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Nada más sencillo y más definitivo para evaluar la naturaleza ética del personaje. Pero, al mismo tiempo, uno no puede sino reconocer que el Dr. Kissinger sabía lo que eran el Poder y sus prerrogativas. El darwinismo social del Dr. Kissinger me hacía resonar dentro de la cabeza ciertos discursos germánicos del período entreguerras.

Fui al seminario para encontrarme un Kissinger distinto. Cuando ejercía el poder era implacable. Su responsabilidad en las masacres de América del Sur, de Vietnam, de Angola era obvia. Pero al Dr. Kissinger no le juzgó tribunal alguno. La razón la expuse antes: nadie que sirva eficazmente al verdadero Poder vigente recibe sanción alguna. Por el contrario, puede retirarse con todos los honores y convertirse ante la humanidad entera, que tiene mala memoria, en un venerable profesor, cuyas opiniones y dictámenes se acogen con atención y respeto.

Tuve con él una conversación en la que no dejó de tratar con suave ironía el atrevimiento de los matemáticos que se metían a cuantificar el comportamiento humano. Desde sus alturas de maestro indiscutido en aquel seminario, me miró como se mira a un espécimen interesante en la colección de un entomólogo. A mi vuelta, había confirmado y agravado mi juicio moral sobre el personaje y había disminuido mucho mi respeto intelectual por él.