XII

Mi hija, ya con más de cuarenta años, después de dedicarse de lleno al estudio de los delfines en la costa del Pacífico, se casó ese mismo año de 1985 con un mayor de Marines cuatro o cinco años más joven que ella. Cierto es que Sarah se conservaba muy lozana, y para su padre no podía ser más inteligente ni más hermosa. Pero nunca pude quitarme de la cabeza la idea de que mi hija se había buscado un militar con cierta experiencia, para probarse a sí misma que su capacidad de manejar a los demás no se limitaba a la difusa figura del botánico, sino que podía ejercerla con lo más sólido y rotundo que pudo encontrar: un mayor de Marines. Cierto es que Mike Collins era un chico listo: más de lo que uno puede esperar de un militar de carrera que elige el cuerpo de Marines para ejercer su profesión. Tenía un doctorado en Historia y su conversación me pareció siempre muy interesante. El señor y la señora Collins se fueron a vivir a Alamo Gordo, y yo los veía en vacaciones. Sarah estaba feliz. Y eso para mí era muy de agradecer.

Howard me dijo bajo cuerda que mi yerno era algo más que un simple marine, pero no me quiso aclarar más. Supuse que estaría metido en algo de la Inteligencia militar, pero no pude confirmarlo nunca.