3
Recuerdos
Ash acribilló al Grim con una brillante andanada de esquirlas. Sus dagas y sus aguijones de hielo se rompieron o rebotaron contra el musculoso pelaje del animal sin llegar a herirlo, pero bastó con eso para que consiguiéramos unos segundos de ventaja. Huimos por los pasillos corriendo entre criptas y sorteando ángeles y santos, con el aliento ardiente del Grim pisándonos los talones. Si hubiéramos estado en campo abierto, el perro monstruoso habría tardado tres segundos en alcanzarme y usarme como mordedor, pero las callejuelas y los estrechos corredores del cementerio frenaron un poco su avance. Proseguimos en zigzag, siempre un paso por delante del Grim, hasta que la tapia blanca que rodeaba los terrenos del cementerio apareció ante nosotros.
Ash la alcanzó primero y se giró para ayudarme a subir, ofreciéndose como taburete. Temiendo sentir los dientes del animal en mi espalda en cualquier momento, apoyé un pie en su rodilla, me impulsé hacia arriba y me aupé pataleando y agarrándome a la tapia con las uñas. Ash saltó en vertical como si tiraran de él unos cables y al aterrizar en el borde me agarró del brazo.
Un aullido ensordecedor hizo pitar mis oídos y cometí el error de mirar atrás. La boca abierta del Grim llenó por completo mi campo de visión, salpicándome de saliva y echándome en la cara su aliento caliente y fétido. Ash tiró de mí hacia atrás justo en el instante en que sus fauces se cerraron a unos centímetros de mi cara y nos caímos los dos de la tapia. Aterrizamos tan bruscamente en el suelo que me quedé sin respiración.
Levanté la vista, jadeante. El Grim se había agazapado en lo alto de la tapia y me miraba con furia, enseñando los colmillos a la luz de la luna. Pensé por un momento que iba a arrojarse sobre nosotros y a hacernos pedazos. Pero soltando un último gruñido dio media vuelta y desapareció, de vuelta al cementerio del que era guardián.
Ash resopló y dejó caer la cabeza hacia atrás, sobre la hierba.
—La verdad —jadeó con los ojos cerrados y la cara vuelta hacia el cielo— es que contigo nunca me aburro.
Abrí mi mano temblorosa y miré el anillo que aún llevaba en la palma. Refulgía con una luz interior, envuelto en un halo de hechizo que rielaba con los colores de la emoción: el azul profundo de la pena, el verde de la esperanza y el rojo del amor. Al verlo con claridad sentí una punzada de mala conciencia: era el símbolo de un amor que había durado décadas y nosotros lo habíamos arrancado de la tumba sin apenas vacilar. Me tragué el nudo que tenía en la garganta y guardé el anillo en un bolsillo de los vaqueros. Quitándome de la cara la asquerosa baba del Grim, miré a Ash.
Abrió los ojos y de pronto me di cuenta de que estábamos muy cerca. Yo estaba prácticamente tendida sobre él, teníamos los miembros entrelazados y solo unos centímetros separaban nuestras caras. Mi corazón dio un traspié y luego comenzó a latir más deprisa que antes. Desde nuestro destierro del País de las Hadas y mi viaje a casa no habíamos estado juntos, juntos de verdad. Yo había estado tan enfrascada pensando en lo que iba a decirle a mi familia, tan ansiosa por llegar a casa, que no había pensado mucho en ello. Y Ash, que nunca iba más allá de una breve caricia o un roce, parecía conforme con que fuera yo quien marcara el ritmo. Solo que yo no sabía qué quería él, ni qué esperaba. ¿Qué había entre nosotros exactamente?
—Otra vez estás preocupada —entornó los ojos y su cercanía me hizo contener el aliento—. Parece que estás siempre preocupada, y que no puedo hacer nada para evitarlo.
Fruncí el ceño.
—Podrías dejar de leerme el pensamiento en cuanto me doy la vuelta —dije fingiéndome enfadada cuando en realidad mi corazón latía tan fuerte que estaba segura de que Ash tenía que oírlo—. Si tanto te molesta, podrías buscar otra cosa en la que concentrarte.
