Diecisiete

En la plaza Euclide, delante de la salida del Falconieri, hay algunos coches parados en doble fila. Tras ellos algunos conductores, llenos de obligaciones y sin hijos que van a aquel colegio, se pegan al claxon: el habitual y terrible concierto posmoderno.

Algunos muchachos con Peugeot y SH 50 se paran justo delante de la escalera. También Raffaella llega en ese momento. Encuentra un pequeño hueco al otro lado de la calle, enfrente de la gasolinera que hay antes de la iglesia, y se mete en él con su Peugeot 205 cuatro puertas. Palombi la reconoce. Recordando la noche anterior, decide que es mejor poner tierra por medio.

Se une al grupo de muchachos que hay a los pies de la escalera. Argumento del día: la fiesta de Roberta y los que se colaron en ella. Algún muchacho cuenta su propia versión de los hechos. Debe de ser cierta a juzgar por las marcas de los golpes que le asestaron. Al menos es verdad que ha ido y que ha recibido lo suyo, el resto puede que hasta se lo invente. Brandelli se acerca a ellos.

—Hola, Chicco, ¿cómo va?

—Bien —miente descaradamente.

Su amigo, sin embargo, le cree. Chicco se ha convertido ya en todo un experto en cuestión de mentiras. Las ha probado de todos los tipos esa misma mañana, cuando su padre ha visto el estado en el que había quedado el BMW. Lástima que su padre no sea tan crédulo como su amigo. No se tragó en lo más mínimo la historia del robo. Cuando Chicco decidió contarle entonces la verdad, su padre se enfadó realmente. En efecto, pensándolo bien, toda aquella historia es absurda. «Esos tipos son absurdos, —pensó Chicco—. Destruirme el coche de ese modo… Aunque mi padre no me crea, se lo demostraré. Encontraré a esos gamberros, descubriré sus nombres y los denunciaré. ¡Eso haré! ¡Bien! Antes o después los encuentro, seguro».

Chicco se queda paralizado. Sus deseos se han visto realizados en menos que canta un gallo. Pero él no parece muy feliz. Step y Pollo aparecen a toda velocidad en la curva con las motos inclinadas y muy próximas. Reducen la marcha y adelantan a un coche. Luego se detienen a unos metros de Brandelli. Chicco, antes de que Step lo reconozca, se da la vuelta. Sube a su Vespa, el único medio del que ahora dispone, y se aleja rápidamente. Step se enciende uno de los cigarrillos que le han birlado a Martinelli y se dirige a Pollo.

—¿Estás seguro de que es aquí?

—Claro que sí. Lo he leído en su agenda. Ayer quedamos en ir a comer juntos.

—Menudo estás hecho. Pero si no tienes un euro. ¿Cómo te puedes permitir esas generosidades?

—Pero bueno, ¿qué quieres? Te he llevado hasta el desayuno. ¡Así que cierra la boca!

—Sí, por dos miserables sándwiches.

—Ah, ¿miserables? Dos sándwiches al día, suman un capital a final de mes. En cualquier caso, no te preocupes, se ha ofrecido ella, soy su invitado, no pago.

—Qué morro tienes, has encontrado incluso la rica que te ofrece. ¿Cómo es?

—Mona. Me parece que incluso simpática. Un poco extraña, tal vez.

—Algo extraño tiene que tener si decide ir a comer contigo e invitarte. ¡O es extraña o es un monstruo!

Step suelta una carcajada.

Suena el timbre de la última hora. En lo alto de las escaleras aparecen unas muchachas. Todas visten más o menos de uniforme. Rubias, morenas, castañas. Bajan a saltos, deprisa, lentas o en grupo. Charlando. Alguna contenta porque la interrogación ha ido bien. Otra cabreada por la mala nota del ejercicio que han hecho en clase. Algunas miran esperanzadas al chico que acaban de conquistar o a aquel que las ha dejado confiando en hacer las paces. Otras, menos agraciadas, controlan si está ese tan guapo, ese que les gusta a todas ellas, las menos afortunadas. Ese que seguramente acabará saliendo con una de otra clase. Algunas chicas que han ido al colegio en motocicleta se encienden un cigarrillo. Daniela baja deprisa los últimos escalones y se dirige corriendo hacia Palombi. Raffaella ve a su hija y toca el claxon. Le hace una señal para que suba de inmediato al coche. Daniela asiente pero antes se acerca a Palombi y lo saluda con un beso apresurado en la mejilla.

