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Hierro contra hierro

Oí el ruido de la batalla a pesar del aullido del viento. Con mi planeador a velocidad máxima, sobrevolé una loma y vi las ruinas de la torre infestadas de tropas enemigas.

Caballeros de Hierro luchaban contra enanos acorazados, mantis religiosas plateadas con brazos como guadañas lanzaban zarpados contra hackers frenéticos y perros mecánicos se arrojaban saltando a la refriega. A lo lejos, un enorme tanque escarabajo se dirigía hacia la base aplastándolo todo a su paso, mientras elfos armados con mosquetes abrían fuego contra el gentío.

—Primero deberíamos eliminar a ese bicho —gritó Ash poniéndose a mi lado—. Si me encargo de los artilleros que lleva encima, ¿podrás derribarlo?

Asentí, haciendo caso omiso del miedo que atenazaba mis entrañas.

—Creo que sí.

—Id vosotros —gritó Puck mientras viraba en su planeador—. Yo aguantaré a la entrada, me aseguraré de que no pasen. ¡Nos vemos cuando hayamos ganado, princesa! —añadió al alejarse.

Tomé aire y miré a mi caballero.

—¿Preparado, Ash?

Asintió.

—Vamos.

Tiré de las patas del planeador para que bajara en picado, derecha hacia el enorme insecto negro. El chirrido del metal, allá abajo, resonó en mis oídos. El estruendo de los disparos retumbaba en el campo y los gritos de los heridos y los moribundos hizo que se me erizara la piel.

Un objeto pequeño y veloz pasó a toda velocidad junto a nosotros, golpeó una de las patas del planeador haciendo saltar chispas y nos obligó a virar bruscamente a la izquierda. Mientras giraba, miré hacia atrás y vi a varias criaturas en forma de pájaro. Sus picos y los bordes de sus alas brillaban como el filo de una espada. Estaban ascendiendo para lanzarse de nuevo en picado hacia nosotros.

—¡Tenemos que separarnos! —le grité a Ash, que también los había visto—. Si no, seremos un blanco seguro. Intentaré esquivar sus ataques.

Sin esperar respuesta, tiré de la pata del planeador y lo hice virar en otra dirección mientras buscaba a los pájaros bombarderos. Dos se apartaron de la bandada y se dirigieron hacia mí a toda velocidad, dando chillidos agudos.

Viré a la izquierda y los esquivé por poco. Pasaron a mi lado como estrellas fugaces, a velocidad vertiginosa. El ala de uno de ellos golpeó de nuevo la pata de mi pobre planeador y estuve a punto de perder el control mientras el pájaro se alejaba. Cuando pude enderezarme de nuevo, miré hacia arriba y vi que daban la vuelta otra vez. Apreté los dientes.

«Muy bien, pajaritos. ¿Queréis jugar? Venid, entonces».

Hice bajar en picado al planeador, derecha hacia la batalla. Los pájaros me siguieron, sus gritos de caza resonaron detrás de mí. Cuando pasamos a toda pastilla junto a Ash, le lancé una mirada, justo a tiempo de ver que una luz azulada salía de la parte delantera de su planeador y que un pájaro caía hecho trozos. Sentí una punzada de alarma. ¡Ash estaba usando la magia! Pero entonces vi que la tierra se acercaba vertiginosamente, llenando por completo mi campo de visión, y no tuve tiempo de pensar en nada más.

Ascendí, esquivando por poco la cabeza de un caballero, y oí un chillido cuando el pájaro más cercano chocó con el caballero y ambos cayeron estrepitosamente al suelo. Sobrevolé la tierra en vuelo rasante, zigzagueando sin cesar camino de la torre mientras soldados y rebeldes pasaban a mi lado a toda velocidad, como postes de teléfono.

—Puede que no haya sido buena idea —mascullé, pero ya era demasiado tarde: entramos como una flecha en las ruinas.

Delante de mí se alzaron vigas y paredes. Las esquivé frenéticamente, agachando la cabeza y tirando como loca de las patas del pobre planeador. Una y otra vez nos salvamos de chocar por los pelos. No me atreví a mirar atrás para ver qué tal le iba al único pájaro que quedaba, pero al no oír golpes ni chirridos metálicos deduje que todavía nos seguía.

Al pasar por debajo de una viga, las ruinas se despejaron de pronto y el gran árbol apareció en el centro, enorme y majestuoso. Oyendo aún los chillidos furiosos del pájaro detrás de mí, me lancé hacia el tronco. El planeador se estremeció y yo apreté los dientes.

—Vamos, solo una vez más —mascullé.

