DIFUNDIENDO LA NOTICIA
«Completamente bien», aunque todavía con trabajo pendiente por lo que a la maquinaria se refería. A los pocos días de que me trasladaran a la unidad de rehabilitación ambulatoria llamé a Eben IV a la universidad. Me contó que estaba trabajando en un artículo para uno de sus cursos de neurociencias. Me ofrecí a ayudarlo, pero no tardaría mucho en lamentarlo. Me resultaba mucho más difícil concentrarme de lo que había esperado y una terminología que creía plenamente recobrada se negaba de pronto a acudir a mi cabeza. Descubrí con consternación que el camino que debía recorrer aún era muy largo.
Pero poquito a poco, lo fui haciendo. Un día, al despertar, me encontraba en posesión de continentes enteros de conocimientos médicos y científicos de los que carecía el anterior. Fue uno de los aspectos más insólitos de mi experiencia: abrir los ojos una mañana y descubrir que una buena parte de los frutos de una vida entera de investigación y experiencia volvían a estar en su sitio.
Aunque mis conocimientos sobre las neurociencias regresasen lenta y tímidamente, mis recuerdos sobre lo que había sucedido durante la semana que había pasado fuera de mi cuerpo presidían mi memoria con asombrosa claridad y fuerza. Lo que me había sucedido más allá del reino de lo terreno era la causa directa de la felicidad que me invadía desde el momento de mi despertar, y este estado de beatitud se negaba a abandonarme. Sentía una felicidad delirante porque volvía a estar con la gente a la que amaba, pero también porque —para expresarlo con toda la claridad que me es posible— comprendía por primera vez la persona que era en realidad y la clase de mundo en la que habitamos.
Sentía unos deseos tan desbocados como ingenuos de compartir estas experiencias, sobre todo con mis colegas de profesión. A fin de cuentas, lo que había experimentado contradecía las afirmaciones que siempre habían sostenido sobre la naturaleza del cerebro y la conciencia y sobre el sentido de la vida. ¿Cómo no iban a estar ansiosos por conocer mis descubrimientos?
Pues resultó que bastante gente no lo estaba. Sobre todo gente con títulos de medicina.
Cuidado, mis médicos se alegraban muchísimo por mí. «Es maravilloso, Eben», solían decirme, la misma respuesta que había utilizado yo en el pasado con los incontables pacientes que habían tratado de compartir conmigo las experiencias ultraterrenas que experimentaron durante alguna intervención quirúrgica. «Estabas enfermo. Tu cerebro estaba lleno de pus. Cuesta creer que estés aquí para contarlo. Pero tú sabes perfectamente lo que puede llegar a crear el cerebro cuando está en ese estado».
En resumen, que no podían dar crédito a lo que yo intentaba con tal desesperación compartir con ellos.
Pero ¿quién podría culparlos? A fin de cuentas, yo tampoco lo había comprendido… hasta entonces.