Ha pasado casi un mes desde que cambié de pupitre y Cero sigue sin hacerme caso. Podría sentarme en sus rodillas, y no sucedería nada.
Llega a clase más o menos un cuarto de hora después que yo, tira la mochila al suelo (una mochila que ha conocido tiempos mejores) y luego, sin siquiera quitarse la cazadora, cruza los brazos sobre el pupitre y apoya en ellos la cabeza. Le veo únicamente la nuca, cubierta de tupido pelo castaño, y percibo el olor a frío que emana de su cazadora, la misma que, como han recalcado repetidamente las capullas de la clase, su madre le compró en un chino por quince euros, una imitación de la original, que sólo llevas si la robas o tienes una familia que puede gastarse todo ese dinero en una prenda. Yo tengo una. Me la regaló mi madre. Recuerdo que cuando me la dio le salté al cuello de alegría y ella negó con la cabeza, risueña, como si yo estuviera loca y me dijo: «Espero que te dure». Ahora sé que deberá durar toda la vida.
Matemáticas, Italiano e Historia. Cuando suena el timbre del recreo, estoy tan cansada que daría lo que fuese por irme a casa. Al hacer ademán de levantarme, Gabriele se vuelve inesperadamente y me pide un cigarrillo. Lo miro y estoy a punto de decirle que repita lo que ha dicho, no vaya a ser que sus palabras sean fruto de mi fantasía. Yo fumo poquísimo por la natación, pero siempre compro tabaco porque me molesta tener que pedirlo. Confío en que no se dé cuenta de que me ha sorprendido. Me inclino sobre la mochila, que está en el suelo. Cojo el paquete, se lo tiendo con fingida indiferencia y espero a que se sirva. No necesito mirar alrededor para saber que todos nos observan. Apenas me lo devuelve, lo meto de nuevo en la mochila y salgo de clase. Tras cruzar el umbral intento desaparecer entre los estudiantes que abarrotan el pasillo. ¿Me ha dado las gracias? No lo sé, tal vez sí, con una ligera inclinación de la cabeza. Sea como fuere, aun en caso de que lo haya hecho, lo que es seguro es que ni siquiera me ha mirado. ¿Adónde irá a fumar? ¿A los servicios? ¿Al patio? Bah. Las Cero respuestas.
Sin prisa, me dirijo hacia la ventana de siempre y empiezo a vaciar la mente de todo pensamiento. Miro invariablemente el mismo árbol, sigo la línea de sus ramas, observo las últimas hojas amarillas: es mi intervalo zen.