13 de enero

He vuelto al colegio tras dos días de ausencia. Ayer Angela nos dio una sorpresa: se presentó a las ocho de la mañana y mi abuela dijo que no pasaba nada si, por un día, no iba a clase; claro que no sabía que el anterior también me lo había tomado libre. Mientras desayunábamos en el bar, Angela me preguntó si todo iba bien; luego paseamos por el centro y de vuelta a casa. Dedicamos el resto de la mañana a charlar con mi abuela. A la hora de comer nos invitó a un restaurante, un local abierto recientemente, y por la tarde ella y yo fuimos a dar un largo paseo por la playa. Le dije que me alegraba de que hubiese venido. Me respondió que sólo tenía que pedírselo, que ella vendría a verme siempre, o que, en caso de que lo necesitase, también yo podía ir a su casa. La abracé y me sentí mejor. Esta mañana se marchó temprano, no sin decirnos que volverá dentro de unos días. La idea me encanta. Me siento menos sola, menos triste. Angela no parece tan atenta como Claudia, porque es más tímida, pero tiene un gran sentido práctico y por eso me gusta más: es una de esas personas que podrían desmontar un reloj y luego montarlo de nuevo sin cometer el mínimo error. Transmite seguridad. Sobre todo en este momento.

Gabriele, en cambio, no se ha presentado hoy en clase, lo que me preocupa, porque es una señal de que no quiere saber nada de mí. Yo tampoco lo he buscado, no he tenido el valor.

La profe de Italiano nos habla del examen, de cómo formular la tesina, pero lo único que yo oigo es esta soledad sorda, más profunda que el miedo, que me deja muy abatida. En la pausa me cruzo con Giovanni en el pasillo, pero sorprendentemente ni siquiera me mira. Me vuelvo a fin de asegurarme de que a mis espaldas no esté Gabriele o algún profesor. Durante las clases no dejo de pensar si habrá decidido dejarme en paz de una vez por todas. Me siento tan aliviada que saboreo algo similar a la felicidad y los ojos se me empañan.

A la salida sucede lo mismo cuando me lo encuentro en lo alto de la escalera. Nada, como si yo no existiese. Como si fuese alguien a quien no hubiera visto ni conocido en su vida. Durante unos segundos, la felicidad se desvanece y en mi mente se insinúa una sospecha: ¿esperará sorprenderme cuando estemos a solas, sin gente alrededor?

Vuelvo a casa analizando un sinfín de hipótesis y ya me veo metida en un hoyo. Mi imaginación rememora las historias de sucesos de los últimos tiempos cuyas protagonistas fueron chicas que pecaron de exceso de confianza.