28 de abril

Temía que no me escribieras (dibujases) más, pero hoy he recibido otro sobre del país de Van Gogh. A propósito, ¿has visitado su museo?

Abro poco a poco el sobre, igual que la primera vez: otro dibujo. Pero en esta ocasión también apareces tú. Vamos los dos en tu vespa, de noche. Al fondo, de nuevo el mar. Es la noche del Mouse, ¿verdad? Era estupendo sentirse a salvo, a buen recaudo y a salvo. Desde la muerte de mi madre no había vuelto a sentirme así con nadie. Esa noche ya comprendí muchas cosas de ti, sólo que no quería pensar, creía que no era importante, que se trataba de algo pasajero. ¿Cuánto tiempo estuvimos dando vueltas? Seguro que pasaste mucho frío, y sin embargo no te importaba.

Ahora me pregunto por qué, en lugar de quejarme de que nunca hablabas, no te conté algo de mí, de mi madre, de las cosas que me asustaban. Fuiste mi único amigo, pero no lo entendí enseguida. Qué imbécil.

¿Sabes por qué salí con Giovanni? Pues porque no confiaba en nuestra relación, que en el fondo ni siquiera lo parecía. ¿Qué podía hacer? Podría habértelo explicado si hubieses tenido tiempo, si no hubieses ido siempre a la tuya, si no te hubieses marchado.

Y ahora, ¿qué haces? ¿Trabajas? ¿Eres albañil, como dijiste? Sonrío al pensarlo, porque ni siquiera tú te lo creías cuando repetías con firmeza que era lo único que te gustaba.

Meto el segundo dibujo en una carpeta azul claro que he comprado para guardarlos. Trato de imaginarte en esa ciudad desconocida, pero no lo consigo. Pongo los dibujos uno al lado del otro y vuelvo a mirarlos. Tus palabras están aquí, en los trazos sobre el papel. Son para mí, pero sobre todo para ti. Hiciste bien en marcharte, si era lo que querías, quizá las cosas se entiendan mejor cuando uno está lejos. ¿Te acuerdas de lo que se decía de las parejas que empezaban a salir en la fiesta del instituto? Que lo sepas: nosotros somos parte ya de la estadística. Qué lástima, pues de haber durado habríamos sido la excepción y no la regla.

Ahora debo estudiar. Adiós, Cero.

Tuya,

Zeta