El tronco se alzó delante de nosotros, llenando por completo mi campo de visión. En el último segundo, tiré con fuerza y el planeador se elevó bruscamente, esquivando el tronco por unos centímetros. El pájaro no tuvo tanta suerte: se estrelló de bruces contra el árbol y varias hojas cayeron al suelo. No pude pararme a celebrarlo, sin embargo, porque íbamos ascendiendo en vertical a lo largo del tronco, tan cerca que podría haberlo tocado con solo estirar el brazo. Haciendo un último esfuerzo, atravesamos la copa esquivando ramas, hasta que por fin salimos a cielo abierto en medio de una explosión de hojas plateadas. El planeador se tambaleó, tembloroso, y alargué el brazo para acariciar su pecho.

—Lo has hecho muy bien —dije, jadeante—. Pero esto no ha acabado aún.

Soltó un zumbido cansino, pero se elevó y se lanzó de nuevo hacia la batalla.

Ash se acercó a nosotros a toda velocidad, con expresión furiosa y decidida.

—¿Por qué insistes en lanzarte a batallas a las que no puedo seguirte? —gritó al ponerse a mi lado—. No puedo protegerte si te escapas constantemente de mí.

Sus palabras me escocieron, y mi cerebro empapado de adrenalina respondió antes de que me diera tiempo a pensar:

—He hecho lo que tenía que hacer. Lo he decidido en una fracción de segundo y no necesito tu aprobación, Ash. ¡No necesito que me protejas de todo!

Una expresión de dolor, de sorpresa e incredulidad cruzó su semblante. Luego pareció replegarse sobre sí mismo, sus ojos se volvieron inexpresivos y pétreos y la máscara del príncipe tenebroso cayó sobre su rostro.

—Como desees, mi señora —dijo en tono rígido y ceremonioso—. ¿Qué quieres que haga?

Me estremecí al oírle hablar así. El Príncipe de Hielo, frío e insondable… Pero no había tiempo para hablar: un grito procedente del campo de batalla y el rugido de un arma de fuego me sacaron de mi ensimismamiento. Más tarde hablaríamos.

—Por aquí —dije, y lancé de nuevo en picado a mi planeador.

Ash me siguió. La batalla seguía en su apogeo, pero los combatientes de ambos bandos eran cada vez más escasos. El monstruoso escarabajo de hierro seguía avanzando implacablemente, dispersando en oleadas a los rebeldes, cuyas armas rebotaban contra su caparazón de metal.

—¡Hay que derribar a ese bicho enseguida! —le grité a Ash con la esperanza de que pudiera oírme—. Si consigo subirme a él, tal vez pueda detenerlo.

Cuando volé en círculo sobre el escarabajo, los elfos mosqueteros sentados sobre su ancha grupa levantaron la vista y me vieron. Giraron sus armas, se oyó un estampido y sentí la ráfaga de aire de varias balas de hierro pasando junto a mi cara. El planeador se sacudió violentamente y yo luché por enderezarlo.

De pronto, el planeador de Ash pasó por encima de nosotros y el caballero tenebroso saltó en medio de los elfos. Su espada centelleó, el príncipe se giró describiendo un mortífero círculo azul y los elfos cayeron del lomo del escarabajo y se estrellaron contra el duro suelo.

De pie sobre el enorme insecto, Ash blandió una última vez su espada y volvió a envainarla. Su fría mirada se clavó en la mía, desafiante y cruel como un desafío silencioso. Esquivé su mirada gélida y me acerqué lo suficiente para saltar sobre el caparazón del escarabajo, dejando que mi pobre y amable planeador fuera a recuperarse.

Bien, ya estaba en la espalda del bicho. ¿Y ahora qué? Miré a mi alrededor preguntándome si habría un volante o unas riendas, o algo para controlar aquel armatoste.

—Las antenas —dijo Ash secamente.

Lo miré parpadeando.

—¿Qué?

El Príncipe de Hielo me lanzó una de sus miradas hostiles y señaló hacia la parte delantera del escarabajo, donde un par de antenas rígidas y negras, tan gruesas como mi brazo, sobresalían del caparazón. De sus extremos colgaban sendas cuerdas, atadas a una plataforma colocada detrás de la cabeza del insecto.

—Ahí tienes tu silla —dijo Ash con aquella misma voz fría y seca—. Más vale que controles esta cosa antes de que entre en la torre.

Me tragué el nudo que notaba en la garganta y corrí hacia la plataforma con los brazos estirados para mantener el equilibrio mientras el bicho gigante avanzaba tambaleándose. Agarré las riendas y al asomar por encima de su cabeza vi a las tropas que quedaban dispersándose delante de mí. Vi a Fallo del Sistema luchando cuerpo a cuerpo con un enorme golem mecánico. El líder de los rebeldes cayó rodando y al pasar tocó la rodilla del gigante. El golem se convulsionó, paralizado, y se desplomó bruscamente, envuelto en una maraña de destellos eléctricos. Un caballero de Hierro se abalanzó sobre Fallo del Sistema por la espalda, pero Puck saltó de pronto por encima del golem y estrelló el pie contra la cara del caballero, haciéndolo caer hacia atrás.

