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El Caballero Traidor

Esa noche hubo fiesta en el campamento. En cuanto se corrió la voz de la batalla inminente, la euforia y la expectación se propagaron como un incendio, hasta desbordar las tiendas sofocantes. Los duendes se arremolinaron en las calles como aficionados tras un partido de hockey y consumieron en grandes cantidades comida, alcohol y otras cosas más cuestionables. El sonido misterioso y ancestral de las gaitas y los tambores resonó en el viento, vibrando con ritmo salvaje. En ambos lados del campamento se encendieron enormes hogueras que se alzaron como ave fénix en la noche mientras los ejércitos de Verano e Invierno bailaban, bebían y cantaban.

Me mantuve alejada de las grandes hogueras y procuré no bailar, ni beber, ni hacer esas otras cosas que tenían lugar entre las sombras. Desde donde estaba, con una taza de té negro calentándome las manos, veía los fuegos de Verano e Invierno y las oscuras siluetas que danzaban a su alrededor. En el lado de los tenebrosos, los trasgos y los gorros rojos cantaban canciones de guerra siniestras y zafias, normalmente sobre sangre, carne y cuerpos desmembrados, mientras en el campamento opalino las dríadas y las ninfas arbóreas se contoneaban en una danza hipnótica, moviéndose como ramas al viento. Una sílfide pasó aleteando perseguida por un sátiro, y un ogro se vació un barril de cerveza en la bocaza abierta, bañándose la cara con el oscuro líquido.

—Nadie diría que mañana hay una batalla —le dije malhumorada a Ash, que estaba apoyado en un árbol, sosteniendo una botella verde entre dos dedos.

De vez en cuando levantaba la botella y bebía un trago, pero yo sabía que no debía pedirle que me dejara probarlo. El vino de los duendes es muy fuerte, y no me apetecía pasarme el resto de la noche convertida en puercoespín o conversando con conejos rosas gigantes.

—¿No es costumbre celebrar la victoria después de ganar?

—¿Y si no hay mañana? —Ash fijó la mirada en la hoguera de Invierno, donde los trasgos estaban cantando una canción acerca de fuegos y hachas—. Muchos de ellos no vivirán para ver otro día y, una vez muertos, no queda nada. No hay otra vida más allá de esta —aunque hablaba con naturalidad, una sombra rondaba sus ojos. Bebió un sorbo de vino y me miró esbozando una sonrisa—. Creo que los mortales decís algo parecido: come, bebe y disfruta, que tal vez mañana te espere la tumba.

—Eso es muy morboso, Ash.

Antes de que pudiera contestar, algo pasó delante de nosotros tambaleándose, tropezó y cayó a mis pies. Era Puck. Se había quitado la camisa y tenía el pelo rojo alborotado. Me sonrió con una corona de margaritas entretejida en el pelo y una botella en la mano. Un grupo de ninfas se congregó a su alrededor.

—¡Ah, hola, princesa! —meneó el brazo flojamente mientras las ninfas lo ayudaban a levantarse, riéndose por lo bajo. Su cabello brillaba, sus ojos brillaban, y apenas lo reconocí—. ¿Te apetece jugar a montar al fuca con nosotros?

—Eh… No, gracias, Puck.

—Como quieras, pero solo se vive una vez, princesa —se dejó llevar por las ninfas y desapareció entre el gentío, junto al fuego.

Ash sacudió la cabeza y bebió otro sorbo de su botella. Me quedé mirando a los danzantes sin saber qué pensar.

—Nunca lo había visto así —mascullé por fin, cruzando los brazos para resguardarme del viento.

Ash se rio.

—Entonces es que no conoces a Goodfellow tan bien como crees —se apartó del árbol y tocó suavemente mi hombro—. Intenta descansar un poco. La fiesta será cada vez más salvaje a medida que avance la noche, y tal vez no quieras ver lo que pasa cuando los duendes se pasan con la bebida. Además, conviene que duermas al menos un par de horas antes de que empiece la batalla.

Me estremecí al levantarme, con el estómago encogido al pensar en la batalla.

