18
Cuchilla
A pesar de que estaba cansada, me costó dormir. Tumbada en el camastro incómodo y lleno de bultos, me quedé mirando el techo.
Mis pensamientos giraban en un furioso torbellino, impidiéndome descansar. Pensé en el falso rey y en su fortaleza móvil, en los ejércitos de Verano e Invierno, acampados en la frontera con el Reino de Hierro, ajenos al peligro. Intenté idear un modo de detener el avance de la ciudadela ambulante y del enorme ejército que la acompañaba, pero mis planes giraban y giraban, describiendo complicados círculos, o eran demasiado suicidas para tomarlos en serio.
Pero sobre todo pensé en Ash, que seguía invadiendo mis pensamientos cada pocos segundos. Quería que estuviera allí, conmigo, en aquel cuartito con la puerta cerrada con llave, pero al mismo tiempo no sabía si estaba preparada. Varias veces pensé en abrir la puerta y hacerlo entrar a rastras, pero ¿no sería demasiado atrevido? ¿Lo consideraría él inapropiado, teniendo en cuenta dónde estábamos? ¿O estaba esperando a que yo diera el primer paso? Había dicho que esperaría, ¿no?
Debí de quedarme dormida, porque lo siguiente que recuerdo es que algo aterrizó sobre mi estómago y me incorporé dando un grito. Aquella cosa cayó al suelo.
—¡Ay! —exclamó con voz rasposa, y un gremlin saltó desde el suelo al borde del camastro y me miró con sus ojos de un verde eléctrico—. ¡Te he encontrado! —chilló, y yo solté un grito.
Ash irrumpió en la habitación una fracción de segundo después con la espada ya desenvainada, listo para atacar. Al ver al gremlin se puso en guardia, pero yo levanté una mano para detenerlo antes de que se abalanzara sobre él.
—¡Espera, Ash!
Se quedó quieto, ceñudo, y me volví hacia el gremlin, que se había puesto en posición defensiva y siseaba y enseñaba los dientes mirando a Ash.
—¿Has… has hablado? —tartamudeé—. Has dicho algo, ¿verdad? ¿No me lo he imaginado?
—¡Sí! —exclamó, y se puso a brincar. Sus orejas ondearon como las velas de un barco—. ¡Sí, me oyes! ¡Cuchilla te ha encontrado! ¡Ha encontrado a la chica y al elfo oscuro!
—Cuchilla —repetí mientras Ash nos miraba estupefacto—. ¿Ese es tu nombre?
—¿Le entiendes? —preguntó Ash, y miró al gremlin con el ceño fruncido.
Cuchilla gruñó y trepó por la pared, y allí se quedó, colgado como una enorme araña.
—¿Ese bicho te está hablando?
Asentí y miré al gremlin, que se estaba rascando una de sus grandes orejas sin quitar ojo a Ash.
—¿Desde cuándo hablan los gremlins?
Me miró pestañeando.
—Siempre hemos hablado —afirmó ladeando la cabeza con desconcierto—. Pero nadie nos oye. Solo el Amo.
Hice una mueca. Aunque llevaba algún tiempo sospechándolo, resultaba inquietante que un gremlin me lo confirmara. Me hacían caso porque creían que yo era su nuevo amo. Estaba perpleja. Hacía no mucho tiempo, los gremlins me parecían bestias atolondradas, astutas pero desprovistas de lenguaje o de relaciones sociales. Oír hablar a uno era más que sorprendente.
Miré a Cuchilla, que me sonreía de oreja a oreja, pendiente de cada una de mis palabras. No tenía ni idea de qué hacer con un gremlin.
—¿Cómo has entrado aquí? —pregunté.
—¡Te he seguido! —la escurridiza criatura sonrió, enseñando sus dientes de color azul neón, afilados como navajas. Su voz zumbaba como una emisora de radio mal sintonizada—. Los hermanos dijeron que te habían visto en la ciudad vieja. Cuchilla te siguió. ¡Te ha encontrado!
—¿Qué es lo que quiere? —masculló Ash, ceñudo todavía, mientras el gremlin gruñía de nuevo y correteaba hasta el techo. Allí quedó colgado boca abajo, balanceándose de un lado a otro.
—No lo sé —miré al gremlin—. Cuchilla, ¿por qué me has seguido? ¿Qué quieres?