Luchaban con denuedo, pero las tropas del falso rey habían acorralado a los rebeldes contra la base de la torre y avanzaban sin cesar hacia ellos. Necesitaban a la caballería inmediatamente.

—Muy bien, bicho —mascullé al agarrar las riendas.

Las antenas del escarabajo vibraron y uno de sus enormes ojos negros giró para mirarme.

—Espero caerte mejor que a los caballos en los que me he subido. Ahora, ¡al ataque!

El bicho se lanzó bruscamente hacia delante y soltó un berrido que sacudió la tierra. Los caballeros y los soldados de Hierro miraron hacia atrás, alarmados, cuando el enorme bicho irrumpió entre ellos y comenzó a aplastarlos bajo sus pies y a apartarlos con su cabeza acorazada. Mientras atravesábamos sus líneas, apartando enemigos como si fueran hojas, los rebeldes prorrumpieron en un alarido salvaje y cargaron nuevamente, abalanzándose en tromba sobre los soldados enemigos.

Momentos después, las fuerzas enemigas se dispersaron y comenzaron a retirarse, desmoralizadas. La mitad de su ejército había perecido a manos de los rebeldes o aplastada por el gigantesco insecto metálico, y las tropas restantes huyeron por el terreno resquebrajado y desaparecieron en el horizonte.

Detuve al escarabajo y até sus riendas mientras un grito de júbilo se alzaba entre las fuerzas rebeldes. Estaba preguntándome cómo iba a bajar de aquel bicho cuando el escarabajo, notando que había acabado la batalla, dobló las patas y se agachó con un gruñido ensordecedor. Me deslicé por su terso caparazón, aterricé con un golpe seco y me incorporé enseguida buscando a Fallo del Sistema.

Ash aterrizó a mi lado sin hacer ruido. Seguía teniendo una expresión fría y distante, como si fuera un desconocido. La culpa me traspasó como una espada al verlo, pero no pude hablar con él por más que lo deseara. Sabía que no podíamos quedarnos allí sin hacer nada, estando el falso rey a las puertas del Nuncajamás. Debíamos actuar de inmediato.

Me abrí paso entre el gentío, apartando a los rebeldes que se echaban sobre mí para felicitarme por mi brillante contraataque.

—¿Dónde está Fallo del Sistema? —grité, pero mi voz casi no se oyó entre la algarabía—. ¡Necesito hablar con él! ¿Dónde está?

De pronto lo vi de pie junto a un cuerpo tendido en el suelo, con los brazos cruzados y una expresión amarga. Un hacker se había arrodillado junto al cuerpo tendido y lo tocaba con sus largos dedos. Se me paró el corazón cuando vi quién era.

—¡Puck! —corrí entre la gente abriéndome paso a empujones.

Mi corazón latía con violencia. Puck tenía la cara manchada de rojo, la sangre le brotaba por debajo del pelo y estaba muy pálido. Con una mano agarraba aún una de sus dagas curvas. Aparté al elfo haciendo oídos sordos a sus protestas, me arrodillé a su lado y tomé su mano. Estaba muy quieto, pero me pareció ver que su pecho subía y bajaba levemente. Mis ojos se llenaron de lágrimas.

—Ha luchado valerosamente —murmuró Fallo del Sistema—. Se arrojó contra un pelotón de caballeros de Hierro dispuestos a matarme. Rara vez he visto tanto valor, ni siquiera entre los duendes de Hierro.

Una rabia ardiente se apoderó de mí. De pronto tuve que luchar contra el impulso de levantarme de un salto y atravesar a Fallo del Sistema con la daga de Puck.

—Tú —dije en voz baja, notando el ardor de la rabia en mi garganta—, tú no tienes ni idea de lo que es el valor. Dices que te enfrentas al falso rey, pero lo único que haces es quedarte aquí de brazos cruzados como un cobarde, con la esperanza de que no se fije en ti. Sois todos unos cobardes. A Puck lo han herido luchando por vuestra causa, y vosotros ni siquiera tenéis agallas para hacer lo mismo.

Un murmullo indignado cundió entre el gentío. Sentí que Ash se ponía a mi lado, desafiando en silencio a quienes trataran de acercarse. Fallo del Sistema se quedó callado un momento, pero los rayos de su pelo chisporrotearon furiosamente.

—¿Y qué pretendes que hagamos, alteza? —dijo en tono desafiante—. ¿Arrojar a mi gente a los pies del falso rey, sabiendo que morirán todos? Tú has visto su ejército. Sabes que no podemos hacer nada contra él.

