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La última noche

Por fin salimos de los túneles.

La noche estaba extrañamente despejada cuando acampamos: un ejército de desarrapados levantando tiendas a orillas de un burbujeante lago de lava que olía a azufre y a sulfuro. Yo no quise acampar tan cerca del lago, pero Fallo del Sistema alegó que el olor ocultaría nuestra presencia y que su ejército estaba agotado por mi empeño en hacerles recorrer los túneles a marchas forzadas. Hasta Ash y Puck estaban cansados. No decían nada, pero sus caras pálidas y demacradas hablaban por sí solas. Sus amuletos estaban casi gastados. Finalmente, el Reino de Hierro estaba haciendo mella en ellos.

—Id a tumbaros —les dije cuando Fallo del Sistema se fue a ayudar a montar el campamento—. Estáis agotados y esta noche no vamos a hacer nada más. Id a descansar.

Puck resopló.

—Hoy estás un poco mandona, ¿no? —dijo, aunque sin su energía de siempre—. Dad un ejército a una chica y se le subirá directamente a la cabeza —bostezó y se rascó la cabeza—. Muy bien, si alguien me necesita, estaré inconsciente en mi tienda, intentando olvidarme de dónde estoy. Oh, fijaos, duendes con pinta de demonios, un lago de magma ardiente… ¿no os recuerda a algo? —hizo una mueca y me lanzó una débil sonrisa—. Cuando dije que te seguiría hasta el infierno, no lo dije literalmente, princesa. En fin —levantó una mano y nos saludó alegremente—, hasta mañana, tortolitos.

—¿Y tú? —preguntó Ash cuando Puck se alejó silbando—. Has caminado tanto como los demás. No tendremos otra oportunidad de descansar antes de llegar al campo de batalla.

Un movimiento veloz como un relámpago llamó mi atención. Por un instante me pareció ver saltar a un gato gris y peludo sobre una peña, cerca de la orilla del lago. Pero el aire ardiente onduló a su alrededor, y desapareció.

—Lo sé —dije mientras escudriñaba el aire seco y caliente—. Y aunque parezca extraño me encuentro bien. Ve tú —añadí—. Sé que estás cansado. Descansa un poco antes de la batalla. Yo estaré por aquí.

No protestó, lo cual me demostró lo cansado que estaba. Acercándose a mí, me dio un beso en la frente y luego se alejó camino del círculo de tiendas más alejado del lago. Estuve mirándolo hasta que se perdió de vista detrás de un monolito antiguo y retorcido. Después bajé hasta el borde del lago.

Allí, tan cerca de la lava, tuve la sensación de que la carne se desprendería de mis huesos si me rascaba, y no me atreví a acercarme mucho a la orilla. Un resbalón, una caída, y las cosas podían acabar muy mal. El magma burbujeaba, espeso, formando hipnóticas espirales amarillas y anaranjadas, extrañamente bellas en medio de su resplandor infernal. Por un instante tuve el impulso absurdo de lanzar un guijarro y hacerlo saltar sobre la superficie fulgurante del lago; luego, sin embargo, pensé que seguramente sería mala idea.

—El Estanque Fundido —dijo una voz a mi lado, y Grimalkin apareció sobre una peña.

Sus bigotes brillaron, rojos, a la luz del estanque. Me alegré de verlo, aunque sabía que podía valerse solo.

—En el centro de las Llanuras de Obsidiana. Caballo de Hierro me habló de esto. Estas eran sus tierras en tiempos del rey Máquina.

—Caballo de Hierro —me recosté en una roca para contemplar el lago. Estaba caliente al tacto, incluso a través de la armadura—. Ojalá estuviera aquí para ver esto —mascullé, imaginándome al enorme caballo de hierro negro alzándose orgulloso al otro lado del lago—. Ojalá hubiéramos podido traerlo a casa.

—No tiene sentido desear lo imposible, humana —Grimalkin se sentó y se envolvió en su rabo mientras mirábamos el lago—. Caballo de Hierro sabía lo que tenía que hacer. No dejes que los remordimientos humanos te distraigan de tu deber. Caballo de Hierro no lo permitió.

Suspiré.

—¿Era eso lo que tenías que decirme, Grim? ¿Que no me sienta culpable por la muerte de un amigo?

—No —el gato movió una oreja, se levantó y me miró directamente—. He venido a decirte que me marcho, y no quería que te preocuparas por mi paradero la víspera de la batalla. Hay cosas más importantes en las que concentrarse. Así que… me voy.

Me aparté de la roca y me volví para mirarlo.

—¿Por qué?

