Pero para mi hija y para mí la Guerra del Golfo nos dio un golpe muy duro. Mike, ya teniente coronel, fue una de las bajas americanas. Mi hija sufrió mucho. Rechazó la medalla del corazón púrpura con la que el Gobierno quiso premiar la heroicidad de Mike, que según nos contaron había muerto en una operación de rescate de una bolsa de soldados americanos que el ejército de Sadam había intentado hacer prisioneros. Pero Sarah sabía que aquella guerra no era sino la expresión de los intereses petroleros de los Bush y compañía y no aceptó ya más la ficción de guerra justa que la propaganda difundía bajo el pretexto de la aprobación de la ONU. De aquella desgracia surgió una Sarah amargada y reivindicativa, en la que se mezclaban elementos de su pacifismo juvenil con la experiencia de la naturaleza siempre injusta de las guerras que los Estados Unidos habían ido llevando de Cuba a Vietnam, de Vietnam a Laos y Camboya, de allí a Angola y el Congo y luego al corazón del Oriente Medio.
A partir de aquella tragedia familiar decidí dejar para algún lector futuro mis experiencias personales y mi evidente cooperación con aquella maquinaria que había acabado matando a mi yerno, y como a él, a miles y miles de americanos durante decenios.
No quise que mis emociones contaminaran mi testimonio. Cuanto he contado hasta ahora, y lo que seguiré contando, parecerá muy a menudo el frío relato de una Historia que muchos conocen pero con elementos que la hacen coherente. Es eso lo que pretendo. Y sigo.