—¿Yo también tendré que luchar? —pregunté cuando echamos a andar hacia mi tienda.

Ash suspiró.

—No, si yo puedo evitarlo —contestó casi para sí mismo—. Y tampoco creo que Oberón quiera que luches. Eres demasiado importante para correr el riesgo de que te maten.

Sentí alivio, y también mala conciencia. Estaba cansada de que muriera gente mientras yo me quedaba a un lado, intacta. Tal vez fuera hora de empezar a librar mis propias batallas.

Cuando llegamos a mi tienda, dudé. Mi corazón latía de pronto como loco. Sentí la presencia de Ash a mi espalda, serena y fuerte, y me cosquilleó la piel. Más allá de la cortina, la oscuridad parecía llamarnos, invitadora, y las palabras bailaban en la punta de mi lengua, retenidas únicamente por el miedo y el nerviosismo. «Suéltalo de una vez, Meghan. Pídele que se quede contigo esta noche. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Que te diga que no?». Me encogí por dentro, avergonzada. «Vale, eso sería horroroso, pero ¿de veras crees que va a negarse? Te quiere. ¿A qué estás esperando?».

Tomé aire.

—Ash… esto…

—¡Príncipe Ash! —un caballero de Invierno salió de entre la hilera de tiendas y se inclinó al llegar ante nosotros.

Me dieron ganas de darle una patada, pero Ash pareció divertido.

—Conque vuelvo a ser príncipe, ¿eh? —dijo en voz baja—. Muy bien. ¿Qué quieres, Deylin?

—La reina Mab ha solicitado tu presencia, alteza —prosiguió el caballero, ignorándome por completo—. Desea que te reúnas con ella en su tienda, en el campamento de Invierno. Yo me quedaré aquí y custodiaré a la princesa de Verano hasta que…

—Ya no respondo ante la reina Mab —repuso Ash, y el caballero lo miró pasmado—. Si mi dama desea que vaya, lo haré. Si no, tendré que pedirte que me disculpes ante la reina.

El caballero de Invierno seguía estupefacto, pero Ash se volvió hacia mí ceremoniosamente, aunque me pareció notar en él una expresión de íntima euforia.

—Si quieres que me quede, solo tienes que decirlo —afirmó con tranquilidad—. O puedo ir a ver qué quiere Mab. Tus deseos son órdenes para mí.

Me dieron tentaciones de pedirle que se quedara. Quería que entráramos en la tienda y nos olvidáramos de la guerra, de las cortes y de la batalla inminente, solo por una noche. Pero Mab se pondría aún más furiosa, y no quería que la reina de Invierno se enfadara todavía más.

—No —suspiré—. Ve a ver qué quiere Mab. Yo estoy bien.

—¿Estás segura?

Asentí con la cabeza y retrocedió.

—Estaré cerca —dijo—. Y Deylin estará en la puerta de la tienda. Puedes confiar en él, pero si me necesitas solo tienes que llamarme.

—Lo haré —contesté y, sintiendo un hormigueo de deseo frustrado en la piel, me quedé viendo cómo se alejaba hasta que desapareció entre las sombras.

Deylin se inclinó ante mí, rígido, y me dio la espalda para apostarse delante de la tienda. Suspiré, entré en la tienda y me tumbé en la cama, tapándome la cara sofocada con la almohada. En mi cabeza se agitaba un torbellino de ideas y sentimientos prohibidos que hacía imposible que me relajara. Durante largo rato solo pude pensar en cierto caballero oscuro, y cuando por fin conseguí adormecerme, se me apareció en sueños.

De pronto alguien me tapó la boca en la oscuridad, sofocando mi grito de sorpresa. Intenté incorporarme, pero no pude moverme. Alguien se había sentado a horcajadas sobre mi cintura y aplastaba mis brazos. Un caballero con armadura se cernía sobre mí. Llevaba puesto el casco y la visera bajada ocultaba su cara.

—Shhh —se llevó un dedo a los labios por encima del casco.

Sentí que sonreía bajo la visera.

—Relájate, alteza. Será mucho más fácil si no te resistes.

