INTRODUCCIÓN

La conquista de América, constituye una época de frontera, de novedad, de establecimiento de relaciones humanas entre los conquistadores y los indígenas. Entendemos por frontera un espacio de relaciones humanas que se inicia con el conocimiento que se produce en lo que ha sido llamado la mayor mutación conocida del espacio[1] y que consiste en que, entre 1492 y 1522, se construye, mediante la navegación, la geografía del Atlántico transversal, con un conocimiento muy cumplido de las rutas, vientos, islas, costas; todo ello reproducido a escala en una cartografía impresionante. Esa frontera atlántica se amplía, entre 1519 y 1555, en la expansión continental, donde se produce una estructura de relaciones humanas, caracterizada por importantes síntesis antropolígicas, estéticas, políticas, religiosas, sociales, culturales y económicas, donde se pone a prueba la capacidad creadora humana del español del siglo XVI. De esta inmensa experiencia —que no dispone de modelos previos, ni tampoco nadie ha sido, después, capaz de continuar ni perfeccionar—, surgen nuevos sistemas de convivencia, se instrumenta una crítica moral, motor de una considerable polémica de fuertes implicaciones políticas y teológicas, se fundan ciudades, se organizan y desarrollan instituciones, se inicia la producción, se abren puertos, se incorpora al modelo occidental, aquella vida que había permanecido aislada a los grandes procesos de las relaciones internacionales y de las corrientes universales.

Todo esto, claro está, supuso vencer tremendas dificultades como las derivadas de la heterogenidad del espacio y su inmensidad, en lo geográfico, en lo cultural, en la comprensión de los supuestos de la organización política indígena. Como consecuencia de estas dificultades resulta imposible pensar en una homogeneización, ni mucho menos en un tiempo que pueda considerarse simultáneo[2]. Las dificultades de espacio impusieron característicos escalones temporales en los ejes de hispanización, de modo que se perpetúa la coexistencia de comunidades distintas, cuyo grado de integración carecía completamente de homogeneidad; por otra parte, la diferencia de niveles culturales entre los mundos indígenas era notorio, como ocurría también entre los españoles, entre los cuales existía un amplio arco que oscilaba desde un nivel de formación universitaria, hasta un conocimiento elemental tipo catequesis parroquial. Existe, también, una considerable incomunicación por la mutua ignorancia lingüística, que hizo preciso utilizar, primero, el lenguaje internacional de la mímica, luego la utilización de intérpretes o lenguas y, por fin, la plena comunicación a través de la enseñanza, la catequesis o la evangelización. En tal aspecto, lo más grave fue la increíble multiplicidad de lenguas: unas ciento treinta y tres en el continente, cada una de ellas, al menos, con cuatro o cinco variantes dialectales. Por otra parte, el asentamiento no fue siempre pacífico, sino que se produjo mediante choques violentos, como suele ocurrir fundamentalmente ante culturas significativamente militaristas, como eran las altas culturas americanas, en las que se había producido una afirmación de una casta militar dominadora como consecuencia de largas y sostenidas guerras de signo imperial.

Se trata, pues, de una situación de frontera, que podemos situar estructuralmente —es decir, en el tiempo largo— entre el primer viaje de Colón (1492) hasta la abdicación de Carlos I (1556), con una fecha intermedia —1534— en que se decide la fundación del primer virreinato y que coincide con la fundación de importantes ciudades: Quito (1534), Lima (1535), la primera Buenos Aires (1536), Asunción (1537), Santa Fe de Bogotá (1538). Esta fecha intermedia, de tanta significación, permite apoyarnos en el tiempo medio generacional, para establecer la existencia de una doble generación en la época de la conquista: 1505/1530, cuya coherencia central radicó, sin duda, en la conquista de la Nueva España; la de 1530/1555, en la que se centró en la conquista del Perú y sus secuelas, mucho más prolongadas. Entendemos estas fechas como simple referencia, para estar en disposición de yuxtaponer el tiempo epocal[3] con el generacional[4] de modo que sea posible centrar debidamente las condiciones y caracteres del personaje histórico al que nos vamos a referir de modo exclusivo ahora y aquí: Hernán Cortés, significativo personaje de época en el humanismo español del siglo XVI[5]. Centrando algo más el objetivo crítico, hay que decir que la etapa histórica 1519-1541 —participando, pues, de las mentalidades generacionales, la mexicana y la peruana— es la de asentamiento fundacional en el continente; antes, la de 1492-1522, es la del descubrimiento geográfico; posteriormente, la de 1541-1556, es la de discusión y polémica de los derechos patrimoniales, en tensión con la robusta e importantísima creación del derecho público indiano.

Existe en esa época una manifestación cultural de primera importancia; son las crónicas, es decir, lo que escribieron los propios protagonistas de las conquistas; pueden destacarse estadísticamente, pues sólo son diecinueve las que cumplen esta condición. Son, por consiguiente, vivencias informativas, formas de relación constantes —no instantáneas— capaces de desencadenar la respuesta de la persona ante la situación, que al expresar creadoramente lo visto y lo vivido, origina una poderosa corriente de informatividad, cuyo significado —mediante el análisis de su estructura peculiar— sólo resulta primariamente de estructura configuradora: la verdad de lo visto y vivido, en contraposición a la simultánea prevalencia literaria de los libros de caballerías, tenidos como historias mentirosas; la idea de la fama y del servicio, en contraste con el interés personal; y, por último, la instancia exaltativa bajo el realismo correctivo de los mismos hechos que se describen.

En efecto, la primera nota significativa que destaca en las crónicas escritas por los conquistadores, es que, con sus notas y descripciones sobre la realidad, produce el conocimiento real, despejando de ese modo la imagen intelectual mítica[6] que de América se iba forjando en la Europa del Renacimiento, como por ejemplo ocurre en la escuela de Saint-Dié, del duque Renato de Lorena[7]. La objetivación plena de América pertenece al conquistador, al realismo descriptivo de sus crónicas y relatos: su fuerte empeño en torno a la verdad era la que hacía desaparecer poco a poco la idea de terra incognita para, por el contrario, afirmar cada vez más la realidad de lo visto y vivido. Tampoco puede olvidarse que el comienzo de la conquista, corre paralelo con el surgimiento de corrientes de critica política —las Comunidades de Castilla[8]— que representan la última posibilidad del diálogo medieval, ante la aparición de la autoridad incontestable del Estado moderno.

Por último, en la conquista de América —a través del sentido crítico del conquistador— aparece una alternativa a la Ética Autoritaria, que fue la Ética Humanística, anticipándose a las ideas de la Ilustración —especialmente la fe en la ciencia— y haciendo que el hombre confiase en su propia razón como guía para el establecimiento de normas éticas válidas para la convivencia[9]. Se trata de la aparición de una alternativa en la conquista de América, consistente en el hecho de la afirmación de que la razón humana, y sólo ella, puede elaborar normas éticas, demostrando así la capacidad del hombre para discernir, hacer juicios de valor y reflexionar sobre la acción misma. La Ética Humanista —que acepta y acata la autoridad racional— es antropocéntrica, no como en el mundo clásico, en el sentido de que el hombre sea el centro del universo, sino en el de que sus juicios de valor —así como todos sus otros juicios y percepciones— radican en las peculiaridades de su existencia y sólo poseen significado en relación con ella. En este sentido, sin duda, una condición básica de la conquista, fue la de influir de un modo peculiar sobre el prototipo humano que la caracteriza, sin trascenderlo, sino irradiando de él todo su riquísimo contenido humanístico. Existe, pues, una actitud existencial, muy cercana a la experiencia misma, del que deriva el protagonismo de los hechos. Su pleno despliegue se produce en las crónicas, relatos y escritos de los protagonistas e la conquista, en parte como consecuencia de su propia integración en los hechos como actores y testigos, en parte como escritores que se encuentran formando parte de una tradición realista, de verismo, en la que, culturalmente, se hallaban inmersos[10].