—No puedo remediarlo —dijo con tranquilidad exasperante. Allí, tendido de espaldas, parecía sentirse a sus anchas y absolutamente seguro de sí mismo—. Cuanto más conectados estamos a la persona amada, más percibimos sus emociones. Es algo instintivo, como respirar.
—¿Y no puedes contener la respiración?
Esbozó una sonrisa.
—Supongo que podría si lo intentara.
—Ya. Pero no vas a intentarlo, ¿verdad?
—No —estiró el brazo, serio otra vez, y pasó los dedos por mi pelo.
Por un momento, me olvidé de respirar.
—Quiero saber cuándo estás preocupada, cuándo estás enfadada, o feliz, o triste. Seguramente tú puedes hacer lo mismo conmigo, aunque a mí se me da un poco mejor ocultar mis emociones. Tengo más práctica —una sombra cruzó su rostro, un destello de dolor que desapareció enseguida—. Por desgracia, cuanto más tiempo pasemos juntos más difícil será ocultarlas para los dos —sacudió la cabeza y me lanzó una sonrisa irónica—. Es uno de los riesgos que tiene que un duende se enamore de ti.
Lo besé. Me rodeó con sus brazos y me atrajo hacia sí, y estuvimos así un rato, mis manos enredadas entre su pelo y sus labios frescos sobre los míos. Volvieron a asaltarme los pensamientos que había tenido en la cripta, y los arrumbé en el rincón más oscuro de mi cerebro. No renunciaría a Ash. Encontraría el modo de que para nosotros hubiera un final feliz.
Durante unos segundos, mi mundo se encogió hasta quedar reducido a aquel minúsculo lugar, sintiendo el latido del corazón de Ash bajo mis dedos mientras respiraba su aliento. Luego, él gruñó suavemente y se apartó. Tenía una expresión entre divertida y cautelosa.
—Tenemos visita —murmuró.
Me incorporé de golpe y miré a mi alrededor. La noche era silenciosa y apacible, pero sobre la tapia había un enorme gato gris con la cola enroscada alrededor del cuerpo. Sus ojos dorados nos contemplaban, divertidos.
Me levanté de un salto, colorada como un tomate.
—¡Grimalkin! —lo miré con rabia, pero no se inmutó—. ¡Maldita sea, Grim! ¿Planeas estas cosas? ¿Cuánto tiempo llevas espiándonos?
—Yo también me alegro de verte, humana —me miró parpadeando, sarcástico, impasible y exasperante a más no poder. Miró a Ash, que se había levantado sin hacer ruido y movió una oreja—. Me alegra comprobar que los rumores son del todo ciertos.
Ash tenía una expresión de indiferencia mientras se quitaba hojas del pelo, pero yo noté que me ardía la cara todavía más.
—¿Qué haces aquí, Grim? —pregunté—. No te debo más favores. ¿O es que estabas aburrido?
El gato bostezó y se lamió la pata delantera.
—No seas tan engreída, humana. Aunque siempre es entretenido verte ir de acá para allá, no estoy aquí para divertirme —se pasó la pata por la cara y a continuación se limpió con mucho cuidado las uñas, una por una. Después se volvió de nuevo hacia mí—. Cuando Leanansidhe se enteró de por qué te habían desterrado del Nuncajamás, no podía creerlo. Le dije que los humanos sois ilógicos, que en lo tocante a emociones no se puede razonar con vosotros, pero exiliar también al príncipe de Invierno… Estaba segura de que el rumor era falso. El hijo de Mab jamás desafiaría a su reina y a su corte para marchar al destierro con la hija mestiza de Oberón, rumbo al mundo de los mortales —soltó un bufido, muy satisfecho de sí mismo—. De hecho, hicimos una apuesta muy interesante al respecto. Se va a poner hecha una furia cuando sepa que ha perdido.
Miré a Ash, que conservaba aún aquella expresión de estudiada indiferencia. Grimalkin resopló, el equivalente felino a una carcajada, y añadió:
—Así, como es lógico, cuando desapareciste del Nuncajamás, Leanansidhe me pidió que te encontrara. Desea hablar contigo, humana. Enseguida.