—¡Comida! —contestó con voz ronca y rasposa—. ¡Cuchilla huele comida! ¡Tiene hambre! —siseando, cruzó el techo, salió por la puerta abierta y desapareció entre las ruinas.
Ash suspiró y envainó su espada.
—¿Estás bien? —preguntó—. No te ha hecho daño, ¿verdad?
Negué con la cabeza.
—Los entiendo —dije, y me pregunté qué podía hacer con aquel nuevo descubrimiento. Me levanté, me acerqué a la puerta y me asomé a las ruinas.
Brillaban luces aquí y allá, intermitentemente, y un leve zumbido llenaba el aire: el zumbido de las máquinas y la electricidad.
—Ash, ahora creen que soy su ama —dije apoyándome contra el quicio de la puerta—. Como lo era Máquina. Supongo que es porque… porque tengo su poder, por eso creen que deben seguirme.
—Qué interesante.
Su tono pensativo me hizo volverme. Esperaba a medias que estuviera preocupado, o que le pareciera un fastidio que ahora pudiera hablar con los gremlins. Pero sus ojos parecían llenos de curiosidad, no de desprecio.
—Me pregunto qué podrías hacer con todos los gremlins bajo tu mando —dijo reflexivamente.
De pronto oí un revuelo entre las ruinas.
—¡Un gremlin! —gritó alguien, y se oyeron unos cuantos exabruptos—. ¡Tenemos un gremlin! ¡Apártate de esos cables, pequeño…! ¡Mierda! —las luces parpadearon y se apagaron, y las ruinas se sumieron en la oscuridad—. ¡Fallo del Sistema! ¡Acaba de comerse los cables eléctricos!
—¡Poned en marcha el generador de emergencia! —se oyó gritar a Fallo del Sistema—. Diodo, a ver si puedes volver a conectar las luces. ¡Y que alguien atrape a ese gremlin!
Entre las sombras apareció Puck, bostezando y rascándose el pelo.
—Por lo visto tienen una pequeña plaga —sonrió al ver que las luces empezaban a parpadear otra vez, luchando por encenderse.
Ash lo miró con enfado.
—¿Dónde has estado, Goodfellow?
—¿Yo? Bueno, explorando el terreno, charlando con los nativos, inspeccionando posibles rutas de escape, ya sabes, cosas útiles —se rascó la nariz y lo miró con expresión burlona—. ¿Qué has estado haciendo tú toda la noche, cubito de hielo?
—Ni que fuera a decírtelo.
Lancé un fuerte suspiro antes de que pudieran empezar a insultarse.
—¿Alguien ha visto a Grimalkin?
—No, pero ya conoces a nuestro peludo amigo —Puck se encogió de hombros y se apoyó contra la pared—. Aparecerá cuando menos lo esperemos, tan tranquilo y misterioso como siempre. Yo no me preocuparía por esa bola de pelo —las luces parpadearon una vez más y por fin se encendieron del todo. Puck puso cara de fastidio—. ¿Sabéis?, si alguna vez queremos armar un buen lío, solo tenemos que buscar a una docena de gremlins y dejarlos sueltos. Esos bichos causan más estropicios que yo. Casi. Bueno, princesa —se volvió hacia mí y bajó la voz—: ¿Tienes idea de cuándo vamos a salir de aquí?
Sacudí la cabeza.
—No lo sé, Puck. Todavía no tengo ningún plan, pero de algún modo tenemos que esquivar a ese enorme ejército, colarnos en el castillo, encontrar al falso rey y eliminarlo antes de que llegue al bosque.
—Caramba, eso suena imposible —sonrió—. ¿Cuándo empezamos?
—¿Empezar qué? —Fallo del Sistema dobló la esquina. Entornó los ojos y nos miró con recelo—. Espero que no estéis pensando en atacar al falso rey, porque si es así permitidme que os diga que es una estupidez. Además, no voy a permitir que te arrojes en sus brazos, princesa. Si quieres emprender una misión suicida, antes tendrás que pasar por encima de mí. Solo para que lo sepas. Así que por favor… —me sonrió, aunque no con los ojos—, portaos bien. Por el bien de todos.