Tal actitud sólo puede llamarse existencial porque los autores de estas crónicas y relatos, más que la transmisión de la noticia, aprecian la acción misma, la realidad vivida. En definitiva, aprecian la verdad existencial considerada como una identificación total del hombre con su existencia, en una acción efectiva y real. San Anselmo lo llamó la verdad de la acción y, sin duda, constituye una clara postura de conciencia ética, en la línea más pura de la tradición de autoridad. Al hacerlo así los conquistadores-cronistas incidieron en una línea condicionante de su existencia: el impulso básico de la gloria —en íntima conexión con el orgullo y la vanidad— y la consiguiente defensa de la fama. Ello son condicionantes de una constante raigal de permanente manifestación: la polémica, la discusión, el ataque, la corrección de los datos que tuviesen una referencia personal, la critica de planteamiento, el afán pragmático de protagonismo. Por esa razón básica aparecen libros como el de Bernal Díaz del Castillo, que no solamente impone correcciones a López de Gómara, sino también a Hernán Cortés en sus datos de referencia personal de las Cartas de relación. Además, supone una contrapartida de índole personal a la visión e imagen de la misma acción.

Las Cartas de relación de Hernán Cortés

Evidentemente las Cartas de relación de Hernán Cortés se inscriben de modo pleno en las crónicas de la conquista, integrándose en los condicionamientos de época a los que acabamos de referirnos. Pero de un modo muy peculiar. En primer lugar, por el propio autor. Cada día parece más necesario acometer desde nuevas perspectivas la dimensión cortesiana y lo que constituye su gran obra: la nueva modelación política del México indígena, que produjo el rescate de México de la frontera oriental, para producir su occidentalización. Es importante destacar la radical condición política de Cortés, afirmando la contingencia de su acción militar. Cortés fue un político, aunque no a la manera en lo que estudia Madariaga en su excelente biografía[11] como modelo de astucia y habilidad para hacer frente a las situaciones con las que se iba enfrentando, pues ello supone, prácticamente, su caracterización como oportunista. Más bien, sus dotes de político se aprecian en la prudencia, la previsión, el sentido creador de anticipación, la valoración racional de cuantos detalles pudiesen ser importantes para la obtención del éxito, la acuciante preocupación por el bien de la comunidad a su cargo, la defensa de los intereses individuales, la firme voluntad de lealtad a la Corona, el orden como base para la convivencia; en una palabra, la idea de servicio como núcleo fundamental de la capacidad política cortesiana.

Las Cartas de relación presentan una estructura lógica que sigue la línea de la empresa cortesiana, pero que no se quedan en la descripción de la acción, sino que dejan ver, unas veces con mayor claridad, otras mucho más crípticamente, una intención, unos objetivos capaces de otorgar virtualidad a un conjunto estratégico de índole política. Por ello de las Cartas de relación[12] se desprende, en cada una de ellas, temas que constituyen el entramado de la argumentación de Cortés ante el destinario de las Cartas, que es el propio Rey Carlos I, ante el cual expone el conquistador un verdadero proyecto de Estado. Hernán Cortés es un hombre de frontera, desde el punto de vista territorial. Como extremeño, natural de Medellín, Cortés vivió una realidad social y territorial que dejó sobre él una honda huella, pues todavía a finales del siglo XV —él nació en 1485— perviven en territorio extremeño las condiciones vitales impuestas por la larga tradición guerrera contra los musulmanes[13] que otorgó a los hombres de aquel territorio un peculiar espíritu de cruzada, del cual el espíritu caballeresco es un reflejo. Pervive, en segundo lugar, la situación creada por el largo y acalorado antagonismo castellano-portugués[14] y el aislacionismo que provenía de la burguesía comercial del litoral portugués y andaluz, que dejaba a Extremadura, como un territorio insularizado; por último, confluyen sobre todo el territorio los efectos de la larga guerra civil castellana desencadenada a la muerte de Enrique IV de Trastamara. De modo que, socialmente, pertenece Cortés a una región de disposición permanente de acceso a las armas y así se aprecia, efectivamente, en ciertas instituciones, como la de los caballeros de cuantía[15], como ya antes la caballería villana[16]. Basta comparar estas instituciones con las que habría de establecer Cortés, modificando profundamente el sentido de la encomienda en el señorío para estar en disposición de apreciar la importancia que en los proyectos cortesianos tuvo la tradición territorial de la que provenía. Siempre se ha hablado de la condición social de Cortés como miembro de una familia de hidalgos pobres. La hacienda patrimonial de Cortés ha sido estudiada por Celestino Vega[17], su fortuna mobiliaria obtenida en la conquista[18], su sentido de la hacienda y del señorío indiano[19] y, a la vista de ello debe modificarse el sentido significativo de aquella calificación. Su padre, Martín Cortés, por quien sentía una noble devoción filial como puede advertirse a cada paso en sus Cartas, era originario de Salamanca; su madre, Doña Catalina, era hija del mayordomo de la condesa de Medellín, Diego Altamirano, y de Leonor Sánchez Pizarro. Comparando la renta familiar, con la renta obtenida en la conquista de México, se aprecia un horizonte social, que cristaliza en la titulación concedida a Cortés de marqués del Valle de Oaxaca, con veintitrés mil vasallos. Existe un hecho evidente que prueba el aserto social al que nos referimos. Cuando los Reyes Católicos deciden nombrar, como funcionario de la Corona, gobernador de la isla Española al comendador de Lares Fray Nicolás de Ovando y éste propuso en aquella región enganche para acompañarle en la empresa, ¿quiénes son los que se apuntan entre los vecinos de Medellín? No los mayorazgos poderosos como los Mexia de Prado, los Calderón, los Contreras; sí, en cambio, los Diego Dolarte, Alonso Portocarrero, Hernán Cortés, Gonzalo Sandoval, Andrés de Tapia, Rodrigo de Paz, Pedro Melgarejo, Juan de Sanabria y tantos más. Son aquéllos que se encuentran en necesidad de ascenso y mejora en su condición social y en sus posibilidades económicas; que son, también, los que se encuentran en mejor disposición de comprender los principios rectores de una concreta y específica situación social en cuanto forman parte de una organización institucional que les otorga una concreta formación.

En el caso de Hernán Cortés, además, como consecuencia de sus dos años de estancia en Salamanca, advertimos una formación intelectual universitaria. Los dos años de estancia en esa Universidad que, por entonces, era la luminaria de España, dejaron en Cortés una profunda huella. Cronistas y biógrafos destacan el excelente dominio del latín y el perfecto conocimiento de la técnica jurídica, que revela en sus escritos; la precisión con que cita fórmulas jurídicas, la correcta e inteligente interpretación que hace de ellas, constituyen pruebas evidentes de que aquellos dos años universitarios fueron muy bien aprovechados por su inteligencia despierta y bien formada, su espíritu abierto y sus excepcionales dotes de captación.

En tercer lugar, existe otro aspecto importante en la formación de Hernán Cortés: sus años previos a la conquista de México, de estancia en la isla Española y en la de Cuba. En sus escritos insiste con harta razón en establecer las diferencias que era necesario tener en cuenta, en cuantas instancias políticas y pobladores se estableciesen, entre las islas y la Nueva España. Insiste en evitar caer en los mismos males producidos en los ensayos colonizadores insulares. Se trata de una verdadera obsesión por parte de Cortés, que vivió ciertas experiencias —como las del gobierno impuesto por el gobernador de Cuba Diego Velázquez— que en modo alguno quiso que se reprodujesen en los territorios del Anahuac. La Nueva España, expresa, es cabalmente nueva porque en ella se intenta llevar a cabo una experiencia absolutamente diferente: la convivencia de españoles e indígenas. Por esa razón fue un decidido partidario y defensor de los derechos de los primeros pobladores, educándolos en el sentido de la convivencia con la sociedad indígena. Esta experiencia americana que, con profundo sentido critico, tuvo viabilidad permanente en el ánimo de Cortés, ya fue vista por el gran historiador mexicano Carlos Pereyra[20], puede apreciarse en los distintos tratamientos de la realidad geográfica y cristaliza en lo que ha sido denominado la transformación del conquistador al convertirse en poblador[21], fuertemente unido a la tierra y al hombre. Sin duda, la experiencia antillana resultó sumamente importante para Cortés y muy fructífera en la aplicación de sus disposiciones de gobierno.

Pero existe, una cuarta influencia sobre el ánimo y la formación de Cortés, que fue la propia realidad mexicana. En sus Cartas de relación puede apreciarse la reiteración con que expresa su admiración por la ciudad de Tenochtitlan, capital política de la confederación mexicana, así como por la organización social y política del Estado, del que pudo apreciar la maiestas de Moctezuma Xocoyotzin, y la organización del sistema tributario, que le llevó incluso a solicitar el uso de los libros indígenas de tributación para tomarlo como modelo en su propia idea de dominio. También puede apreciarse la reiteración con que, en las Cartas de relación, insiste acerca del modelo político de integración entre la comunidad indígena y la española.