—En realidad, no tenéis elección —contesté, mirando todavía la cara de Puck con la esperanza de ver un destello de vida, una señal de que se pondría bien—. No podéis quedaros aquí. El falso rey sabe dónde estáis. Vendrá de nuevo a por vosotros, y no se detendrá hasta que os haya matado a todos.

—Podemos irnos a otra parte —dijo Fallo del Sistema—. Podemos evacuar la fortaleza y marcharnos a un lugar seguro…

—¿Por cuánto tiempo? —me levanté y, volviéndome hacia él, lo miré con furia—. ¿Cuánto tiempo crees que podréis esconderos antes de que vuelva a encontraros? —levanté la voz y miré a los duendes que me rodeaban—. ¿Cuánto tiempo estáis dispuestos a esconderos como cobardes mientras lo destruye todo? ¿Creéis que alguna vez estaréis a salvo mientras él esté ahí fuera? Si no nos enfrentamos a él ahora, cada vez será más fuerte.

—Repito, ¿qué quieres que hagamos, princesa? —replicó Fallo del Sistema—. ¡Nuestras fuerzas son demasiado pequeñas! No hay nada que podamos hacer para detenerlo.

—Sí lo hay —lo miré fijamente y añadí con voz firme—: Podéis uniros a las fuerzas de Verano e Invierno.

Soltó una carcajada al mismo tiempo que el gentío comenzaba a rugir.

—¿Unirnos a los duendes antiguos? —preguntó, burlón—. Estás loca. Ellos tienen tantas ganas de destruirnos como el falso rey. ¿Crees que Oberón y Mab nos dejarán entrar tranquilamente en su campamento y que todo se arreglará con un apretón de manos? No nos dejarán cruzar la frontera sin intentar matarnos a todos.

—Lo harán si yo os llevo hasta allí —seguí mirándolo con fijeza, negándome a ceder—. Lo harán si no hay otro modo de vencer al falso rey. ¡Vamos! Todos queréis lo mismo, y este es el único modo de conseguirlo. No puedes esconderte de él eternamente.

Fallo del Sistema no dijo nada, se negó a mirarme a los ojos y levanté las manos, exasperada.

—¡Está bien! Quédate aquí temblando como un cobarde. Yo me voy. Puedes intentar retenerme por la fuerza, pero te aseguro que no será agradable. En cuanto Puck esté en condiciones de viajar, nos marcharemos, con o sin tu permiso. Así que o me ayudas o te quitas de mi camino.

—¡De acuerdo! —gritó, sobresaltándome. Se pasó las manos por el pelo, suspiró y me miró con enfado—. Está bien, princesa —dijo en tono más suave—. Tú ganas. Tienes razón: el enemigo de mi enemigo es mi amigo, ¿no es eso? —suspiró otra vez, sacudiendo la cabeza—. No podemos escondernos para siempre. Solo es cuestión de tiempo que vuelva a por nosotros. Si voy a morir, prefiero morir luchando que perseguido como una rata. Solo espero que tus amigos los duendes antiguos no intenten matarnos en cuanto acabe la batalla. No me sorprendería que Oberón dejara pasar ese pequeño detalle en cualquier acuerdo que hagamos con ellos.

—No lo hará —le prometí, aliviada—. Yo estaré allí. Me aseguraré de ello.

—Así se habla, princesa —murmuró Puck desde el suelo.

Me dio un vuelco el corazón y, al girarme, vi que Puck abría los ojos y me sonreía débilmente.

—A eso lo llamo yo un discurso emocionante —dijo cuando me arrodillé a su lado—. Creo que hasta he derramado unas lagrimitas.

—¡Idiota! —me dieron ganas de abofetearlo y de abrazarlo al mismo tiempo—. ¿Qué ha pasado? Creíamos que estabas al borde de la muerte.

—¿Yo? Qué va —me agarró del brazo y se incorporó, pero hizo una mueca al tocarse con cautela la parte de atrás de la cabeza—. Me han dado un porrazo en el cráneo que me ha dejado fuera de combate unos minutos, eso es todo. Habría dicho algo antes, pero como estabas en vena no quería interrumpirte.

Mis ganas de abofetearlo aumentaron, sobre todo porque me estaba mirando con su estúpida sonrisa de antes, la que me recordaba a mi mejor amigo, al que había cuidado de mí en el instituto, al que siempre estaba a mi lado, pasara lo que pasase. Lo ayudé a levantarse, le di un puñetazo en el hombro y luego lo rodeé con los brazos y lo apreté con todas mis fuerzas.

—No vuelvas a darme un susto así —siseé—. No soportaría perderte otra vez.

Lo solté y me volví hacia Fallo del Sistema, que nos miraba entre divertido y molesto.

—¿No has dicho algo de ayudarnos?

