Hoy, durante la pausa, Giovanni entró en el aula. Aunque se puso a hablar con Sonia, sabía que había venido por mí. Gabriele había bajado a fumar, así que supongo que Giovanni esperó a que saliese para entrar. Al verlo, Sonia recuperó el color, mientras que yo notaba que la sangre abandonaba cada centímetro de mi piel. En un momento dado me levanté y salí, pero cuando estaba a mitad de camino entre el aula y el servicio me dio alcance y, aferrándome de un brazo, me empujó hacia la oficina de los bedeles, al fondo del pasillo, lejos de la escalera desde la que Gabriele habría podido vernos al subir.
—Si se lo dices a alguien te la cargas, ¿me oyes? —me amenazó empujándome contra la pared—. Te la cargas, ¿vale? Además, ¿quién coño te creería? —Después me soltó y se marchó.
Todo fue tan rápido que sólo me dio tiempo a sentirme aterrorizada. Los ojos me brillaban y el corazón me latía desbocado.
Cuando alcé la vista para asegurarme de que se había alejado, Gabriele apareció al fondo del pasillo, donde termina el tramo de escalera; Giovanni se encontraba justo en su camino. Gabriele se le acercó y, al cruzarse, lo golpeó con el hombro tan fuerte que lo arrojó contra la pared. Todos lo vieron y durante unos segundos el pasillo se sumió en un silencio irreal. Gabriele no se detuvo, sino que siguió hacia mí mirándome fríamente, y en el último momento se desvió hacia los servicios. Giovanni se volvió para mirarlo, pero no tuvo valor para decir o hacer nada. Con una mano en el hombro, me fulminó con la mirada, como dispuesto a darme una paliza. Por suerte, debió de pensar que no era una idea muy acertada, que Gabriele estaba cerca, así que regresó a su clase. Entonces me precipité a la nuestra y me senté tratando de respirar con normalidad. Cuando Gabriele entró, no nos dijimos nada. Lo notaba fuera de sí, rabioso, y la idea de que todo aquello fuera por mi culpa me resultaba insoportable. Apenas llegó la profe, me dirigí a su mesa, le expliqué que no me encontraba bien y le pedí permiso para irme a casa.
—Sí, se te ve un poco pálida —observó, y me dejó salir.
Recogí mis cosas a toda prisa y me marché sin siquiera mirarlo.