Comencé a sacudirme, desesperada, pero el guantelete que tapaba mi boca apretó con tanta fuerza que se me saltaron las lágrimas.

El caballero suspiró.

—Veo que quieres que sea por las malas.

El guantelete se enfrió, gélido, sobre mi piel. Quemaba como el fuego. Forcejeé y pataleé, pero no conseguí quitarme de encima el peso que oprimía mi pecho, ni apartar aquella mano de mi cara. Sobre mi piel comenzó a formarse una capa de hielo que se extendió sobre mis mejillas y mi mandíbula y congeló mis labios. El caballero se rio y apartó la mano. Yo me quedé jadeando a través de la nariz, intentando desprenderme de mi mordaza de hielo. Sentía la cara como si me la hubieran rociado con ácido. Un frío feroz me corroía hasta los huesos.

—Eso está mejor —el caballero se apartó un poco y me miró—. No conviene que nuestro querido Ash aparezca corriendo aún, ¿no crees?

Di un respingo al reconocer aquella voz arrogante y engreída. Él se echó a reír. Llevándose la mano al casco, se levantó la visera y confirmó mis sospechas. Se me aceleró el corazón y me estremecí violentamente mientras me esforzaba por dominar mi miedo.

—¿Me echabas de menos, princesa? —Rowan sonrió y sus ojos azul diamante brillaron en la penumbra.

Yo habría gemido de repulsión si hubiera podido. El hermano mayor de Ash parecía otro: su rostro afilado, antes tan bello, semejaba un cráter de carne cruda y horribles quemaduras. De sus heridas abiertas manaba un líquido que le corría por las mejillas, y en el lugar donde antaño estaba su nariz había ahora un horrendo agujero. Me recordó a un cráneo sonriente, con los ojos vidriosos hundidos en las órbitas, relucientes de dolor y de locura.

—¿Te doy asco? —susurró mientras yo intentaba controlar las náuseas—. Esto no es más que una prueba, princesa, mi rito de iniciación. El hierro quema la carne débil e inservible. Después renaceré convertido en uno de ellos. Solo he de soportar el dolor para que esté completo. Cuando el Rey de Hierro se apodere del Nuncajamás, yo seré el único de los duendes antiguos que soporte la metamorfosis.

Sacudí la cabeza, deseosa de decirle que se equivocaba, que no había ningún rito de iniciación, que el usurpador solo lo estaba utilizando como utilizaba a todos los demás. Pero el hielo me impidió hablar, claro, y Rowan sacó de pronto una daga con la hoja de ónice, fina y aserrada como el borde de los dientes de un tiburón.

—El Rey de Hierro quiere hacer los honores en persona —susurró—, pero solo hace falta que estés medio viva cuando llegues allí. Creo que antes de marcharme voy a cortarte un par de dedos y a dejarlos aquí para que los encuentre Ash. ¿Qué te parece, alteza?

Se movió para liberar uno de mis brazos, me agarró por la muñeca y me la apretó contra el suelo a pesar de que me resistí furiosamente.

—Ah, sí, sigue retorciéndote, princesa —dijo con voz ronroneante—. Es tan excitante… —agarró el cuchillo y lo colocó sobre mi mano eligiendo un dedo.

Respiré hondo para calmar mi pánico e intenté pensar. Mi espada estaba cerca, pero yo no podía mover el brazo. Si utilizaba el hechizo, me marearía o me quedaría exhausta, pero esta vez no tenía elección. Mientras Rowan tocaba mis dedos desnudos con la punta del cuchillo haciendo brotar gotitas de sangre, me concentré en la empuñadura.

«La madera es madera», resonó la voz de Puck dentro de mi cabeza. «Ya sea un árbol seco, el costado de un barco, una ballesta o un simple palo de cepillo, la magia de Verano puede hacer que vuelva a la vida aunque solo sea por un momento. Concéntrate».

Una oleada de hechizo, y de la empuñadura brotaron espinas relucientes que atravesaron el guantelete y se clavaron en la carne de Rowan. El mareo se apoderó de mí casi inmediatamente, comenzó a darme vueltas la cabeza e interrumpí la conexión mientras Rowan soltaba un alarido y, dando un salto atrás, liberaba mi brazo. Tal y como esperaba. Dando un grito por dentro, me incorporé bruscamente, hice caso omiso de las náuseas y, metiendo la mano libre por debajo de la visera, arañé su horrenda cara quemada.