—Hola, ha venido mi madre, me tengo que ir. ¿Hablamos hoy por la tarde? Me tienes que llamar a casa porque el móvil allí no funciona…

—Vale. ¿Cómo va la mejilla?

—¡Mejor, mucho mejor! Me voy, no me gustaría tener una recaída.

Salen las otras clases. Al final les toca a las del último año.

Babi y Pallina aparecen en lo alto de las escaleras. Pollo le da una palmada a Step.

—Mira, es ésa.

Step mira hacia arriba. Ve a algunas chicas más mayores que bajan las escaleras. Entre ellas reconoce a Babi. Se vuelve hacia Pollo.

—¿Cuál es?

—Ésa con el pelo negro y suelto, ésa menuda.

Step vuelve a mirar hacia arriba. Debe de ser la chica que está junto a Babi.

No sabe por qué, pero se alegra de que no sea Babi la tipa extraña que lleva a comer a Pollo, invitándole, además.

—Mona, pero yo conozco a la que va a su lado.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo?

—Me duché con ella ayer por la noche.

—Pero ¿qué coño dices…?

—Te lo juro. Pregúntaselo.

—¿Crees de verdad que se lo puedo preguntar? Qué hago, voy hasta ella y le digo: «perdona, ¿ayer te duchaste con Step?». ¡Vamos!

—Entonces se lo digo yo.

Pallina está considerando con Babi los diversos modos de enseñarle la comunicación a Raffaella, cuando ve a Pollo.

—¡Oh, no!

Babi se vuelve hacia ella.

—¿Qué pasa?

—Ahí está el que ayer me robó la paga de la semana.

—¿Cuál es?

—El que está ahí abajo.

Pallina indica a Pollo. Babi mira en esa dirección. Pollo está de pie y, a su lado, sentado en la moto, está Step.

—¡Oh, no!

Pallina mira preocupada a su amiga.

—¿Qué pasa? ¿También a ti te ha robado dinero?

—No, su amigo, el que está a su lado, me metió bajo la ducha.

Pallina asiente, como si el hecho de que unos tipos les roben en el bolso y las metan bajo la ducha fuera la cosa más normal del mundo.

—¡Ah, entiendo, no me lo habías dicho!

—Esperaba olvidarlo. Vamos.

Bajan decididas los últimos escalones. Pollo se acerca a Pallina. Babi deja que se expliquen y se dirige a Step.

—¿Qué haces aquí? ¿Se puede saber a qué has venido?

—¡Eh, calma! Antes que nada, éste es un sitio público y, además, he venido a acompañar a Pollo que hoy sale a comer con ésa.

—Da la casualidad de que «ésa» es mi mejor amiga. Y que Pollo en cambio es un ladrón, dado que ayer le robó el dinero.

Step la imita:

—Da la casualidad de que Pollo es mi mejor amigo y que no es un ladrón. Es ella la que lo ha invitado a comer y, entre otras cosas, paga tu amiga. Eh, pero ¿por qué eres tan ácida conmigo? ¿Qué pasa, estás enfadada porque no te invito a comer? Te llevo si quieres. ¡Basta con que pagues tú!

—Lo que hay que oír…

—Entonces hacemos así: tú mañana traes dinero, reservas en un buen sitio y yo tal vez pase a recogerte… ¿De acuerdo?

—¡Figúrate si yo voy contigo!

—Bueno, ayer por la noche fuiste, y hasta me abrazabas.

—Cretino.

—Venga, monta que te acompaño.

—Imbécil.

—¿Es posible que sólo sepas decir palabrotas? ¡Una buena chica como tú con el uniforme, que viene aquí al Falconieri toda modosita y luego va y se comporta así! ¡No está bien, no!

—Gilipollas.

Pollo se acerca justo a tiempo de oír ese último cumplido.

—Veo que os estáis haciendo amigos. Entonces, ¿venís a comer con nosotros?

Babi mira sorprendida a su amiga.

—¡Pallina, no me lo puedo creer! ¿Vas a comer con ese ladrón?

—Bueno, al menos recupero algo, ¡paga él!

Step mira a Pollo.

—¡Qué canalla…! Me habías dicho que te invitaba ella.

