DOCTOR NOBUO YANAGISAWA (nacido en 1935)
Director del departamento de medicina de
la Universidad de Shinshu, prefectura de Nagano
Como expliqué en el prólogo, los testimonios de este libro son el resultado de entrevistas realizadas personalmente por mí, pero en el caso del doctor Yanagisawa, no logramos encontrar un hueco. Fue mi asistente, Hidemi Takahashi, quien acudió a Matsumoto, en Nagano, para hablar con él.
En un principio quería conocer sus circunstancias en el día del atentado y no teníamos previsto incluir su testimonio en el libro. Sin embargo, el contenido de la charla fue tan interesante y valioso que al final nos decidimos a publicarlo. La entrevista duró una hora y se realizó en el despacho del director del departamento de medicina de la Universidad de Shinshu. La redacción final del texto es mía.
El 20 de marzo, cuando tuvo lugar el atentado en el metro de Tokio, era el día de la graduación en la Universidad de Shinshu. Como director del hospital, tenía la obligación de asistir a las distintas ceremonias que se celebraban. Por eso iba vestido para la ocasión. Tenía también una reunión del comité de admisiones y no programé nada más. Fue un golpe de suerte en mitad de un enorme infortunio.
Otra cosa: había investigado el incidente Matsumoto y había publicado mis conclusiones, que debían aparecer ese mismo día. Así es como sucedieron las cosas.
El caso es que aquella mañana un periodista del Diario de Shinano llamó a mi secretaria. Le dijo: «Ha sucedido algo extraño en Tokio. Algo parecido a lo del incidente Matsumoto». Me enteré a las 9 de la mañana. «¿Y ahora qué?», pensé. Encendí el televisor y me enteré de que todas las víctimas presentaban los mismos síntomas de intoxicación por organofosfatos: dolor de ojos, lagrimeo, visión borrosa, moqueo, vómitos… No pude ver lo suficiente, sin embargo, para concluir de una manera determinante que el sarín era la causa.
Una de las víctimas dijo que tenía las pupilas contraídas. Se acercó a la cámara: «Me miré al espejo y me di cuenta de que mis pupilas eran diminutas», explicó. Era un síntoma más de intoxicación por organofosfatos. Comprendí que para causar semejante daño en un lugar como el metro debían de haber utilizado algún tipo de gas. Teniendo en cuenta, por tanto, que los organofosfatos son los componentes principales en la fabricación de armas químicas, sólo podía tratarse de sarín, soman, o cualquier otro agente nervioso, tabún o esa clase de compuestos. Lo mismo que en el incidente Matsumoto.
Cuando encendí la televisión ya habrían llevado al Hospital San Lucas a unas mil personas. Me imaginaba perfectamente la situación: el personal médico tenía que estar viviendo un auténtico infierno, existía incluso el riesgo de que se produjera algún ataque de pánico. Estaba muy preocupado.
Nosotros nos encontramos en un verdadero aprieto cuando lo del incidente Matsumoto, al ingresar todos aquellos pacientes con unos síntomas que ni conocíamos ni entendíamos. Nada más descubrir que se trataba de una intoxicación por organofosfatos actuamos en consecuencia, pero no teníamos la más mínima idea de que se trataba de sarín. Teníamos experiencia con los organofosfatos. Por fortuna, gracias a eso fuimos capaces de salvar a los pacientes más graves. Pensé que lo más adecuado sería transmitir esa experiencia a todos los hospitales y centros que se hacían cargo de las víctimas del atentado.
Llamé de inmediato a dos colegas de neuropatología y urgencias. Les dije que se pusieran en contacto con el Hospital San Lucas y con los otros centros donde habían llevado a las víctimas del atentado. Enviamos por fax a todos los hospitales que citaron en la tele la información de la que disponíamos. «Tienen que tratarlo con sulfato de atropina, con antitoxina 2-Pam, etcétera».
Lo primero que hice fue llamar personalmente al Hospital San Lucas. Fue entre las 9:10 y las 9:30. No pude comunicar con ellos, pero al menos conseguí hablar con alguien por el móvil. «Póngame con la persona responsable del servicio de urgencias», le exhorté. Le hice un breve resumen de la situación. «Tienen que hacer esto y lo otro para tratar los casos que les llegan.» Les dije que les enviaría por fax una información más detallada. En condiciones normales debería habérselo comunicado todo al responsable de turno del hospital, pero pensé que sería más rápido y eficaz si se lo decía a los médicos que atendían a los pacientes. A pesar de todo, se produjo algún tipo de confusión porque, como me enteré más tarde a través de un empleado del hospital, se pusieron a examinar sus archivos para determinar de qué toxina se trataba. No hicieron nada hasta las once de la mañana.
Comenzamos a enviar los faxes alrededor de las diez. Yo debía asistir a la ceremonia de graduación, así que les pedí a mis compañeros de neuropatología y urgencias que se hicieran cargo. Encima de mi mesa había un ejemplar del informe sobre el incidente Matsumoto y el gas sarín. En él explicaba los síntomas, el diagnóstico y el tratamiento para ese tipo de envenenamiento. Los dos se quedaron enviando copias sin parar. Aún pienso en lo afortunados que fuimos de tener el informe a mano, pero era tan voluminoso y había que enviarlo a tantos sitios, que supuso un esfuerzo enorme.
Lo más importante en una catástrofe es el triaje, es decir, clasificar y priorizar a los pacientes que deben recibir tratamiento. En el atentado de Tokio, los casos más graves tenían prioridad en el tratamiento, mientras que los más leves había que prepararlos para que se recuperasen por sí mismos poco a poco. Si hubieran decidido atender a todas las personas que ingresaban sin distinción y por el orden en que llegaban, se habrían perdido muchas vidas. Si no se comprende bien la situación, si no deja de llegar gente al hospital que grita y dice que no puede ver, la situación se puede descontrolar hasta derivar en pánico.
