SUMIO TOKITA (45)
El señor Tokita nació en la localidad balneario de Yumura, en la prefectura de Hyogo, al oeste de Kinosaki, frente al mar de Japón. Después de graduarse empezó a trabajar para una cadena de supermercados de la región de Kansai. Hace diez años lo trasladaron a Tokio. Hasta ese momento residió en la ciudad de Hanshin.
Su especialidad es la informática y desde que entró en la empresa se dedica exclusivamente a ello. La informática y las cadenas de supermercados tienen una relación muy estrecha, ya sean las ventas de cada una de las tiendas o las existencias en almacén, controladas entre la red de cajas registradoras y el ordenador central. Es sencillo, si el sistema no funcionase, no podrían abrir. Se trata de un trabajo en el que uno no se puede relajar.
Es un cuarentón delgado con una constitución magra. Así se lo dije: «Está usted muy delgado». A modo de aclaración me contestó: «Hace tres años me cortaron dos tercios del estómago a causa de una úlcera». Se la había producido el estrés. Aun así, dice que no le cuesta mucho el desplazamiento al trabajo, casi dos horas por trayecto.
Le gusta el deporte. Sus dos hijas pertenecen a un club de softball y él practica con ellas en su día libre. En realidad, es una afición que comparte toda la familia. Parece divertido. Está muy ocupado por el trabajo, lo cual le consume los nervios, pero aparte de eso me dio la impresión de llevar una vida tranquila.
Hasta que empecé a trabajar, ni siquiera había tocado un ordenador, tan sólo era un aficionado. Tuve que aprenderlo todo cuando empecé en la empresa, pero si uno recibe la formación adecuada, cualquiera es capaz de hacerlo en dos o tres meses. A hacer los programas, diseñar los sistemas… se aprende gradualmente.
En el trabajo se producen accidentes de vez en cuando. Hace tiempo, por ejemplo, la Compañía Eléctrica de Tokio realizaba una obra cerca de nuestras oficinas. Cortaron un cable sin darse cuenta y eso provocó un corte de suministro que lo paralizó todo. Inmediatamente cayó el sistema y empezaron a llamarnos de todas partes. Tenemos que estar alerta las veinticuatro horas.
Hace poco, en septiembre del año pasado, hubo una reorganización de personal y empecé a trabajar para una empresa afiliada. Fue un alivió considerable. Ya no me encargo de preparar sistemas, sino que encargo a otros que nos los hagan. Supone una gran diferencia, se lo aseguro. Mi trabajo consiste ahora en quejarme (risas): «Hazlo así, o de esta manera. Va muy lento, lo quiero más rápido». Hasta que cambié de puesto era yo, precisamente, quien recibía las quejas. Era muy duro.
Vivo en Satte, en la prefectura de Saitama, dos estaciones después de la parada del parque zoológico de Tobu, en la línea Tobu Isezaki. Hasta Gotanda, donde estaba la oficina en el momento del atentado, tardaba unas dos horas. Muy lejos. Ahora está en Daimon y tardo una hora y media. Lejos también. Desde Satte hasta Kita-senju puedo sentarme, pero a partir de ahí es la guerra. No me queda más remedio que dejar pasar trenes hasta que llega uno un poco más despejado. Hay tanta gente que no puedo subir enseguida y, cuando al fin lo consigo, resulta imposible encontrar un asiento libre.
¿Por qué fuimos a vivir a Satte? Muy sencillo: era más barato. Antes vivía en Yokohama, pero quería comprarme una casa para vivir con mi familia un poco más desahogados, lo cual era imposible en el propio Yokohama. Había una diferencia de varios ceros en el precio de las viviendas. Me dediqué a investigar dónde encontrar algo asequible, algo que pudiera permitirme. Fue hace ocho años, antes de que estallara la burbuja. Todavía no existía el IVA.
El desplazamiento diario al trabajo es muy duro, pero cuando compré la casa no pensé en eso. Mi preocupación fundamental era el dinero… Además, estar en el campo resulta muy conveniente para vivir. Somos cuatro, mi mujer, mis hijas y yo. La mayor tiene veintitrés años y la pequeña veinte. Aún estudia.
Todavía existe la posibilidad de que me trasladen de nuevo a Kansai. En realidad iban a hacerlo en marzo del año pasado. Tenía planeado irme solo, pero justo entonces ocurrió el terremoto de Kobe… Al final me quedé en Tokio. Allí no se podía hacer nada. De no haber sido por el terremoto me habría mudado y no me habría afectado el atentado. Se puede decir que fue obra del destino.