En las Cartas de relación, se encuentra una importante arquitectura de construcción que ofrece un diseño extraordinariamente lógico en relación con el supuesto personal de Hernán Cortés:

Carta Primera: es la carta de la Justicia y Regimiento de la Villa de Veracruz, se trata de una carta de Estado, pues va dirigida a la Reina Doña Juana y al Emperador Carlos V, su hijo, fechada el 10 de julio de 1519. No deja de extrañar el título de Emperador que se otorga al Rey por parte del Cabildo de la Villa de Veracruz.

El contenido de esta carta es informativo y de justificación político-jurídica respecto a la ruptura con el gobernador de Cuba, Diego Velázquez. Pero tiene un carácter muy importante de sentido comunitario, de defensa de la comunidad actora de los hechos que, en efecto, se constituye como un agente común, bajo la fórmula tradicional castellana del municipio.

Carta Segunda: fechada en Segura de la Frontera el 30 de octubre de 1520, ya no tiene un significado tan oficial, sino que es, más bien, como ocurre con todas las demás, exposición personal y privada de… muy humilde siervo y vasallo que los muy reales pies y manos de vuestra alteza besa. Fernán Cortés.

El contenido de esta carta es enormemente denso, se hace el relato sistemático de la formulación de la base de resistencia costera, primeras alianzas con indígenas, primeros contactos con embajadas enviadas por Moctezuma. Se aprecia el juego de diplomacia respectivamente desplegada por el tlacatecuhtli y el capitán Cortés; se describe toda la ruta hasta la gran recepción en Tenochtitlan y se plantea el primer gran tema político, el problema de la transmisión de la soberanía, revelador de un eminente sentido de modernidad.

Carta Tercera: Fechada en Coyoacan —uno de los barrios de Tenochtitlan— el 15 de mayo de 1522, enviada por Cortés como Capitán y Justicia Mayor del Yucatán, llamada la Nueva España del mar Océano al muy alto y potentísimo César e invictísimo Señor don Carlos, Emperador Semper Augusto y Rey de España, nuestro señor y refrendada en posdata por los oficiales reales Julián Alderete, Alonso de Grado y Bernardino Vázquez de Tapia. El relato se refiere a las operaciones militares para la conquista violenta de la ciudad de Tenochtitlan, decidida desde el momento de la expulsión de los españoles de dicha ciudad. Toda la operación de sitio, construcción de bergantines, afianzamiento de relaciones y alianzas con tribus y ciudades indígenas, ataque y la heroica defensa de los indígenas bajo la dirección del nuevo tlacatecuhtli, Cuauhtemoc, convierte esta Carta en una verdadera novela de caballerías, encontrándose, incluso, fórmulas estructurales muy características de tal modelo literario.

Carta Cuarta: Fechada en la ciudad de Tenochtitlan el 15 de octubre de 1524. De nuevo conviene resaltar el registro diplomático empleado en ella por Cortés, quien ya en ese momento ha recibido y confirmado sus títulos por parte del Rey pero ello no altera la esencial devoción de relación personal con el monarca. El encabezamiento de la carta es al Muy alto, muy poderoso y excelentísimo príncipe; muy católico invictísimo Emperador, rey y señor; la despedida: De vuestra sacra majestad muy humilde siervo y vasallo, que los reales pies y manos de vuestra majestad besa.

El contenido de esta carta es sumamente interesante y se refiere a la organización de la expansión hacia los tres sectores geográficos que constituyen la esencia del territorio de México: Tehuantepec, es decir, el istmo, que integraba, entre otros, los territorios de Guatemala y Honduras; la costa del golfo de México, centrado sobre la región del Pánuco y, por último, los territorios costeros del Mar del Sur, con la primera importante percepción geohistórica del Pacífico en relación con el continente mexicano. El otro gran tema que destaca en esta cuarta Carta, es el diseño de las disposiciones del gobierno, donde, verdaderamente, destaca el genio político de Cortés.

Carta Quinta: Fechada también en Tenochtitlan el 3 de septiembre de 1526. Registra, también, variantes el registro de encabezamiento y despedida. Es muy lacónico el primero: Sacra Católica Cesárea Majestad y, en cambio extraordinariamente cálida, dentro del gran respeto, la despedida de Cortés: Invictísimo César, Dios Nuestro Señor la vida y muy poderoso estado de vuestra sacra majestad conserve y aumente por largos tiempos, como vuestra majestad desea.

El contenido de esta Carta se refiere fundamentalmente a la descripción del terrible viaje a las Hibueras (Honduras) cuyo motivo es de amargura para Cortés, pues resultó impuesto por la traición y levantamiento contra él del capitán Olid, al que había confiado la expedición. Su amargura se multiplicó cuando tuvo noticias de los graves desórdenes ocurridos en México, como consecuencia de su ausencia y la incapacidad de acuerdo entre Audiencia y oficiales reales, así como consecuencia de la desinformación que en la Corte tenían sobre lo que estaba ocurriendo en México, lo cual fue debidamente aprovechado por los enemigos de Cortés para levantar algunas calumnias. Ello produjo el envío, como juez de residencia, del licenciado Luis Ponce de León.

La justificación jurídica y el concepto de Reino

El intento del gobernador de Cuba Diego Velázquez fue extender a Culhua la provechosa explotación económica que había establecido en Cuba al amparo de su protector Rodríguez de Fonseca[22] emancipándose, poco a poco, del ámbito jurídico patrimonialista que le unía al Almirante Diego Colón, virrey gobernador de La Española. Para ello, sin embargo, precisaba disponer de títulos legítimos, ya que, en caso de no disponer de ellos, sólo podía enviar expediciones para rescatar —a lo cual apuntaban los dos primeros viajes de Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva— pero no para poblar es decir, para establecer una dominación permanente. Para conseguir esos títulos envió, en 1518, a la península a su capellán Benito Martín, quien llevaba la misión de obtener el título de Adelantado. Antes de su regreso, decidió tentar una vez más la suerte, con motivo de la llegada a Cuba de Pedro de Alvarado, enviado por Grijalva con petición de refuerzos para continuar su nada exitosa expedición. Para Velázquez el principal problema consistía en encontrar la persona adecuada para el mando de esta tercera expedición. El contador Amador de Lares y el secretario Andrés del Duero le sugirieron a Hernán Cortés, con quien firma capitulaciones el 23 de octubre de 1518. La redacción de estas capitulaciones la hizo Andrés del Duero y aunque eran plenamente favorables para Velázquez, Cortés no dudó en aceptarlas, porque el redactor había introducido en ellas los incisos necesarios para que cupiese distintas interpretaciones. Por eso afirma Bernal Díaz del Castillo: … hizo las capitulaciones como suele deciros el refrán de muy buena tinta y como Cortés las quiso bastantes. Estas capitulaciones constituyen el primer título jurídico de derecho público, junto con las subsiguientes instrucciones de Velázquez que dispuso Hernán Cortés. Suponen una clara delimitación de funciones dentro del régimen cisneriano imperante[23], pues tiene que limitarse a la búsqueda de náufragos, al rescate de cautivos, a servicios informativos de conocimiento y al rescate comercial, sólo como medio instrumental para costear los gastos causados por la expedición. En este último aspecto del rescate comercial se le autoriza a Cortés para que actúe como más al servicio de Dios Nuestro Señor e de sus Altezas convenga, debiendo asesorarse de personas prudentes y sabias de las que lleváis, de quien tengáis crédito y confianza. Otro título de derecho público es la Licencia de los frailes jerónimos-gobernadores[24], extendida a nombre de Cortés como capitán de la expedición y armador, conjuntamente con Velázquez, de los navíos y compañía de hombres que forman la expedición. Mandaba esta Licencia que llevase la expedición un tesorero y un veedor como oficiales reales. Se trata, en consecuencia de una expedición privada, organizada por dos socios conjuntamente y bajo la inspección de oficiales reales. Inicialmente, Cortés aportó la mitad de los aprestos, pero antes de iniciarla, era socio mayoritario, pues de diez naves, siete eran de Cortés y sólo tres de Velázquez. Igualmente, poco a poco fue comprando la participación en el negocio de otros que habían aportado fondos, hasta conseguir ser el único accionista. El 18 de noviembre de 1518 se embarcó en Santiago de Cuba y se dio a la vela y, casi simultáneamente, en la península (el 13 de noviembre de 1518), el Consejo, manejado por Fonseca había concedido licencia a Velázquez para que a su costa descubriera Yslas e Tierra Firme que hasta entonces no estuvieren descubiertas e que no estuviesen contenidos dentro de los límites de la demarcación del Rey de Portugal, pero no se le autoriza como Adelantado —como equivocadamente dijeron Prescott y Carlos Pereyra— sino como lugarteniente del Almirante, es decir, no por propia autoridad, sino delegada. En cualquier caso, esta autoridad nueva de Velázquez, no modifica para nada la condición de empresa privada con dos socios, bajo la que partió Cortés mucho antes de que el capellán Benito Martín regresase a Cuba, portador de los papeles concedidos por Fonseca.