—¿Qué quieres, Fallo del Sistema? —pregunté antes de que Ash y Puck dijeran algo que pudiera mandarnos a todos a la cárcel de los rebeldes.
No es que dudara de nuestra capacidad para abrirnos paso luchando, pero no quería causar una masacre innecesaria entre quienes supuestamente eran nuestros aliados, aunque en el fondo sabía que seguramente con el tiempo no nos quedaría otro remedio. Los chicos no llevaban bien el cautiverio forzoso, y en algún momento tendríamos que marchar a enfrentarnos con el falso rey, con plan o sin él. No podía permitir que llegara al bosque y lo destruyera todo.
—Solo quería informaros, por si no lo habéis deducido ya, de que hay un gremlin correteando por toda la base. No suelen ser peligrosos, pero son un incordio: muerden los cables y cortocircuitan nuestros equipos. Así que, si parpadean las luces o si algo deja de funcionar de repente, podéis darle las gracias a nuestro pequeño amigo.
Puck sonrió, burlón.
—Me alegra enormemente saber que tus fuerzas de élite no son capaces de encontrar a un solo gremlin.
—Si crees que tú puedes hacerlo mejor, intenta encontrar a ese bicho —Fallo del Sistema lo miró con enfado, erizando sus púas. Luego se volvió hacia mí—. He pensado que tal vez tuvierais hambre. Puesto que sois nuestros invitados, sería descortés por nuestra parte no compartir nuestra comida con vosotros. Esas son vuestras raciones para toda la semana. Intentad que os duren —al ver mi mirada de sorpresa, levantó los ojos al cielo—. No todos vivimos de petróleo y electricidad, ¿sabes?
—¿Y Ash y Puck?
—Bueno, estoy casi seguro de que no van a derretírseles las tripas por comer nuestra comida. Pero nunca se sabe.
—Gracias —dije con sorna.
Las luces volvieron a parpadear y alguien llamó a Fallo del Sistema. Él suspiró, se disculpó y se alejó a toda prisa mientras repartía órdenes. Me pregunté si debía ayudar a los rebeldes a atrapar al gremlin puesto que era culpa mía que Cuchilla estuviera allí, pero luego decidí que era problema de Fallo del Sistema. No estaba dispuesto a ayudarnos ni a dejarnos marchar, así que por mí podía arreglárselas solo con los problemas que diera el gremlin.
Al oír hablar de comida me di cuenta de que no había tomado nada desde la noche anterior, y empezaron a sonarme las tripas. Abrí la bolsa, encontré varias latas de carne en conserva, alubias y macedonia, un tubo de crema de queso, crackers y un paquete de seis botes de refresco. Había también un montón de platos de papel y un puñado de cucharas de plástico.
Puck, que se había puesto a mirar por encima de mi hombro, hizo un ruido de asco.
—Como era de esperar, toda su comida está envasada en esas dichosas latas. ¿Qué tienen de bueno las conservas, me pregunto? ¿Por qué no pueden conformarse los humanos con una manzana?
Miré hacia atrás y suspiré.
—Deduzco que no vas a comer nada mientras estemos aquí.
—Yo no he dicho eso.
—Pues entonces deja de quejarte y vamos a buscar un sitio donde comer —cerré la bolsa y eché a andar por el pasillo buscando un lugar tranquilo. Mi habitación parecía el lugar más lógico, pero era tan pequeña que me agobiaba, y me apetecía ver el cielo.
—Vale, princesa —me siguieron por las escaleras que llevaban hacia los pisos de más arriba, entre las ruinas—. Pero espero que si me pongo enfermo me cuides en cuerpo y alma.
—Si te pones enfermo, le diré a Ash que acabe con tus sufrimientos.
—Tanta preocupación me conmueve.
Esa noche la torre era un hervidero de actividad. Los rebeldes iban de acá para allá, intentando reparar los daños causados por el gremlin. Sentí una satisfacción un tanto perversa al verlos, y un extraño orgullo por haber causado todo aquello. O, mejor dicho, porque lo hubiera causado mi gremlin. ¿De qué servían aquellos rebeldes si lo único que hacían era esconderse del falso rey con la esperanza de que alguien los sacara de apuros?
«¿Y desde cuándo pienso en los gremlins como si fueran míos?».
