13
La Barrera de Hierro
—Prepárate —masculló Ash, y sacó su espada.
Me tembló la mano cuando seguí su ejemplo, y sentí que agarraba mi sable con torpeza, como si pesara demasiado. Delante de nosotros centelleaban espadas, escudos y armaduras, como un muro amenazador erizado de púas. Los trols y los ogros se rebullían, inquietos, agarrando sus garrotes con pinchos. Los trasgos y los gorros rojos se lamían los dientes afilados, sedientos de sangre. Las dríadas, las hammadríadas y los hombrerrobles esperaban en silencio, con las caras verdes y marrones crispadas por el miedo y el odio.
De entre todos los duendes, era a ellos a los que más afectaba la lenta degradación del Nuncajamás, y verlos me sirvió para recordar lo que estaba en juego.
Así la empuñadura de mi espada y sentí que el metal me quemaba la palma. «Vamos, pues», pensé al tiempo que empezaba a sonar un gran estruendo al otro lado de la brecha del frente: centenares de pies marchaban hacia nosotros. Se rompieron ramas, temblaron los árboles y los ejércitos de Verano e Invierno aullaron como respuesta. «No vais a derrotarme. El falso rey no va a ganar. Vuestro avance se detiene aquí».
—Allá vamos —gruñó Ash en el instante en que, con el chirrido de un millón de cuchillos, los duendes de Hierro salieron del bosque y se dejaron ver.
Hombres de alambre y caballeros de Hierro, perros mecánicos, brujarañas, esqueletos de metal reluciente semejantes a Terminators y varios cientos de seres más de distintas formas y tamaños salieron en tromba del bosque formando un enorme y caótico enjambre.
Los dos ejércitos se miraron un instante con ojos llenos de odio, de violencia, de sed de sangre. Luego, un monstruoso caballero cubierto con armadura, de cuyo casco de acero salían cuernos, se adelantó hasta ponerse delante de las tropas y dio con el brazo la señal de avanzar. Los duendes de Hierro se lanzaron a la carga con chillidos espeluznantes.
Tenebrosos y opalinos rugieron como respuesta y se precipitaron hacia ellos. Inundaron el campo de batalla como hormigas y el espacio que los separaba fue estrechándose a medida que avanzaban. Los dos ejércitos se encontraron entre el estrépito ensordecedor de las armas al chocar. Después, todo se disolvió en el caos.
Ash y Puck se quedaron a mi lado, negándose a avanzar. Solo luchaban si un enemigo atacaba primero. Las primeras líneas se llevaron la peor parte, y poco a poco los duendes de Hierro comenzaron a colarse por las brechas abiertas y a avanzar hacia la retaguardia.
Agarré con fuerza mi arma y procuré concentrarme, pero me resultó difícil. Todo sucedía tan deprisa… Cerca de mí había cuerpos retorciéndose y espadas que centelleaban, se oían los gritos y los lamentos de los heridos. Una cosa gigantesca, parecida a una mantis religiosa, se abalanzó hacia mí agitando sus brazos afilados como cuchillas, pero Ash se puso delante, paró el golpe con su espada y la obligó a retroceder. Un caballero de Hierro, cubierto con cota de malla de la cabeza a los pies, corrió hacia mí, pero Puck le hizo caer de bruces lanzándole una patada a la rodilla.
Otro caballero con armadura se abrió paso entre las filas de retaguardia y me amenazó blandiendo su arma, una espada ancha y aserrada. Dejándome guiar por mi instinto, agaché la cabeza para esquivar el golpe y lo ataqué con mi espada. Rebotó en su peto, dejando un reluciente arañazo en la armadura, pero no logró herirlo. El caballero soltó una risotada, seguro de su victoria, y se lanzó de nuevo hacia mí, agitando su espada por encima de mi cabeza. Esquivé de nuevo el golpe, di un paso adelante y al hundir mi espada en su visera sentí que la punta golpeaba la parte de atrás de su casco.
Se desplomó como una marioneta con los hilos cortados. Se me revolvió el estómago, pero no tuve tiempo de pensar en lo que acababa de hacer. Del bosque seguían saliendo duendes de Hierro. Vi que Oberón cargaba montado en un enorme corcel negro, envuelto en un torbellino de hechizo, y que hacía un ademán señalando hacia el lugar donde más encarnizada era la lucha.
Del suelo comenzaron a brotar raíces y enredaderas que se enroscaron alrededor de los duendes de Hierro, estrangulándolos o llevándolos bajo tierra. En lo alto de un promontorio, Mab levantó los brazos y un salvaje torbellino barrió el campo de batalla, congelando duendes o atravesándolos con lanzas de hielo. Los ejércitos de Verano e Invierno aullaron con renovado vigor y se abalanzaron contra el enemigo.
