Capítulo 26

Ciudad de México, 14:30 horas.

—Por favor —dijo Ramsey, el dolor lo desgarraba. Cerró la puerta tras de sí y oyó al guardia echarle el cerrojo por fuera—. Por favor —repitió dando un brinco hacia delante ayudándose de las muletas—. Relajaos, estoy solo.

La mujer y el niño, que se hallaban sentados juntos debajo de la ventana, se quedaron mirándolo y se sentaron más cerca el uno del otro.

Dio otro paso, las muletas soportaron su peso, y llegó al centro de la habitación. El haz de luz de sol le iluminó la mitad del cuerpo, el lado de la rodilla vendada. Descansó sobre la muleta. Las gotas de sudor se le agolpaban en el mentón, tenía el cabello enredado y húmedo y se le notaban algunas partes calvas.

—¿Podéis creer —preguntó Ramsey con un deje nervioso en la voz— que no se quitó el maldito jersey de cuello alto en toda la mañana? Tuve que tomar prestada esta camiseta de la lavandería que está abajo —rió para sí al tiempo que meneaba la cabeza—. ¡Y estos horrendos anillos! —se palmeó el bolsillo delantero del pantalón—. Bueno, en realidad no puedo quejarme. Me garantiza un olvido piadoso de este dolor durante la mayor parte del día. Por supuesto que no puedo disfrutarlo ya que estoy tan inmerso en la inconsciencia que…

Rebecca habló, siseando por el enojo.

—Sé lo que se siente.

Con el ojo derecho entrecerrado a causa del resplandor, Ramsey asintió.

—Es verdad. Es verdad. Tuve que sobrellevar la agonía dual durante el viaje hacia aquí mientras él te poseía; sufrí tanto el dolor del disparo en la rodilla como su ausencia desgarrándome las células —respiró profundamente—. Tu caballero amigo es un excelente tirador. Elogio su puntería.

Levantando la vista, Rebecca abrió la boca para comenzar a hablar pero después apartó la mirada.

—Te preguntarás —dijo Ramsey— si hay alguna noticia de él. Si el valiente pirata ha venido a llevar a cabo el gran rescate —rió suavemente, secándose el sudor de la frente con el dorso de la mano—. Ha venido.

Rebecca contuvo la respiración. Jay pestañeó.

—Y se ha ido —agregó Ramsey. Se encogió de hombros—. Parece que evadió a toda la tribu azteca y escapó de la ciudad de México hacia quién sabe dónde. Ahuítzotl envió espías en todas las direcciones, pero no ha habido señales de él. Me ha llegado el comentario de que su forma material quedó atrás, diseminada en el viento.

La expresión en el rostro de Rebecca se oscureció, como si se tratase de un eclipse que bloqueaba su anterior luminosidad. No podía, no creería que él se hubiera marchado. Si Ahuítzotl estaba preocupado, había esperanza.

—¿Por qué le importa tanto a tu amo? No hay manera de que Duncan pueda hallarnos. Ni yo sé dónde estamos. Y en lo referente a nuestro destino final…

Ramsey comenzó repentinamente a toser y tuvo que dejarse caer al suelo, donde permaneció recostado de lado a la luz del sol. Cuando el espasmo mermó y con la camiseta pegada a la piel, Ramsey hizo un ademán en el aire. —Lo siento. El dolor ha vuelto… Él ha estado ausente durante casi cuatro horas… No puedo…

Los observó entrecerrando los ojos. Es gracioso, pensó para sí. La luz lo cegaba. De hecho era casi una ironía. Miró hacia arriba, hacia la ventana y posó los ojos fijamente en el sol hasta lagrimear. Finalmente bajó la vista, mareado a causa de las manchas de sol.

—Lo siento —volvió a decir y Rebecca se dio cuenta de que esa vez se refería a algo completamente diferente.

—¿Ramsey? —dijo apartándose de la pared y arrastrándose hacia delante—. Mira lo que te ha hecho ¿Por qué lo aceptas? Todavía no es demasiado tarde, puedes…

—¡No puedo hacer nada! —se quedó mirando hacia el lugar de donde provenía la voz femenina. Le brotaban lágrimas de los ojos. La rodilla le latía sin parar y sus venas rugían con el creciente dolor. Parecía que el mismísimo esqueleto se le derrumbaba.

—Le pertenezco —murmuró—. Total y completamente, soy el Gorrión.

—Puedes sacarnos de aquí, ayudarnos a escapar ¡Por el amor de Dios, al menos salva al niño! Haz fracasar la Profecía, Ramsey.

