Un lamento gime a través del cementerio. Acongojado y amargo, desafía la longevidad de los macizos robles y de los arces, blasfema la prístina apariencia de los espléndidos monumentos y confronta la inmortalidad celestial de las constelaciones que brillan tras el frondoso dosel de árboles. Los petirrojos y gorriones anidando se sobresaltan por el sonido y bailan nerviosamente encaramados en las ramas, muchos revolotean erráticamente en la oscuridad. La orquesta de grillos enmudece con un silencio de muerte. Una ráfaga de viento sopla desde el centro del alarido y parece girar y azotar el paisaje, como si estuviese manipulado por un propósito antinatural.
Una silueta de rodillas permanece junto a la reciente tumba, solloza con una última nota de desesperación, después su voz languidece. Irguiéndose, la figura levanta el rostro y encara al viento brutal. De una manera extraña, el viento parece traspasar irrespetuosamente la silueta, como si no fuese de un elemento disímil.
Un hilillo de humedad surca ambos lados del pálido aunque bien definido rostro. Con cabello oscuro, largo y desaliñado, humedecido por las lágrimas, permanece inmóvil ante el azote del viento. Viste completamente de negro, desde las botas de cuero hasta la capa de terciopelo sujeta firmemente a los hombros.
Cierra los ojos con fuerza y por un momento la imagen de lo que lo rodea le perdura en la retina. El lugar de descanso final: aquí yacerán los cuerpos, los caparazones; los jugos químicos se descompondrán donde la tibia sangre alguna vez pulsó, las bacterias lograrán laboriosamente su gran cometido, convertir en polvo el cuerpo que ahora yace inerte. El corazón que una vez bombeó vida durante el efímero transcurso de esa existencia permanece inmóvil. Los pulmones que nunca más insuflarán bocanadas de aire fresco. Los músculos que permanecerán tiesos durante toda la eternidad como recompensa por toda una vida de esfuerzo. Allí yace la cáscara, luego de una vida de lucha y de miseria, donde la felicidad fue tan solo una visita ocasional. ¿Qué importancia tuvo? ¿Perduran los recuerdos? ¿Valió la pena?
Le suplica una respuesta a la fría tierra. Una vez más su clamor cae en oídos sordos. Puede percibirlo todo, y el temor regresa una vez más. El cuerpo, la vida, ya no existen, ni manos que asir, ni labios para posar amorosamente sobre los de un amante, solo ojos cerrados para siempre, sumergidos en el sueño de la eternidad.
¿Qué sucede con los sueños?
El doliente ser se estremece.
El viento aúlla y chilla, azotando las hojas y fustigando los árboles. Algunos prudentes insectos reanudan su coro nocturno.
Cientos de ojos sellados debajo de sus pies calzados con bolas de cuero…
¿Qué visiones se presentaron detrás de aquellas retinas de aldehído fórmico? ¿Qué sueños…?
El hombre tembloroso mueve la cabeza y su mirada sombría dirige la atención hacia un espacio arriba, entre las susurrantes ramas. En las praderas de ébano en lo alto, una pequeña estrella solitaria pero magistral titila brillantemente, surge con toda su brillantez por un momento efímero para luego volver a destellar con su brillo opaco.
Una tenue sonrisa juega en los labios del hombre. Hace un guiño a la estrella antes de que el viento doblegue una rama en su camino, siente la serenidad apoderarse de su alma. Respetuosamente cae de rodillas junto a la novel tumba, espiando la sombra de una farola distante. Derrama una lágrima de alegría sobre el sucio suelo que atraviesa la superficie sin producir impacto visible.
Nuevamente el viento intenta aferrar su capa, pero no logra producir la más mínima respuesta. La figura se inclina en la sombra y deposita un gentil beso sobre la suave tierra.
¿Qué sueños aparecen en el sueño final…?
Se incorpora cansinamente y la retorcida sombra surge del suelo mismo. Sintiendo la tierra deslizarse, cierra los ojos, despeja la mente y espera los sueños.
El susurro se desvanece, y los grillos, como a propósito y al unísono, comienzan su armónico canto en alabanza a la noche de verano.