A pesar del trasiego que reinaba en la torre, la zona alrededor del gran roble estaba tranquila y en silencio. Me sentí atraída hacia allí, al igual que la primera noche, cuando habíamos llegado. Me senté bajo sus altas ramas, refugiada en un círculo de raíces junto a la base del tronco, y empecé a sacar raciones de comida.
Ash y Puck estuvieron mirando con reticencia hasta que les mostré sendas cucharas de plástico.
—Sentaos —ordené, señalando las raíces—. Sé que no es vino de duendes, pero es lo único que tenemos y algo tenemos que comer —vacié una lata de macedonia de frutas en un plato de papel y se lo pasé a Ash.
Lo tomó y se sentó cuidadosamente en el borde de una raíz. Puck también se sentó y miró melancólicamente el plato que le di.
—No hay ni un solo trocito de manzana —dijo con un suspiro mientras revolvía con los dedos aquel engrudo—. ¿Cómo es posible que los mortales se crean que esto es fruta? Es como si un productor de melocotones hubiera vomitado en un plato.
Ash levantó la cuchara y la miró como si fuera una forma de vida alienígena. Volvió a dejarla en la comida intacta, dejó el plato en el suelo y se levantó.
Yo levanté la vista de mis alubias frías.
—Ash —dije—, ¿qué haces?
—Nos está mirando —llevó la mano a la empuñadura de su espada como por casualidad—. Esta vez está muy cerca. Da la impresión… —cerró los ojos y vi que una onda de hechizo lo rodeaba—… de que está justo encima de nosotros.
Se giró con la velocidad de un rayo. Vimos un destello de luz azul cuando lanzó una estocada hacia el árbol y un segundo después se oyó un chillido agudo y algo cayó de las ramas y aterrizó casi en mi regazo.
Me levanté de un brinco. Era un gran insecto metálico, reluciente y parecido a una avispa. Sus alas zumbaron aún un poco antes de que muriera. Nuestro misterioso perseguidor por fin había salido a la luz. Una esquirla de hielo había atravesado limpiamente su cuerpo abriéndolo en canal, pero sus patas ganchudas sostenían aún un objeto largo y fino. Me incliné y, esquivando el aguijón que tenía en un extremo, saqué aquella cosa de entre sus patas.
Era un palito, una rama con varias hojas repartidas por la madera. La madera todavía estaba viva, pero las hojas estaban salpicadas de hierro, y unos hilos brillantes corrían por toda la rama. Alrededor del palo había enrollada una nota y, mientras yo la sacaba, Ash me quitó con cuidado la rama y entornó los párpados.
—¿Sabéis qué es esto? —murmuró.
Puck sonrió.
—Pues a decir verdad, sí. En la mayoría de los sitios se llama «palo». Se usa para encender el fuego, para pinchar insectos de gran tamaño o también para jugar a lanzárselo a tu perro.
Ash no le hizo caso.
—Es una rama de serbal, la enseña de mi hermano Rowan —dijo mirándome a los ojos—. Y dadas las circunstancias no creo que sea una coincidencia. Rowan sabe que estamos aquí. Y te ha mandado esto.
Se me heló la sangre en las venas.
—¿Crees que está cerca?
—Estoy seguro. Lee el mensaje.
Desenvolví la nota y sentí que se me encogía el estómago al leer lo que ponía. El Rey de Hierro tiene una propuesta que hacerte. Búscame.
Puck, que estaba leyendo la nota del revés, arrugó el ceño.
—¿Que lo busques? Como si fuéramos a dejarlo todo y a salir por ahí a recorrer todo el Reino de Hierro en su busca. No estarás pensando en reunirte con él, ¿verdad, princesa?
—Creo que debería hacerlo —contesté lentamente mirando a Ash—. Tal vez sepa algo que pueda servirnos contra el falso rey. O tal vez el falso rey quiera poner fin a la guerra.
—O tal vez sea una trampa y solo tenga intención de traicionarnos, como ha hecho con todo el País de las Hadas —repuso Ash con frialdad.
—Podría ser, pero sigo pensando que deberíamos ver qué quiere. Lo que ofrece —miré a los rebeldes que se movían por las ruinas, a nuestro alrededor—. Pero primero tenemos que encontrar un modo de salir de aquí. Ya habéis oído a Fallo del Sistema: no va a dejarnos salir por la puerta.
