No necesito esperar al juicio de los dioses, cualesquiera que sean. Conservo aún la capacidad de juzgarme, y ya lo he hecho. El proceso ha durado más de sesenta años. Soy culpable.
Pero no dejaré que los jueces de este país hagan de mí un espectáculo. En este país no prescriben los crímenes y yo he sido encubridor de algunos de los peores. No me pondré ante la justicia porque no la considero competente para juzgarme y porque me acusarían para mantener ocultos esos crímenes, y no para castigarlos. Usted, que me está leyendo ahora, debe saber que ya he muerto. Júzgueme usted, si quiere. Esta confesión solo saldrá a la luz por decisión testamentaria y con la aprobación de mi hija. Ahora que lee usted esto, mi nombre aparecerá únicamente en una placa de un cementerio. No me busque.
Primero, y como hacen los profesores, describiré el paisaje y el paisanaje, lo que puede considerarse el escenario y cómplices de mis crímenes.