Desde la precipitada salida de Cortés de Santiago de Cuba hasta la fundación de Veracruz, se afirma[25] que Cortés actuó al margen de la ley, como un rebelde en potencia. No estamos de acuerdo con tal aseveración. Precisamente en todos sus actos de viaje hasta la decisión de la fundación de Veracruz, se preocupa de cumplir los fines específicos de la expedición: rescate de cautivos y salvamento de náufragos —como ocurre con jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero— hace rescate como ocurrió en Tabasco y en la costa de San Juan de Ulúa. Es decir, de hecho cumple su función como Capitán General, delegado de Velázquez y socio suyo; esto no fue alterado por la función que concedió Fonseca a Velázquez; hasta mayo de 1519 no alcanzaba éste la plena delegación real con nombramiento de Adelantado con efecto en junio, fecha en que debió conocerse en Cuba esta nueva dimensión jurídica del problema. El Peligro para Cortés consistía en que su autoridad subdelegada, podía, en cualquier momento ser revocada por quienes la delegaron: la Corona (más concretamente Fonseca), los Jerónimos o el Almirante, y finalmente, el propio Velázquez. Ello proporcionaba una muy débil situación, que no resultaba lo suficientemente contundente para refrenar la empresa que pretendía Cortés, quien decidió crearse otra jurisdicción que le desvinculase de la inicial del gobernador de Cuba y su socio en la empresa.

A esto responde toda la argumentación de la primera Carta de relación, la colectiva, firmada por el Cabildo de Veracruz, en la cual se asienta la doctrina aquiniana de que, en defecto de autoridad dotada de legitimidad de origen, ésta revierte a la comunidad: de ahí las llamadas que se hacen en esta Carta a los excesos tiránicos de Velázquez, acusándole incluso de quedarse con el oro de las cajas reales. Se expone en segundo lugar la decisión de ayuntarse en comunidad municipal y, por último, se hace una apelación al Rey, contra su gobernador en Cuba. Es decir, el objetivo final de esta Carta, consiste en encajar la comunidad municipal creada y elegida en Veracruz, dentro de la suprema legalidad de la Corona. Se trata de una suplicación dentro de la tradición democrática castellana, argumentada por la comunidad y llevada al Rey por procuradores que le exponían directamente la entraña de la cuestión. Lo que de ninguna manera podía ser obra personal de Cortés —porque él mismo era socio del ministro repudiado— era la desobediencia hacia los ministros, que sólo podía ser hecho por la comunidad. De ahí la labor hábilmente llevada por Cortés de preparar el estado de opinión, que se hace público en la Carta y su firme propósito de aislarse, destruyendo las naves y adentrándose en el país, para ofrecer el hecho consumado, que fuese una argumentación decisiva. La fecha de esta decisión nos viene indicada por la de la llamada primera Carta de relación, que es la que nos ocupa: 10 de julio de 1519. Intimamente ligada con tal argumentación jurídica está, lógicamente, la fundación de la Villa Rica de la Vera Cruz, cuya fecha es cuestión muy debatida, pero que se realizó entre el desembarco de San Juan de Ulúa (21 de abril de 1519) y la fecha de la Carta del Regimiento (10 de julio 1519), puesto que no es lo mismo el establecimiento de un puesto de sostenimiento militar a la constitución efectiva del Cabildo. Existe una fecha clave: la llegada de Francisco Saucedo en la carabela comprada por Cortés en Santiago de Cuba, que fue portador de la noticia del nombramiento de Velázquez como Adelantado (4 de julio de 1519), la firma de dicho nombramiento real tuvo lugar en mayo del mismo año. Posiblemente, pues, esta noticia fuese la que decidió definitivamente a Cortés a poner en funcionamiento su plan, cuya Acta, es la Carta de relación a que nos estamos refiriendo.

Elegido el Cabildo por la comunidad, renuncia ante él Cortés de todos los poderes delegados, porque ninguno de los de antes tenían mando ni jurisdicción en aquella tierra que acaban de descubrir y comenzaban a poblar en nombre del Rey de Castilla como sus naturales y fieles vasallos. Verificada la renuncia, el Cabildo le nombró Justicia y Alcalde Mayor y Capitán de todos, a quien todos acatásemos hasta hacer relación de ello a Vuestras Altezas Reales para que en ello proveyeran.

En consecuencia, pues, se implica aquí uno de los valores más importantes —que puede apreciarse prácticamente en todas las crónicas de la conquista— que es el concepto de Reino. Encontramos dos significados al mismo: un sentido teológico, es decir, mandato, misión, en cuanto supuesto imperativo, que no es el que aquí se ha utilizado; y un sentido político, en el que Regnum es representación, lo que quiere decir, que se continúa manteniendo el vínculo con un supuesto superior, sin marcar todavía las libertas condicionante respecto al mandato. Esto supone una realidad importantísima en cuanto manifestación de la posibilidad de adaptación de la Ética Humanística —o creación racional del hombre— sobre la Ética Autoritaria o mandato imprescriptible de obediente resignación. Niccola Machiavelli, en su Discorsi sopra la prima Deca di T. Livio fue el primero que en el plano intelectual teórico comenzó a explorar las capas profundas de la realidad política que existen por debajo de las formas. Le resulta, en efecto, indiferente que se gobierne a través de cualquiera de las formas (Principado, Aristocracia, Estado popular), pues cualquiera de ellas puede ser buena; lo que niega es que se mantenga en la virtud, en la medida en que, olvidando el común, se corrompe el gobierno. Lo que quiere decir, en definitiva, que cualquier gobierno para subsistir necesita una base social idónea. En la vida práctica, esto es lo que hizo el grupo de españoles en la costa mexicana del golfo de México y su proclamación en la Carta de relación comunitaria. Porque, como afirmarán posteriormente todos y cada uno de los pensadores de la escuela política española del siglo XVII[26], la relación de sujeción civil del vasallo entraña una colaboración positiva en el poder, ya que sin súbditos, no existe el Estado. Y no debe entenderse sólo como necesidad de que exista, que alguien soporte el poder, para que éste tenga realidad, sino, sobre todo, como afirmación de que sin la participación de los súbditos no puede darse la organización de un grupo social que pueda llamarse Estado. El régimen de sociedad supone obediencia a un poder. El ejercicio de éste poder implica refrendo. Libertad, lealtad, conservación de la vida y el honor, la seguridad, sólo son posibles con plenitud en el seno de una organización política y, por tanto, de poder. La naturaleza humana postula esos bienes, pero no puede alcanzarlos por sus simples fuerzas. Todo cuanto el hombre intente para conseguirlos desde fuera de la sociedad será esfuerzo baldío porque no podrá remover los obstáculos que a ello se oponen. Sólo unido a otros, en una organización política y obediente a un poder, podrá asegurárselos. Esto es lo que se llama la obediencia activa, que fue, en definitiva, lo que se diseña en esta preciosa Carta de relación, sin duda redactada por Hernán Cortés. En ella encontramos, sin duda, la afirmación de que el poder no destruye la libertad, sino que la potencia, lo cual proviene de la afirmación de Cicerón de que Somos servidores de la ley para poder ser libres. Ese es el fondo del manifiesto de los hombres de Veracruz, el 10 de julio de 1519.

