DOCTOR TORU SAITO (nacido en 1948)
El doctor Saito ha trabajado en el servicio de urgencias del Hospital Universitario Omori, en Toho, durante veinte años. El centro cuenta con una plantilla de profesionales que sabe perfectamente cómo actuar en casos de vida o muerte y tomar decisiones críticas en fracciones de segundo. De hecho, la mayor parte de las veces ni siquiera tienen tiempo de consultar entre sí qué deben hacer. Ahí es donde desempeña un papel fundamental la experiencia y la intuición del doctor Saito. Su amplio conocimiento sobre distintos casos y síntomas resulta casi enciclopédico.
Con semejante experiencia a sus espaldas, ha adquirido una forma de hablar clara y concisa, muy fidedigna. Observar cómo trabaja es impresionante: cada día tiene que afrontar una dura responsabilidad, sin un solo momento para relajarse y templar los nervios. Le estoy muy agradecido por buscar un hueco en su apretada agenda para atenderme.
El doctor se hace cargo de un paciente grave, el señor Hiroshige Sugasaki, cuyo testimonio aparece más adelante. Creo que es una buena idea leer ambos testimonios juntos.
Soy especialista del sistema circulatorio y trabajo en la sala número dos del departamento de medicina interna. Mi trabajo se desarrolla principalmente en urgencias, en todo lo relacionado con válvulas arteriales y disfunciones cardiacas. En las urgencias de este hospital se ha reunido a un equipo de médicos veteranos que provienen de distintos departamentos. Todos tenemos entre cinco y quince años de experiencia en esa área. En total seremos unos veinte. Trabajamos en turnos de veinticuatro horas.
El día anterior al atentado yo estaba como supervisor jefe del hospital. Es un turno de veinticuatro horas, de nueve de la mañana a nueve del día siguiente, así que entré el domingo y salí el lunes. En esos turnos suelo pasar consulta durante el día a los pacientes de planta.
Aquel lunes por la mañana me encontraba en la sala de médicos. Veía la tele mientras desayunaba una ración de ramen instantáneos, ya sabe, esos fideos deshidratados a los que se añade agua caliente y listo. Empezaron a dar las primeras informaciones sobre las 8:15: «Gas venenoso en Kasumigaseki. Numerosos heridos graves». «¿Qué sucede?», me pregunté. Lo primero que me vino a la cabeza al oír «gas venenoso» fue que se trataba de cianuro o sarín.
Es decir, ¿no se le ocurrió en ningún momento que podría ser gas natural o algo parecido?
Es muy improbable que se produzca un escape de esas características en una estación de metro. Desde el primer momento intuí que se trataba de un acto criminal. No hacía mucho habían atribuido la autoría del incidente Matsumoto a los de Aum. Se me encendió una luz casi de inmediato: «Gas venenoso, acto criminal, Aum… Tiene que ser sarín o cianuro».
Era muy probable que empezasen a llegar víctimas al hospital. Pensé que lo mejor sería estar preparados para afrontar una emergencia de esas características. Siempre tengo a mano un kit para casos de envenenamiento con cianuro. Para el sarín, sin embargo, hay dos tratamientos, la atropina y el 2-Pam. Ya habíamos utilizado los dos anteriormente.
Se lo digo honestamente, antes del incidente Matsumoto no sabíamos nada sobre el sarín. No habíamos investigado ese tipo de armas químicas de uso militar, en general prohibidas, porque no hace falta. Sin embargo, los síntomas que presentaban las víctimas del atentado nos llevaron a pensar que se trataba de algo relacionado con los fosfatos.
Los fosfatos se usan desde hace mucho tiempo para la fabricación de fertilizantes y pesticidas y a veces la gente los usa para suicidarse. En veinte años habré tratado unos diez casos por envenenamiento con fosfatos. Para que todo el mundo lo entienda: el sarín es un fosfato en su forma gaseosa.
