26 de enero

Hoy en clase no se habla de otra cosa. Apenas entro, Sonia, Ilaria y Silvia callan y me miran, luego veo que Sonia me hace una seña indicándome que tenemos que hablar. En cuanto me siento, Pietro se acerca.

—¿Te has enterado? —me pregunta señalando con la cabeza el sitio vacío a mi lado.

—¿De qué?

—Pues que ayer, mientras salíamos, Giovanni empujó a Cero por la escalera.

—¡¿Qué?! —exclamo estupefacta.

Ilaria y Sonia me miran, pero finjo no darme cuenta.

—Pues sí —prosigue Pietro—, y Cero se cabreó de lo lindo. Lo lanzó contra la pared y parecía dispuesto a molerlo a puñetazos —explica riendo.

«Pobre idiota —pienso—, pringado y encima sádico».

—¿Y luego? —le pregunto.

—Nada, Cero lo aplastó contra la pared y le dijo algo. Pero no le pegó. —Hace una pausa y se ve que todavía le entra la risa—. Giovanni se cagó de miedo —dice lanzando una ojeada a Sonia, que nos mira—, pensaba que Cero lo esperaría fuera. El muy gilipollas se largó en su moto como alma que lleva el diablo —comenta con sarcasmo.

—¿Y por qué lo empujó Giovanni? —le pregunto bajando la voz.

—No lo sé. Gori, el de primero, dijo que, mientras bajaba la escalera, Cero se acercó a Giovanni y le dijo algo, y luego vino el empujón.

—¿Qué le dijo? —me apresuro a preguntar.

—Y yo qué sé. Por si acaso, tú procura no molestar a Hulk.

—Quizá cuando llegue se lo pregunte.

—¿Estás loca? —me suelta Pietro abriendo los ojos, alarmado—. Ése igual te mata. Bueno —concluye, contento con su papel de informador—, vuelvo a mi pupitre. Ayer no abrí un libro y si la de Matemáticas me llama, el año que viene ocuparé yo el lugar de Cero.

Finjo que estoy sacando los libros de la mochila, pero no dejo de pensar en lo que acaba de contarme Pietro. Es evidente que ahora Giovanni sabe que se lo conté a Gabriele, si no, ¿a qué viene esa reacción? Si, como dice Pietro, Giovanni estaba asustado, confío en que lo estuviese de verdad, de lo contrario estoy acabada. Respiro hondo y no sé si alegrarme o si temer nuevos problemas. Lo que está claro es que Gabriele me ha creído. No logro ordenar mis pensamientos y me muero de ganas de que llegue para preguntárselo. Miro el reloj: las ocho y veinte. Hoy ya no viene.

A tercera hora no aguanto más y le mando un mensaje. Cuando suena el timbre de la última hora, aún no he recibido respuesta. Salgo al pasillo y lo llamo, pero el usuario no está disponible. Me paro y miro alrededor, desesperada.

¿Dónde te has metido?

Yo estoy aquí.