El dilema de los médicos es decidir quién tiene prioridad: el paciente que no puede respirar o el que no puede ver. Los juicios difíciles llegan siempre en situaciones peligrosas. Es lo más duro de nuestra profesión.
¿Existe algún tipo de manual sobre cómo actuar en casos de desastre, una especie de guía a la que puedan recurrir los médicos?
No. No hay nada así. Nosotros tampoco teníamos mucha idea sobre cómo actuar hasta lo del incidente Matsumoto.
El triaje de urgencias es un concepto muy importante que se enseña en la Facultad de Medicina. Cerca de Matsumoto hay una localidad que tiene una ambulancia en la que va siempre un médico. El día del incidente Matsumoto, estaba de turno un especialista en neurocirugía que organizó muy bien la clasificación por gravedad de las víctimas. Dejó a los que ya habían fallecido y se hizo cargo sólo de los que aún tenían posibilidad de salvarse. Fue una decisión muy inteligente.
Cuando volví a mediodía, los teléfonos no dejaban de sonar. Nos pedían información desde todas partes, de todos los lugares donde atendían a las víctimas. Fue un día verdaderamente caótico. El fax no descansó ni un segundo.
De haber sido un día normal sin ceremonia de graduación, habría estado hasta el cuello de trabajo desde las 8:30 de la mañana, de una cosa a la otra sin un momento para respirar. Incluso en el caso de que alguien me hubiera dicho que pasaba algo raro en Tokio, no habría tenido tiempo de encender el televisor como mínimo hasta la hora del almuerzo. Estoy convencido de que no habríamos sido capaces de actuar con tanta rapidez. Fue todo una afortunada coincidencia.
De hecho, lo mejor habría sido ponernos en contacto directamente con los bomberos para explicarles la situación, que ellos se hubieran hecho cargo de pasar la información a quien correspondiera. Nosotros no teníamos forma de saber si nos iban a hacer caso o cuándo. Por mucho que llamase directamente el responsable del Hospital Universitario de Shinshu, dudo que lo atendieran como debían. Juzgamos que en el caso de una emergencia como aquélla, lo más efectivo era llamar a los hospitales. La verdad es que lo intentamos, pero no logramos contactar con ellos.
La lección más importante que aprendimos en el atentado de Tokio, así como en el incidente Matsumoto, fue que cuando ocurre algo grave de verdad, las unidades locales deben ser extremadamente rápidas en su capacidad de respuesta, pero el panorama general, bien al contrario, es desesperanzador. En Japón no existe un sistema de alerta temprana que permita gestionar de forma adecuada las grandes catástrofes. No hay una cadena de mando bien definida. Sucedió exactamente lo mismo en el terremoto de Kobe de 1995.
Estoy seguro de que tanto en el atentado de Tokio, como en el incidente Matsumoto, los servicios médicos respondieron bien. Los servicios paramédicos hicieron asimismo un gran trabajo, estuvieron a la altura de las circunstancias. Todas las alabanzas son pocas. Como dijo un experto norteamericano en este tipo de casos, tener cinco mil víctimas afectadas por gas sarín y tan sólo doce muertos es casi un milagro. Y todo gracias a los extraordinarios esfuerzos de las distintas unidades locales, porque el sistema general de emergencia resultó inútil.
Enviamos faxes al menos a treinta centros médicos y hospitalarios. En las noticias de las 7 de la mañana del día siguiente, informaron de que había setenta heridos graves. Lo fundamental en casos de envenenamiento por gas sarín es que incluso los casos más graves pueden llegar a recuperarse en el transcurso de unas horas si reciben el tratamiento adecuado. Saber eso supone una enorme diferencia.
Honestamente, estaba convencido de que tenía que dar a conocer todo lo que habíamos aprendido, lo que sabíamos, por eso llamé a la Oficina de Salud Pública de Tokio. Hasta pasadas las 8:30 no logré hablar con nadie. La persona que me atendió me dijo algo así como: «Todos tenemos mucho trabajo que hacer. ¿Qué sentido tiene eso que me dice usted ahora?».
Los bomberos tendrían que haber llegado antes al lugar del atentado, monitorizar la situación, establecer equipos de triaje, darles instrucciones oportunas y precisas. De esa manera, las ambulancias podrían haber respondido de un modo adecuado en los lugares donde se las necesitaba. Muy probablemente, los médicos del servicio de urgencias tendrían que haber estado con ellos. Un aporte efectivo por parte médica es crucial si se pretende que la gente no se deje vencer por el pánico.
Si ocurre algo así en el metro, hay que indicar de inmediato a los equipos de rescate qué material necesitan y qué criterios tienen que aplicar para priorizar la atención a las víctimas. En caso contrario, lo más probable es que ocurra una especie de «desastre secundario».
Para serle totalmente sincero, teniendo en cuenta el modo en que funcionan las cosas entre los médicos, resulta casi impensable que alguien se salga del camino que tiene trazado y se ponga a enviar motu proprio información que nadie le ha solicitado. Lo primero que uno piensa es no decir nunca demasiado, no sobrepasar en ningún caso la posición que uno tiene asignada.
Sin embargo, en el atentado yo también tenía otros motivos para actuar como actué. Una de las siete víctimas mortales en el incidente Matsumoto fue una estudiante mía de medicina en la Universidad de Shinshu. Una chica excelente que por sus méritos tendría que haberse graduado aquel día. Eso es lo que me hace seguir adelante.