Epílogo

—¿Cuándo van a quitarnos las cadenas?

—Cuando imaginen que no vamos a echar a correr —dijo Donna.

—Yo no voy a echar a correr.

Donna, frunciendo los ojos en la oscuridad, tan sólo podía ver una mancha blanca allá donde su hija estaba sentada entre los almohadones.

—Yo sí. Yo echaría a correr al segundo siguiente.

—¿Por qué?

—Estamos prisioneras.

—¿No te gusta? —preguntó Sandy.

—No.

—¿No te gusta Rosy?

—No.

—A mí sí. Excepto que es tan fea como Axel.

—Son gemelos, así que tiene que serlo.

—Es un poco retrasada.

—Aja.

—¿Quién te gusta más, Seth o Jason?

—Ninguno de los dos.

—A mí me gusta más Seth —dijo Sandy.

—Oh.

—¿No vas a preguntarme por qué?

—No.

—Vamos, mamá. Sólo porque estás enfadada porque mataron a Jud. Además, ellos ni siquiera lo hicieron, fue Maggie quien lo hizo. Y él se lo merecía, además.

—¡Sandy!

—Mira a cuántos de ellos asesinó. ¡Seis! Dios, se lo merecía. Se merecía algo mucho peor.

—¡Maldita sea, cállate!

Se sintió avergonzada por utilizar aquel lenguaje con su hija.

—Al menos no mató a Seth y Jason —dijo Sandy.

—Es una lástima que no lo hiciera.

—Dices eso por decir. Dices eso simplemente para estropear las cosas. Te gustan. Sé que te gustan. No soy sorda, ya sabes.

—Bien, no me gusta estar encadenada aquí en la oscuridad. No me gusta en absoluto. Y la comida apesta.

—Maggie podría dejarte cocinar, si tú se lo pidieras. Wick me dijo que yo podré ir con él a Santa Rosa uno de estos días, y comprarme dulces. Una vez confíen más en nosotras, podremos obtener todo tipo de cosas.

—Estoy segura de que me gustará ver el sol de nuevo.

—A mí también. ¿Mamá?

—¿Sí?

—¿Sigues creyendo que estás embarazada?

—Creo que sí.

—¿De quién crees que es hijo? Apuesto que de Jason.

—No lo sé.

—A mí me gustaría tener un bebé de Seth.

—Chisst. Creo que vienen.