Epílogo

Una silueta de rodillas permanece junto a la reciente tumba, solloza una última vez y, con un suspiro apesadumbrado, rememora cuarenta años de recuerdos, visiones de amor agridulce y júbilo. Las emociones le pasan por la mente con demasiada fugacidad. Irguiéndose, la figura levanta el rostro y encara al viento brutal. De una manera extraña, el viento parece traspasar a aquel hombre, como si no fuese de un elemento disímil.

Un hilillo de humedad surca ambos lados del pálido aunque bien definido rostro. Cierra los ojos con fuerza y por un momento la imagen de lo que lo rodea perdura en su retina. Las lápidas, las inscripciones, las flores y las coronas.

Y las preguntas, reprimidas durante cuarenta perfectos años, se abalanzan en la oscuridad, quitándose el velo y yaciendo desnudas ante la fría y blanca verdad de que aún nada se sabe del otro lado. ¿Qué ve ella ahora? ¿Con qué sueña? Y, lo que es más importante, ¿podrán reunirse?, ¿podrá él reunirse con ella en la eternidad?

El hombre se sujeta la capa fuertemente alrededor de los hombros. Tiembla pero no a causa de la noche cálida y, por el momento, tranquila, como si a causa de la frustración el viento hubiese ignorado aquel cementerio por completo. Las hojas no se mueven, las flores caen.

Sólo se mueven las fastidiosas preguntas dentro de su mente. Azotan su razón y se aferran a su imaginación. La realidad y la fantasía, la libertad y el confinamiento, la lógica y la superstición, todas giran en una pequeña bola de confusión que se balancea sobre la boca abierta del temor.

En ese sueño de la muerte…

La silueta se acurruca bajo la capa y lucha dentro de su mente.

Comienza un coro de grillos, alentando la batalla.

Dejadles la elección…

Con gran esfuerzo, agita violentamente la cabeza hacia atrás y hacia delante.

El temor se multiplica y se esparce, su peso se incrementa un centenar de veces.

No puedes negarlo… la joven en la playa… Caesar…

La confusión arrasa y quema, y las ramas crujen bajo un viento serpenteante y anormal que aparentemente se origina desde la posición del hombre.

Abre los ojos de par en par e inmediatamente enfoca la mirada en la visión ofrecida más allá de las ramas que se balancean y se mecen sobre su cabeza.

… dijeron que cuando mueres, puedes elegir… por qué ventana…

En las praderas de ébano en lo alto, una pequeña estrella solitaria pero magistral titila brillantemente, durante un segundo.

La duda en la yema de tus dedos, el brillo en tus ojos, no puedes negarlo… no puedes ser completamente malo… porque me he enamorado…

Una tenue sonrisa juega en los labios del hombre. Hace un guiño a la estrella antes de que el viento doblegue una rama en su camino, siente que la necesidad se apodera de su corazón.

Negarse a luchar…

Respetuosamente cae de rodillas, le caen lágrimas de los ojos…

Elegir morir…

… lágrimas de alegría. Una cae en la tierra fresca.

De nuevo el viento de agosto, celoso del rival, regresa al cementerio e intenta aferrar su capa, nuevamente sin lograr producir la más mínima respuesta. La figura se inclina sobre la tumba en la sombra de la lápida proyectada por la luz de la calle, se inclina hacia delante y coloca los labios sobre la fresca tierra. Finalmente se pone de pie, erguido y con los pensamientos claros. Los débiles cuestionamientos se retiran detrás del velo del miedo y parten rápidamente, sin dejar rastro de su tarea llevada a cabo durante siglos.

¿Cuál es tu elección?

Cansado, levanta el rostro hacia el cielo, y en las enmarañadas sombras, se eleva del suelo.

En lo que los sueños se puedan convertir en ese sopor… seguramente… deben dar… deben…

Lo intenta pero no puede recordar el resto.

Sintiendo la tierra deslizarse, cierra los ojos, despeja la mente y espera los sueños.

♠ ♠ ♠

Una muralla de ladrillos que se extiende a lo largo de una nación, serpenteando y retorciéndose con el volátil paisaje. Una fila de almas serpentea y se retuerce con la muralla. En la quietud de la noche al norte de la China comunista, la brillante figura de un pequeño niño sobrevuela una ladera rocosa. Innumerables guerreros chinos insustanciales aguardan pacientemente en fila sobre la muralla.

El niño tiene las refulgentes manos estiradas, y se prepara para recibir a la siguiente alma ansiosa.

Un sentimiento, no buscado y extraño, le da pausa.

Algo en el cielo de Occidente le llama la atención. Estirándose para poder ver a través del resplandor de tantas disoluciones, el niño posa la mirada en un lugar distante de los cielos… y en una estrella en particular.

Antes de regresar a su tarea, el niño se toma un momento para ponderar la importancia del centelleo de aquella estrella.

Se pregunta por qué le llamó la atención.

Y no puede explicar por qué al verla, incluso allí en medio del presente milagro, se le llena el corazón de tal inexplicable sentimiento de júbilo.

Fin