Su alarido sacudió las paredes de tela de la tienda. Soltó el cuchillo y aproveché que se tapaba la cara para empujarlo con todas mis fuerzas. Luego me levanté atropelladamente, me giré y agarré la espada con una mano mientras con la otra me arañaba la cara congelada. El hielo se desprendió a pedazos y sentí como si me arrancara tiras de piel. Parpadeé para contener las lágrimas mientras Rowan se ponía en pie con expresión asesina.

—¿De veras crees que vas a vencerme? —sacó su espada, que era de color azul hielo y aserrada como el cuchillo, y dio un paso adelante. La sangre le corría por un lado de la cara y tenía un ojo cerrado—. ¿Por qué no has huido, princesa? —se preguntó en voz alta—. Corre con Ash y con tu padre. No puedo perseguirte por todo el campamento. Deberías haber huido.

Me arranqué el hielo que aún tenía en los labios y escupí en el suelo, entre los dos. Noté un sabor a sangre.

—Estoy harta de huir —dije, y vi que entornaba el ojo bueno—. Y tampoco me apetece que me apuñales por la espalda. Quiero que lleves un mensaje de mi parte al falso rey.

Sonrió, sus dientes brillaron como colmillos en su cara descarnada y se acercó despacio. Yo no retrocedí, adopté una postura defensiva, como me había enseñado Ash. Seguía teniendo miedo, porque había visto luchar a Rowan con Ash y sabía que era mucho mejor que yo. Pero la ira sobrepasaba al miedo, y le apunté con mi espada.

—Dile al falso rey que no tiene que mandar a nadie a buscarme —dije con la voz más firme que fui capaz de poner—. Que voy a ir a por él. Voy a ir a por él, y cuando lo encuentre lo mataré.

Me impresionó darme cuenta de que hablaba en serio. Ahora era él o mi familia, tanto mortal como mágica. Para que vivieran los demás, el falso rey debía morir. Como había profetizado Grim una vez, me había convertido en una sicaria de las dos cortes.

Rowan sonrió, burlón.

—Descuida, se lo diré, princesa —contestó—. Pero no creas que vas a escapar de mí indemne —dio otro paso adelante y yo retrocedí hacia la cortina de la tienda—. Creo que me llevaré una oreja como trofeo, solo para demostrarle al rey que no le he fallado —se lanzó hacia mí con la velocidad del rayo, pillándome por sorpresa.

Di un salto hacia atrás, blandí la espada y logré parar el golpe, pero no lo bastante rápido. La punta rozó mi piel, abriendo una raya de fuego en mi mejilla. Me tambaleé hacia atrás, tropecé con algo en la puerta y caí fuera.

El cuerpo sin vida y congelado de Deylin me miraba fijamente desde el suelo, los ojos abiertos de par en par en una expresión de espanto. Mientras lo miraba, tembló y se disolvió como un cubito de hielo en el microondas, hasta que no quedó más que un charco de agua en medio del polvo.

Me levanté maldiciendo y me aparté de la puerta. Me ardía la mejilla y sentía que algo caliente me goteaba por la cara.

—¡Ash! —grité mirando a mi alrededor, frenética—. ¡Puck! ¡Es Rowan! ¡Rowan está aquí!

El campamento estaba a oscuras y en silencio. Los duendes yacían por el suelo, inconscientes, roncando allí donde habían caído. Había jarras y botellas por todas partes, el humo se enroscaba perezosamente en el cielo, levantándose de los leños carbonizados mientras las brasas brillaban débilmente en la oscuridad.

Rowan apartó la cortina y salió altivamente, con una mueca cruel. Sin dejar de sonreír, se llevó dos dedos a la boca y dejó escapar un agudo silbido que resonó por encima de los árboles.