Meneó la cabeza.

—Es imposible. Éste —dijo moviendo el brazo— es un hotel barato de cinco pisos. Y le pertenece. ¿Comprendes? La mayoría de los residentes fueron muy fáciles de captar, era sábado por la noche, estaban extremadamente borrachos. Los aztecas seleccionados saltaron a bordo por decirlo de alguna manera. El resto de los huéspedes fueron asesinados mientras dormían. Al menos treinta hombres y mujeres vigilan el edificio. Hay cinco al otro lado de esa puerta. Y ese Karl él fue el peor. Se deleitaba en el baño de sangre que había provocado.

—¿Dónde está él ahora? —preguntó Rebecca sombríamente.

Ramsey meneó la cabeza, recuperando la visión gradualmente.

—Lo último que recuerdo es que planeaba dejar sucumbir su cuerpo a los placeres carnales de las callejeras mexicanas.

Rebecca hizo una mueca, se sentó y se abrazó las rodillas.

—Y —continuó Ramsey—, aun si lograras escapar ¿adónde irías en una ciudad atestada de aztecas leales a Ahuítzotl?

Jay, desde el rincón y con la cabeza apoyada en las manos preguntó:

—¿Cuándo vamos a morir?

Rebecca le echó una mirada tajante, con los ojos abiertos de par en par ¿Qué podía decir ella? ¿Cómo podía negar el futuro u ofrecer cualquier tipo de estímulo?

Ramsey rió brevemente.

—La Paloma va directamente al punto ¿no es así? Bien, según Ahuítzotl, quien escucha las órdenes de Huitzilopochtli, serán sacrificados al atardecer.

—¿Dónde? —preguntó Rebecca—. ¿En esta pocilga?

—No, no. El Amo es un detallista, tanto para las celebraciones como para las festividades. Para los rituales y la asistencia —Ramsey pestañeó y apartó las últimas lágrimas—. No —repitió con voz entrecortada— seréis llevados a Teotihuacán.

Después de un largo silencio Rebecca sacó el tema.

—¿Teotihuacán? ¿No es allí donde viste por primera vez el signo de la Creación?, y… —suspiró repentinamente—. Eso significa que cada alma que ha dejado el cuerpo…

—Todavía está allí. Correcto —Ramsey sonrió abiertamente—. Durante más de seiscientos años. En un punto en que la población había llegado a 150.000. Estamos hablando de algunos otros millones de espíritus que deambulan por, sobre o debajo de Teotihuacán.

—¿Por qué vamos allí? —preguntó Rebecca sintiendo que ya había casi llegado a la conclusión.

—¿Por qué? —Ramsey rió y después tosió violentamente—. Hay dos razones, querida. Primero, Teotihuacán, según el mito, está asociado con la extinción del Cuarto Ciclo de la Creación. Según la leyenda, los dioses después se reunieron en Teotihuacán para decidir cuál de ellos se lanzaría voluntariamente a las llamas, para elevarse hacia los cielos convirtiéndose en el siguiente sol. Una famosa canción azteca relata la leyenda.

Aun a pesar de que era de noche,

Aun a pesar de que no era de día,

Aun a pesar de que no había luz,

Se reunieron,

Los dioses convergieron

allí en Teotihuacán.

—Un dios se sacrificó humildemente y se elevó como el sol. A pesar de ello, el cielo permaneció inmutable. Finalmente, uno a uno, todos los dioses que se habían reunido tuvieron que sacrificarse. Y solo entonces el Sol que conocemos comenzó a girar, permitiendo nuevamente el florecimiento de la vida. Es ésa la razón por la cual deberíamos estar dispuestos a sacrificarnos por las divinidades ahora, después de que dieron tanto por nosotros —Ramsey volvió a toser y a protestar—. Ahuítzotl considera apropiado que ésta, la Quinta Creación, finalice en el mismo lugar exacto de su génesis.

—¿Y la segunda razón? —preguntó Rebecca—. Tiene que ver con el millón de almas que pueblan la ciudad ¿verdad?

—Eres perceptiva. Por supuesto, estás en lo correcto nuevamente. Y… esta razón… ésta… —le faltó el aire y se le nublaron los ojos—. Oh Dios ¿Qué… he hecho?

