La playa, vacía, infinita. Ni siquiera es ya un espacio, sino la superficie inclinada del tiempo donde la memoria se desliza.
Aparecen fragmentos de cosas, de personas, el encuadre cambia sin cesar, a menudo desenfocado. Una joven camina con una niña en brazos. Acaricia con dulzura el cabello oscuro de la niña y la besa en la sien. La cara de la niña, luego la de la joven. El viento le revuelve el pelo sobre el rostro, se lo oculta. Sonríe, mueve los labios. Está diciéndole algo a la niña, pero falta el sonido: sólo hay silencio. Y tiempo. Todo aparece y desaparece en el espacio oblicuo, lejano, inalcanzable. La playa, las nubes, la joven que camina. De repente, ya no se ve nada.