—Claro, princesa. Lo que tú digas —parecía más resignado que convencido, pero se volvió hacia sus tropas y levantó la voz—: ¡Evacuad el campamento! —gritó—. ¡Recoged vuestras cosas y llevad solo lo imprescindible! ¡Sanadores, reunid a nuestros heridos y ocupaos de ellos lo mejor que podáis! ¡Todo aquel que todavía esté en condiciones de luchar deberá estar listo para viajar por la mañana! ¡Los demás, preparaos para marchar! ¡Mañana iremos a unir nuestras fuerzas con las de Oberón y los duendes antiguos! ¡Para el que eso sea un problema o esté demasiado débil o herido para luchar, que se quede aquí! ¡En marcha!

El campamento se convirtió en un hervidero. Fallo del Sistema se quedó un momento observando cómo iban de acá para allá los rebeldes. Luego se volvió hacia mí y me miró con desconfianza.

—Bueno, ya está hecho. Espero que sepas lo que haces, majestad. Partiremos antes de que amanezca.

Alguien lo llamó y Fallo del Sistema se marchó, desapareció entre el gentío, dejándome a solas con Puck y Ash.

De pronto me di cuenta de que Ash, que estaba a unos metros de distancia, nos miraba a Puck y a mí con la expresión de una pared de granito. No me había olvidado de él, pero aquella mirada fría y plateada, lisa como la superficie de un espejo, hizo que me embargara de nuevo una oleada de emociones. Antes de que pudiera decir nada, se volvió hacia mí e hizo una reverencia rígida y ceremoniosa.

—Mi señora —dijo con voz serena y firme, mirándome a los ojos—, he de curar mis heridas antes de que acabe la noche. Te ruego me disculpes.

Aquel mismo tono frío y formal. No burlón, ni cruel, sino simplemente cortés y desprovisto de emoción. Se me encogió el estómago y las palabras se me atascaron en la garganta. Quise hablar con él, pero la frialdad de sus ojos me hizo detenerme. Asentí con la cabeza y lo vi dar media vuelta y alejarse hacia la torre sin mirar atrás.

Puck se estremeció teatralmente y se frotó los brazos.

—Caramba, hace frío aquí, ¿o son imaginaciones mías? ¿Problemas en el paraíso, princesa?

Noté que me ardía la cara y Puck meneó la cabeza.

—Pues a mí no me metas en ellos. Aprendí hace mucho tiempo que no conviene meterse en riñas de enamorados. Porque las cosas nunca salen como uno había planeado. La gente se enamora de la persona equivocada, alguien acaba con una cabeza de asno y se arma el gran lío —me miró y suspiró—. Déjame adivinar —masculló mientras me llevaba hacia la torre—. Has hecho alguna pequeña locura durante la batalla y el témpano de hielo se ha llevado un buen susto.

Asentí con un nudo en la garganta.

—Se ha enfadado porque me he ido sin él —dije—. Y luego me he enfadado yo porque no confiara en que podía resolver las cosas yo sola. Porque no puedo tenerle siempre mirando por encima de mi hombro, ¿no crees?

Puck levantó las cejas y yo suspiré.

—Vale, ha sido una estupidez, me he arriesgado demasiado. Podrían haberme matado y hay mucha gente que cuenta conmigo para detener al falso rey. Ash lo sabía…

—¿Y? —insistió Puck.

—Y… puede que le haya dicho que… que ya no lo necesitaba.

Puck hizo una mueca.

—Uf. Bueno, ya sabes lo que suele decirse: siempre se hace daño a quien se ama. ¿O es a quien se odia? Nunca me acuerdo.

Resoplé y me rodeó con el brazo mientras entrábamos en las ruinas.

—Bueno, no te preocupes demasiado, princesa. Deja que el cubito de hielo se calme e intenta hablar con él mañana. Seguro que no podrá estar enfadado contigo mucho tiempo. Ash no es rencoroso.

Me retiré y lo miré con el ceño fruncido.

—Pero ¿qué dices? ¡A ti te guarda rencor desde hace siglos!

—Ah, bueno, sí —hizo una mueca cuando le golpeé en el pecho—. Pero contigo es distinto, princesa. Lo que ocurre es que le da miedo que no lo necesites. Todo ese rollo del príncipe de hielo… —soltó un bufido—. No es más que una estrategia que utiliza para protegerse, para no sentirse herido cuando alguien lo apuñala por la espalda. Lo cual ocurre mucho en la Corte de Invierno, como sin duda sabes.

Lo sabía, sí. Había visto la naturaleza gélida y cruel de la Corte Tenebrosa, y la familia real era la peor de todas, pues Mab se complacía enfrentando a sus hijos entre sí para ganarse su favor. Ash había crecido entre seres que solo conocían la violencia y la traición, en un lugar donde los sentimientos se consideraban una debilidad de la que sacar provecho y el amor era prácticamente una sentencia de muerte.

