27 de julio

Cuando vuelvo de la playa encuentro tu sobre. Justo ahora que empezaba a pensar menos en ti, que me había acostumbrado a la idea de no volver a verte… No sé por qué a veces me entra mucha prisa por olvidarte y luego, cuando recibo algo tuyo, me doy cuenta de que sería una estupidez que pasara.

Dejo la bolsa de la playa en la entrada y voy a sentarme a la mesa de la terraza. Mi abuela no está, habrá salido, estoy sola en casa. Lo abro sin la ansiedad de las primeras veces, pese a que, nada más verlo, se me escapa una sonrisa. Esta vez hay dos folios. Cojo el primero y tapo el otro: quiero disfrutar de la doble sorpresa.

Miró el primer dibujo y alzo los ojos tratando de comprender esta emoción. La copa del haya ondea con la brisa, el cielo está azul, el aire huele a verano. Es un retrato de mi madre, que me sonríe serena. Lo miro detenidamente y aspiro el aire que me rodea. Acto seguido, me levanto y me dirijo a su habitación, abro las ventanas y dejo que entre el aire, me siento en la cama y lo miro de nuevo. Es precioso. Sus ojos parecen seguirme desde la hoja, su mirada es muy intensa, viva. Por unos segundos vuelves a estar conmigo, en este instante suspendido. Siento tu ausencia y tu presencia a la vez, y permanezco inmóvil durante un rato, absorta en este sentimiento, en esta felicidad serena y dolorosa.

La única fotografía que has podido ver de mi madre es la de su lápida, pero no te has limitado a copiarla, demostrando así tu habilidad. La has hecho para mí. ¿Por qué? ¿Es tu regalo?

Vuelvo a la terraza y cojo el otro folio. Apareces tú en una habitación, probablemente donde vives ahora. Estás sentado en la cama, de perfil, y miras por la ventana abierta. Casi como yo ahora. Es maravilloso que no me olvides.

Cuando estoy a punto de meter los dos dibujos en el sobre descubro que detrás del segundo hay algo: una dirección y un número de teléfono.

El corazón empieza a palpitarme: ¿era esto lo que quería? Trataba de no pensar en ti porque me negaba a desearte. Entro en casa, cojo el móvil de la bolsa, vuelvo a la terraza y me preparo. Me siento y pienso en lo que me gustaría decirte, aunque sé que apenas oiga tu voz lo confundiré todo. Marco el número. Oigo un pitido, una, dos, tres veces. Luego, tu voz.

—Hola —me dice Gabriele al otro lado de la línea.

—Hola —contesto risueña.

Silencio.

—Es precioso, me refiero al retrato de mi madre —le digo emocionada.

Silencio.

—¿Me oyes?

—Sí. ¿Sabes?, tu madre era muy guapa.

—Sí —me limito a decir, y aguardo.

De nuevo un silencio.

—Entonces, el instituto se ha acabado, ¿no? —dice al cabo, y me doy cuenta de que él también está emocionado.

—Pues sí, por fin. No aguantaba más —confieso, sonriendo nerviosa—. ¿Estás trabajando?

—Ahora tenemos un descanso.

Silencio. Únicamente silencio.

—Pienso a menudo en ti —dice al fin, como si fuese un problema que no logra resolver.

—Yo también —le digo sonriente y feliz.