Es decir, si alguien ingiere un fertilizante a base de organofosfatos o gas sarín, sufre el mismo descenso en su nivel de colinesterasa. Y a su vez se le contraerán las pupilas.
Exactamente, los mismos síntomas. A día de hoy, sin embargo, todos esos productos químicos para la agricultura se encuentran en su forma líquida, no suelen evaporarse. Por eso los podemos pulverizar en las rosas, etcétera. Como en última instancia el sarín es un organofosfato gaseoso, los médicos de los servicios de urgencias sabemos que ese tipo de envenenamiento se trata de igual manera que los otros. Lo descubrimos gracias al incidente Matsumoto.
La atropina se usa en cuadros en los que el pulso es muy bajo o lento. Es un tratamiento preliminar a los anestésicos, por lo que se utiliza en la mayor parte de los hospitales, tanto en casos de urgencia como en pacientes ingresados en sala. El 2-Pam, sin embargo, es un antídoto especializado para organofosfatos. La farmacia del hospital sólo tiene la obligación de almacenar una pequeña cantidad.
Cuando la televisión comenzó a pasar imágenes del atentado, empezaron a discutir si se trataba de sarín o de cianuro. Yo ya había pedido a algunos de los médicos residentes que estaban de servicio que estudiaran algo sobre el sarín. En mis clases de toxicología en la universidad habíamos analizado el incidente Matsumoto. Había utilizado una grabación de las noticias de unos diez minutos de duración. Les pedí que se fijasen en aquello atentamente. De esa manera pudieron ver con claridad lo que trataba de explicarles. «Ahora ya entendéis lo que sucede con el sarín. Éstos son los kits de emergencia.» Estábamos preparados. Sólo quedaba esperar a que llegasen las víctimas.
Sobre las 9:30 de la mañana, la televisión informó de que los bomberos de Tokio habían detectado acetonitrilo. Disponen de un vehículo especial para detección in situ de agentes químicos. Habían encontrado acetonitrilo, es decir, un compuesto de hidrocianuro, cianuro para entendernos.
Nos llamaron por la línea de emergencia: «Estén listos para hacerse cargo de las víctimas del metro». Dispusimos los kits de envenenamiento y esperamos en urgencias. A las 10:45 trajeron al primer paciente. Tenía las pupilas contraídas, estaba en coma. Reaccionaba si le pellizcábamos, pero no había respuesta de otro modo. Si se trataba de cianuro, tenía que padecer lo que se conoce como acidosis, acidez en la sangre. La acidosis indica presencia de cianuro, pero las pupilas contraídas indican presencia de sarín. Ése era el punto crítico que debíamos diferenciar.
Los análisis de sangre no mostraron acidosis. No había ninguna traza. Todos los síntomas eran de envenenamiento por sarín. Todo el mundo estuvo de acuerdo: «Doctor, tiene que ser sarín», me dijeron mis compañeros. «Sí, eso parece, pero las noticias dicen que se trata de acetonitrilo. Probemos con la mitad del kit de cianuro para estar seguros.»
Media hora más tarde, aproximadamente, el paciente recobró poco a poco la conciencia. Eso nos llevó a pensar que el kit de cianuro había funcionado. Su estado general había mejorado notablemente después de la inyección que le pusimos, aunque no entendíamos realmente por qué. Supuse que los autores del crimen habían mezclado acetonitrilo con sarín para ralentizar la evaporación y así tener tiempo de escapar. El sarín puro se habría evaporado mucho más rápido y, con toda seguridad, los habría matado también a ellos.
Alrededor de las 11 de la mañana, la policía confirmó que se trataba de sarín. Me enteré por la televisión. Nadie se puso en contacto con nosotros. Nadie nos dijo una sola palabra. Toda la información que recibíamos venía de la televisión, pero todas las víctimas mostraban ya síntomas inequívocos de envenenamiento por sarín, por lo que habíamos empezado a usar atropina.