Se me contrajo el estómago hasta hacerse un nudo minúsculo cuando se levantó, saltó ágilmente de la pared y aterrizó en la hierba sin hacer ruido.
—Seguidme —ordenó, y sus ojos se convirtieron en esferas doradas que flotaban en la oscuridad—. Os mostraré la vereda para llegar al Medio desde aquí. Y humana, corre el rumor de que los duendes de Hierro también os están buscando, así que te sugiero que os deis prisa.
Tragué saliva.
—No —le dije, y parpadeó, sorprendido—. Aún tengo algo que hacer aquí. ¿Leanansidhe quiere hablar conmigo? Muy bien, yo también quiero hablar con ella, pero no voy a ir a su mansión sabiendo que mi padre está allí y sin tener ni idea de quién es. Voy a recuperar su recuerdo. Hasta entonces, que espere Leanansidhe.
Ash tocó mi brazo sin decir nada en señal de aprobación, y Grimalkin se quedó mirándome como si de pronto me hubieran crecido tres cabezas.
—Desafiar a Leanansidhe. Ignoraba que esto fuera a ser tan interesante —ronroneó y entornó los ojos—. Muy bien, humana. Te acompañaré aunque solo sea para ver la cara de la Reina de los Exiliados cuando le digas por qué la has hecho esperar.
Aquello sonaba vagamente siniestro, pero no me importó. Leanansidhe tenía mucho por lo que responder, y yo iba a conseguir respuestas… pero primero tenía que saber lo que iba a preguntarle.
Las puertas del museo seguían abiertas cuando entré seguida por Ash y por Grimalkin, que ronroneaba sin cesar y desapareció nada más entrar. No se alejó a hurtadillas, ni se escondió entre las sombras; sencillamente, se desvaneció ante nuestros ojos, lo cual no me sorprendió lo más mínimo: ya estaba acostumbrada.
Una figura apergaminada nos esperaba cerca del fondo, apoyada contra un mostrador de cristal, dando vueltas a un cráneo entre las manos. Cuando me acerqué sonrió enseñando sus dientes afilados como agujas y pasó las uñas por los pómulos descarnados de la calavera.
—Lo tienes —susurró, sus ojos huecos fijos en mí—. Lo huelo desde aquí. Enséñamelo, humana. ¿Qué le has traído a la vieja Anna?
Me saqué la sortija del bolsillo y la levanté. Brilló como una luciérnaga en medio de la mohosa penumbra. La sonrisa del oráculo se amplió.
—Ah, sí. Los amantes condenados, separados por el tiempo y la edad, y la esperanza que los mantuvo vivos. Aunque fuera en vano, al final —tosió, riendo, y un hilo de polvo salió de su boca—. Has ido al cementerio, ¿verdad que sí? ¡Qué osada! No me extraña que vea continuamente un perro en tu futuro. No habrás conseguido, por casualidad, la pareja de este anillo, ¿verdad?
—Eh… no.
—Ah, bien —extendió su mano arrugada como un pájaro que abriera sus garras—. Supongo que tendré que conformarme con uno. Bueno, Meghan Chase, dame la Prenda.
—Hiciste una promesa —le recordé dando un paso atrás—. La Prenda a cambio de mi recuerdo. Quiero que me lo devuelvas.
—Desde luego, niña —pareció enojada—. Te cederé el recuerdo de tu padre, el recuerdo que me diste voluntariamente, he de añadir, a cambio de la Prenda. Se hará como dicta nuestro acuerdo —flexionó las garras con impaciencia—. Ahora, por favor, dámela.
Dudé un momento más. Luego dejé caer el anillo en la palma de su mano.
Sus dedos se cerraron tan rápidamente que di un paso atrás. Suspiró mientras sostenía en anillo contra su pecho hundido.
—¡Cuánto anhelo! —dijo pensativamente, como en una ensoñación—. ¡Cuánta emoción! Lo recuerdo muy bien. Antes de que renunciara a todo eso. Recuerdo cómo era sentir —salió de su trance con un sollozo y retrocedió flotando hasta colocarse detrás del mostrador. Su voz sonó de pronto amarga y quebradiza—. No sé cómo soportáis los mortales vuestros sentimientos. Al final serán vuestra perdición. ¿No es verdad, príncipe?