—¿Ahora huyes, princesa? —preguntó mientras los duendes empezaban a gruñir y a removerse, confusos—. ¿Cómo esperas matar al Rey de Hierro si ni siquiera eres capaz de derrotar a su caballero?

—Encontraré un modo —afirmé, apuntándole al pecho con mi espada—. Ya lo hice una vez.

Se rio.

—Entonces te esperaremos impacientes, princesa. Saluda a Ash de mi parte.

—¡Rowan!

El grito de furia de Ash resonó en todo el campamento. El príncipe oscuro apareció a mi lado como salido de la nada. La ira giraba a su alrededor formando una nube negra y roja. Lanzó a su hermano una mirada aterradora: aquella mirada vidriosa e inexpresiva que parecía prometer una crueldad implacable.

Rowan soltó una carcajada y levantó un brazo.

Por encima de nuestras cabezas resonó un bramido y un wyvern recubierto de escamas marrones aterrizó entre nosotros, rugiendo y agitando su cola. Vi venir hacia mí su aguijón brillante y envenenado y, blandiendo frenéticamente mi espada, corté su punta. El aguijón y el extremo de la cola del wyvern cayeron al suelo y siguieron retorciéndose sobre la tierra, pero la fuerza del golpe me hizo caer. En ese mismo instante, Ash atravesó con su espada uno de los ojos amarillos y bulbosos del animal.

El wyvern chilló y retrocedió, y Rowan saltó ágilmente sobre su cuello escamoso cuando se lanzó hacia el cielo batiendo el aire con sus alas correosas y deshilachadas. Elevándose por encima de nuestras cabezas, el gigantesco lagarto se dirigió a toda velocidad hacia el lindero del bosque y desapareció por la brecha que conducía a los dominios de Hierro mientras la risa burlona de Rowan resonaba aún tras él.

Ash envainó su espada, jadeante, y me ayudó a levantarme.

—¿Estás bien, Meghan? —preguntó, mirándome ansiosamente—. Siento no haber llegado antes. Mab quería que le contara todo lo sucedido desde que nos desterraron. ¿Qué ha ocurrido?

Hice una mueca. Me dolía hablar. Todavía tenía los labios en carne viva, ensangrentados, y tenía la impresión de que alguien me había apretado el lado izquierdo de la cara contra una plancha encendida.

—Se ha presentado en mi tienda jactándose de que iba a convertirse en un duende de Hierro. Ha dicho que el falso rey me estaba esperando, que iba a cortarme los dedos y dejarlos aquí para que los encontraras —añadí, y vi que entornaba los ojos—. Pero eso fue antes de que le sacara los ojos. Ay —me toqué la mejilla con cuidado e hice otra mueca cuando vi que tenía los dedos manchados de sangre—. Cabrón.

—Lo mataré —masculló con esa voz suave que tanto miedo daba.

Parecía una promesa, aunque no lo dijera expresamente. Su mirada asesina era suficientemente elocuente.

—¡Princesa! —Puck apareció de repente. Seguía descamisado, y daba la impresión de que un buitre hubiera anidado en su pelo—. ¿Qué ha pasado? ¿Ese que acaba de salir pitando era Rowan? ¿Qué está ocurriendo?

Lo miré con enfado, y me costó contenerme para no preguntarle qué había estado haciendo toda la noche. Todavía tenía flores prendidas en el pelo, y unas marcas en la piel desnuda que parecían de arañazos.

—Era Rowan —le dije—. No sé cómo se ha colado en el campamento, pero lo ha hecho. Y puedes estar seguro de que va a decirle al falso rey que estoy aquí.

Ash entrecerró los ojos.

—Entonces deberíamos prepararnos.

En ese instante, el sonido de un cuerno retumbó repentinamente sobre los árboles, seguido por otro, y por otro. Los duendes comenzaron a despertar y a salir de sus tiendas, parpadeando alarmados. Ash levantó la cabeza y, mientras seguía aquel sonido, la sombra de una sonrisa feroz cruzó su rostro.

—Ya vienen.

