Cuarenta

—Para.

Babi grita y se sujeta con fuerza a la cintura de Step. La moto le obedece y casi frena en seco.

—¿Qué pasa?

—Ahí está mi madre.

Babi indica el Peugeot de Raffaella aparcado un poco más allá, frente a la escalinata del Falconieri. Faltan apenas unos minutos para la una y media. Tiene que intentarlo. Besa a Step en los labios.

—Hasta luego, te llamo esta tarde.

Se aleja agachándose por detrás de la fila de coches aparcados. Al llegar delante del colegio, se yergue lentamente. Su madre está allí, a pocos metros de ella, la puede ver perfectamente a través del cristal de un Mini. Entretenida con algo que tiene en su regazo. Raffaella alza la mano derecha y la observa. Babi comprende. Se está arreglando las uñas. Babi se acuclilla junto al coche, vuelve a mirar el reloj. No puede faltar mucho. Mira a su derecha, al final de la calle. Step se ha marchado. A saber lo que pensará de mí. «Lo llamaré más tarde». De repente cae en la cuenta de que no puede hacerlo. No tiene su número de móvil. Ni siquiera sabe dónde vive. Suena el timbre de salida. Las alumnas más pequeñas empiezan a bajar las escaleras. Otro timbre. Es el turno de las de segundo y luego de las de tercero. Chicas más mayores. Una la mira con curiosidad. Babi se lleva el dedo a los labios, pidiéndole que guarde silencio. La chica mira hacia otro lado. Están habituadas a todo tipo de secretos. Finalmente le llega el turno a su clase. Su madre sigue distraída, puede que ocupada con una uña rota. Es el momento de ir hasta el coche. Babi sale de su escondite y se mezcla con el resto de las alumnas. Saluda a algunas y luego, procurando no ser vista, echa una ojeada al coche. Raffaella no se ha dado cuenta de nada. Lo ha conseguido.

—¡Babi!

Pallina corre hacia ella. Las dos amigas se abrazan.

Babi la mira preocupada.

—¿Cómo ha ido? ¿Han descubierto algo?

—No, todo está bajo control.

Ten, son los deberes que han puesto para hoy. Están también las interrogaciones. No falta detalle, podrías contratarme como secretaria. Bueno, ¿te has divertido?

—Muchísimo. —Babi mete la hoja en su bolsa y le sonríe a su amiga.

—Déjame adivinar… —Pallina la observa por un momento—. Desayuno en Euclide de Vigna Stelluti. Capuccino y buñuelo con nata.

—Casi, casi. Lo mismo pero en el de la Flaminia.

—¡Claro! Mucho más discreto. Preciso. Luego fuga a Fregene y sexo desenfrenado en la playa, ¿me equivoco?

—¡Has acertado!

Babi se aleja sonriéndole.

—¿Fregene o el resto?

—Sólo te digo que has adivinado una cosa.

Sube al coche mintiendo a su amiga y dejándola allí, frente al colegio, muerta de curiosidad. En realidad se ha equivocado sobre las dos.

—Hola, mamá.

—Hola. —Raffaella deja que Babi le dé un beso en la mejilla. La situación parece tranquila—. ¿Cómo ha ido el colegio?

—Bien, no me han preguntado. Llega también Daniela.

—Podemos irnos. Giovanna ha dicho que de ahora en adelante volverá a casa por su cuenta.

El Peugeot arranca. Aquella noticia las ha llenado a todas de felicidad. No tendrán que volver a esperarla. Mientras están paradas en el semáforo de plaza Euclide, Babi siente de repente que algo le pincha. Sin que la vean se mete la mano por la camiseta. Aprisionada en el sostén hay una pequeña espiga dorada. La suelta y la mete en el diario. Luego la contempla por un momento. Aquel pequeño gran secreto. Step le ha acariciado el pecho. Sonríe y justo cuando se pone verde lo ve. Está allí, parado a la derecha de la plaza. Hace ondear, riéndose, una bandera inglesa, su bandera. ¿Cuándo se la habrá robado? Entonces cae en la cuenta de la cosa más importante. Step es igual que Pollo, los dos roban. Hasta ahora no lo había pensado. Sale con un ladrón.