La transmisión de la soberanía

El plano existencial político de las Cartas de relación, alcanza su más alta expresión en la elaboración de un concepto de Reino muy peculiar y que ha sido estudiado por Victor Frankl mediante la penetración profunda en el pensamiento de Cortés y en la compleja estructura situacional de su ideario[27]. Ya don Ramón Menéndez Pidal[28] había destacado un importante texto de la segunda Carta de relación:

He deseado que V. A. supiese las cosas desta tierra; que son tantas y tales, que como ya en la otra relación escribí, se puede intitular de nuevo emperador della, y con título y no menos mérito que el de Alemaña, que por la gracia de Dios vuestra sacra majestad posee.

La interpretación que Menéndez Pidal da a este texto gira en torno a la idea de que por primera vez se da a las tierras del Nuevo Mundo una categoría semejante a la de Europa, ensanchando el tradicional concepto de Imperio; Cortés quiere que el César dedique al Nuevo Mundo todo el interés debido, como a un verdadero imperio. En la interpretación del sentido de este texto, afirma Frankl que Menéndez Pidal lo aísla tanto de los acontecimientos como de la situación jurídico-vital de Cortés vigente en el momento de escribirla, así como del contexto de ideas jurídico-políticas que constituyen las bases de la conquista. Pero, sobre todo, Menéndez Pidal no tiene en cuenta la variabilidad del pensamiento de Cortés en lo que se refiere al Reino —o Imperio, aunque esta denominación resulta absolutamente extraña al pensamiento castellano— que si en la segunda Carta de relación menciona un imperio particular y limitado, en las Cartas cuarta y quinta, sostiene otra idea completamente distinta y opuesta a aquélla, que es la del Imperio universal. Este cambio de orientación constituye uno de los problemas claves del mundo intelectual de Cortés, que ha cometido, con singular profundidad el profesor Frankl, cuyo análisis seguimos en sus líneas maestras en cuanto hace referencia, lógicamente, al problema fundamental en la Segunda Carta de relación, que es el de la transmisión de la soberanía desde Moctezuma hasta el Rey de España Carlos I.

En primer lugar, ¿de dónde toma Cortés la idea caracterizadora del Imperio particular? Exactamente de la primera noticia que recibe del poder de Moctezuma, en el valle y población de Caltanmí, donde fue muy bien recibido y alojado. La transcripción que hace Cortés de la entrevista con el cacique de Caltanmí supone, claro está, la introducción de una ficción literaria, que le sirve para argumentar en política:

Después de haberle hablado de parte de vuestra majestad y de haber dicho la causa de mi venida a estas partes, le pregunté si él era vasallo de Mutezuma o si era de otra parcialidad alguna, el cual casi admirado de lo que le preguntaba, me respondió diciendo que quien no era vasallo de Mutezuma queriendo decir que allí era señor del mundo. Yo le torné aquí a decir y replicar el gran poder de vuestra majestad, y otros muchos y muy mayores señores, que no Mutezuma, eran vasallos de vuestra majestad, y aún que no le tenían en pequeña merced… Y para que tuviese por bien le mandar recibir a su real servicio, que le rogaba que me diese algún oro que yo enviase a vuestra majestad, y él me respondió que oro, que él tenía, pero que no me lo quería dar si Mutezuma no se lo mandase y que mandándolo él, que el oro y su persona y cuanto tuviese daría.

Este pensamiento cortesiano, permite comprender su actitud intelectual interpretativa del imperio en cuanto particular. Sin duda, este pensamiento se inscribe en una tradición específicamente española vigente desde el siglo IX, cuyo núcleo central consiste en destacar la unidad de España y su independencia respecto a cualquier poder universal, concebida con un carácter hegemonial[29]. De modo que ambos supuestos justifican la propuesta de Cortés de un Reino particular (el de Nueva España) equiparable al de Alemania, así como la idea de un pensamiento hegemonial de dominio de Carlos I sobre otros señores. Por otra parte, además, todo ello se inscribe en el pleito mantenido con la estructura burocrática del clan fonsequista, representado por el gobernador de Cuba, de modo que el imperio particular propuesto por Cortés, implica un juicio jurídico-político que hace referencia a la raíz misma del dominio español sobre Nueva España, que pretende segregar del dominio —confuso por el patrimonialismo de los Colón— tenido por España sobre las islas del Caribe. Es decir, frente a la donación papal como título de dominio, sugiere una identificación de origen semejante en la Nueva España, al del imperio alemán: un título jurídico secular, de base análoga al de la votación de los príncipes electores alemanes, lo cual con toda evidencia, habría de otorgar plena validez al Acta fundacional de Veracruz.

Frankl estudia, con detenimiento, en la segunda Carta de relación el desarrollo de los títulos de la historia mexicana, naturalmente inventados por Cortés, que desconocía absolutamente dicha historia, en tres niveles, de los que resulta un fundamento especial para México, independiente de la donación papal. En el primer nivel, Cortés pone en labios de Moctezuma una declaración explícita de extranjería en su propio territorio, y hace aparecer al Rey Carlos I como primordial conductor de los mexica y, en consecuencia, como señor natural de los mismos:

Muchos días ha que por nuestras escripturas tenemos de nuestros antepasados noticias que yo ni todos los que en esta tierra habitamos no somos naturales dellas, sino extranjeros, y venidos a ellas de partes muy extrañas; y tenemos asimismo que a estas partes trajo nuestra generación un señor cuyos vasallos todos eran, el cual se volvió a su naturaleza, y después tornó a venir dende en mucho tiempo, y tanto, que ya estaban casados los que habían quedado con las mujeres naturales de la tierra y tenían mucha generación y hechos pueblos donde vivían, y queriéndolas llevar consigo, no quisieron ir ni menos recibirle por señor, y así se volvió; y siempe hemos tenido que los que de él descendiesen habían de venir a sojuzgar esta tierra y a nosotros como a sus vasallos; y según de la parte de vos decís que venís, que es a do sale el sol, y las cosas que decís de ese gran señor o rey que acá os envió, creemos y tenemos por cierto, él sea nuestro señor natural, en especial que nos decís que él ha muchos días que tenía noticia de nosotros; y por tanto, vos sed cierto que os obedeceremos y tendremos por señor en lugar de ese gran señor que vos decís…

El segundo nivel, lo ofrece Cortés en otra panorámica completamente distinta. Moctezuma ya se encuentra prisionero, uno de los principales señores mexica —Cacamatzin— se ha rebelado e, igualmente, ha sido hecho prisionero. En esa situación, ante toda la aristocracia cortesana, la más alta jerarquía social del Anahuac, explica Moctezuma —no olvidemos que, en realidad quien habla es la intencionalidad de Cortés— el tema del originario conductor del pueblo mexica, para llegar a una intensificación de alto dramatismo en la que exhorta a la aristocracia a la transmisión de los vínculos de soberanía al rey de España:

Hermanos y amigos míos, ya sabéis que de mucho tiempo acá vosotros y vuestros padres y abuelos habéis sido y sois súbditos y vasallos de mis antecesores y míos…; y también creo que de vuestros antecesores tenéis memoria cómo nosotros no somos naturales de esta tierra, y que vinieron a ella de muy lejana tierra y los trajo un señor que en ella los dejó, cuyos vasallos todos eran… Y bien sabéis que siempre lo hemos esperado y según las cosas que el capitán nos ha dicho de aquel rey señor que lo envió acá, y según la parte de donde él dice que viene, tengo por cierto y así lo debéis vosotros tener, que aqueste es el señor que esperábamos, en especial que nos dice que allá tenían noticias de nosotros, y pues nuestros predecesores no hicieron lo que a su señor eran obligados, hagámoslo nosotros, y demos gracias a nuestros dios es porque en nuestros tiempos vino lo que tanto aquellos esperaban. Y mucho os ruego, pues a todos es notorio todo esto, que así como hasta aquí a mí me habéis tenido y obedecido por señor vuestro, de aquí adelante tengáis y obedezcáis a este gran rey, pues él es vuestro natural señor, y en su lugar tengáis a éste su capitán; y todos los tributos y servicios que hasta aquí a mí me hacíades, los haced y dada él… (a lo cual, respondieron los presentes) … que ellos lo tenían por su señor y habían prometido de hacer todo lo que les mandase; por esto y por la razón que para ello les daba, que eran muy contentos de lo hacer, y que desde entonces para siempre se daban ellos por vasallos de vuestra alteza.