En el campamento se desató de pronto un caos ordenado: los duendes se levantaron de un salto, corrieron a agarrar sus armas y a ponerse sus armaduras. Aparecieron capitanes y lugartenientes repartiendo órdenes, mandando formar a sus escuadrones. Los conductores de grifos y wyverns corrieron a preparar a sus bestias para el combate y los caballeros empezaron a ensillar sus corceles, que sacudían la cabeza y piafaban, expectantes. Por un instante, mientras los caballos y sus jinetes corrían de acá para allá, tuve la impresión irreal de estar en medio de una película fantástica, tipo El Señor de los Anillos. Luego, al cobrar conciencia de lo que sucedía, me sentí ligeramente mareada. Aquello no era una película. Era una batalla de verdad, con seres de verdad que harían todo lo posible por matarme.

—¡Meghan Chase!

Un par de sátiras corrieron hacia mí zigzagueando entre el gentío. Sus patas peludas resbalaban sobre el barro.

—Tu padre nos envía para asegurarnos de que estás bien pertrechada para la batalla —me dijo una al acercarse—. Ha hecho diseñar un traje especialmente para ti. Acompáñanos, por favor.

Hice una mueca. La última vez que Oberón había hecho diseñar un traje para mí, había sido un vestido horriblemente pomposo que yo me había negado a ponerme. Pero Ash soltó mi brazo y me empujó ligeramente hacia las sátiras.

—Ve con ellas —me dijo—. Yo también tengo que buscar algo que ponerme.

—Ash…

—Volveré pronto. Cuida de ella, Goodfellow —se alejó corriendo y desapareció entre la muchedumbre.

Las sátiras me hicieron gestos impacientes y las seguí hasta una extraña tienda blanca, en el lado del campamento de Verano. La tela, ligera y vaporosa, colgaba de los postes en finas hebras que me recordaron desagradablemente a telas de araña. Las sátiras cruzaron la cortina, pero yo di media vuelta y detuve a Puck en la entrada diciéndole con firmeza que tendría que esperar fuera mientras me vestía. Hice caso omiso de su estúpida sonrisilla y, confiando en que no se convirtiera en ratón para colarse dentro y espiarme, entré.

El interior de la tienda era oscuro y cálido y las paredes estaban cubiertas con telas de araña que susurraban y silbaban como si cientos de minúsculas criaturas corretearan por ellas. Una mujer alta y pálida, de largo cabello oscuro, me esperaba en la estancia en penumbra. Sus ojos relucían, negros, en medio de su cara crispada.

—Meghan Chase —dijo con voz áspera mientras sus enormes ojos negros seguían cada uno de mis gestos—, has llegado. Qué casualidad, encontrarnos de nuevo.

—Doña Tejedora —incliné la cabeza al reconocer a la costurera jefe de la Corte Opalina, y refrené el impulso de frotarme los brazos. La había conocido en mi primer viaje al País de las Hadas, y al igual que entonces su presencia me produjo un hormigueo de nerviosismo, como si miles de bichos corretearan por mi piel.

—Ven, acércate —dijo, llamándome con una de sus pálidas manos, semejantes a arañas—. La batalla está a punto de comenzar y tu padre quería que te hiciera una armadura —me condujo hacia el fondo de la tienda, donde algo relucía en la oscuridad, sostenido por finas hebras blancas—. Es mi mejor trabajo hasta la fecha. ¿Qué te parece?

A primera vista, parecía un abrigo largo. Se abrochaba a la altura de la cintura y por detrás de las piernas se abría en una larga raja. Al mirarlo más de cerca vi que la tela estaba hecha de escamas diminutas flexibles al tacto y sin embargo increíblemente duras. La parte de atrás estaba bordada con intrincados dibujos casi geométricos. Completaban el traje guanteletes, espinilleras, calzas y botas hechas del mismo material escamoso.

—Caray —dije al acercarme—. Es precioso.

Doña Tejedora soltó un soplido.

—Como de costumbre, mi talento no recibe el reconocimiento que merecería —suspiró y chasqueó los dedos dirigiéndose a las dos sátiras, que se acercaron apresuradamente—. Heme aquí, la mejor costurera del Nuncajamás, reducida a tejer armaduras de escamas de dragón para burdas mestizas. Muy bien, niña. Pruébatela. Te quedará como un guante.

