Cuarenta y uno

La primera «A» es demasiado redonda, la segunda tiene el rabito demasiado largo, luego demasiado bajo, después la caligrafía es demasiado fina. Babi intenta de nuevo imitar la firma de su madre. Llena algunas hojas del cuaderno de matemáticas.

—¿Dani? ¿Crees que ésta puede pasar por la firma de mamá?

Daniela mira el último de sus intentos. Se queda un tanto pensativa.

—Mamá hace el apellido más largo. No, no lo sé. Hay algo extraño. Eso es. La «G» resulta demasiado delgada, le has hecho el redondel demasiado pequeño. Mamá empieza siempre el apellido con una «G» mucho más gruesa. Mira. —Abre su diario y le enseña a su hermana una firma auténtica—. ¿Lo ves?

Babi la observa por un momento comparándola con la que ha hecho ella.

—A mí me parecen idénticas. Eso es porque lo sabes.

Se marcha más tranquila a su habitación.

—Haz lo que quieras pero creo que la «g» es demasiado pequeña. Además, no entiendo por qué me preguntas lo que pienso si luego haces siempre lo que te da la gana.

Cierra la puerta.

Babi coge el diario en la página de la justificación. Donde figura el motivo de la ausencia escribe: «Razones de salud». En el fondo, es cierto. La idea de no poder escapar con Step le habría hecho estar mal. Luego llega el momento de la firma. Vuelve a ponerse seria. Prueba una vez más sobre una hoja que hay junto a ella. Debajo de decenas de Raffaella Gervasi. Esta última le sale aún mejor. Es perfecta. Vaya, podría falsificar incluso los cheques, comprarse la SH 50. Se da cuenta de que está exagerando. En realidad, no necesita dinero, sólo una justificación. Coge la pluma y se lanza sin vacilar. Comienza por la «R» y prosigue, deslizándose con la mayor naturalidad posible hasta llegar al último puntito sobre la «I». Acto seguido, aún temblorosa a causa de la concentración, de la dificultad de copiar, de escribir exactamente como su madre, mira lo que ha escrito. Ha salido todavía mejor. Increíble. Tal vez el apellido esté un poco movido. Lo compara con el resto de las firmas de su madre que tiene en el diario. No hay una gran diferencia. Tampoco ningún signo impreciso. Y otra cosa, además, juega a su favor: a primera hora tiene a la profesora de matemáticas, la Boi. Gafas gruesas, una cara alargada y risueña. Incluso aquella vez, cuando pidió disculpas a la clase por haber perdido los deberes, les rogó que no se lo dijeran a nadie. Ese día Pallina estaba convencida de haber sacado al menos un siete. Según ella, ese era el motivo de que la Boi los hubiera perdido. Lo hizo adrede para no darle el gusto. Pallina está convencida de que todos los profesores se la tienen jurada a ella y a sus notas. Babi cierra el diario. Ahora está más tranquila. Sólo la Boi controlará aquella firma y es imposible que note que aquella firma es falsa. Se pone a estudiar. De repente, experimenta una extraña sensación. Mira en derredor pero no nota nada. Sigue con los deberes. Si hubiese mirado el horario con más atención habría entendido el motivo de su inquietud. A segunda hora tiene clase con la Giacci.