Todo ello quedó protocolizado ante escribano público en presencia de muchos españoles, si bien al comienzo de esta misma Carta advierte Cortés que en cierto infortunio se me perdieron todas las escrituras y autos que con los naturales de estas tierras yo he hecho.

El tercer nivel argumental, otorga pleno sentido a los anteriores:

… y todos, en especial, el dicho Mutezuma, me respondieron que ya me habían dicho que ellos no eran naturales de estas tierras, y que había mucho tiempo que sus precedesores habían venido a ella, y que bien creían que podrían estar errados en algo de aquello que tenían, por haber tanto tiempo que salieron de su naturaleza y que yo, como más nuevamente venido, sabría las cosas que debían tener y creer, mejor que no ellos; que se las dijese e hiciese entender, que ellos harían lo que yo les dijese que era lo mejor. Y el dicho Mutezuma y muchos de los principales de la ciudad dicha, estuvieron conmigo hasta quitar los ídolos y limpiar las capillas, y poner las imágenes, y todo con alegre semblante, y les defendí que no matasen criaturas a los ídolos, como acostumbraban, porque demás de ser muy aborrecible a Dios, vuestra sacra majestad por sus leyes lo prohíbe y manda que el que matare lo maten.

El profundo sentido político que se deduce de esta ficción literaria cortesiana, basada en la historia religiosa y civil de los mexica, es evidente. Por ella la historia mexicana, otorga el dominio al rey de España sobre el territorio mexica, un fundamento jurídico similar al que le permitió presentar su candidatura al Imperio alemán y, en consecuencia, completamente independiente de la donación pontificia, lo cual, a su vez, autonomiza la conquista de México respecto al círculo del Caribe y la gobernación de Cuba. Aquí radica el argumento decisivo de Cortés, sobre el cual tiene que montar todo su edificio jurídico-político y, por supuesto, la decisión de hacer frente y apresar a Pánfilo de Narváez, e incorporar a su tropa a su propia compaña. Todo ello supone la entrada de Nueva España en el Reino particular.

Cuando ya tiene montado este argumento decisivo, que expone al Rey en su segunda Carta —tema fundamental de la misma— se producirá un auténtico cambio de actitud ideológica, que ocurre inmediatamente después de que el Rey reconozca —y le nombre— para el triple cargo de Capitán General, Justicia Mayor y Gobernador, lo cual ocurre el 5 de octubre de 1522. Como pone de relieve Frankl[30], ya en la tercera Carta de relación se insinúa una nueva consideración de la Nueva España como puente para el imperio universal, y expresado claramente en la cuarta Carta de relación, cuando se refiere a los navíos que ha ordenado construir en la costa del Mar del Sur (Pacífico):

Tengo en tanto estos navíos que no lo podría significar; porque tengo por muy cierto que con ellos, siendo Dios Nuestro Señor servido, tengo que ser causa que vuestra cesárea majestad sea en estas partes señor de más reinos y señoríos que los que hasta hoy en nuestra nación se tiene noticia; a él plega encaminarlo como él sirva y vuestra cesárea majestad consiga tanto bien, pues creo que con hacer yo esto no le quedará a vuestra excelsitud más que hacer para ser monarca del mundo.

Más adelante, dentro de la peculiar línea personal sobre la acción descubridora, Cortés expone sus proyectos para conocer el secreto de la costa, que es lo que descubrió Juan Ponce de León y de allí la costa de la dicha Florida, por la parte del norte, hasta llegar a los Bacallaos, con objeto de descubrir el estrecho que pasa a la Mar del Sur.

Y por representárseme el gran servicio que aquí a vuestra majestad resulta… he determinado de enviar tres carabelas y dos bergantines en esta demanda… Plega Nuestro Señor que la armada consiga el fin que se hace, que es descubrir aquel estrecho, porque sería lo mejor, lo cual tengo muy creído, por en la real ventura de vuestra majestad ninguna cosa se puede encubrir, y a mí no me faltará diligencia y buen recaudo y voluntad para lo trabajar.

Frankl llama la atención acerca de la yuxtaposición en este párrafo de la idea antigua de la fortuna principis con la místico-renacentista del spiritualis homo a quien la naturaleza se le revela espontáneamente, y la medieval castellana relativa a la obligación del pueblo de decir siempre la verdad a su Rey. A propósito de ello argumenta una vinculación del pensamiento cortesiana a la tradición gibelina, así como la persistencia del propio pensamiento medieval español.

Resulta, pues, notoria, la transformación de las ideas políticas de Cortés entre la segunda y las cuarta y quinta Cartas de relación. Además, se corresponde con la propia transformación del pensamiento del monarca, que se fundía con la nación española, originando el erasmismo español[31] y la robusta corriente de la monarquía universal, principalmente mantenida por Alfonso de Valdés y el jurista Miguel de Ulzurrun. Estas ideas se enriquecieron extraordinariamente con la traducción del Enchiridion militis christiani, al que considera Bataillon, con harta razón, motivador de una verdadera revolución espiritual en España, en la que participaría también Cortés, pues en sus cuarta y quinta Cartas de relación se encuentran huellas de un profundo erasmismo.

Contrariamente, pues, a la afirmación de Madariaga que caracteriza a Cortés como un oportunista, lo que resulta de los núcleos de argumentación política y jurídica en sus Cartas de relación es un importante —y prácticamente desconocido— mundo intelectual y un vigoroso y bien constituido pensamiento político en el que destaca, con fuerza, sólidas notas de modernidad. Contra Hernán Cortés se organizó, en su propio tiempo, un poderoso antagonismo que provino de dos cuerpos sociales e institucionales para los que, por diversas razones, Cortés no resultó persona grata: la nobleza tradicional y el sistema burocrático-administrativo. Como hombre de acción no percibió la enorme fuerza que en el Estado moderno adquirió la burocracia; como hombre de letras, no entró en el estilo romanista de interpretación de la letra legislativa. De ahí su constante enfrentamiento con oficiales reales, Audiencias, el primer virrey, los asesores peninsulares y, por supuesto, con el clan fonsequista en el largo pleito mantenido con Velázquez.

Por su parte, la nobleza peninsular fue, desde el primer instante, el enemigo más serio de la empresa indiana, temorosa de perder la mano de obra básica para el cultivo de sus extensas propiedades y arrastrada por su característica endogamia, nunca pudo aceptar —excepto cortas excepciones— a Cortés como un miembro de ella. Lo consideraron un intruso y ninguno regateó ocasiones para el desprecio o la burla, el vejamen o la calumnia contra el indiano ennoblecido con el título de Marqués del Valle de Oaxaca[32]. Les resultaba absolutamente extraño e imposible comprender que un pobre hidalgo pudiese, por hechos y hazañas realizados en un mundo distante, fabuloso y salvaje —según opinaban displicentemente— levantarse hasta situarse a la altura de la nobleza cortesana, pulcra y atildada. Fuerzas demasiado poderosas tuvo frente a sí Cortés, pero siempre pensó que la autoridad se definía por la justicia más que por cualquier otra razón. Por ello, al final de su vida, en su querida España, se retiró al pueblo sevillano de Castilleja de la Cuesta, donde organizó a sus expensas una interesantísima tertulia literaria y humanística; en su testamento[33] clamó para que su cuerpo no tardase en ser trasladado a México, que tanto le pesó destruir, aunque también tan rápidamente reconstruyó, como un verdadero modelo de ciudad occidental, en el mismo emplazamiento indígena, incluso contra el criterio de todos a quienes consultó[34].