Rebecca se puso de pie y se acercó al profesor que lloraba. Era difícil creer que ése era el mismo respetado hombre que, con tal dignidad y propósito, se había embarcado en la mayor búsqueda del conocimiento que el hombre alguna vez hubiera intentado. Una pequeña parte del corazón de Rebecca deseaba acercársele a aquella criatura, manifestarle su pena y consolarlo en su situación actual. Intentó convencerse de que él no cargaba con ninguna culpa, que el mal solo estaba en Ahuítzotl, que Ramsey había sido conducido por ideas nobles, grandes esperanzas de una vida mucho mejor, esperanzas que repentinamente habían sido cercenadas.

—¿No es lo que esperabas, no es cierto? —le dijo Rebecca al tiempo que se arrodillaba a su lado.

Él tosió y respiró profundamente.

—Él… él los sacrificará, les arrancará el corazón —se dio la vuelta hacia ella. Bajó los humedecidos ojos y esbozó una aviesa sonrisa. En ese momento, todo sentimiento de pena se apartó de la conciencia de Rebecca. En su mente sobrevino la idea de asesinato; si no fuera por los guardias que estaban al otro lado…

De los pulmones del profesor brotó una risa hosca y demencial. Levantó la mano derecha y curvó los dedos.

—Ésta —rió mientras cerraba el puño— es la mano que arrancará vuestros órganos de vuestros pechos.

Jay se cubrió los ojos y se apartó, recordando el asesinato de su padre.

Rebecca se estiró y cogió a Ramsey de la camiseta, tiró con fuerza de ella. Le cogió la rodilla vendada con la otra mano. Entre sus enmudecidos gritos lo sacudió y le preguntó:

—¿Por qué Teotihuacán? ¿Qué planea hacer después del sacrificio? ¿Qué hará con la Canción?

—Ja, ja ¿Preguntas por la Canción? La… —sus palabras fueron interrumpidas por un ataque de tos durante el cual se liberó de Rebecca y escupió espantosos coágulos escarlata—… Canción. Ése es el punto. Lo es todo, ¿no lo ves? Dicen que este mundo se extingue a causa de terremotos —sonrió y dejó ver los dientes ensangrentados—. La tierra temblará, Rebecca, lo hará.

Los ojos se le pusieron blancos, giraron y se posaron en Jay.

—Cuando la Paloma sea sacrificada y se le haya arrancado el corazón, el espíritu se elevará. Y Ahuítzotl lo atrapará…

—Y lo consumirá —susurró Rebecca, le vino a la memoria la imagen del vikingo con los dientes clavados en la etérea enfermera.

—Una vez me comentó —dijo Ramsey gorjeando—, que destruir el alma de esa manera era la ofrenda extrema para el dios Sol, que el alma iba directamente hacia Él.

—Pero no es así —lo contradijo Rebecca—; lo vi absorber las almas de los caballeros, se fortaleció, resplandeció; él… —el misterio se aclaró por completo—. Un millón de almas presentes… —susurró las palabras y se dejó caer hacia atrás para sentarse.

La risa de Ramsey acompañó su movimiento.

—Pensaste que la dedicación de los 20 000 de Tenochtitlán en el Gran Templo era impactante. Imagina la magnitud de las filas formadas en la Pirámide del Sol en Teotihuacán. Cuando estaban vivos creían que el sacrificio era un boleto de ida al paraíso ¿Por qué no habrían de creer lo mismo después de muertos?

Rebecca asintió con los ojos abiertos de par en par. ¿Qué otra cosa podrían hacer?

—Exactamente —el profesor cerró los ojos batiendo los párpados como si admirara una imagen imponente y horrorosa—. Imagino su poder después de haber consumido un millón de almas.

Rebecca vio las piernas de Jay a la altura de su hombro.

—¿Qué le hará el Águila —preguntó con voz triste— a mi Canción?

Ramsey parecía no poder reír más. Con solo un atisbo de sonrisa en el rostro, se atragantó y se secó los ensangrentados labios.

—La cantará, niño. ¿Qué otra cosa podría hacer? —emitió una última risilla—. La cantará por todo el mundo. Sus guerreros más devotos lo seguirán como parte de su séquito. Azotará primero las principales ciudades. Y convocará a las almas.

—¿Cómo? —preguntó Jay.

—Tal cual como lo has hecho tú, pequeño. Cuando liberaste o salvaste, denomínalo como quieras, a un fantasma, a los que estaban cerca, a los perdidos, los desesperados, vinieron presurosos (¿no fue así?), con los corazones regocijados por la eminente liberación. Correrán hacia él con los brazos abiertos…

—Y, en vez de liberarlos, absorberá su energía —Rebecca se quedó mirando el piso de madera, notando una simetría prefecta en las vetas, un propósito para el patrón que describían.