—Pero conozco a Ash —continuó Puck—. Cuando está contigo… —titubeó y se rascó la cabeza como cuando estaba nervioso—. La única vez que lo he visto así fue cuando estaba con Ariella.

—¿En serio?

Asintió.

—Creo que le hace bien estar contigo, Meghan —dijo esbozando una sonrisa triste, completamente distinta a la del Puck que yo conocía—. Veo cómo te mira, y no había vuelto a ver esa mirada desde el día en que perdimos a Ariella. Además sé… sé que lo quieres como no puedes quererme a mí —apartó la mirada solo un momento y respiró hondo—. Los duendes no llevamos bien los celos —reconoció—, pero algunos llevamos por aquí tiempo suficiente para saber cuándo debemos darnos por vencidos y qué es lo más importante. Y la felicidad de mis dos mejores amigos debería ser más importante que una antigua rencilla —se acercó, puso una mano sobre mi mejilla y apartó un mechón de pelo de mi cara.

Una oleada de hechizo se alzó a su alrededor, envolviéndolo en un halo de luz esmeralda. En ese momento era pura magia, libre de los mezquinos temores y vergüenzas de los humanos, un ser tan antiguo y natural como los bosques.

—Siempre te he querido, princesa —dijo Robin Goodfellow, y sus ojos verdes brillaron en la oscuridad—. Siempre te querré. Y aceptaré lo que puedas darme.

Bajé los ojos, incapaz de enfrentarme a su mirada franca. Mis miedos humanos, mi timidez, afloraron de nuevo.

—¿Aunque lo único que pueda ofrecerte sea amistad? ¿Será suficiente con eso?

—Bueno, en realidad no —bajó la mano y su voz se volvió ligera y despreocupada de nuevo—. Es una lata no poder mentir. Princesa, si de pronto decides que el témpano de hielo es un capullo de primera clase y que no lo soportas, yo siempre estaré ahí. Pero por ahora me conformaré con ser tu mejor amigo. Y como tal es mi deber informarte de que hoy no debes pasarte la noche en vela por culpa de Ash.

Llegamos a mi habitación y Puck se detuvo y se volvió hacia mí con la mano en el picaporte.

—Además, no te molestes en buscarlo. Si Ash dice que quiere estar solo, es que quiere que lo dejen en paz. Si alguien intenta molestarlo, puede acabar con una estalactita clavada en la cabeza —hizo una mueca y empujó la puerta—. Te lo aseguro.

Un par de soñolientos ojos dorados se volvieron para mirarnos cuando entramos en la habitación. Grimalkin se incorporó en el camastro.

—Aquí estáis —suspiró y bostezó enseñando su lengua rosa—. Temía que no llegarais nunca.

—¿Dónde te habías metido, Grimalkin? —estallé mientras cruzaba la habitación mirándolo con cara de pocos amigos.

Parpadeó tranquilamente.

—Todo el mundo está a punto de marcharse y no te veíamos por ningún sitio.

—Mmm. No habréis mirado mucho —pestañeó de nuevo, mirándome con calma—. Así que has convencido a Fallo del Sistema para que se una a las cortes, ¿no? Será interesante. Pero ¿sabes que hasta con las tropas de los rebeldes nuestro bando sigue siendo relativamente pequeño comparado con el ejército del falso rey? Tengo entendido que por eso te mandaron Mab y Oberón en busca del falso rey. Porque si se corta la cabeza, el cuerpo la seguirá.

La mirada de reproche del gato hizo que me avergonzara.

—Lo sé, pero para llegar a la cabeza primero tengo que atravesar el ejército. Al menos así tendré alguna oportunidad de entrar en esa fortaleza. Ahora mismo ni siquiera puedo acercarme.

—¿Y es preferible dejar que el falso rey entre con su ejército en el Nuncajamás?

—¿Qué quieres que haga, Grimalkin? Es nuestra única oportunidad. No tengo elección.

—Puede que sí. O puede que vayáis todos hacia una muerte segura. La falta de preparación que veo por aquí nunca deja de asombrarme —se rascó la oreja y se irguió meneando la cola—. Por cierto, creo que alguien estaba buscando esto antes —se apartó para dejar al descubierto al gremlin, que yacía inerte sobre el camastro.

Sofoqué un grito de sorpresa y miré al gato, que parecía ridículamente satisfecho de sí mismo.

—¡Grimalkin! ¿No lo habrás…? ¿Está…?

—¿Muerto? Claro que no, humana —movió los bigotes ofendido—. Aunque puede que esté un poco mareado cuando se despierte. Te aconsejo que intentes controlarlo un poco mejor. Parece sumamente travieso. Podrías ponerle una correa, quizá.