Y entonces algo monstruoso salió de entre los árboles y avanzó pesadamente hacia el campo de batalla. Un gigantesco escarabajo de hierro, del tamaño de un elefante macho, se adentró en la refriega aplastando duendes bajo sus pies. Sentados en una plataforma, sobre su lomo, había cuatro elfos de reluciente cabello metálico que, armados con mosquetes de estilo antiguo, abrían fuego contra el gentío.
Duendes de Verano y de Invierno comenzaron a caer bajo sus balas mientras otro escarabajo aparecía entre los árboles. Las espadas y las flechas rebotaron en sus oscuros y lustrosos caparazones a medida que los insectos, semejantes a tanques, se internaban en el campo de batalla dejando una estela de muertos a su paso.
—¡Retiraos! —la voz de Oberón resonó en todo el campo mientras los escarabajos seguían avanzando—. ¡Retiraos y reagrupaos! ¡Vamos!
Las fuerzas de Verano e Invierno comenzaron a replegarse y una oleada de hechizo de Hierro procedente de los insectos me envolvió de pronto. Entorné los ojos y los miré más atentamente entre el caos de la batalla. Fue como si aquellos bichos se enfocaran nítidamente contra un fondo borroso. Vi el hechizo de Hierro que vibraba a su alrededor, frío e incoloro. Sus gruesos y abultados caparazones eran casi invulnerables, pero sus patas eran muy finas, apenas lo bastante fuertes para sostener su peso. Sus articulaciones eran endebles y estaban manchadas de óxido… En ese instante, la sombra de una idea cruzó mi mente.
—¡Ash! ¡Puck! —me volví hacia ellos y me miraron, alarmados—. Creo que sé cómo derribar a esos bichos, pero necesito acercarme. ¡Despejadme el camino!
Puck pestañeó, incrédulo.
—Eh… ¿Vas a correr hacia el enemigo? ¿No es lo contrario de «retirarse»?
—Tenemos que detener a esos bichos antes de que maten a la mitad de nuestras tropas —miré implorante a Ash—. Puedo hacerlo, pero necesito que me cubráis cuando llegué allí. Por favor, Ash.
Me miró un momento. Luego asintió escuetamente.
—Te llevaremos hasta allí —masculló levantando su espada—. ¡Goodfellow, cúbreme la espalda!
Se lanzó hacia delante contra la marea de duendes en retirada. Puck sacudió la cabeza y lo siguió. Nos abrimos paso luchando hasta el centro del campo de batalla, donde se amontonaban en el suelo los cadáveres de los duendes (o de lo que habían sido duendes). Allí la lucha era mucho más encarnizada y mis defensores se vieron en dificultades para mantenerme a salvo del enemigo.
Se oyó el estampido de un mosquete y un wyvern chilló y cayó al suelo a unos metros de mí, retorciéndose y agitando sus alas. La mole del escarabajo se cernió sobre nosotros. Su reluciente caparazón negro tapó el sol.
—¿Te parece lo bastante cerca, princesa? —preguntó Puck jadeante mientras luchaba con un par de hombres de alambre que intentaban arañarlo con sus zarpas de cuchilla.
A su lado, Ash gruñía mientras cambiaba mandobles con un caballero de Hierro. El chirrido de sus espadas llenaba el aire.
Asentí con el corazón acelerado.
—¡Mantenedlos alejados de mí unos segundos! —grité, y volviéndome hacia el insecto metálico clavé la mirada en su parte de abajo.
Sí, sus patas eran articuladas y estaban sujetas por piezas de metal. Cuando una de ellas pasó a mi lado, agaché la cabeza, cerré los ojos y atraje hacia mí el hechizo de Hierro que había en el aire y que desprendían el insecto, los árboles y las tierras emponzoñadas que había a mi alrededor.
Se oyó otro disparo de mosquete y el chirrido de las espadas y los gritos de los duendes resonaron en mi cabeza, pero confié en que mis defensores me mantuvieran a salvo y seguí concentrándome.
Abrí los ojos, los fijé en una de las articulaciones del insecto, en la pequeña pieza que la mantenía unida, y tiré. La articulación tembló, se estremeció desprendiendo óxido y luego salió despedida como un corcho: un fugaz destello bajo el sol. El insecto se tambaleó cuando la pierna se desprendió y cayó al barro. Un instante después, el escarabajo comenzó a ladearse como un autobús desequilibrado.
