en Giolitti y se toman un helado. Babi casi riñe con el camarero para que le ponga doble ración de nata. Marco paga un suplemento con tal de contentarla. Después, hablando aún sobre el helado, el camarero, Giolitti y la ración doble de nata acaban casi sin darse cuenta en casa de Marco. Abren con cuidado la puerta para no despertar a sus padres. Andan de puntillas hasta su habitación. Cierran la puerta y con un poco de tranquilidad encienden la radio. Mantienen bajo el volumen. Un tierno beso los lleva hasta la cama. En Tele Radio Stereo una cálida voz femenina anuncia otro disco romántico. Un poco de luna entra insolente por la ventana. En aquella mágica penumbra, Babi se deja acariciar. Lentamente, Marco recupera el vestido que le ha regalado. Ella se queda en ropa interior. Él la besa entre el cuello y los hombros, acariciándole el pelo, le roza el pecho, el vientre pequeño y liso. Luego se incorpora y la mira.
Babi está allí, bajo él. Tímida y ligeramente asustada, lo mira. Marco le sonríe. Sus dientes blancos se asoman en la penumbra.
—Estaba seguro de que elegirías este conjunto. Es precioso.
Babi abre los labios. Marco se inclina sobre ella para besarla. Ella, casi inmóvil, delicada y suave, acoge su beso. Aquella noche, en Tele Radio Stereo, ponen las canciones más bonitas que jamás se hayan compuesto. O, al menos, así les parece a ellos. Marco es dulce y tierno e insiste un buen rato para obtener algo más. En vano. Sólo tiene el placer y la suerte de ver cómo está sin la parte de arriba, eso es todo. Más tarde la lleva a casa. La acompaña hasta la puerta y la besa tiernamente disimulando aquella extraña rabia. Después regresa conduciendo veloz en la noche. Recuerda aquella canción de Battisti que hablaba de una muchacha que es igual a una tarta de nata montada. Una muchacha feliz de que no se la hayan comido.
—Sí, prácticamente como ella, y yo he probado sólo una cucharada.
Piensa en toda la caza al tesoro, en lo que se ha gastado. El tiempo que ha empleado para componer aquellas frases en rima. Los sitios que ha elegido y todo lo demás. Entonces da la vuelta y decide ir al Gilda. Otro pensamiento acaba barriendo hasta el último escrúpulo. Por si fuera poco, Babi ha conseguido incluso el helado con la doble ración de nata.