Las sátiras me ayudaron a ponerme el traje, que era más ligero y flexible de lo que esperaba. Salvo por los guanteletes y las espinilleras, no tuve la impresión de llevar puesta una armadura. De eso, supuse, se trataba precisamente.

—Muy bonito —dijo alguien desde la puerta, y entró Puck.

Parpadeé, sorprendida. Él también se había vestido para la batalla: llevaba un peto de cuero sobre una cota de malla de color verde plateado, guanteletes de cuero oscuro y botas de caña alta. Un paño verde colgaba de su cinturón, decorado con hojas y enredaderas, y gruesas hombreras sobresalían de su clavícula, semejantes a placas de corteza áspera y espinosa.

—¿Sorprendida, princesa? —se encogió de hombros y las púas de sus hombros se alzaron—. No suelo ponerme armadura, claro que normalmente tampoco tengo que enfrentarme a un ejército de duendes de Hierro. Me ha parecido conveniente acorazarme un poco —observó mi armadura y asintió, admirado—. Impresionante. Auténticas escamas de dragón. Eso aguanta casi cualquier cosa.

—Eso espero —murmuré, y doña Tejedora resopló otra vez.

—Claro que aguantará, niña —replicó, frunciendo sus lívidos labios—. ¿Quién crees que ha diseñado ese traje? Ahora, marchaos. Tengo otras cosas que hacer. ¡Fuera de aquí!

Puck y yo salimos corriendo de la tienda. El campamento estaba ya casi vacío: los duendes de Verano e Invierno habían empezado a formar frente al lindero del bosque metálico, esperando a que empezara la batalla.

Me estremecí y froté mis brazos. Como si me leyera el pensamiento, Puck se acercó y puso una mano en mi codo.

—No te preocupes, princesa —dijo. Y aunque su voz sonó ligera, había cierta dureza en su sonrisa—. Cualquier cerdo de Hierro que quiera acercarse a ti tendrá que vérselas primero conmigo —puso cara de fastidio—. Y con aquel oscuro caballero de allí, cómo no.

—¿Dónde? —seguí su mirada justo a tiempo de ver aparecer a Ash por detrás de una tienda y dirigirse hacia nosotros.

Su armadura brilló al sol, negra y recamada con plata gélida. Sobre el peto llevaba labrada la cabeza de un lobo. Parecía increíblemente peligroso: un caballero negro de leyenda, con una capa ajada ondeando tras él.

—Oberón te ha mandado llamar —anunció, e inclinó la cabeza, complacido, al ver mi traje—. Quiere que te quedes en la retaguardia, donde no te alcanzará la lucha. Tiene un pelotón de guardias apostado allí para proteger a…

—No voy a ir.

Me miraron los dos parpadeando.

—Voy a luchar —dije con la voz más firme de que fui capaz—. No quiero quedarme atrás, mirando mientras los demás se juegan la vida por mí. Esta también es mi guerra.

—¿Seguro que es buena idea, princesa?

Miré a Puck y sonreí.

—¿Vas a detenerme?

Levantó las manos.

—Solo confío en que sepas lo que vas a hacer.

Miré a Ash preguntándome qué pensaba él y si intentaría disuadirme. Me miró con expresión solemne, calibrándome como si fuera un maestro y yo su alumna.

—Nunca has luchado en una guerra de verdad —dijo con voz suave, y advertí un atisbo de preocupación en su voz—. No sabes cómo es una batalla de verdad. No se parece a un duelo cuerpo a cuerpo. Será violenta, sanguinaria y caótica, y no tendrás tiempo de pensar en lo que haces. Las cosas que has visto, las cosas que has vivido… Nada te ha preparado para esto. Goodfellow y yo te protegeremos lo mejor que podamos, pero tendrás que luchar y tendrás que matar. Sin piedad. ¿Estás segura de que es lo que quieres?

—Sí —levanté la barbilla y lo miré fijamente a los ojos—. Estoy segura.

—Bien —asintió de nuevo y se volvió hacia el bosque—. Porque ahí vienen.