—¡Por fin! —Puck sonrió, frotándose las manos—. No veía la hora de salir de aquí. Así que, ¿qué hacemos? ¿Intentamos distraerlos? ¿Nos enfrentamos a ellos? ¿Nos escabullimos por la puerta de atrás?
Ash me devolvió la rama.
—Antes de que todo el campamento se nos eche encima —dijo—, quizá convendría averiguar dónde está Rowan.
—Ah, sí. Sería lo más lógico, ¿no? —miré la nota y deseé de nuevo que los duendes dijeran claramente lo que querían en vez de convertirlo todo en una adivinanza—. Ojalá estuviera aquí Grim. Él sabría dónde encontrar a Rowan —sentí una súbita punzada de culpa por no haber pensado en él hasta ese momento—. ¿Creéis que estará bien? ¿No deberíamos intentar hacerle llegar un mensaje?
Ash sacudió la cabeza.
—Es demasiado arriesgado. Podríamos levantar sospechas y, además, solo nosotros sabemos que el cait sith está aquí. Puede que más tarde nos sea útil tener un aliado del que nadie sabe nada.
—Grim sabe cuidar de sí mismo, princesa —repuso Puck, ansioso por ponerse en acción—. A fin de cuentas, es lo que mejor se le da. Así que la cuestión es ¿cómo vamos a saber de dónde ha venido ese palo?
Miré a mi alrededor y vi que un elfo hacker flacucho y desgarbado caminaba entre las ruinas cargado con varios teclados y un montón de cables.
—Muy fácil. Solo tenemos que preguntar. ¡Perdona! —grité mientras me acercaba corriendo al elfo, que dio un respingo y me miró con nerviosismo por encima del amasijo de cables de ordenador.
Sus enormes ojos negros, por los que pasaban sin cesar renglones de números verdes, giraron ansiosamente.
—Tú eres Diodo, ¿verdad? Me preguntaba si podrías ayudarme.
El hacker pestañeó y arrastró los pies.
—Fallo del Sistema nos ha informado de que no debemos comunicarnos verbalmente con los duendes antiguos —dijo con voz nasal.
—Solo es una pregunta —le sonreí con la esperanza de que se relajara un poco, pero solo conseguí que se pusiera aún más nervioso. Suspiré y levanté la rama de serbal—. He encontrado esto junto al roble. ¿Sabes qué es?
Diodo entornó los ojos.
—Es un sorbus aucuparia, vulgarmente conocido como serbal europeo o de los cazadores. Sí, la propagación del hierro ha acabado casi por completo con la flora y la fauna autóctonas, pero hay un par de sitios donde todavía se aferran a su estado natural.
Entendí solo la mitad de lo que me había dicho, pero me hice una idea aproximada.
—¿Dónde? —pregunté.
Diodo parpadeó otra vez.
—Los ejemplares de sorbus aucuparia más cercanos están a cuatro kilómetros y medio en dirección oeste desde la torre —contestó, señalando en esa dirección—. Pero no podrás verlos, claro, como tienes prohibido salir del complejo y esas cosas… ¡Caray! —se apartó de mí y sus ojos volvieron a girar—. No estarás pensando en escapar, ¿verdad? Fallo del Sistema se enterará y las pistas lo llevarán hasta mí, y entonces seré cómplice de un delito. Por favor, dime que no estás pensando en escapar.
—Tranquilo, no estoy pensando en escapar —no era del todo mentira, puesto que me había pedido que se lo dijera, no me lo había preguntado. Pareció funcionar, porque soltó un suspiro de alivio y se relajó.
—Bueno, qué bien. Pero ahora tengo que volver al trabajo —el elfo hacker retrocedió, estuvo a punto de tropezar con sus propios pies y me lanzó una sonrisa temblorosa—. Tengo que… irme. Así que… eh… adiós —agarrando sus cables, huyó entre las ruinas.
—¿Habéis oído eso? —pregunté a Ash y Puck cuando aparecieron detrás de mí.
Ash dejó escapar un ruido, pensativo, y cruzó los brazos.
—Menos de una legua al oeste —murmuró—. No está lejos, pero ¿estás segura de que hacemos bien en dejarlo marchar? Quizá vaya derecho a ver a Fallo del Sistema.