Pollo sonríe a su amigo.

—Bueno, de hecho, así es. Ya sabes que yo no miento nunca. Ayer le robé su dinero y pago con eso. Así que, en un cierto sentido, paga ella. ¿Qué hacéis entonces, venís o no?

Step, con aire insolente, mira a Babi.

—Lo siento, tengo que ir a comer a casa de mi padre. Pero no desesperes. ¿Quedamos mañana?

Babi trata de controlarse.

—¡Nunca!

Pallina monta detrás de Pollo. Babi la mira amargada, se siente traicionada. Pallina intenta calmarla:

—¡Nos vemos más tarde, paso por tu casa!

Babi hace ademán de irse, pero Step la detiene.

—Eh, espera. Si no me toman por mentiroso. Dilo, por favor. ¿Es verdad o no que ayer nos duchamos juntos?

Babi se libera.

—¡Vete a la mierda!

Step le sonríe a Pollo.

—¡Es su modo de decir que sí!

Pollo sacude la cabeza y se marcha con Pallina. Step se queda mirando a Babi mientras cruza la calle. Camina con paso resuelto. Un coche frena para no atropellarla. El conductor toca el claxon. Babi, sin ni siquiera volverse, sube al coche.

—¡Hola, mamá!

Babi le da un beso a Raffaella.

—¿Ha ido bien el colegio?

—Estupendamente —miente. «Recibir un dos en latín y una comunicación en el cuaderno no es, lo que se dice, ir estupendamente».

—¿No viene Pallina?

—No, va por su cuenta.

Babi piensa en su amiga, que va a comer con aquel tipo, Pollo. Absurdo. Raffaella toca el claxon, exasperada.

—Pero bueno, ¿se puede saber qué hace Giovanna? Daniela, te dije que se lo dijeras.

—Aquí está, llega ahora.

Giovanna, una muchacha rubia algo lánguida, cruza lentamente la calle y sube al coche.

—Perdone, señora.

Raffaella no dice nada. Mete la primera y se pone en marcha. La violencia con la que arranca es de por sí bastante elocuente. Daniela mira por la ventanilla. Su amiga Giulia habla con Palombi delante del colegio. Daniela se enfada.

—¡No es posible! Cada vez que me gusta uno Giulia se tiene que poner a hablar con él y a comportarse como una idiota. Mira que es increíble. Parece que lo haga adrede. Antes odiaba a Palombi y ahora, se pone a hablar con él.

Giulia ve pasar el Peugeot. Saluda a Daniela y le indica con un gesto que la llamará por la tarde. Daniela la mira con odio y no le responde. Luego se vuelve hacia su hermana.

—Babi, ¿Step ha venido a recogerte?

—No.

—¿Cómo que no? He visto que hablabais.

—Pasaba por casualidad.

—Bueno, podías haber vuelto con él. ¡Aquí está!

Justo en ese momento, Step pasa a toda velocidad con su moto junto al Peugeot. Raffaella vira de golpe asustada. Inútilmente. Step no la habría tocado jamás. Calcula siempre la distancia al milímetro.

La Honda 750 se dobla dos o tres veces rozando a los otros coches. Acto seguido, Step, con las Ray-Ban oscuras en los ojos, se vuelve ligeramente y sonríe. Está seguro de que Babi lo mira. De hecho, no se equivoca. Step reduce y sin detenerse en el semáforo rojo emboca la calle Siacci a toda velocidad. Un coche que viene por su derecha toca el claxon, cargado de razón. Un guardia no alcanza a ver bien la matrícula. La moto desaparece adelantando a otros coches. Raffaella se detiene en el semáforo y se vuelve hacia Babi.

—Como se te ocurra subir detrás de ese tipo no sé lo que te hago. Es un cretino. ¿Has visto cómo conduce? Mira, Babi, no bromeo, no quiero que vayas con él.

Puede que su madre tenga razón. Step conduce como un loco. Y sin embargo, anoche, cuando iba detrás de él con los ojos cerrados, en silencio, no tuvo miedo. Al contrario, le gustó ir con él. Babi abre la bolsa de la compra y arranca un trozo de pizza blanda. No siempre se puede uno controlar. Luego, movida por un impulso de total transgresión, decide que aquel es el momento adecuado.

—Mamá, la profesora Giacci me ha dado una nota para ti.