—Parece que se está despertando —comentó Puck.

Me arrodillé junto al camastro cuando Cuchilla movió las orejas y se rebulló, levantando la cabeza. Se quedó mirándome un momento y parpadeó, confuso. Luego, al ver a Grimalkin, soltó un siseo y saltó hacia la pared. Falló y cayó de nuevo en el camastro, hecho una maraña de orejas y extremidades. Escupiendo de rabia y confusión, se puso en pie, se tambaleó y empezó a agitar los brazos. Intenté agarrarlo pero me esquivó veloz como un rayo y se bajó de un salto del camastro. Puck estiró el brazo, lo agarró por las enormes orejas y lo sostuvo a distancia mientras el gremlin se retorcía y forcejeaba. Silbó, maldijo y escupió, echando chispas por la boca sin quitar ojo al cait sith sentado a mi lado.

—¡Gatito malo! —chilló enseñándole los colmillos.

Grimalkin bostezó y se volvió para atusarse la cola.

—¡Gatito malvado! ¡Malvado y escurridizo! ¡Te arrancaré la cabeza de un mordisco mientras duermas! ¡Sí, lo haré! ¡Te colgaré de las zarpas y te prenderé fuego! ¡Arde, arde!

—Esto, princesa —dijo Puck con una mueca mientras el gremlin seguía dando zarpazos en el aire y las chispas saltaban por todas partes—, esto no es precisamente divertido para mí. ¿Puedo soltar a esta cosa o que Grim vuelva a dejarlo fuera de combate?

—¡Cuchilla! —grité dando una palmada delante de su cara—. ¡Para de una vez!

Se detuvo y me miró parpadeando con expresión casi dolida.

—¿El ama va a castigar al gatito malo? —dijo con voz lastimera.

—No, no voy a castigar al gatito malo —respondí, y Grimalkin soltó un bufido—. Y tú tampoco. Quiero hablar contigo. Si te soltamos, ¿te quedarás? ¿No te irás corriendo?

Inclinó la cabeza lo mejor que pudo mientras Puck seguía sujetando sus orejas.

—Si el ama quiere que Cuchilla se quede, Cuchilla se queda. No se moverá hasta que se lo digan. Prometido.

—Muy bien —miré a Puck e incliné la cabeza—. Suéltalo.

Puck levantó una ceja.

—¿Estás segura, princesa? Yo solo he oído chisporroteos eléctricos y un parloteo como el de una ardilla.

—Pero yo le entiendo —dije.

Puck me miró con escepticismo y Grimalkin con interés.

—Ha prometido no moverse. Suéltalo.

Puck se encogió de hombros y abrió la mano, soltando al gremlin sobre el camastro. Cuchilla cayó sobre el colchón y enseguida se quedó paralizado. Ni siquiera movió las orejas cuando me miró con sus ojos verdes y expectantes.

Parpadeé.

—Eh… descansen —mascullé, y el gremlin se sentó pero siguió mirándome intensamente—. Mira, Cuchilla, creo que es mejor que te vayas. Vamos a evacuar el campamento. No puedes quedarte aquí solo y no creo que donde vamos seas bien recibido.

—¡Marcharme, no! —se levantó de un salto, alarmado—. Me quedo con el ama. Voy donde vaya el ama. ¡Cuchilla puede ayudar!

—No, no puedes —dije, y me sentí fatal cuando bajó las orejas como un cachorrillo apenado—. Marchamos hacia la guerra y será peligroso. Contra el ejército del falso rey, no puedes ayudarnos.

Zumbó tristemente, pero yo añadí con firmeza:

—Vete a casa, Cuchilla. Vuelve a Mag Tuiredh. ¿No es allí donde quieres estar? ¿Con los demás gremlins?

Grimalkin dejó escapar un fuerte suspiro. Yo lo miré y Cuchilla soltó un siseo.

—¿Soy yo el único aquí que tiene un poco de cerebro? —dijo.

Nos quedamos mirándolo y sacudió la cabeza.

—Ni idea, ¿verdad? Piensa lo que acabas de decir, humana. Repite esa última frase, si eres tan amable.

Arrugué el ceño.

—¿No es allí donde quieres estar?

Cerró los ojos.

—La frase siguiente, humana.

—Con todos los demás gremlins.

Se quedó mirándome con expectación y levanté las manos.

—¿Qué pasa? ¿Adónde quieres ir a parar, Grim?

El gato meneó la cola.

—Es en momentos como este cuando más me alegro de ser un gato —dijo con un suspiro—. ¿Por qué crees que te he traído ese bicho, humana? ¿Para practicar mis habilidades de cazador? Te aseguro que ya son excelentes. Por favor, intenta usar el cerebro que sé que tienes escondido en algún lugar de esa cabeza. En Mag Tuiredh hay miles de gremlins. Cientos de miles, quizá. ¿Y quién es la única persona en todo el reino que puede comunicarse con ellos?

