Aquel día. Apenas ocho meses después.
Poppy y sus amigos están delante del café Fleming, ríen y bromean mientras beben cerveza. Alguno come pizza, todavía humeante, lamiendo los bordes laterales para evitar que chorree el tomate. Algún otro fuma un cigarrillo. Unas muchachas escuchan divertidas la historia de un tipo que gesticula demasiado, contando la pelea que ha tenido con su jefe: lo han despedido pero, finalmente, se ha dado el gusto. Le ha roto todas las botellas del local, la primera, además, en un modo particular.
—¿Sabéis lo que hice? Me había tocado los huevos hasta tal punto que en lugar del preaviso lo que hice fue darle un botellazo en la cabeza.
Annalisa también está allí. La noche de la paliza no llamó a Stefano, no hizo nada por verlo. Pero no importa. Step no es el tipo que sufre de soledad. Desde entonces no ha vuelto a tener noticias de ninguno de ellos. Así que, un tanto preocupado, es él el que va a buscarlos.
—Poppy, amigo mío, ¿cómo estás?
Poppy mira al tipo desconocido que le sale al encuentro. Le resulta familiar, esos ojos, el color del pelo, las facciones de la cara, pero no consigue acordarse. Es de complexión fuerte, tiene los brazos gruesos y un bonito tórax. Step, viendo su mirada interrogativa, le sonríe, tratando de hacerle sentir a sus anchas.
—Hace mucho que no nos vemos, ¿eh? ¿Cómo te va?
Step rodea los hombros de Poppy con el brazo, amistosamente.
El Siciliano, Pollo y Lucone, encantados de acompañarlo, se meten en medio del grupo. Annalisa, aún sonriente, se topa con la mirada de Step. Es la única que lo reconoce. La sonrisa, poco a poco, se borra de sus labios. Step deja de mirarla y se concentra totalmente en su amigo Poppy, quien sigue con los ojos clavados en él, perplejo.
—Perdona, pero en este momento no me acuerdo.
—Pero ¡cómo es posible! —Step le sonríe manteniendo el abrazo, como si se tratara de dos viejos amigos que hace mucho tiempo que no se ven—. Me haces sentir mal. Espera. Puede que te acuerdes de esto. —Saca el gorro del bolsillo de sus vaqueros.
Poppy mira aquel viejo gorro de lana, luego la cara sonriente de aquel tipo robusto que lo abraza. Sus ojos, ese pelo. Claro. Es el memo al que dio una buena tunda hace ya mucho tiempo.
—¡Coño!
Poppy prueba a deshacerse del brazo de Step, pero la mano de él lo aferra como un rayo por el pelo, bloqueándolo.
—Nos falla la memoria, ¿eh?
Y atrayéndolo hacia él, le da un cabezazo bestial que le rompe la nariz. Poppy se inclina hacia delante, metiendo la cabeza entre las manos. Step le da una patada en la cara, con todas sus fuerzas. Poppy retrocede casi con un salto y va a dar contra el cierre, produciendo un ruido metálico.
Step le salta encima en un abrir y cerrar de ojos, antes de que caiga al suelo lo sujeta con una mano por la garganta. Con la derecha le asesta una serie de puñetazos, golpeándolo de arriba abajo, sobre la frente, abriéndole la ceja, partiéndole el labio. Da un paso hacia atrás y le asesta una patada en plena tripa que lo deja sin respiración.
Algunos de los amigos de Poppy tratan de intervenir, pero el Siciliano se apresura a impedirlo.
—Eh, calma, quédate donde estás y pórtate como se debe.
Poppy está en el suelo, Step descarga sobre él un sinfín de patadas sobre el pecho, en la tripa. Poppy prueba a acurrucarse, cubriéndose la cara, pero Step es inexorable. Lo golpea allí donde encuentra un espacio, luego empieza a pisotearlo desde arriba. Levanta la pierna y descarga una patada con el tacón. Seca, con fuerza, sobre la oreja, que se corta enseguida, sobre los músculos de las piernas, sobre las caderas, casi saltándole encima, con todo su peso. Poppy, arrastrándose a cada golpe, avanzando a saltos, pronuncia un patético: «¡Basta, basta, te lo suplico!», atragantándose con la sangre que, desde la nariz, le fluye directamente a la garganta, y escupiendo aquel poco de saliva que le chorrea del labio ya completamente abierto y sangrante.
Step se detiene. Recupera el aliento, dando pequeños saltos, mirando a su enemigo tendido en el suelo, inmóvil, derrotado. Luego se da la vuelta de golpe y se lanza sobre el rubito que tiene a sus espaldas. El mismo que, hace ocho meses, lo sujetaba por detrás. Lo golpea con el codo en plena boca, arrojándose sobre él con todo el peso de su cuerpo. Al tipo le saltan tres dientes. Los dos acaban en el suelo. Step le mete la rodilla entre los hombros. Una vez inmóvil, empieza a darle puñetazos en la cara. Luego lo coge por el pelo y golpea con violencia la cabeza contra el suelo. Dos fuertes brazos lo detienen de repente. Es Pollo. Lo alza, sosteniéndolo por las axilas.
—Vamos, Step, basta ya, vamos, vas a acabar con él.
También el Siciliano y Lucano se acercan. El Siciliano ha tenido ya algún que otro problema más que los demás.
—Sí, vamos, es mejor. Puede que algún gilipollas haya llamado ya a la pasma.
Step recupera el aliento, da media vuelta delante de los amigos de Poppy que lo miran en silencio.
—¡Pedazos de mierda!
Y escupe a uno de ellos que está a su lado con un vaso de Coca-Cola en la mano, acertándole de lleno en la cara. Pasa por delante de Annalisa y le sonríe. Ella trata de corresponderle con algo de miedo, sin saber muy bien qué hacer. Mueve imperceptiblemente el labio superior, lo que da lugar a un extraño mohín. Step y sus amigos montan sobre sus Vespas y se alejan. Lucone conduce como un loco, llevando de paquete al Siciliano, gritan y se ladean arriba y abajo, dueños de la carretera. Luego se acercan a Pollo, que lleva a Step detrás.
—Coño, te podías haber tirado a la rubia… Ésa no te decía que no.
—Qué exagerado eres, Lucone. Siempre tienes que hacerlo todo a la vez. Con calma, ¿no? Hay que saber esperar. Cada cosa tiene su momento.
Aquella noche, Step va a casa de Annalisa y sigue el consejo de Lucone. Repetidas veces. Ella se excusa por no haberlo llamado antes, jura que lo siente, que debería haberlo hecho pero que ha tenido muchas cosas que hacer. Annalisa lo llama a menudo durante los días siguientes. Pero Step está tan ocupado que ni siquiera tiene tiempo de responder al teléfono.