19

19

La proposición de Rowan

Cuando llevábamos unos minutos volando, distinguí una mancha oscura que ondulaba como un espejismo en medio del paisaje llano. Al acercarnos, vi que era una arboleda todavía viva: un oasis en medio del yermo, pero cuando la sobrevolamos vi también que los árboles se estaban muriendo. Tenían los troncos manchados de metal y la mayoría de sus hojas habían adquirido ya una pátina brillante y metálica. Algunas ramas, muy parecidas a la que había encontrado en la base rebelde, tenían aún hojas verdes.

Sí, aquel era el bosquecillo de serbales que buscábamos. Si la nota decía la verdad, el hermano traidor de Ash estaría allí.

Hicimos aterrizar a nuestros planeadores, que zumbaron nerviosos cuando los dejamos, y penetramos cautelosamente en la arboleda con las armas en alto. Los árboles se estremecieron al viento, sus ramas metálicas chirriaron como cuchillos al rozarse y yo sentí que un escalofrío me subía por la espalda.

Rowan salió de entre los árboles, esbelto y vestido de blanco. Su cara horriblemente quemada hizo que se me revolviera el estómago. Iba flanqueado por dos caballeros de Hierro cuyas armaduras articuladas llevaban un nuevo emblema. En lugar de la corona de alambre de espino, un puño de hierro adornaba sus petos, elevándose hacia el cielo.

A uno de los caballeros no lo conocía; al otro, en cambio, lo reconocí enseguida. La cara que asomaba por encima del peto de la armadura podía haber sido la de Ash, de no ser por la cicatriz que estropeaba su mejilla y por la vacua expresión de sus ojos grises.

—Genial, ahora veo doble —masculló Puck parpadeando rápidamente—. ¿Un hermano perdido tuyo, cubito de hielo? ¿Os separaron al nacer o algo así?

—Ese es Tertius —susurré mientras seguíamos acercándonos—. Estaba con Caballo de Hierro la primera vez que entramos en el Reino de Hierro. Volví a verlo en el Palacio de Invierno, cuando robó el Cetro de las Estaciones y mató a Sage.

Ash apretó los labios al oírme y a su alrededor el aire se volvió frío.

—No lo subestiméis. Puede que se parezca a Ash, pero es un caballero de Hierro de los pies a la cabeza.

—Sí, pero… —Puck miró a Tertius y a Ash, y viceversa—. Eso no explica por qué parece un clon del témpano de hielo.

—Porque —contestó Rowan, cuya voz tersa nos llegó por entre los árboles— es un clon de mi querido hermano pequeño. Máquina, el rey anterior, creó a sus caballeros para que fueran su guardia de élite, y los hizo a imagen y semejanza de los caballeros de la corte. Deberíais haber visto a mi doble. Era horrendo. Le hice un favor y acabé con su sufrimiento. El gemelo de Sage, por desgracia, desapareció antes de que pudiéramos conocernos —se detuvo a unos metros de nosotros y se inclinó.

Los dos caballeros se pararon justo detrás de él.

—Hola de nuevo, princesa. Me alegra que hayas conseguido llegar hasta aquí. Y con tus dos perrillos falderos, además. Estoy impresionado. Habrá hecho falta una buena dosis de magia —miró a Ash, sus ojos brillaron amenazadoramente y sonrió—. Un collar muy bonito, hermano, pero al final no te salvará. El único modo de sobrevivir al Reino de Hierro es convertirse en parte de él. Con esa baratija solo estás ganando un poco de tiempo. Cuando se rompa, y estoy seguro de que se romperá, los dominios de Hierro os engullirán a todos.

—Aun así me dará tiempo a matarte —repuso Ash—. Lo haré ahora encantado, si quieres.

—Vamos, vamos —Rowan agitó un dedo hacia él—. Nada de eso. No estamos aquí para luchar. He venido a haceros una proposición que podría poner fin a esta guerra. ¿No quieres que se acabe la guerra, Meghan Chase?

Sospeché de inmediato y crucé los brazos.

—¿Para eso me has hecho venir? ¿Para negociar en nombre del falso rey?

—Desde luego —repuso Rowan, más calmado—. Pero primero necesito que hagamos un pacto, princesa. Un pacto por el cual acordemos no matarnos los unos a los otros mientras estemos en terreno neutral. No nos gustaría que mi querido hermanito se despistara y nos atacara, ¿no es así?

Entorné los ojos.

—Me preocupa más que nos tengas preparada una emboscada. ¿Por qué habría de confiar en ti?