Si se hace tarde, volver a casa desde el centro de Tokio resulta complicado y muy molesto. Si vuelvo en taxi, me cuesta unos veinte mil yenes. Así que muchas veces, directamente no vuelvo. Me quedo a dormir en la ciudad. En aquella época terminaba de trabajar sobre las nueve o diez de la noche y llegaba a casa a las doce. Tenía muchísimo follón, fue muy duro. Estaba creando un nuevo sistema informático para la oficina de Gotanda. Dormía tres o cuatro horas al día y recuperaba el sueño los fines de semana. Es decir, dormía hasta pasado el mediodía. No soy capaz de dormir en el tren. No sé por qué, pero nunca he podido. ¿Será que me pongo nervioso? Con la influencia del alcohol lo he conseguido algunas veces, pero en general me resulta imposible. Veía a mis hijas una vez por semana como mucho.
El día del atentado, el 20 de marzo, me levanté un poco más tarde de lo normal. El día anterior me había acostado muy tarde y estaba agotado. No pude levantarme a tiempo de llegar a la estación de metro a la hora de siempre. Se me hizo tan tarde que pensé que llegaría con mucho retraso al trabajo.
Cuando llegué a la estación de Kodenmacho hubo un anuncio: «Se ha producido un incidente en la estación de Tsukiji a causa de un bote de humo. Este tren queda fuera de servicio. Rogamos a todos los pasajeros que abandonen los vagones». No me quedó más remedio que bajar. Esperé en el andén. Todo el mundo se quejaba. Llegó otro tren y ocurrió lo mismo. El andén se llenó de gente.
Pensé que si esperaba un poco, podría subir al siguiente. Estaba más o menos a la altura del penúltimo vagón. De repente, oí el grito de una mujer en la parte delantera del andén. Era una voz atiplada. No entendí bien lo que pasaba. Un hombre de mediana edad hablaba con un empleado de la estación: «Hay un olor extraño». El empleado le contestó: «Ayer fregamos todo el andén con un producto. Será por eso». Un instante después, noté un olor ácido. El andén entero empezó a agitarse.
Hubo otro comunicado: «Se ha producido un escape que ha contaminado el aire en el andén. Rogamos a todos los pasajeros que salgan afuera». Poco a poco el ambiente se enrareció. Pensé que sería mejor salir cuanto antes. Me dirigí a la salida. Vi a cuatro personas que cargaban con una mujer de mediana edad. «La cosa se está complicando. ¡Tengo que salir ya!», pensé. No me molesté siquiera a que me dieran el cambio de billete. Salí de inmediato. Vi a un empleado del metro agachado.
En la calle la escena era tremenda. Habría veinte o treinta personas tumbadas de espaldas en el suelo o agachadas de cualquier manera. Muchos se cubrían la boca con un pañuelo. No entendía nada. Mientras observaba la escena, llegó una ambulancia. Tenía que ir a la oficina y empecé a caminar en dirección a Ningyomachi. En un principio no sentí nada raro, pero cuando quise darme cuenta, el suelo estaba como reblandecido, ondulado. Pensé que se trataba de un terremoto. Me paré y me agaché para tocar el suelo: no pasaba nada, era un suelo normal. Cada vez entendía menos y empecé a tener miedo.
Comenzó a dolerme la cabeza; me pasaba algo raro en los ojos, lo veía todo oscuro, me tambaleaba al andar. Sin embargo, no lo relacioné con la gente tumbada en el suelo de la estación de Kodenmacho. No pensé en eso en absoluto. Caminé con mucha dificultad hasta la estación de Ningyomachi para tomar la línea Toei. Lo veía todo cada vez más oscuro. Pensé: «¡Qué extraño! ¿No han encendido la luz?». Cada vez me dolía más la cabeza. Normalmente nunca me duele. Me sentía cada vez más confundido, iba en el tren con la cabeza sujeta entre las manos.
Me bajé en la estación de Togoshi, salí a la calle y seguía igual. (Hace un gesto de ondulación con la mano.) Creo que llegué a la oficina a las 9:10. Un poco tarde. Me esforcé tanto en llegar para nada. No podía trabajar. Unos compañeros tenían la televisión encendida: «Ha pasado algo grave en el metro. Dicen que quizás es gas sarín». Me precipité en taxi al hospital más cercano, el de Kanto Teishin, en Gotanda. Me acompañó una colega.
Estuve ingresado una noche. Lo cierto es que no me acuerdo de nada. Mi memoria se ha borrado hasta la mañana siguiente. Me sentía derrotado. Parece que estuve todo el tiempo dormido. Lo único que recuerdo es que el médico dijo que mi pulso estaba a cincuenta. Muy bajo. Normalmente ronda los cien. El médico estaba como atolondrado, no sabía muy bien qué hacer. Me dijo que lo mejor sería llamar a mi familia.
Cuando me desperté al día siguiente, el dolor de cabeza había desaparecido aunque seguía viendo raro… No fui a trabajar en toda la semana. Me quedé en casa descansando. Retomé el trabajo a partir del sábado siguiente.
Perdí mucha vista. Hace poco me hice una revisión y, de 1,2 o 1,5 de agudeza visual, he pasado a 0,6. Lo noto cuando conduzco. Por mi trabajo tengo que pasar mucho tiempo con los ordenadores y se me cansa mucho la vista. Por lo demás no estoy especialmente cansado, es sólo la vista.