Me sobresalté, pero Ash no pareció sorprendido.
—Merece la pena —dijo con calma.
—Sí, eso te dices ahora —se puso la sortija en una de las garras y levantó la mano para contemplarla—. Ya veremos qué opinas dentro de unas décadas, cuando la chica esté débil y arrugada y se aleje de ti con cada día que pase, y tú sigas siendo tan inmortal como el tiempo. O quizá… —se volvió hacia mí—, tu amado príncipe descubra que no puede vivir en el mundo de los mortales y vaya difuminándose hasta quedar en nada. Un día te despertarás y habrá desaparecido, solo será un recuerdo, y nunca volverás a encontrar el amor porque ¿cómo va a competir un simple mortal con un duende? —siseó y sus labios se crisparon en una sonrisa burlona—. Entonces desearás estar vacía por dentro. Como yo.
Ash mantuvo la calma, impertérrito, pero yo sentí que una punzada de miedo me atravesaba el estómago.
—¿Es eso… lo que ves? —murmuré con el corazón encogido—. ¿Nuestro futuro?
—Destellos —dijo el oráculo con un ademán desdeñoso—. El futuro lejano es una ola que cambia constantemente, siempre en movimiento, nunca segura. La historia cambia a cada instante. Cada decisión que tomamos tuerce su camino, pero… —entornó sus ojos vacíos, mirándome—. Hay una constante en tu futuro, niña, y es el dolor. Dolor y vacío porque tus amigos, tus seres más queridos, desaparecen sin dejar rastro.
La opresión que notaba en el pecho se intensificó. El oráculo esbozó una sonrisa amarga y vacía y desvió la mirada.
—Pero tal vez cambies todo eso —se dijo en voz alta, señalando algo que yo no podía ver detrás del mostrador—. Quizá encuentres un final feliz para este cuento, un final que yo no he visto. A fin de cuentas… —levantó el largo dedo en el que brillaba la sortija en la oscuridad—, ¿qué sería de nosotros sin la esperanza? —soltó una áspera carcajada y extendió la mano.
Una pequeña esfera de cristal se elevó desde detrás del mostrador y quedó un momento suspendida en el aire antes de posarse en la palma de su mano. Sus uñas la rodearon y me llamó con la otra mano.
—Aquí está lo que buscas —dijo con voz rasposa al depositar la esfera sobre mi mano.
Parpadeé, sorprendida. La esfera me pareció tan ligera y delicada como una pompa de jabón, como si pudiera aplastarla con solo doblar los dedos.
—Cuando estés lista, rómpela y se liberará tu recuerdo. Bien —añadió mientras retrocedía—, creo que eso es todo lo que necesitas, Meghan Chase. Cuando vuelva a verte, sea lo que sea lo que elijas, no serás la misma.
—¿Qué quieres decir?
Sonrió. Un soplo de viento atravesó la habitación y el oráculo se disolvió en un torbellino de polvo que revolvió el aire, irritándome los ojos y la garganta. Me aparté tosiendo y cuando pude mirar otra vez había desaparecido.
Miré temblorosa la esfera que tenía en la mano. Despedía una luz trémula y fantasmal, y vi leves siluetas en su superficie irisada, imágenes que se deslizaban por el cristal. Reflejos de cosas que no estaban ahí.
—¿Y bien? —preguntó Grimalkin, apareciendo sobre otro mostrador, entre varios tarros con serpientes muertas sumergidas en un líquido de color ámbar—. ¿Vas a romperla o no?
—¿Seguro que recuperaré mi recuerdo? —pregunté, y vi pasar la cara de un hombre por el cristal, seguida por una niña en bicicleta. Otras imágenes se deslizaron ante mí, trémulas como espejismos, tan fugaces y borrosas que no las reconocí—. El oráculo acaba de decir que quedará liberado, pero no ha dicho que vaya a recuperarlo. Si rompo esto ahora, no se disipará mi recuerdo en el aire o lo empapará alguna sustancia escondida del mundo de los duendes capaz de empapar los recuerdos, ¿verdad?
