29 de diciembre

Después de lo de ayer sigo sin tener noticias de Cerolandia. Como me dijo Petrit, lo más probable es que Gabriele quiera ir a la suya. El problema es que ahora soy yo la que se niega a estar sola. No me apetece quedarme encerrada en casa dándole vueltas a la cabeza. Por eso le dije que sí a Giovanni cuando vino a verme. Su visita fue toda una sorpresa, aunque después del regalo cabía esperarla. Venía del entrenamiento de voleibol y todavía llevaba el pelo mojado. Me preguntó si tenía plan para Nochevieja y si me apetecía pasarla con él. Su madre irá a casa de unos amigos y él va a organizar una fiesta, con poca gente. Lo dijo con tanta seriedad que casi parecía una invitación al palacio de Buckingham en lugar del típico encuentro con la gente de siempre.

—¿Irá Sonia? —le pregunté a bocajarro.

—No —respondió mirándome a los ojos—, no la he invitado. ¿Por qué? ¿Te molesta?

Dado que ya sabía la respuesta, porque la otra noche nos vio reñir, no contesté.

—¿A quién has invitado? —pregunté en cambio, pese a que también ésta me parecía una pregunta inútil, ya que conozco a casi todos sus amigos, al menos de vista.

—A los de siempre —respondió, y enumeró una serie de nombres.

—No lo sé, me lo pensaré.

—¿Sales con ése? —me preguntó entonces con aspereza.

—¿Ése? —repetí simulando no entender.

—Sabes de sobra a quién me refiero. —Tenía la mirada fija en la bolsa que estaba en el suelo, entre sus pies, pero luego volvió a escrutarme con sus maravillosos ojos verdes.

—¿Por qué quieres que vaya a tu fiesta? —le solté yendo al grano.

—Porque es una ocasión para estar juntos y conocernos mejor. —Y añadió—: Es más, si mañana por la noche no has quedado, ¿por qué no hacemos algo juntos? Vamos a comer una pizza, a ver una película, lo que quieras. Así descubrirás que soy un gilipollas simpático y que tienes un amigo más. —Dio una ligera patada a la bolsa y me dedicó una sonrisa sincera, preciosa.

Es imposible no sentirse turbada por su belleza, es casi hipnótica. No puedes dejar de mirarlo, porque quieres averiguar de dónde procede: de los ojos, de los labios bien perfilados, del pelo ligeramente ondulado que le cae a mechones sobre la frente resaltando su mirada. La mezcla es maravillosa, un prodigio de la naturaleza. Mientras lo miraba pensaba en Gabriele y, justo cuando me decía que no debía aceptar, lo hice. «Quizá sea como dice, quizá descubras que tienes un amigo más».

—De acuerdo —dije, acallando las vocecitas de mi conciencia, que gritaban mil objeciones.

—¿Pizza o cine? —Me sonrió. Creo que no se lo esperaba.

—Podemos dar un paseo y luego decidimos —sugerí con cautela.

—Muy bien, pasaré a buscarte a las nueve y media —me dijo antes de inclinarse para recoger la bolsa.

—Vale, a las nueve y media.

Mientras lo observaba subir a la motocicleta pensé que todavía podía decirle que no, pero al final me quedé quieta viéndolo alejarse.

Claro que luego recordé lo que ocurrió en el Mouse, pero me convencí de que no tiene importancia, que habíamos bebido y que, al fin y al cabo, el hecho de que se comportara como un capullo en una ocasión no significa necesariamente que lo sea. Ahora tendré la oportunidad de conocerlo mejor, porque, en el fondo, ¿qué sé de él exceptuando las cuatro cosas que saben todos?

Sé que vive con su madre, una mujer muy guapa que cumplió hace poco los cuarenta, dueña de una de las boutiques más chic de la ciudad. Su padre, un pequeño empresario local, los abandonó por la secretaria de treinta y dos años, con la que luego tuvo un hijo. La madre tardó un poco en recuperarse, pero después empezó a salir con un arquitecto de mucha pasta que a Giovanni no le gusta. Tampoco le gusta la nueva mujer de su padre, de manera que mejor no hablarle de ellos y, sobre todo, de su nuevo hermano. Giovanni no es de los que se mete en líos, aunque siempre hace lo que le viene en gana y estudia lo suficiente para obtener lo que quiere. Los amigos, la motocicleta, el voleibol, la chica del momento y un montón de dinero, mucho. Cuando está de buen humor puede ser muy divertido, el problema es que casi siempre tiene un aire crispado y tenso, aunque hay que reconocer que un poco enfadado está aún más guapo. Cuando le dije que aceptaba, noté que parecía realmente contento, a diferencia de la noche del Mouse, que me dio un poco de miedo.

Intento borrar de mi mente a Gabriele encogiéndome de hombros, pero no basta, se niega a salir de ella. No ha dado señales de vida desde ayer y no tengo ganas de llamarlo de nuevo para pasar otra tarde sintiendo que estoy de más. Me digo que necesito ver a otra gente, aunque luego me pase el día mirando el móvil.