—Entones deberíamos darnos prisa —eché un vistazo a mi espada y mi armadura para asegurarme de que todo estaba en su sitio—. Hay que salir de aquí enseguida.
A Puck le brillaron los ojos.
—¿Necesitas una maniobra de distracción espectacular, princesa? —preguntó.
—No, no conviene tomar medidas drásticas a no ser que sea necesario —eché a andar por las ruinas, buscando cierto tramo de escaleras que nos llevaría adonde teníamos que ir—. Tal vez tengamos que volver aquí, y no quiero tener que enfrentarme a una horda de rebeldes furiosos porque les hayas volado su campamento base o algo así. Vamos a escabullirnos limpiamente y sin hacer ruido.
—Eh, pero si vamos a escabullirnos, ¿no deberíamos buscar la puerta de atrás?
—Escondeos —Ash me agarró de pronto del brazo, tiró de mí y me escondió detrás de una columna, aplastándome contra su pecho.
Puck se escondió detrás de un montón de piedras. Un segundo después apareció Fallo del Sistema al otro lado de la estancia, seguido por Diodo.
—No sé, señor —iba diciendo Diodo—, pero me ha parecido sospechoso. No pensará que está planeando escapar, ¿verdad? Me ha asegurado que no.
—Eso no significa nada —respondió Fallo del Sistema.
Sentí el corazón de Ash latiendo bajo mi mano, a pesar de que se había quedado perfectamente quieto y apenas respiraba.
—Tú no has visto a un humano en toda tu vida, Diodo, así que no sabes que son capaces de mentir sin escrúpulos.
Diodo sofocó un gemido de asombro y Fallo del Sistema dejó escapar un largo suspiro y se pasó las manos por las púas.
—Puede que no sea nada —dijo cuando volvieron a ponerse en marcha.
Contuve el aliento cuando pasaron por delante de nuestra columna.
—Pero de todos modos ve a buscarla. Lo último que queremos es que esa chica se arroje bajo las ruedas del usurpador.
—Claro, claro, señor —sus voces se desvanecieron cuando se adentraron en las ruinas y se perdieron de vista.
Puck asomó la cabeza por detrás de los escombros.
—Si vamos a marcharnos, conviene que sea ya. Ahora mismo, vamos. Antes de que se entere cabeza de enchufe.
—Por aquí —siseé, y nos pusimos en marcha a toda prisa.
Después de un par de incidentes parecidos, por fin vi la base de la escalera que llevaba al rellano más alto, el que daba sobre la llanura. Por desgracia, estaba custodiada por un enano corpulento, provisto de un brazo mecánico y una lanza con la punta de hierro. Cerca de allí había agazapados varios elfos hackers, reparando cables y otros dispositivos electrónicos.
—¿Quieres que los liquide? —masculló Ash cuando nos escondimos entre las sombras.
—Sí, claro, eso no haría ningún ruido —respondió Puck en voz baja.
Miré al enano y a los duendes de Hierro, los únicos obstáculos que nos separaban de nuestro destino. Y entonces vi entre las ruinas el brillo de unos ojos verdes y la curva de una sonrisa de neón. «¡Cuchilla! Apuesto a que él podría distraerlos. Si consigo que me oiga…».
Como si me estuviera leyendo el pensamiento, el gremlin se volvió de pronto y miró hacia nosotros.
Contuve la respiración. «Bueno, ¿por qué no? Cuchilla, si oyes esto, necesito llegar a las escaleras sin que me vea ese enano. ¿Podrías armar un poco de alboroto o algo a…?».
El gremlin sonrió ferozmente y luego, con un chillido que sonó casi maníaco, salió de su escondite entre una nube de chispas. Todo el mundo en la estancia lo miró. Riendo, se colgó del techo y pareció burlarse de todos ellos antes de perderse de vista. Se oyeron gritos y maldiciones entre las ruinas y los rebeldes, incluido el enano, dejaron lo que estaban haciendo para salir en persecución del gremlin.
—Vaya, qué oportuno —dijo Puck—. La verdad es que tengo que conseguirme un par de bichos de esos.
—¡Vamos! —dije, y subimos corriendo las escaleras mientras seguían oyéndose los gritos de los rebeldes persiguiendo a Cuchilla.
