Playa Delaware, 12:30 liorna.
Después de que había tocado a la puerta de Becki veces, los dos policías exhaustos que custodiaban la entrada le informaron a Scott Donaldson de que ella podría haber salido por atrás hacía ya muchas horas. Aunque estaba vestido para la playa, con lentes de sol Ray Ban, shorts color caqui, una camiseta color rosa brillante y sandalias, sintió como si se estuviese derritiendo bajo el calor del sol del mediodía. Quizás, pensó, no era tanto el sol sino los recuerdos lo que lo afectaban. La última vez que había ido por aquel lugar, Rebecca yacía de espaldas sobre la arena y respiraba con dificultad a través del inmenso corte que tenía en la garganta.
Recordó los pensamientos que le habían pasado por la mente al ver la ventana rota, al oír el horripilante eco del disparo. Si solo hubiera conducido más deprisa de camino a la casa de Rebecca. Dios, si se hubiera ido de la oficina unos minutos antes… ¿Qué habría sucedido si el asesino hubiera irrumpido y los hubiera hallado a ambos sentados a la mesa de la cocina?
Ambos estaríamos muertos ahora, había concluido Scott. Pero, afortunadamente, la suerte había decidido darles una oportunidad. De hecho, cuanto más lo pensaba, el haber llegado justamente en aquel preciso momento, le resultaba más extraño y menos fortuito. Si hubiera llegado un momento antes, el asesino los habría hallado a ambos; y si hubiera llegado más tarde, Rebecca habría muerto.
Meneó la cabeza y rodeó el porche al tiempo que dispensaba una rápida mirada hacia el lugar en la arena donde Rebecca había caído. ¿Qué esperaba ver? —se preguntó—. ¿La marca que había dejado su cuerpo? ¿Un contorno hecho con cinta por la policía?
Subió los escalones y caminó por la terraza de madera. Una de las ventanas estaba sellada con plástico. Con las manos hizo un cono contra el cristal, miró hacia el interior pero no vio nada. Golpeó el cristal y la llamó nuevamente.
—¡Scott! —alguien dijo desde atrás, desde la playa. Por supuesto. Scott se dio la vuelta y saludó con la mano. Sintió que el corazón se le henchía al verla; resplandeciente, vivaz. Ella le devolvió el saludo con otro ademán y se aproximó por la playa, brincando. Scott se detuvo a admirar sus piernas, esbeltas y hermosamente bronceadas, y después se cambió de posición para poder apreciar su figura por completo. Llevaba puesto un par de ajustados pantaloncillos Levis cortados y una colorida camiseta con tirantes bajo una blusa blanca abotonada hasta el busto y las mangas arremangadas. Su sedoso cabello parecía bronce líquido que caía sobre sus ojos y sus hombros.
De pie, al borde de la terraza, recostado contra la baranda de madera, Scott la observó aproximarse. Ella sonreía y, ocasionalmente, miraba hacia atrás por encima del hombro, en un momento, cogió un palo y lo arrojó hacia atrás a lo lejos. Daba la impresión de estar hablando sola. Por supuesto que siempre lo hacía, recordó Scott. Él se sentía alegre de que ella estuviera de tan buen humor. Pensó que seguramente, después de lo de la noche anterior…
Ella había sido sometida a una situación límite, de acuerdo. Scott debía maravillarse de que no la hubiese devastado. Vibrante, feliz; parecía encontrarse bien. Quizás, para ser devuelta a la realidad, todo lo que le hacía falta era una mañana soleada, de cielo apacible y agua calma.
Bajó las escaleras para saludarla. Todo estaría de maravilla, siempre y cuando no continuara viendo fantasmas. Scott sonrió al acercársele. Con la buena noticia que estaba a punto de darle, se recuperaría por completo.
—Scott —dijo ella casi gritando— ¡gracias por venir!