—¡Sí! —grité justo cuando empezaba a sentir náuseas. Una punzada de dolor atravesó mi estómago y caí de rodillas, intentando contener las ganas de vomitar.
Una sombra cayó sobre mí y al levantar la vista vi que la gigantesca mole del insecto caía de lado y que los duendes de uno y otro bando corrían a quitarse de en medio, pero no pude moverme.
Vi un borrón oscuro y luego Ash me agarró del brazo y tiró de mí para que me levantara. Saltamos hacia delante en el instante en que, con un crujido ensordecedor, el escarabajo se desplomaba y rodaba por el campo de batalla, aplastando a los elfos armados con mosquetes. De paso, había estado a punto de matarme a mí también.
Quedó tumbado sobre su lomo, moviendo inútilmente las patas que le quedaban, y yo comencé a reírme, un poco histérica. Ash masculló algo que no entendí y me apretó un momento con fuerza entre sus brazos.
—Disfrutas haciendo que se me pare el corazón, ¿eh? —susurró, y sentí que temblaba por la adrenalina, o quizá por otra cosa.
Antes de que pudiera responderle, me soltó y se apartó. Volvía a ser mi adusto guardaespaldas.
Miré a mi alrededor, jadeando, y vi que los duendes de Hierro habían empezado a retirarse. Estaban desapareciendo de nuevo en el bosque metálico. El otro escarabajo parecía atrapado bajo un amasijo de enredaderas que se retorcían y se enredaban en sus patas, tirando de él hacia el suelo. Los mosqueteros de su espalda habían perecido atravesados por enormes lanzas de hielo. Obra de Mab y Oberón, probablemente.
—¿Se ha acabado? —pregunté cuando Puck se reunió con nosotros. Él también respiraba trabajosamente y tenía la armadura salpicada de una sustancia negra, semejante al petróleo—. ¿Hemos ganado?
Asintió con un gesto, pero sus ojos tenían una expresión amarga.
—Por decirlo así, princesa.
Miré perpleja a mi alrededor y se me revolvió el estómago. El campo estaba lleno de cadáveres de cuerpos de combatientes de ambos bandos. Algunos gemían; otros estaban quietos, inermes. Unos pocos se habían convertido ya en piedra, hielo, tierra, ramas, agua o se habían desvanecido por completo. A veces sucedía de manera instantánea; otras, tardaba horas, pero los duendes no se convertían en cadáveres al morir.
Sencillamente, dejaban de existir.
Pero lo que resultaba más perturbador era que el bosque de Hierro había avanzado aún más, tanto que se había extendido hasta el centro del campo de batalla.
Mientras miraba horrorizada, un arbolillo verde se transformó en metal reluciente. Un veneno grisáceo subía por su tronco. Varias hojas se desprendieron y cayeron al suelo, clavándose en la tierra como cuchillos centelleantes.
—Ahora se extiende aún más deprisa.
Una sombra cayó sobre nosotros y Oberón se acercó montado en su corcel. Sus ojos relucían, ambarinos, bajo el casco astado.
—En cada batalla nos vemos obligados a retirarnos, a ceder más terreno. Con cada duende de Invierno o de Verano que cae, el Reino de Hierro crece destruyéndolo todo a su paso. Si esto sigue así, no quedará nada —su voz se hizo más afilada—. Además, creía haberte dicho que no te mezclaras en la batalla, Meghan Chase. Y sin embargo te has lanzado al corazón del peligro, a pesar de mis intentos de mantenerte a salvo. ¿Por qué sigues desobedeciéndome?
Hice caso omiso de su pregunta y miré el lúgubre bosque por el que iban desapareciendo los últimos duendes de Hierro.
Más allá del lindero de los árboles, sentí agazapado el Reino de Hierro, ansioso por avanzar de nuevo, vigilándome con su mirada envenenada. Allí, en alguna parte, a salvo en su país de hierro, el usurpador me esperaba, paciente y seguro de sí mismo, sabedor de que las cortes no podían tocarlo.
—Ahora sabe que estoy aquí —murmuré, sintiendo los ojos de Oberón fijos en mí, así como las miradas de Puck y Ash. Tragué saliva para que no me temblara la voz—. No puedo quedarme o mandará a todas sus fuerzas para intentar atraparme.
—¿Cuándo te irás? —la voz de Oberón no dejó traslucir ninguna emoción.
Respiré hondo y confié en no estar enviando a Ash y a Puck derechos hacia la muerte.
—Esta noche —en cuanto lo dije me estremecí violentamente y crucé los brazos para ocultar mi temor—. Cuanto antes me vaya, mejor. Creo que ya ha llegado la hora.