Recibimos una llamada del departamento médico de la Universidad de Shinshu. Era el doctor que había tratado a los pacientes del incidente Matsumoto. Había llamado a todos los servicios de urgencias de los hospitales de Tokio para ofrecerse a enviar por fax los datos que tenía en su poder sobre el tratamiento por envenenamiento con sarín. «Envíelo, por favor», le dije. Un instante después el fax lo escupió todo.
Al estudiar sus informes, nos dimos cuenta de que lo más difícil iba a ser distinguir entre pacientes que requerían hospitalización y pacientes que no. Sin la experiencia directa, carecíamos de una base práctica para llegar a conclusiones definitivas. De acuerdo con los informes, no había necesidad de ingresar a aquellos con pupilas contraídas que aún podían hablar y caminar. Las personas con un nivel de colinesterasa normal no requerían tratamiento inmediato. Toda aquella información fue de gran ayuda. Sin ella, habríamos topado con un verdadero problema si hubiéramos tenido que hacernos cargo de toda la gente que nos trajeron.
¿Podría explicar brevemente qué es la colinesterasa?
Si quieres mover un músculo, las terminaciones nerviosas envían una señal a las células con una sustancia química, la acetilcolina. Es, por así decirlo, la mensajera. Al recibir el mensaje, los músculos se mueven, se contraen. Después de contraerse, la encima de la colinesterasa neutraliza el mensaje enviado por la acetilcolina, lo que prepara a los músculos para la siguiente acción. Así una y otra vez.
Sin embargo, cuando desaparece la colinesterasa, el mensaje de la acetilcolina continúa activo y el músculo contraído. Los músculos trabajan a base de repetir contracciones y expansiones, de tal manera que cuando se quedan contraídos nos paralizamos. Si se produce en los ojos, eso se traduce en pupilas contraídas.
Los informes del incidente Matsumoto nos mostraron que un nivel de colinesterasa de doscientos o inferior significa que el paciente requiere hospitalización. Normalmente, esos pacientes se recuperan en unos días y se les puede dar el alta sin más. A menos que el nivel de colinesterasa sea muy bajo, no se llega al extremo de sufrir parálisis. Entre los pacientes externos, había algunos cuyos niveles descendían. A pesar de todo, parecían encontrarse bien. La contracción de las pupilas persiste durante tres o cuatro meses, pero no afecta a la respiración.
La mayoría de los pacientes graves recuperaron la conciencia en el transcurso del día. No pudimos salvar a los que habían sufrido parada cardiorrespiratoria antes de ingresar. Si les hubiésemos desfibrilado nada más llegar, habríamos sido capaces de reiniciar el ritmo cardiaco, pero al precio de convertirlos en «vegetales».
¿Recibieron algún tipo de información por parte de los bomberos o la policía? Ante lo inusual de esos síntomas, imagino que habrá pensado en la necesidad de publicar una guía médica consensuada y única de la que pueda disponer todo el mundo lo más rápido posible.
No recibimos información de ninguno de los organismos que menciona y nada de eso sucedió después del atentado. La Oficina de Salud Pública de Tokio publicó un boletín aquella madrugada (abre un archivo y lee): «Apreciamos sinceramente los esfuerzos realizados para tratar a las víctimas en el atentado de esta mañana. Hemos obtenido cierta información relacionada con el gas sarín. El sarín es…, etcétera, etcétera». Cuando llegó, ya nos habíamos hecho con la situación. La única persona que contactó de manera inmediata con nosotros para ofrecernos toda la información necesaria fue el doctor a cargo del departamento médico de la Universidad de Shinshu. Eso sí fue una ayuda real y práctica.
Es decir, parece que cada hospital, cada equipo médico hubiera dicho: «Que cada uno se las arregle como pueda».
Bueno, sí. En efecto. El conocimiento sobre el sarín era inadecuado. Por ejemplo, en uno de los hospitales, tanto médicos como enfermeras a cargo de las víctimas empezaron a marearse. Tenían la ropa impregnada de gas. Fueron víctimas secundarias.