Cuando regreso del instituto encuentro un sobre para mí en la repisa del vestíbulo: sello holandés. No me atrevo a abrirlo. Corro a mi habitación y le grito a la abuela que no tengo hambre, luego me siento en la cama, aún con el chaquetón puesto, y sostengo el sobre en las rodillas como si fuese de cristal. Al final lo abro procurando no romperlo, pues pienso que cuanto más delicada sea más valioso será su contenido. Dentro hay un dibujo: soy yo, en la playa, a mi espalda se ve el mar y, por encima del horizonte, un cúmulo de nubes grises que se adensa. Aparezco de frente mirando a alguien o algo delante de mí. Lo observo y sé qué estoy mirando: te miro a ti. En mis labios aflora una leve sonrisa, varios mechones de pelo bailan delante de mi cara, y mis ojos traslucen cierta timidez. ¿Te miraba así? Vuelvo la hoja, pero no hay nada escrito, ni siquiera una dirección o un teléfono. Nada. Aunque lo has firmado: has puesto Cero en lugar de Gabriele, no quien eres en realidad sino el que todos creyeron que eras. Cojo el sobre y lo examino bien, pero, excepto mi dirección, no hay nada más. Siempre supiste borrar las huellas. Aun así me siento feliz, feliz de que, allá donde estés, pienses en mí, de que sigas imaginándome. Recuerdo muy bien el día que estuvimos en la playa, y hoy el cielo es plomizo como entonces. Nuestra primera cita, aunque esa vez no sabía que lo fuera. Ahora lo sé. Cuando nos besamos olías a tabaco. Después jugamos a las cartas en casa de Petrit. Ahora me siento feliz porque sé que, para hacer este dibujo, al menos has pensado un poco en mí.
¿Sabes que Giovanni no ha pasado de curso? Resulta que con el móvil mandó a sus amigos la foto de una chica de cuarto desnuda y borracha. Cuando ella se enteró, se lo contó a sus padres, que hablaron con el director. Es la hija de Ravelli, el juez. Primero lo denunciaron y después lo suspendieron: esta vez no se saldrá con la suya.
A regañadientes he empezado a estudiar para los exámenes. En clase ya no hablo con nadie y nuestro pupitre sigue siendo de nuestra exclusiva propiedad.
Pero ¿con quién estoy hablando? A la vez que te digo todo esto, me doy cuenta de que no me he movido de la cama, que sigo sentada en ella. Miro tu dibujo y te cuento algunas cosas sobre mí. A continuación me callo, cierro los ojos y trato de recordar tu voz, de volver a ver tu cara. ¿Sabes qué es lo que mejor recuerdo de ti? Cuando, después de haberte fumado un cigarrillo, tirabas la colilla al suelo, la aplastabas con el zapato, te metías las manos en los bolsillos y, con el cuello hundido en el chaquetón, mirabas alrededor y tus ojos traslucían ya lo que evocarías más tarde, papel y lápiz en mano.
Dejo la hoja en el escritorio y sonrío a mi madre, que me mira desde el marco de plata de la mesilla de noche. Acto seguido me levanto, voy a la ventana y aparto la cortina. Hoy el aire es tan gris y cortante que casi parece otro invierno, a pesar de que hace dos días que estamos en primavera. Respiro hondo y pienso que no me has olvidado, que no me has borrado de tu mente. A partir de hoy es primavera.