—Me ofendes, princesa —se puso una mano sobre el corazón—. Te aseguro que solo queremos hablar, pero si no te interesa escuchar nuestra proposición, supongo que tendremos que irnos con el rabo entre las piernas y seguir avanzando hacia el Nuncajamás.

—Muy bien —podíamos seguir así eternamente, pero no llegaríamos a ningún sitio. Aun así, yo había aprendido la lección, sabía que en cuestión de pactos tenía que andarme con pies de plomo y elegí mis palabras cuidadosamente—. Aceptaremos una tregua si tu bando también la cumple. Mientras estemos en terreno neutral —señalé la arboleda que nos rodeaba—, ningún bando atacará al otro. ¿De acuerdo?

—De acuerdo. ¿Ves?, no ha sido tan difícil —Rowan me lanzó una sonrisa engreída—. Y no me cabe duda de que vas a querer oír nuestra propuesta, princesa. De hecho, creo que va a resultarte muy interesante —se inclinó hacia atrás y me miró tranquilamente.

No respondí. Me negaba a picar el anzuelo. Rowan sonrió.

—Vuestro bando está acabado, princesa —afirmó—. Todos sabemos que no podéis ganar. El ejército del Rey de Hierro es mucho más grande que los de Verano e Invierno, y su fortaleza es impenetrable. Dentro de unos días, el Reino de Hierro devorará el País de las Hadas a no ser que Meghan Chase dé un paso adelante para salvarlo.

—Ve al grano, Rowan.

Me miró con aire burlón y me recordó a una calavera sonriente.

—El Rey de Hierro está dispuesto a detener su avance sobre el Nuncajamás, a retirar todas sus fuerzas y a dejar su fortaleza donde está hoy si aceptas su proposición.

—¿Y cuál es su proposición?

—Que te cases con él —su sonrisa se hizo más amplia cuando vio mi cara de horror—. Que unas tu poder al suyo. Si Verano se casa con Hierro, el Rey no volverá a atacar el Nuncajamás mientras sigas siendo su esposa. De ese modo, nadie más saldrá herido, nadie más morirá y, lo que es más importante, el Nuncajamás sobrevivirá tal y como lo conoces. Pero has de acceder a convertirte en su reina o atacará las cortes de Verano e Invierno con todas sus fuerzas. Y las destruirá.

Empezaron a temblarme las manos y cerré los puños para detener el temblor.

—¿Ese es el trato? ¿Que me case con él? —se me revolvió el estómago y respiré hondo para disimular mis náuseas—. ¿Qué les pasa a los reyes de Hierro, que todos quieren casarse conmigo?

—No es mala oferta, en mi opinión —dijo Rowan con una sonrisa—. Convertirte en reina, salvar el mundo… Naturalmente, solo estaríais casados sobre el papel. Al Rey de Hierro no le interesa lo más mínimo tu… eh… tu cuerpo, solo le interesa tu poder. Estoy seguro de que hasta te permitiría conservar a tus perrillos falderos si quisieras. Piensa en todas las vidas que salvarías con solo decir que sí.

Me puse enferma, pero… si podía detener la guerra sin que nadie muriera… ¿Merecía la pena casarse con el Rey de Hierro para salvar todo el Nuncajamás? Las vidas que podía salvar, la de Ash y la de Puck, y las de todos los demás…

Miré a Ash y comprobé que estaba tan horrorizado como yo.

—No, Meghan —dijo como si me leyera el pensamiento—. No tienes por qué hacerlo.

—Claro que no —añadió Rowan—. Puede sencillamente negarse y el Rey de Hierro entrará en el Nuncajamás y lo arrasará todo. Pero tal vez no le interese salvar el País de las Hadas, a fin de cuentas. Quizá todas esas muertes no signifiquen nada para ella. Si es así, os suplico que sigáis adelante y olvidéis que esta conversación ha tenido lugar.

Cerré los ojos. Las ideas se me agolpaban en la cabeza.

«Si acepto, ¿podré acercarme lo suficiente al falso rey para matarlo? ¿Rompería eso los términos del acuerdo? Tengo que intentarlo. Quizá sea nuestra única oportunidad de acercarnos a él, pero…».

Abrí los ojos y miré a Ash, vi en su rostro un impulso feroz de protegerme, el miedo a que dijera que sí.

«Lo siento mucho, Ash. No quiero traicionarte. Espero que puedas perdonarme por esto».

Algo en mi expresión debió de delatarme porque se puso pálido y dio un paso adelante. Me agarró de los brazos y noté cómo se clavaban sus dedos en mi piel.

—Meghan… —su voz sonó dura, pero sentí la desesperación que alentaba bajo la superficie—. No, por favor.