El sentido de ordenamiento territorial

Lo que se ha llamado la expansión radial de México, deja un campo ciertamente corto a la gran visión ordenadora que tuvo Cortés respecto al territorio. En éste existe un centro natural, que es México-Tenochtitlan, sólo que, en lugar de ser la cuenca meramente continental, después de la conquista tenía que ser concebido como un eje doble: continental, por supuesto, pero también concordando con la línea del Caribe, el mar más exactamente denominado por los oceanógrafos Mediterráneo tropical. Su fuerza radicaba específicamente en su capacidad de producción-consumo y sería el primer lugar del mundo en donde se ensaye un territorio, sin solución de continuidad entre dos Océanos. El índice de actividad del comercio exterior no deja lugar a dudas en señalar en la Nueva España —y su centro natural de México-Tenochtitlan— el máximo en volumen y valor. La relación exterior sigue dos ejes perfectamente delineados por Hernán Cortés: uno marítimo Este-Oeste, en la línea de Veracruz-México-Acapulco, uniendo, en consecuencia, el Mediterráneo tropical con el Pacífico que, en definitiva, marcó el camino de Castilla, camino de China, es decir, el cumplimiento tardío del inicial propósito de Cristóbal Colón. El segundo eje, es el Norte-Sur, supone la unión de la frontera norte, con el istmo de Tehuantepec. Entre Veracruz y México-Tenochtitlan, un camino de cuatrocientos kilómetros de largo, pasa por Puebla; es el camino para los comerciantes, los viajeros; paralelo a él, otro, el de las Ventas, propiciado desde luego por Hernán Cortés. Es el mundo de los carreros, los arrieros, que desde el comienzo mismo ofrecen grandes desafíos por sus específicos e importantes problemas sociales. Veracruz, apoyado en Puebla, es el puerto terrestre en la malsana y peligrosa costa. Como se ha hecho constar[35], el verdadero puerto de Nueva España es México-Tenochtitlan. Su emplazamiento dependió de la voluntad indígena. Tenochtitlan (fundada en 1325), es una ciudad lacustre de meseta, rodeada de volcanes, que fueron la causa de la fabulosa riqueza de la tierra, aunque contribuyesen al clima de inseguridad que permanentemente gravita sobre la ciudad. Los conquistadores medían la longitud de los temblores por unidades muy particulares: credo, pater noster, ave maría. Ello otorgó un valor económico inestable al Anahuac, que es la base económica del Tenochtitlan indígena.

La permanencia del emplazamiento dependió, en exclusiva, de la voluntad de Hernán Cortés; en su tiempo llegó a albergar una población de, al menos, setenta y cinco mil habitantes, con un crecimiento constante de blancos que Humboldt, en 1800, estima de ciento treinta mil. Su gran originalidad —en lo que con tanto acierto insistió Hernán Cortés— consistió en ofrecer una gama muy completa de actividades económicas. Se trata, ante todo, de una ciudad rural, como puede apreciarse desde la constitución del primer Cabildo. Este siempre estuvo atento a los problemas derivados de tal ruralidad: cuidado y atención por los bosques, abundancia de trigo y de carne —esta última ocho veces más barata que en España— así como productos de la huerta. Inmediatamente aparece el México manufacturero: primeras tentativas —entre 1523/1540— de la industria de la seda; en la década de los años treinta se convierte en espléndida realidad la producción de seda bruta, que a mediados de siglo alcanza, en la Mixteca, una verdadera prosperidad; finalmente, México es la ciudad del comercio y de los negocios. Y es también la ciudad política. Desde su origen ambos términos se encuentran estrechamente vinculados entre sí. Ser capital política, implica la existencia de una sólida e importante red financiera, lo cual supone un formidable incremento para el comercio y los negocios, que a su vez, queda condicionado por las masas geográficas que constituyen fuentes regionales, generalmente integrados por Hernán Cortés, en virtud de su política de expansión: el Sur y el Este, agrícola y portuario (Pánuco, Tehuantepec, Oaxaca, Guatemala, Honduras); la Costa del Pacífico, gran empeño cortesiano, generador de una política de descubrimientos de alta importancia, como vimos. Queda el Norte minero, más tardíamente integrado. La importancia de estos grandes frentes no tiene relación proporcional ni con la población ni con la superficie realmente integrada. El Sur es el ámbito de las grandes densidades, pero las estructuras indígenas apenas si se modifican, no porque el poblamiento español fuese débil, que sin duda lo fue, sino porque cabalmente está respondiendo al esquema del proyecto político cortesiano de convivencia del México indígena con el español. Será, fundamentalmente, territorio de señoríos, siendo el primero de todo el marquesado de Oaxaca, concedido por el Rey a Hernán Cortés[36].

El Sur se encuentra situado entre México ciudad y el istmo de Tehuantepec; corresponde a la parte húmeda de la Nueva España. Está compuesta por el Tlaxcala, Cuernavaca, La Mixteca, Oaxaca-Antequera, Michoacan, ésta última a la misma distancia de México-Tenochtitlan, basculando hacia la costa del Pacífico, que la Mixteca y Oaxaca. Este Sur, pese a su masa geográfica y humana, no llegó a alcanzar un papel importante en la economía atlántica. Lo tuvo, sin embargo, en la economía continental, propiamente mexicana. La conquista de la costa del Pacífico, precede, en mucho, la del México seco, donde se inicia la América árida como la denominan actualmente los antropólogos. Hacia el Pacífico, la Nueva España de Cortés superó los límites del Imperio Mexica, pero su función económica sólo se produjo más tardíamente y en razón al México seco. Se dan cuatro puertos fundamentales, que, en principio, no significan la voluntad exploradora de Cortés para conocer el trazado de la costa pacífica de la Nueva España. Más adelante, serán puertos de salida de las riquezas mineras del norte, del México seco, hacia el oriente, después de que la expedición Legazpi-Urdaneta (1564-1565) produjese la proyección al Pacífico Oriental y se descubriese la ruta de regreso hasta la Nueva España, esos puertos fueron el de Navidad, al norte, en la provincia de Colima, Acapulco, al final de la ruta de México, Huatulco y Tehuantepec, en Oaxaca.

Como receptor de la confederación mexicana, Cortés, a finales de 1521, había extendido su dominio sobre cerca de trescientos mil kilómetros cuadrados. La expansión hacia el Sur, supuso la incorporación de otros doscientos cincuenta mil kilómetros cuadrados. A principios de 1523 el dominio del país nahua parecía suficientemente firme como para servir de base de operaciones a otra gran empresa de conquista, que Cortés orientó hacia el Mar del Sur, aunque sin grandes éxitos y sus continuadores hacia el árido Norte, de gran riqueza minera. En las costas norteñas del golfo de México, entre el río Tuxpán y el Pánuco, los huastecas eran representantes más septentrionales de las culturas altas del golfo hasta Yucatán. La conquista fue difícil, realizada personalmente por Cortés, y se prolongó durante dos largos años, desde 1521, consiguiendo anticiparse al adelantamiento de Garay. Supone el largo recorrido de tres mil kilómetros de la costa del golfo de México. A partir de 1522, se inició el lanzamiento de expediciones hacia el istmo de Tehuantepec. Pedro de Alvarado dio el primer impulso, tras someter a los mixtecas de la costa de Tututepec. Desde aquí atravesó el istmo de Tehuantepec y llegó al sur del macizo maya, en territorio de quichés y cakchiqueles. Tras el hundimiento del mexicanizado imperio quiché de Kumarcaaj, la división anárquica desgarró el istmo y la conquista pudo considerarse concluida en 1525. En este mismo momento, Cortés, en una arriesgada expedición, a través de las tierras del golfo, llegaba, por los bosques de Chiapas y Guatemala, hasta el territorio de las Hibueras. Desde 1529 se iniciaría el movimiento de expansión hacia el norte, con la expedición de Nuño de Guzmán, uno de los grandes enemigos de Cortés. Con la política del Mar del Sur, se cierra el ordenamiento territorial.

El diseño de un Estado indiano

Tanto la cuarta como la quinta Carta de relación constituyen documentos fundamentales —que, naturalmente, habría que completar con otros documentos, ordenanzas, instrucciones cortesianas, cuya consideración se sale del ámbito de referencia de las Cartas mismas— para el conocimiento del designio cortesiano de dotar a la Nueva España de una estructura perfectamente constituida en el orden político que supusiese un primer atisbo de sistema estatal. El núcleo del problema continúa siendo la serie de enfrentamientos al que había llegado Cortés con los hombres de Velázquez participantes en la primera expedición, así como en la enviada al mando de Pánfilo de Narváez. Este desajuste, no había dejado de incidir en las contradicciones internas del grupo conquistador y para acallar las voces de protesta, Cortés había tenido necesidad de proyectar sobre un futuro triunfalista los conflictos entre sus hombres que, lógicamente, tenían que constituir la élite sobre la cual levantar la nueva situación. Al no ser tan enormes los botines conseguidos, de modo que el reparto satisficiera las demandas conformándolos con resultados inmediatos, a Cortés no le quedó otro recurso que recurrir a las encomiendas, lo que quiere decir, distribuir tierras e indios, de acuerdo al rango que cada cual hubiese tenido en la empresa. Pero, Cortés ya había observado —valoremos, una vez más, su capacidad de observación y su claridad de juicio— la diferencia existente entre los indígenas antillanos y los mexicanos y lo dice con claridad meridiana en una carta al Rey: como los naturales destas partes eran de mucha más capacidad que no los de las otras islas, que nos parecían de tanto entendimiento y razón cuanto a uno medianamente basta para ser capaz; y que a esta causa me parecía cosa grave, por entonces, compelerlos a que sirviesen a los españoles de la misma manera que los de las otras islas. Cuando Cortés expuso sus dudas razonables al Rey, se estaba en la península en trance de revisión de toda la política indigenista española en el Nuevo Mundo y la orden recibida por Cortés fue la de no hacer ninguna asignación de indios.