—Humana, mi papel aquí ha acabado —me miró casi con afecto—. Mañana marcharás a la batalla seguida por un ejército de duendes de Hierro. No hay sitio para mí en esta lucha. No me hago ilusiones, sé que no soy un guerrero —se acercó, y sus ojos dorados y antiguos, fijos en los míos, reflejaron la luz del estanque—. Te he traído todo lo lejos que he podido. Es hora de que avances sola y abraces tu destino. Además… —se echó hacia atrás y contempló el lago. La brisa caliente agitó sus bigotes—. Tengo que cumplir un pacto antes de que esto acabe.

—¿Hiciste un pacto? ¿Tú?

Me miró con desdén, agitando la cola.

—No creerás que Caballo de Hierro no me pidió nada a cambio, ¿verdad? Verdaderamente, humana, a veces me desesperas. Pero la noche está tocando a su fin y debo marcharme —saltó ágilmente de la roca y comenzó a alejarse con la cola erguida.

Tragué saliva.

—¿Grim? ¿Volveremos a vernos?

El cait sith se volvió y ladeó la cabeza.

—Qué pregunta tan extraña —dijo—. Me preguntas si volveremos a vernos, aunque no soy un oráculo ni sé nada del futuro. No puedo responderte. Nunca entenderé a los humanos, pero supongo que eso forma parte de vuestro encanto —bufó otra vez, meneando perezosamente el rabo—. Intenta no meterte en líos, humana. Sería sumamente exasperante que te dejaras matar.

—Espera, Grim. ¿Seguro que estarás bien?

Sonrió.

—Soy un gato.

Y sin más, desapareció.

Sonreí débilmente y me sequé una lágrima. Grim siempre se había esfumado y reaparecido a su antojo, pero esta vez era distinto. De pronto comprendí que no volvería a verlo. Al menos, en mucho tiempo.

—Adiós, Grimalkin —susurré, y en voz aún más baja, por si el astuto felino estaba cerca, escuchándome, añadí—: Gracias.

Me estremecí en medio del viento caliente, extrañándolo ya. ¿A cuántos amigos más perdería antes de que acabara aquella guerra? Allí fuera, más cerca que nunca, el falso rey avanzaba hacia los ejércitos de Verano e Invierno. El día siguiente sería el momento de la verdad. El Día del Juicio, en el que saldríamos victoriosos o moriríamos.

De pronto sentí el deseo de hablar con mi familia. Quería volver a ver la cara de mi madre, abrazar a Ethan y revolverle el pelo una última vez. Hasta quería ver a Luke para decirle que lo perdonaba por no reparar nunca en mí, por no verme nunca. Mamá era feliz con él, y si no lo hubiera conocido Ethan no sería mi hermano. No tendría familia.

Se me cerró la garganta y el anhelo me retorció el estómago en un nudo doloroso. ¿Me echarían ellos de menos si no volvía nunca a casa? ¿Dejarían de buscar con el tiempo a la hija que se había esfumado una noche para no volver nunca?

El viento aullaba en la llanura solitaria y desolada. De golpe me di cuenta de algo y una garra de dedos helados estrujó mi corazón. Al día siguiente podía morir. Aquello era una guerra, y sin duda habría numerosas bajas de ambos bandos. Tal vez no lograra derrotar al falso rey aunque consiguiera entrar en su fortaleza. Podíamos perder. Podían matarme, y mi familia no sabría nunca lo que había pasado, por qué estaba luchando. Si moría, ¿quién se lo diría? ¿Oberón? No, si yo fracasaba, él también desaparecería. Si fracasaba, todo habría acabado. Sería el fin del País de las Hadas. Para siempre.

Ay, Dios.

Empecé a temblar, incapaz de controlarme. Había llegado el momento decisivo, la última batalla, y todo dependía de mí. ¿Y si fallaba? Si no lograba derrotar al falso rey, morirían todos: Oberón, Grim, Puck, Ash…

«Ash».

Regresé temblando al campamento y dejé atrás las tiendas levantadas alrededor del lago.

Todo estaba quieto y en silencio, no como en los campamentos de Verano e Invierno, donde la víspera de la batalla había sido testigo de una fiesta salvaje. De pronto comprendí su significado y lamenté no tener esa distracción.

Una multitud de pensamientos sombríos se agolpaba en mi cabeza. Dentro de mí se agitaban tantas emociones que me sentía a punto de estallar. Pero a pesar de todo lo que sentía y de las absurdas emociones que bullían en mi interior, todo se reducía a él.

Encontré su tienda en el límite del campamento, alejada de las demás. No sé cómo supe que era la suya; todas las tiendas eran iguales. Pero podía sentirlo tan claramente como sentía mi propio corazón.

Dudé un momento a la entrada, cuando me disponía a empujar la cortina. ¿Qué le diría la última noche que tal vez estuviéramos vivos?

