MASANORI OKUYAMA (42)
El señor Okuyama me impresionó por su espíritu sosegado. Nos vimos en una sola ocasión y nuestro encuentro sólo duró un par de horas, por lo que no puedo saber a ciencia cierta cómo es en realidad. Después de tantas entrevistas, adquirí cierta habilidad para conocer el carácter de las personas aunque sólo tuviera oportunidad de cruzarme con ellas durante un rato.
Nacido y criado en una pequeña ciudad del nordeste, estudió en la universidad local. Es el mayor de tres hermanos y, según admite él mismo, «era un chico que se portaba bien. Siempre hacía lo que me decían». En la época del instituto estaba entusiasmado con el balonmano y llegó a participar en la liga nacional.
Tiene dos hijos. El mayor cursa tercero de secundaria y el pequeño sexto de primaria.
Es un padre poco severo que casi nunca regaña a sus hijos. Cuando le pregunté si le preocupaba cómo se las iban a arreglar en el mundo, me contestó: «No, no estoy demasiado preocupado por eso».
Trabaja para un diseñador y fabricante de productos de decoración de interiores que vende al por mayor en grandes almacenes y cadenas de supermercados. Al contrario de lo que ocurre en la mayor parte de los trabajos dedicados a ventas, no tiene la obligación de recibir a muchos clientes ni obsequiarlos con nada. Sus clientes son muy estrictos a la hora de aceptar favores y en lo que se refiere a evitar connivencias con los proveedores, lo cual «hace más fácil separar el trabajo de la vida personal», como él mismo admite. Normalmente va al trabajo en la línea Hibiya hasta Kayabacho.
En sus días libres ve la tele y de vez en cuando juega a algo en el ordenador. No sale a beber con sus colegas de trabajo. Como mucho toma una cerveza al día. Es un hombre que conoce sus límites.
El 20 de marzo no tenía demasiado trabajo, pero como casi estábamos al final del año fiscal había muchas cosas que hacer. El día siguiente era festivo, por eso salí de casa antes de lo habitual. Quería llegar con tiempo para poner en orden mis archivos, ese tipo de cosas. Estoy casi seguro de que llegué al tren de las 7:50 de la mañana procedente de Kita-senju. Normalmente me subo en el segundo vagón de la parte delantera.
Cuando el tren llegó a Kodenmacho, dijeron por megafonía que teníamos que salir. Había habido una explosión o algo por el estilo. Salió todo el mundo. Pensé que tarde o temprano el tren volvería a ponerse en marcha o que llegaría otro. Esperé en el andén. Debí de permanecer allí unos dos o tres minutos. De pronto, un hombre que estaba cerca de mí se puso a gritar. Estaría a unos veinte metros de distancia. Fue un grito extraño, incomprensible. Al poco rato se lo llevaron.
Me di cuenta de que algo extraño ocurría con mi respiración. No es que le dedicara mucha atención, fue tan sólo un pensamiento fugaz del tipo: «¿Y ahora qué pasa?». Entonces…, eso es. Una mujer se agachó a mi lado, pero de nuevo pensé que estaba enferma y no se sentía bien. Poco después oí otro anuncio por los altavoces: «Desalojen la estación, por favor». Explicaron algo, pero no recuerdo qué.
La salida de la estación de Kodenmacho se encuentra justo en el centro del andén, por eso la gente que estaba en la parte delantera tuvo que retroceder. No recuerdo bien, pero creo que volví a subir al tren para ir por dentro, porque el andén estaba atestado. A mitad de camino vi a alguien caído en el suelo. De eso sí estoy seguro.
Cuando salí de nuevo al andén, recuerdo vagamente haber visto un charco detrás de una columna. También que olía a algo parecido a los disolventes que se utilizan en la construcción… Me dio la sensación de que el aire estaba viciado. Sufro asma desde que era niño. Pensé que tenía algo que ver con eso. De todos modos, ninguno de los pasajeros parecía tener prisa. Simplemente caminaban hacia la salida.
Una vez fuera, miré a mi alrededor y vi a un hombre tirado en el suelo. Echaba espuma por la boca. Había una persona que trataba de ayudarle. Había mucha gente sentada. Todos moqueaban y tenían los ojos llorosos. Era una visión increíble. No tenía la más mínima idea de lo que estaba pasando, sólo tenía una sensación de peligro inminente. «En una situación así no debería ir a trabajar», pensé. Era algo serio, lo mejor que podía hacer era sentarme y quedarme allí tranquilo un rato.