Pero Cortés no estaba en disposición —acosado por la urgencia de los que deseaban obtener ganancias prontas— de cumplir lo que le ordenaba el Rey, y así lo comunica a los oficiales reales que portaban las Reales Cédulas, a los que hace expresa indicación de que escribiría largamente al Rey, para explicarle pormenorizadamente, las razones en las que se fundaba su desobediencia[37]. Los argumentos dados por Cortés al monarca fueron seis[38]:

— los españoles sólo contaban con este medio de mantenimiento y si no podían utilizarlo, tendrían que abandonar México.

— Cortés los había liberado de una esclavitud mayor, que era a la que estaban sometidos por sus antiguos señores mexicas. Bastaba amenazarlos con devolverlos a sus antiguos señores para que sirviesen con mayor devoción a los españoles.

— era ilusorio pensar que los indios pagarían tributo en metálico.

— si el pago se hacía en mercaderías, no llegarían a España.

— si la encomienda fuese abolida, México sólo podría continuar siendo español mediante el establecimiento de una estructura militar férrea, lo cual no supondría un mejoramiento en la relación con los indígenas.

— sostenía que la verdadera razón del aniquilamiento de los indígenas radicaba en quienes debían administrar justicia, que lo hacían de modo deficiente.

Cortés entiende que era necesario establecer en México una estructura de frontera, una estructura señorial, a lo cual no estaba dispuesta la Corona. Pero, paradójicamente, la tradición que proviene de la Reconquista peninsular, se acomodaba perfectamente a la necesaria organización que era preciso dar a una fórmula incipiente de Estado, que debería oscilar y gravitar con un criterio moderno de unidad y centralización. En efecto, la clarividencia de Cortés, consiste en darse cuenta que no podía proyectarse sobre México la tradición de las comunidades —que habían quedado derrotadas en esos mismos años— sino el criterio peculiar de la monarquía española, que era el de la unidad nacional que imponiéndose por encima de fueros y tradiciones, se pusiese en relación con la exigencia de homogeneización de un mercado unitario, una coincidencia de intereses comunes. Y sobre todo, sobre un fondo de carácter mercantilista, que ya no podía apoyarse en organizaciones estamentales o corporativas de raíz medieval[39].

En rigor, la política de Hernán Cortés equivalía a una política de hecho consumado que hubo de molestar profundamente a los círculos cortesanos, tanto nobiliarios como burocráticos. Por su parte, los empecinados velazquistas, hicieron llegar continuas denuncias hasta el Consejo real respecto a los propósitos de Hernán Cortés de crear un gran feudo personal. Todo ello condujo a la decisión de organizar una Audiencia, que llegó a México en 1528, con su presidente al frente Nuño de Guzmán. De los cuatro oidores, dos murieron durante el viaje y los otros dos —Diego Delgadillo y Juan Ortiz de Matienzo— serán la plataforma de los velazquistas para lanzarse de lleno a una política claramente anti-cortesiana. A su vez, esta conducta, encontró una ferviente oposición en la venerable figura del nuevo obispo de México, fray Juan de Zumárraga. De este modo se produjeron muy tempranamente —aunque fuera del espacio cronológico abarcado por las Cartas de relación—, los grupos políticos institucionalmente estructurados en torno al hecho político que era México y la configuración del Estado, o, por mejor decir, donde se había aplicado el primer diseño de un Estado indiano.

En efecto, este primer diseño —que apenas sí corresponde en este lugar y con relación a la temática que estamos exponiendo referido fundamentalmente al conjunto de ideas reiteradamente expuestas por Hernán Cortés, en orden a la configuración de una agrupación humana, de una comunidad nueva, en la que los lazos de solidaridad fuesen de particular intensidad— cumplía las condiciones que han sido señaladas modernamente[40] como características embrionarias del Estado:

— acentuada división de trabajo entre los gobernadores (legislar, aplicar, resolver).

— un sistema organizado de sanciones.

— la mayor fuerza de prestigio para hacer ejecutar sanciones y disposiciones.

Por otra parte, se preocupa intensamente Cortés de que los lazos de solidaridad se extendiesen a todo el territorio integrado, pero sobre todo, particularizó y enfatizó en cuanto se refería al establecimiento de esos lazos de solidaridad con la Corona, no sólo a través de una lealtad sin tacha, sino también creando las condiciones objetivas para la afirmación de una identidad, mediante la comunidad histórica, que se apreció, sobre todo, en la gigantesca labor llevada a cabo por los franciscanos en México. También es factible seguir —aunque, insisto, no es aquí el momento oportuno para ello— el diseño del Estado nuevo establecido en México por Hernán Cortés, en el mismo empeño de superioridad de las relaciones entre el Estado, centrado en la Corona, y las otras comunidades indígenas semi-integradas, o todavía no, en la órbita de dicho sistema. Es evidente que el Estado tiende a la absorción de las comunidades más pequeñas y, en este sentido, Cortés debe inscribirse en la tradición más radicalmente española de la idea de unidad centralización. Es también en ello un típico hombre de mentalidad renacentista, pero de formación medieval-reconquistador.

En tal sentido, hemos de llamar la atención —desde el punto de vista político— sobre los planos que se superponen en las actitudes cortesianas:

Uno, muy peculiar, que adquiere gradación creciente a lo largo de la secuencia de las Cartas de relación, en la cual destacan tres estructuras éticas, de condicionamiento germinal de Estado:

I. La tesis de la transmisión de la soberanía, con la correspondiente afirmación del mantenimiento de la fidelidad al Rey y la lealtad a la Corona.

II. La paz como alternativa de afirmación ante la guerra, con extensión del perdón para los indios rebeldes e incorporación al concepto de súbditos de la Corona.

III. Exaltación de una misión comunitaria, pero con la afirmación, sin vacilaciones, del privilegio individual del mando.

El otro plano, radica en la programación de gobierno que abarca importantes tendencias hasta crear un denso programa de profundo sentido planificador:

Preocupación por la defensa de los habitantes de Veracruz, su amparo y derechos a recaudar, acordados por el Regimiento de la Villa.

Ordenanzas militares, dadas en Tlaxcallan.

Directrices para la convivencia ciudadana.

Ordenanzas para la organización y convivencia de los vecinos y habitantes de la Nueva España.

Ordenanzas para el buen tratamiento y régimen de los indios.

Normas arancelarias y precios para los venteros de la ruta de Veracruz a México.

Donación de tierras a las hijas de Moctezuma.

Hospitales y beneficencia.

Compensaciones por préstamos.

El pensamiento de Cortés —su profundo sentido de servicio a la Corona— queda de manifiesto en el Memorial de servicios que, por orden del Rey, le presentó en 1528, con motivo de ser recibido en Toledo por S. M. el Rey de las Españas, Carlos I. En esa oportunidad, en lugar de la relación pormenorizada de sus muchos méritos, escribía Cortés: Mandóme V. M. que mi memoria o petición fuese enderezada a dos fines, en uno habiendo V. M. de servirse de mí en aquellas partes, el otro en estos reynos; y porque a cualquiera de estos dos efectos lo que dijere ha de ser pedir, y esto ha de ser según V. M., o según yo, y si según yo, ya he confesado que tengo más obligación de servir que razón de demandar, y si según V. M. ¿qué podré pedir que a esto satisfaga? Lo que hace es una profunda reflexión de lo que le parece conveniente para el mantenimiento y la elevación política de los vasallos de la Nueva España.

Mario Hernández Sánchez-Barba
Madrid, marzo de 1985