Llegamos arriba sin ningún tropiezo y el viento azotó mi pelo cuando salimos a la plataforma. Puck me miró entre burlón y alarmado cuando miré hacia arriba por la pared de la torre, buscando el modo de salir de allí.
—Eh, ¿cómo pensabas que saliéramos por aquí exactamente, princesa? ¿Volando?
—Exacto —por fin vi lo que estaba buscando: colgados de la pared, casi al lado de la cúspide, un grupo de planeadores dormitaba al sol. Silbé suavemente y se espabilaron, volviendo sus cabezas de insectos para mirarnos.
Puck, que había seguido mi mirada, hizo un ruido de repulsión.
—Será una broma. ¿Quieres que salgamos volando de aquí montados en esas cosas? Eh… ¿qué os parece si me convierto en pájaro y os sigo…?
—No. Ya oíste lo que dijo Mab —llamé a los planeadores con un ademán y comenzaron a zumbar, soñolientos—. Si usas el hechizo, podría romperse tu amuleto. Y tiene que durar todo lo posible.
Puck hizo una mueca.
—Creo que en este caso prefiero arriesgarme, princesa. No es que no me guste la idea de ir volando por ahí colgado de un insecto de metal gigante, pero… —dio un paso atrás cuando los planeadores empezaron a bajar correteando por la pared—. Ah, estupendo. Me miran raro, princesa.
—¿Qué pasa, Goodfellow? —dijo Ash con sorna, cruzando los brazos, cuando los planeadores se posaron en la plataforma y nos miraron con sus grandes ojos geométricos—. ¿Te dan miedo unos cuantos bichitos?
—Me ponen los pelos de punta —hizo una mueca a uno de los planeadores y dio un respingo cuando el insecto soltó un zumbido—. El sitio de los bichos metálicos gigantes con cara de pocos amigos son las películas de terror —lanzó una sonrisa burlona a Ash—. Además, tampoco veo que tú ardas en deseos de subirte a uno de ellos, príncipe.
—Solo quiero prolongar este momento todo lo que pueda.
—¡Chicos, no hay tiempo para esto! —los miré con enfado y pararon, poniendo cara de mala conciencia—. Este es nuestro único modo de salir de aquí. Seguidme y haced lo que haga yo.
Me acerqué al borde de la plataforma y miré hacia abajo.
El día anterior, al ver el enorme precipicio, el estómago casi se me había subido a la garganta. Ahora mi corazón se aceleró lleno de expectación y abrí los brazos.
Durante un instante no pasó nada y temí que los planeadores no me obedecieran. Luego oí el zumbido de sus alas y un segundo después un insecto se posó sobre mis hombros y me envolvió con sus patas de cobre.
—¡Qué aaaaaasco! —canturreó Puck. Me volví para mirarlo, enfadada.
—Cállate y escucha. Las patas delanteras son para maniobrar. Intenta relajarte y no te pasará nada —ignoré su mirada incrédula y miré de nuevo hacia delante—. Allá vamos —mascullé, y salté.
El viento golpeó las alas del planeador y nos lanzó hacia arriba. Mi nivel de adrenalina subió de golpe. Me pareció oír gritar de asombro a Puck mientras se elevaba, y sonreí perversamente al imaginarme qué cara pondría si le enseñaba lo que era capaz de hacer el planeador. Pero no había tiempo para las caídas en picado y las cabriolas aéreas de la noche anterior, a pesar de que sentía la excitación del planeador, como un caballo de carreras ansioso por correr. Hice un par de volteretas hacia atrás y di la vuelta para ver si los chicos necesitaban que los animara a saltar. Me sorprendió ver que habían logrado despegar y que iban planeando hacia mí, aunque Puck estaba un poco verde cuando me puse a su lado.
—¿Estáis bien? —grité, intentando no reírme.
Puck levantó el pulgar débilmente.
—¡Estupendamente, princesa!
Su planeador emitió un fuerte zumbido y Puck hizo una mueca.
—Aunque preferiría utilizar mis propias alas para volar. Esto es antinatural. ¿Hacia dónde vamos?
Ash señaló hacia el horizonte.
—Hacia el Oeste, por allí —dijo, y asentí.
Sin esperar a que le diera indicaciones, mi planeador viró bruscamente hacia la derecha y pusimos rumbo hacia Rowan y el sol poniente.