Roy se despertó en una auténtica y amplia cama. A su lado, boca abajo, con las manos atadas a la espalda, se encontraba la niña Joni. Estaba desnuda. Un trozo pequeño de cuerda unía sus muñecas a la mano derecha de Roy. Se desató la mano, luego las de ella.
Volvió a Joni boca arriba. Los ojos de la niña estaban abiertos. Le miró a él, a través de él, más allá de él. Casi como si estuviera ciega.
—¿Has dormido bien? —preguntó Roy.
Ella no pareció haberle oído.
Colocó una mano sobre su pecho, notando el regular latir de su corazón, el subir y bajar de su respiración.
—¿Por dónde anda tu espíritu? —preguntó, y se echó a reír.
Ella no parpadeó ni se movió. Ni cuando la pellizcó. Ni cuando atrajo su cuerpo hacia el de él, o lo chupó, o lo mordió. Ni cuando la penetró. Ni cuando se estremeció en su orgasmo. Ni cuando la apartó de sí y saltó de la cama.
De todos modos, volvió a atarla.
Se vistió con ropas de su padre. Hizo café. Mientras se estaba haciendo, preparó seis lonchas de tocino, tres huevos bien pasados, y dos tostadas. Lo llevó todo a la sala de estar y conectó la televisión.
Sonó el teléfono. Lo cogió.
—¿Hola? —preguntó.
—¿Hola? —la voz de la mujer sonó desconcertada—. ¿Puedo hablar con Marv, por favor?
—No está aquí. ¿Puedo tomar el mensaje?
—Soy Esther. Su secretaria.
—Oh. Debe estar preguntándose usted por qué no ha acudido al trabajo.
—Ni siquiera ha llamado.
—Oh, bueno, no. Tuvo un ataque al corazón ayer por la noche. En realidad, a primera hora de esta mañana.
—¡No!
—Me temo que sí. La última vez que lo vi se lo estaban llevando en una ambulancia.
—¿Está…, está vivo?
—Eso es lo último que supe de él. Yo estoy aquí con Joni. Ya sabe, cuidando de ella. No he sabido nada más desde que se fueron.
—¿Sabe a qué hospital lo llevaron?
—Déjeme pensar. Bueno, ya sabe, no estoy muy seguro. Todo fue tan precipitado.
—¿Nos lo hará saber cuando sepa algo de su estado?
—Me encantará hacerlo.
Ella le dio el número de teléfono de la oficina. No lo anotó.
—Puede estar segura que se lo comunicaré apenas tenga noticias —añadió.
—Muchas gracias.
—De nada.
Colgó, volvió al diván, y empezó a comer. Su desayuno aún estaba caliente.
Cuando terminó, buscó el listín telefónico. Lo encontró en un estante de la cocina, bajo una extensión de pared. Se sirvió otra taza de café y volvió a la sala de estar.
Primero buscó Hayes. Ningún Hayes, Donna. Sólo el Hayes, D., que había comprobado la noche anterior. Era su apartamento, no cabía la menor duda. Había reconocido algunos de los muebles.
Se preguntó si seguiría trabajando para aquella agencia de viajes. ¿Cuál era su nombre? Tenía un slogan pegadizo. «Deje que Guild sea su guía». No, no Guild. Gould. Eso era: Viajes Gould. Buscó las páginas blancas, lo encontró, marcó.
—Servicio de Viajes Gould, la señorita Winnow al habla.
—Desearía hablar con la señora Hayes, por favor.
—¿Hayes?
—Donna Hayes.
—No tenemos ninguna Donna Hayes en este número. Esto es Servicio de Viajes Gould.
—Ella trabaja aquí, o al menos trabajaba.
—Un momento, por favor. —Aguardó durante casi un minuto—. Señor, Donna Hayes dejó de trabajar aquí hace ya varios años.
—¿No sabe dónde fue?
—Me temo que no. ¿Puedo servirle en algo, de todos modos? ¿Está pensando en algún crucero, quizá? Tenemos algunos cruceros realmente maravillosos…
—No, gracias —y colgó.
Buscó Blix, John. El padre de Donna. Sus padres sabrían dónde había ido, seguro. Anotó su dirección y su número de teléfono.
Mierda, no deseaba verles. Eran las últimas personas a las que deseaba ver.
¿Y Karen? Sonrió. No le importaría ver a Karen, en absoluto. De hecho, no le importaría ver todo lo que pudiera de ella. Quizá supiera dónde podía encontrar a aquellas dos malas putas.
Valía la pena intentarlo.
Y aunque no lo supiera, la visita podía resultar provechosa. Siempre le había gustado verla.
¿Cuál era el nombre del tipo aquel con el que se había casado? Bob algo. Algo que sonaba a caramelo. Marson… no. Bob Mars algo. Sí, eso era. Marston.
Buscó Marston, encontró un Robert, y anotó la dirección y el número de teléfono.
Le haría una agradable visita. No ahora. No deseaba marcharse todavía. ¿Acaso tenía alguna prisa? Podía estar todavía un tiempo allí, divertirse un poco más.
Subió al dormitorio.
—Hey, Joni. ¿Lo estás pasando bien?
Ella siguió mirando al techo.