Rowan soltó una risa cruel como el filo de una espada.

—Ah, sí, suplícale otra vez, hermanito —dijo en tono burlón—. Suplícale que no salve el País de las Hadas. Deja que vea lo que eres de verdad, un ser desalmado, consumido por deseos egoístas, al que solo le preocupa lo que considera suyo. Asegúrate de decirle cuánto la amas, lo suficiente para destruir a tu corte y a todo lo que hay en ella.

—Eh, tú, aliento pútrido, ¿por qué no nos haces un favor a todos y te coses la boca? —dijo Puck tranquilamente, con los ojos entornados por la furia—. Seguro que así estás más guapo. No le hagas caso, princesa —añadió volviéndose hacia mí—. Ese tipo de proposiciones de matrimonio siempre tienen trampa.

De pronto, al oír a Puck, me acordé de algo y me desasí suavemente de Ash para encararme con Rowan.

—Quiero oír otra vez esa proposición —dije—. Desde el principio. Solo su oferta, palabra por palabra.

Rowan levantó los ojos al cielo.

—¿Tengo pinta de loro? —preguntó—. Muy bien, princesa, pero empiezo a impacientarme, y también el rey. La última vez, así que procura prestar atención, ¿de acuerdo? El Rey de Hierro desea que te conviertas en su reina. Si Verano se casa con Hierro, no volverá a atacar el Nuncajamás mientras sigas siendo su esposa…

—Mientras siga siendo su esposa —repetí—. Hasta que la muerte nos separe, supongo.

—Es lo que suele decirse, creo.

—¿Y qué le impide matarme en cuanto haya dado el «sí, quiero»?

Rowan se tensó y los dos caballeros cruzaron una mirada.

—¿Crees que el Rey de Hierro haría tal cosa?

—¡Desde luego que sí! —exclamó Puck, asintiendo como si de pronto todo tuviera sentido—. En cuanto Meghan una su poder al suyo por matrimonio, ya no la necesitará. Ella ya le habrá dado lo que quiere. Así que podrá matarla en la noche de bodas.

—No volverá a atacar el Nuncajamás mientras siga siendo su esposa —añadió Ash pensativamente, con los párpados entornados—. Lo que significa que reanudará su marcha en cuanto esté muerta.

—Y será más poderoso que nunca —concluí yo.

Rowan se rio, pero su risa sonó forzada.

—Una teoría fascinante —dijo, pero con menos convicción que antes—. Pero eso no cambia el hecho de que el Rey de Hierro está dispuesto a destruir el Nuncajamás y esta es tu única posibilidad de detenerlo. ¿Cuál es tu respuesta, princesa?

Miré a Ash, le sonreí levemente y me volví hacia Rowan.

—Mi respuesta es no —dije con firmeza—. Me niego. Dile al falso rey que no tiene que ofrecerme matrimonio para que vaya a él. Pronto estaré allí, cuando llegue la hora de matarlo.

Rowan esbozó una sonrisa malévola.

—Qué predecible —dijo mientras empezaba a retroceder—. Suponía que dirías eso, princesa. Por eso ya he mandado fuerzas a destruir vuestra pequeña base rebelde. Será mejor que os deis prisa, porque ya casi estarán allí.

—¿Qué? —lo miré fijamente, deseando borrar de un puñetazo aquella mueca de su cara—. Canalla. Ni siquiera eran un peligro para vosotros. ¿No podías dejarlos en paz?

—Fallo del Sistema es un traidor al Rey de Hierro y sus rebeldes son una lacra que ha de ser eliminada —contestó altivamente—. Además, los habría destruido de todos modos solo por ver tu cara al darte cuenta de que va a morir más gente por tu culpa. Naturalmente, cuanto más tiempo os quedéis aquí hablando, menos tiempo tendréis para avisar a vuestros amigos. Yo que tú empezaría a correr, princesa.

Me clavé las uñas en las palmas de las manos. La ira me ardía en el pecho. No podíamos enfrentarnos a ellos. Los términos de la tregua lo impedían, y teníamos que volver enseguida para ayudar a Fallo del Sistema. Si no era ya demasiado tarde.

Rowan me sonrió, consciente de nuestra posición, y agitó alegremente la mano.

Lo miré con furia mientras retrocedía con Ash y Puck.

—Cuando vaya a por el falso rey —le dije—, iré a por ti también. Te doy mi palabra.

El príncipe traidor se pasó la lengua ennegrecida por los labios.

—Lo estoy deseando, princesa —sonrió, y salimos corriendo de la arboleda.