Él se estiró para cogerle la mano, pero ella le echó los brazos al cuello, abrazándolo fuertemente. Él le devolvió el abrazo y la asió al tiempo que ella levantó los pies de la arena y los sacudió en el aire. Perturbado por el contacto de sus senos contra su pecha, Scott la soltó suavemente.
—¡Dios mío! —exclamó él—. Gracias. Dime ¿es por las gafas de sol, verdad? No te puedes resistir a un hombre que lleva puestas unas Ray Ban.
—En realidad —respondió ella apretándole el mentón—, creo que he tomado demasiado café esta mañana.
—¿Café? —Scott se quedó boquiabierto y la apartó—. ¿Café? ¿Es solo eso? ¿Quieres decir que todo lo que tenía que hacer era darte café?
Pestañeó y alzó la cabeza.
—Durante tres años he sido un perfecto ciego. Intenté con rosas, poemas, cenas, chocolates… y todo lo que tenía que hacer…
Él suspiró profundamente al tiempo que una densa nube que se trasladaba por el cielo cubrió el disco brillante. Scott se bajó un tanto las gafas de sol y espió a Rebecca por encima de la nariz.
—Se te ve de maravilla —le dijo.
Ella sonrió y se encogió de hombros.
—Aún está un poco inflamado —se tocó el vendaje que tenía en el cuello—. Pero, considerando lo sucedido…
—Es cierto —él estiró la mano y le tocó el hombro—. Te recuperarás, pequeña. Tengo fabulosas noticias.
—¿Sí?
—Así es —Scott le guiñó un ojo—. Pero primero cuéntame por qué fuiste al Smithsonian y lo que ocurrió allí.
Rebecca parpadeó en un gesto de fastidio. La sonrisa de su rostro desapareció. —Scott… no puedo. Son muchos detalles. Es solamente otra asignación en la que estoy trabajando. Es un asunto personal.
Scott frunció el ceño.
—Comprendo. ¿Y acaso te topaste allí con alguien que conocías? ¿Alguien, digamos, que ya había intentado matarte?
Abrió los ojos de par en par, como si acabara de desvelar un importante misterio. —¡Oh, por Dios! ¡Era él! —Apartó la mirada, como si observara algo lejano en la playa— ¡debe haber sido él! Pensé que solo se trataba de otro fantasma, uno de los acólitos del azteca, pero…
—¡Eh! Becki, Becki —Scott meneó la cabeza. Ella había parecido tan racional, tan controlada. ¿Cómo podía ser que aún sufriera alucinaciones? No lo sabía, pero no iba a sacar el tema nuevamente. Obviamente ella necesitaba ayuda profesional; había personas que él le podía recomendar. Su hermano había sufrido una serie de colapsos nerviosos después de la muerte de su madre. Jerry había insistido en que podía ver el espectro de su madre siguiéndolo a todas partes, acosándolo. El terapeuta fue maravilloso y, a través de la hipnosis, había podido convencer a Jerry de que los fantasmas no existían. El problema fue resuelto y él había admitido después que ella solo había existido porque él se había forzado en creer que tenía la capacidad de verla.
—¿Entonces, viste a Karl? —le preguntó Scott.
Rebecca respiró profundamente.
—¿Verlo? Bueno, supongo que podría decir que fugazmente. Sabía que alguien intentaba matarme otra vez, pero logré escapar —lo observó con sus lúcidos ojos—. ¿Qué sucedió…?
Scott se cruzó de brazos. Las nubes se retiraron y tuvo que entrecerrar los ojos.
—Asesinó a un guardia. Hallaron una bala de su 45 en el cráneo del hombre. Según lo que la policía puede deducir, después subió a la oficina del curador, pero en el camino se detuvo y cogió una antigua lanza de la exhibición. Apuñaló al viejo dos veces, en el estómago y en la cabeza. Después lo colocó en su propio aparador para licores y colocó la lanza, toda ensangrentada, de vuelta en su lugar.
Rebecca asintió, inclinándose hacia adelante, expectante.