Armándome de valor, empujé la cortina y entré.

Estaba tumbado de espaldas en el rincón, con un brazo sobre los ojos. Su respiración era lenta y profunda. Se había quitado la camisa y el amuleto brillaba sobre su pecho esculpido. Se había vuelto casi del todo negro: una gota de tinta sobre su piel pálida.

Me sorprendió que no me hubiera oído entrar. Normalmente, se habría levantado y habría desenvainado su espada en un abrir y cerrar de ojos. Debía de estar agotado por nuestra marcha a través de los túneles.

Aproveché para mirarlo, para admirar sus músculos duros y fibrosos y observar las cicatrices de su piel. Su pecho subía y bajaba cada vez que respiraba, y el solo hecho de verlo dormir hizo que me calmara un poco.

—¿Cuánto tiempo vas a seguir mirándome?

Di un respingo. No se había movido, pero una de las comisuras de su boca se había curvado en una leve sonrisa.

—¿Cuánto tiempo hace que sabes que estoy aquí?

—Te he sentido nada más llegar a la tienda, cuando estabas fuera preguntándote si debías entrar —apartó el brazo y se apoyó en un codo, mirándome. Tenía una expresión solemne. Sus ojos plateados brillaron en la penumbra—. ¿Qué sucede?

Tragué saliva.

—Solo quería… Quería… Oh, maldita sea —me interrumpí, sonrojándome, y miré el suelo—. Estoy asustada —reconocí por fin con un susurro—. Mañana es la batalla y podríamos morir, y tal vez no vuelva a ver a mi familia y… y no quiero estar sola esta noche.

Su mirada se enterneció. Sin decir palabra, se deslizó sobre el camastro para dejarme sitio. Con el corazón palpitante, crucé la tienda y me tendí a su lado. Sentí que su brazo rodeaba mi cintura y me atraía hacia sí. Sentí su corazón latiendo contra mi espalda y cerré los ojos mientras acariciaba ociosamente su brazo, rozando una leve cicatriz en el dorso de su muñeca.

—Ash…

—¿Mmm?

—¿Tú tienes miedo? ¿A morir?

Se quedó callado un momento, jugueteando con mi pelo. Su aliento rozaba mi mejilla.

—Quizá no en el mismo sentido que tú —murmuró por fin—. He vivido mucho tiempo, he visto muchas batallas. Naturalmente, siempre he sabido que podía morir, pero a veces me he preguntado si no debía darme por vencido, dejar que ocurriera.

—¿Por qué?

—Para escapar del vacío. Estuve mucho tiempo muerto por dentro. Dejar de existir no me parecía muy distinto de lo que ya sentía —pegó la cara a mi hombro y me estremecí—. Pero ahora es distinto. Ahora tengo algo por lo que luchar. No me asusta morir, pero tampoco pienso darme por vencido —sus labios tocaron mi pelo muy suavemente—. No permitiré que te pase nada —murmuró—. Eres mi corazón, mi vida, toda mi existencia.

Se me humedecieron los ojos y sentí el pálpito de mi corazón en los oídos.

—Ash —musité de nuevo, agarrando la manta para que dejaran de temblarme las manos.

Sabía lo que quería, pero seguía teniendo miedo, miedo a no hacerlo bien, miedo a lo desconocido, miedo a decepcionarlo de algún modo.

Besó mi nuca y sentí que su brazo se tensaba, que sus dedos se clavaban en mi camisa. Vi un fulgor detrás de mí, del color rojo intenso del deseo, y lo sentí temblar mientras luchaba por dominarse. De pronto, todas mis dudas se disiparon.

Me volví en sus brazos para mirarlo, él se apoyó en un codo y sus ojos brillaron en la oscuridad. Dejé que viera mi deseo, dejé que mi anhelo se alzara en volutas de humo y danzara con el suyo. No tuve que decir nada. Respiró hondo y bajó la cabeza para pegar su frente a la mía.

—¿Estás segura? —su voz fue apenas un susurro, un fantasma en la oscuridad.

Asentí deslizando mis dedos por su mejilla, y me llenó de asombro que cerrara los ojos.

—Podríamos morir mañana —respondí en voz baja—. Quiero estar contigo esta noche. No quiero arrepentirme de nada. Así que sí, estoy segura. Te quiero, Ash.

Se inclinó para besarme, salvando los escasos centímetros que nos separaban, y mi voz se perdió.

Y en la quietud que precedió al alba, en puertas de una batalla que podía hacernos pedazos, nuestras auras danzaron y se entrelazaron en la oscuridad, enroscándose la una en la otra hasta que finalmente se fundieron y se convirtieron en una sola.