XI

Pero volviendo a la realidad política, los magnates del petróleo y del armamento no habían perdonado la humillación de Teherán. Con ayuda de la CIA y la aprobación de los estados petroleros de la península arábiga, se estimuló a Sadam Husein para que iniciase una guerra contra aquel Irán insolente, centro de la herejía chiita que empezaba ya a amenazar las hasta entonces bases religiosas intolerablemente suníes de los estados petroleros de la península arábiga, íntimamente ligados al clan texano, y profundamente medievales en sus leyes y costumbres.

Reagan nombró inmediatamente a Donald Rumsfeld asesor de control de armamento, y en el ochenta y tres lo envía a Medio Oriente a apoyar firmemente a Sadam Husein en su guerra, ofreciéndole una extensa panoplia de armas, incluyendo las químicas, y la construcción de un oleoducto que pondría el petróleo curdo-iraquí al alcance de los petroleros en el golfo arábigo. Rumsfeld vuelve al escenario en un papel que ya no dejará más.

Como Secretario del Tesoro nombra a un alquimista de las finanzas, Donald Regan, que desde el cuarenta y seis está trabajando en Merrill Lynch, y en el sesenta y ocho había llegado a la presidencia del gigante financiero. En el ochenta y cinco se da un paso más en la aproximación de las finanzas cuando este Regan se convierte en el poderoso jefe del Gabinete del Presidente.