Allí me quedé; primero en pie, luego sentado. Mi campo de visión se redujo y se oscureció. Por encima de cualquier otra cosa me sentía aturdido. El anuncio de la explosión, la persona que gritaba, la gente que se caía al suelo… No conseguía entender la relación que había entre todas esas cosas. No imaginaba que nada de eso tuviera algo que ver conmigo. Tan sólo me senté y pensé: «Mejor me quedo como estoy». Supongo que fue instinto.
En los testimonios que he escuchado hasta ahora, mucha gente coincide en que a pesar de notar algo extraño tenían que ir a la oficina como fuera. Pocos pensaron en quedarse donde estaban y esperar a que los socorrieran. Se sentían obligados a ir al trabajo aunque fuera a rastras…
Sí. La mayor parte de la gente se afanaba por llegar al trabajo como fuera a pesar de que estaban físicamente mal. Me extrañaba. Apenas podían caminar, de hecho había un chico a mi lado que se arrastraba por el suelo. Era evidente que no estaba en condiciones de ir a ningún sitio. No hablé con nadie excepto con una mujer que parecía luchar con cada paso que daba. Le dije: «Si se encuentra usted mal, es mejor que se siente».
Yo no estuve presente y no puedo saber exactamente cómo era el ambiente, pero, como poco, imagino que fue una situación nada frecuente en la que ocurría algo incomprensible. ¿No habló usted con las personas que estaban cerca para tratar de averiguar qué pasaba o, al menos, para intercambiar opiniones?
Aparte de con ella, no hablé con nadie más. No sé qué hizo el resto de la gente, si hablaron entre sí para ver qué hacían… Obviamente quería saber qué pasaba, pero no le pregunté a nadie. No me encontraba mal del todo, tampoco sentía náuseas.
Las ambulancias tardaron mucho en llegar y al final sólo vino una. A la mayoría de la gente no le quedó más remedio que recurrir a los taxis. Paramos a los taxis entre todos y subimos primero a los que parecían más graves y a las mujeres. Todos los que estábamos allí colaboramos. En una situación así, los servicios de emergencia no fueron de ninguna ayuda.
Yo fui de los últimos en subirme a un taxi para ir al hospital. Éramos cuatro en total. Ninguno estaba especialmente mal. Supongo que no se trataba de ninguna urgencia. Éramos todos trabajadores. Hablamos durante el trayecto, pero no recuerdo de qué. Por alguna razón no soy capaz de recordarlo.
Fuimos al Hospital Mitsui, en Akihabara. No tengo ni idea de por qué acabamos allí. Quizás alguien nos envió. Nada más llegar llamé a la oficina. Por fortuna ya sabían lo del atentado. Otros dos colegas del trabajo también habían resultado afectados. Nada grave, tenían los mismos síntomas que yo.
Estuve dos noches ingresado en el hospital. Usaron no sé qué medicina para dilatarme las pupilas y al final resultó que todo lo veía muy luminoso. Uno de los efectos secundarios fue que mi vista se debilitó. Me duró una semana. Aparte de eso, no noté ningún otro desarreglo físico. Tan sólo sufrí un ataque de asma, que fue lo me obligó a quedarme dos noches ingresado, pero ése es un padecimiento al que ya estoy acostumbrado.
No puedo decir si la fatiga que siento se debe al sarín o no. Parece una zona gris. Podría ser la edad… Ahora estoy muy olvidadizo, pero ¿quién puede conocer la causa exacta? En cuanto a los dolores de espalda, ya los tenía antes del atentado, aunque últimamente se han intensificado. Es probable que se deba al hecho de que ya tengo una edad.
Lo que me produjo terror fueron los medios de comunicación, especialmente la televisión. La información sobre lo que ocurrió fue tan limitada. Cuando empezaron a hablar sobre lo ocurrido lo hicieron de una manera sesgada que sólo confundió a la gente. Crearon la ilusión de que los pequeños detalles en los que se fijaban ellos eran el cuadro completo.
Cuando estaba fuera de la estación de Kodenmacho, es cierto que el lugar tenía un aspecto muy inusual, pero a pocos metros de allí las cosas seguían como siempre. Los coches circulaban sin mayores complicaciones. Ahora pienso en ello y comprendo que fue algo muy inquietante. Un contraste de lo más extraño. Sin embargo, en televisión sólo enseñaron, digamos, la parte «anormal», algo muy distinto a lo que yo vi. Me di cuenta de lo aterradora que puede resultar la televisión.