—Y eso no es todo —Ramsey se apoyó en un codo—. En lo absoluto. Se pone peor aún.

—¿Los terremotos? —preguntó Jay.

—Si hablamos metafóricamente, sí —Ramsey se frotó las palmas de las manos—. Con su poder magnificado, llegará el momento en que su Canción pueda llegar incluso más allá de la piel.

Rebecca cerró los ojos. Deseó no pertenecer a esa aterrorizante pesadilla. Deseó estar en la granja en Kentucky, lejos de los asesinatos y las conspiraciones de la CIA, de los hospitales y de los espectros; donde, cuando llegara el final, sería como una repentina llamada a su espíritu seguido de una apabullante disolución ¿Por qué no podía ser ella una de los miles de millones que se hallaban sentados en el porche, relajándose al atardecer de un arduo día cuando eso sucediese? Nuevamente la eterna pregunta ¿Por qué tú? ¿Cómo te involucraste en esta mierda, Becki?

—Los extraerá —estaba diciendo Ramsey—, de su propia cáscara. Los espíritus correrán ciegamente hacia el sonido, hacia la promesa de liberación, para regresar a la paz eterna. Y los cuerpos… se convertirán en bestias salvajes desprovistos del alma. Será un mundo regido por la naturaleza, regresaremos a nuestras raíces, antes de que las primeras almas se atrevieran a la Gran Transición que dio lugar a la humanidad. La civilización se desmoronará, nación tras nación, pueblo tras pueblo.

—Los convocará y los devorará a todos. Puede demandarle décadas, quizás siglos. Pero los hallará a todos, Y cuando eso suceda, consumirá a los demás miembros de su ejército. Y después será el último, el único en un mundo de bestias. De acuerdo con sus creencias, en ese momento Huitzilopochtli lo convocará y lo nombrará como soberano de la tierra de los muertos. Pero, por supuesto, nos damos cuenta de que ya ha obtenido ese título, ya que al absorber todas las almas, se ha convertido en su amo.

—Pues… ¿en qué se convertirá? —preguntó Rebecca.

Jay, sonrojándose, apartó la mirada.

—Se sentirá muy solo.

Ramsey suspiró, después esbozó una leve sonrisa.

—Se sentirá solo, de hecho. Después de haber absorbido tantas… no sé si podrá morir realmente. Veréis, la carne etérea parece fortalecerse cuando se la alimenta con energía espiritual. Después de consumir los cinco mil millones de almas que en la actualidad habitan la tierra, además de Dios sabe cuántos fantasmas, mi Tlatoani será invencible. Será un dios.

Rió y tosió al mismo tiempo.

—Bastante irónico. Curioso, en realidad. Pensar en las emociones agónicas que experimentará en el próximo milenio, la soledad y la desesperación, la traición de su dios, es lo único que me mantiene aferrado a este último atisbo de cordura.

Rebecca se puso rápidamente de pie, disgustada.

—No hay nada que puedas hacer —murmuró el profesor echándole un último peso al espíritu de Rebecca que se hundía—. Ni una… maldita… cosa. Edwin tenía razón, sabes —volvió a toser y a escupir sangre sobre el piso, después comenzó a incorporarse apoyándose en la muleta.

—Hay algunos secretos que es mejor que permanezcan ocultos. Hurgué demasiado.

La puerta se abrió lentamente. Un hombre joven de tersa piel asomó la cabeza.

—El amo está regresando —dijo—. Se nos ordena que nos preparemos para el viaje —el guardia desapareció dejando la puerta abierta.

—Ramsey —dijo Rebecca observándolo pararse finalmente sobre un pie—. ¿Qué te sucederá a ti?

Con un hilo de sangre cayéndole por el mentón, respondió:

—Bueno, obviamente, viviré el tiempo que sea necesario. Después de beber tantas almas, romperá todos los lazos que tenga con su cuerpo. La energía física que reciba transformará también su proceso mental. Recuerda, el apego espiritual es en principio —volvió a toser—… un fenómeno psicológico.

«Psicológico» pensó Rebecca una y otra vez mientras Ramsey se retiraba de la habitación a los saltos. Y, esposada junto a Jay durante el sofocante viaje de tres horas en la parte de atrás de un jeep, el segundo en el convoy liderado por el rejuvenecido Ramsey y seguido por casi treinta vehículos atestados de mexicanos posesos, solo pudo meditar sobre esa palabra y sus implicaciones.