—Yo —de pronto entendí lo que quería decir y me quedé estupefacta—. Los gremlins. Hay miles de ellos allí. Y… y me hacen caso.

—Eureka —dijo Grimalkin haciendo girar los ojos—. Por fin se ha encendido la bombilla.

—Puedo pedir a los gremlins que nos ayuden —dije sin hacer caso de Grimalkin, que se tumbó y se enroscó en su cola como si ya hubiera cumplido con su tarea—. Puedo ir a Mag Tuiredh y… —me detuve y sacudí la cabeza—. No, no puedo. Tengo que estar con Fallo del Sistema y con su ejército cuando lleguen al Nuncajamás, o Mab y Oberón intentarán aniquilarlos. Pensarán que es otro ataque del falso rey.

—En eso seguramente tienes razón —dijo Puck cruzando los brazos—. Mab no dudaría en hacerlo, y hasta Oberón, tratándose de los duendes de Hierro, atacará primero y luego hará las preguntas —miró a Cuchilla, que seguía mirándome intensamente y ladeando la cabeza como un perro que intentara entender—. ¿Qué me dices de Sierra Mecánica? ¿No podrías mandarlo con un mensaje para sus amigos, diciéndoles lo que quieres?

—Supongo que podría intentarlo. ¿Qué podemos perder? —me volví hacia el gremlin, que se irguió y sacudió las orejas ansiosamente—. Cuchilla, si pido a los demás gremlins que me ayuden, ¿crees que vendrán?

—¡Nosotros ayudamos! —empezó a dar brincos, sonriendo—. ¡Cuchilla ayuda! ¡Sí! ¡Ayuda al ama!

No supe si quería decir que ayudarían todos los gremlins o solo él, pero continué de todos modos:

—Quiero que lleves un mensaje a Mag Tuiredh. Es para todos los gremlins. Reúne a todos los que estén dispuestos a luchar e id a reuniros con nosotros en la frontera del Reino de Hierro, junto al lindero del bosque. Tenemos que detener la torre móvil del falso rey antes de que llegue al frente. ¿Podrás hacerlo, Cuchilla? ¿Entiendes lo que te estoy pidiendo?

—¡Cuchilla entiende! —rugió el gremlin, y saltó a la pared enseñando su sonrisa de neón—. ¡Yo ayudo! ¡Me reuniré con el ama en tierras de los elfos raros! ¡Allá voy! —y antes de que pudiera llamarlo, trepó por el rincón, se coló por las rendijas del respiradero y desapareció.

Puck levantó una ceja y me miró.

—¿Crees que de veras ha entendido lo que querías?

Grimalkin levantó la cabeza y me miró con fastidio como si acabara de echar a perder algo que llevaba horas preparando.

—No sé —murmuré sin dejar de mirar el respiradero—. Tendremos que confiar en que sí, supongo.

No vi a Ash en toda la noche, aunque hice oídos sordos del consejo de Puck y salí en su busca.

El ajetreo que reinaba en las ruinas cesó pasado un tiempo y un sombrío silencio cayó sobre el campamento en el que decenas de duendes rebeldes se preparaban para marchar hacia la batalla. Limpiaron sus armaduras, afilaron sus espadas y Fallo del Sistema se encerró en una sala con varios de sus consejeros, seguramente para debatir su estrategia. Puck, tan curioso como siempre, me dijo que iba a averiguar qué estaba pasando y desapareció. Nerviosa, inquieta y enfadada por no poder encontrar a Ash, me retiré a mi habitación, pero Grimalkin estaba acurrucado en medio de mi cama y se negó a moverse para que pudiera tumbarme.

—¡Apártate, Grimalkin! —le dije después de intentar moverlo sin éxito.

Gruñó cuando lo empujé, sacó sus afiladísimas garras y yo retiré rápidamente la mano. Entreabrió sus ojos dorados y me miró fijamente.

—Estoy bastante cansado, humana —me advirtió, aplanando las orejas—. Teniendo en cuenta que me pasé toda la noche persiguiendo a ese gremlin, te agradecería que me dejaras dormir antes de que empecemos a desandar el camino. Si estás buscando al príncipe de Invierno, está arriba, en la plataforma, con esos insectos —bufó y cerró los ojos—. ¿Por qué no vas a darle la lata un rato?

Me dio un vuelco el corazón.

—¿Ash? ¿Ash está en la plataforma?

Suspiró.

—¿Por qué los humanos creen necesario repetir todo lo que se les dice? —se preguntó en voz alta, pero yo ya había salido por la puerta.