—Y… —Scott hizo una pausa. Ella no parecía haberse impresionado por el sangriento episodio que le acababa de describir. Eso le llamó poderosamente la atención, dado que sabía que Rebecca había entrevistado al curador poco tiempo atrás, ella ni siquiera pestañeó cuando le mencionó que el hombre había sido asesinado.
—¿Karl? —preguntó ella.
Scott suspiró fuertemente.
—Muerto. Muerto como este… trozo… de… madera seca aquí a… mis pies —levantó leí vista del palo y miró a Rebecca. Estaba seguro de que la madera no se encontraba allí antes; de hecho era increíblemente similar a la que Rebecca había arrojado hacia el mar mientras se aproximaba por la playa. ¡E incluso… estaba mojado!
—¿Muerto? —Rebecca golpeó las manos y se giró hacia un costado—. ¡Está muerto! —Anunció como si se lo comunicara al viento—. ¿Cómo? —preguntó cogiéndolo rápidamente de los hombros.
Aún atrapado por el misterio del trozo de madera mojado, Scott balbuceó.
—Oh, por su propia pistola. Cerca, según cree la policía, hubo algún tipo de gresca en la que él perdió la 45. Y su asaltante velozmente la usó contra él —sonrió burlonamente—. Tenía orificios de bala por doquier, las heridas fueron hechas sistemáticamente en los lugares de su cuerpo que le causarían gran agonía. Bastante macabro.
Sonriendo, Rebecca se giró nuevamente.
—Debo revisarlo.
—¿Qué? —Scott se estiró para cogerla y pisó el trozo de madera al hacerlo—. ¿A qué te refieres?
Dispersa, con la atención en otra parte, ella dijo:
—Recuérdamelo ¿de acuerdo? Después de que vayamos al bote. Quizás más tarde, por la noche. Debo revisar el recinto del tribunal.
—¿Bote? —Scott la cogió de los hombros—. ¿Becki, te encuentras bien? No tienes un bote. Y definitivamente no estás en condiciones de salir a navegar —le preguntó con el ceño fruncido—. ¿Quieres que me quede contigo hoy?
Ella abrió la boca para responderle. Permaneció inmóvil en esa posición como si escuchara algo. Repentinamente estalló en risas, sujetándose los costados del cuerpo.
—Oh no, detente. Mis heridas. Oh.
—¿Qué? ¿Qué? Rebecca, actúas… ¡Hey!
Algo le aferró el pie a Scott y lo soltó cuando dio un paso hacia atrás. Pestañeando, se tambaleó y casi pierde el equilibrio. Señaló y, con la boca abierta, intentó llamar la atención de Rebecca.
—¿Vi… viste eso?
Ella lo miró con un deje de sonrisa burlona. Se encogió de hombros inocentemente y siguió su dedo con la mirada. —¿Ver qué?
Scott agitó la mano frenéticamente. —¡A… allí! ¡Va hacia la duna!—. Esta vez él se desplomó en la abultada arena. —Se ha ido.
—¿Qué? —se arrodilló junto a él. Daba la impresión de que intentaba controlar la risa.
—El palo… —comenzó a decir. Un movimiento a los pies de Rebecca le llamó la atención. La arena se movía por sí sola junto a su pie derecho, cubriéndole los dedos y el tobillo. Ella daba patadas impacientemente, interrumpiendo los intentos por sepultar su pie. No hubo otro movimiento en la playa.
—¿Qué palo? —preguntó mirando a su alrededor.
Scott estaba a punto de explicárselo cuando la razón se apoderó de sus sentidos. Todos sus esfuerzos por convencerla de la inexistencia del mundo paranormal se derrumbarían si comenzaba a ahondar sobre palos que se movían por sí solos hacia el agua y de regreso de ella, como si fueran llevados por una mano invisible.
—Mmm… e… nada. Olvídalo. Manchas solares. Me sentí un tanto débil —respiró profundamente, se incorporó y ayudó a Rebecca a hacer lo mismo.