Grimalkin resopló, como un eco de la suave risa que soltó Ash desde un rincón.
—Llevas demasiado tiempo con nosotros —murmuró Ash, y me pareció notar un rastro de tristeza en su voz.
No entendí si quería decir que era demasiado desconfiada y que le buscaba tres pies al gato, o si creía que eso era justamente lo que debía hacer.
Grimalkin bufó de nuevo, lanzándome una mirada desdeñosa:
—No todos los duendes intentan engañarte, humana —dijo con aire aburrido—. Que yo sepa, el ofrecimiento del oráculo era sincero —resopló y meneó el rabo contra el mostrador—. Si hubiera querido tenderte una trampa, habría enmarañado de tal modo su oferta que no habrías podido desentrañar su verdadero significado.
Miré a Ash y asintió con la cabeza.
—Muy bien, entonces —dije. Respiré hondo y levanté la esfera por encima de mi cabeza—. Allá vamos —y la lancé al suelo con todas mis fuerzas.
El frágil cristal se hizo añicos contra la moqueta con un tintineo casi musical, sus esquirlas se alzaron en espiral, convertidas en fragmentos de luz que giraron en torno a la habitación. Se fundieron y se amalgamaron formando mil imágenes que aletearon por el aire como palomas asustadas. Mientras miraba, conteniendo el aliento, se agolparon y descendieron girando como una bandada de pájaros en una película de terror. Me sentí bombardeada por una corriente infinita de imágenes y emociones que intentaban meterse en mi cabeza todas a la vez.
Me llevé las manos a la cara para intentar pararlas, pero no sirvió de nada. Las imágenes seguían acudiendo y atravesando mi cabeza como una luz estroboscópica. Un hombre de lacio cabello castaño, largos y suaves dedos y ojos que siempre sonreían. Eran todas imágenes suyas. Aquel hombre empujando mi columpio en un parque; sujetando mi primera bici mientras yo avanzaba titubeante por la acera; sentado ante nuestro viejo piano, haciendo volar sus largos dedos por las teclas, mientras yo, sentada en el sofá, lo veía tocar; adentrándose en un pequeño estanque verde hasta que el agua cubría su cabeza y yo gritaba y gritaba, hasta que llegaba la policía…
Cuando todo acabó, me descubrí arrodillada en el suelo, en brazos de Ash, que me apretaba contra su pecho. Jadeaba, mis manos se agarraban con fuerza a su camisa y su cuerpo parecía rígido, pegado al mío. Notaba la cabeza demasiado llena, me dolía como si estuviera a punto de estallar, como si fuera a reventar por las costuras.
Pero me acordaba. Me acordaba de todo. Recordaba al hombre que me había cuidado durante seis años, que me había criado pensando que era su única hija, sin saber quién era mi verdadero padre.
Oberón había dicho que era un desconocido, pero ¡al diablo con eso! Por lo que a mí respectaba, Paul era mi padre en todos los sentidos, aunque no llevara su sangre. Oberón podía ser mi padre biológico, pero nunca había estado a mi lado. Era un extraño que no tenía ningún interés por mi vida, que me llamaba «hija» pero no me conocía en absoluto. El hombre que me leía cuentos por las noches con voz cantarina, que me ponía tiritas con unicornios en los codos arañados y que me sostenía en sus rodillas mientras tocaba el piano, ese era mi verdadero padre. Y siempre lo sería a mis ojos.
—¿Estás bien? —el aliento fresco de Ash me hizo cosquillas en la mejilla.
Asentí y me incorporé. Todavía me dolía el corazón, y sabía que iba a pasar muchas horas intentando ordenar aquel torrente de imágenes y emociones, pero por fin sabía lo que tenía que hacer.
—Muy bien, Grim —dije, levantando la mirada resueltamente—. Ya tengo lo que buscaba. Estoy lista para ver a Leanansidhe.
Pero no hubo respuesta. Grimalkin había desaparecido.