—Bien —dijo ella—. Muchas gracias por haberme traído noticias. Pero, en realidad, no necesitas quedarte. Me encuentro bien. Me han asignado nuevos guardaespaldas, vigilan la entrada. Con suerte y con la muerte de Karl…
—Oh, creo que tu vida ya no corre peligro, pequeña. El FBI actuó de inmediato. Una vez que descubrieron que Holton era un agente de la CIA atraparon a veinte agentes más. Ya tienen la lista de todos los que pertenecían al grupo de Holton. Jacobs será reivindicado, pero, desde luego, ya es demasiado tarde. No le servirá absolutamente de nada ahora.
—No estés tan seguro —lo interrumpió Rebecca sonriendo abiertamente.
Scott se acomodó las gafas de sol y decidió intentarlo de nuevo.
—¿Estás segura de que no deseas compañía de carne y hueso?
Rebecca tosió ante esa frase.
—Quizás podríamos ir a buscar algo para comer, o, mejor aún. Te prepararé unos entremeses suculentos. Mi especialidad, el sándwich Supremo Donaldson. Huevos revueltos, queso, tocino, una pizca de…
—Scott, no —le cogió la mano y se la apretó fuertemente—. De verdad. Gracias, pero tengo algunas cosas que hacer ahora —miró algo por encima de su hombro, asintió y sonrió—. Cosas importantes.
—Pero…
—Es personal, Scott. Confía en mí. Necesito hacer algo sola —sus húmedos ojos socavaron la determinación de Scott.
Dios, musitó. Esta mujer doblega mi voluntad solo con una mirada. Podría lograr que limpiara los pisos con la lengua, o que comiera rosquillas sin queso crema con solo pedírmelo. Debo…
—Hijo de p…
Agitó el pie para quitar la arena que le cubría el tobillo. Soltó a Rebecca y dio un paso atrás bruscamente.
—Mmm… de acuerdo. Te llamaré luego. Quizás pueda traer comida china… ¡Ouch!
Se frotó el lado izquierdo del cuerpo, giró la cabeza hacia ambos lados y buscó con la mirada la causa de su aparente ataque.
Rebecca se había dejado caer sobre la arena, y no podía contener la risa.
Con un grito ahogado Scott se dispuso a correr, perdió una sandalia en el camino y regresó para recuperarla; se inclinó hacia la arena cuando el viento, aparentemente, la agitó por los aires, la hizo rebotar dos veces y después la dejó quieta, hasta que la volvió a mover. A unos pocos pies del suelo, describió un gran círculo y le fue devuelta.
Scott chilló, se quitó la otra sandalia de una patada y corrió a su automóvil. Al pasar junto a los oficiales que bostezaban, señaló hacia el camino que había recorrido y empezó a balbucear algo acerca de sandalias animadas.
Cuando finalmente pudo dejar de reír, Rebecca cogió la sandalia que Caesar había dejado junto a sus rodillas. Se puso de pie y comentó sobre lo buen perro que era, después arrojó el objeto por encima de su hombro.
Duncan la observaba desde su posición sobre la tarima. Descendió silenciosamente e hizo una sutil reverencia.
—Madame, mi comportamiento para con su amigo fue inexcusable. Y, mientras el perro es claramente dueño de su mente, se me debe considerar responsable por sus acciones. Le ofrezco mis sinceras disculpas… —alzó los ojos y los observó a través de la maraña de cabello que le caía sobre el rostro—… pero debo admitir que la travesura me ha brindado el primer momento gracioso (que he experimentado) en muchos, muchos…
—Bien —sonriendo, Rebecca le arrojó arena con el pie al fantasmal pirata—. Te encantó, espectro.
Sus miradas se encontraron y las sostuvieron por un momento. El sol brillaba a espaldas de Rebecca y proyectaba su sombra hasta donde se hallaba Duncan.
Duncan le guiñó un ojo, después metió la mano en la capa y extrajo un trozo de tela negro que comenzó a atarse alrededor de la frente; lo ató detrás de la nuca, sujetando el cabello hacia atrás para permitirle ver.
—Gracias —agregó Rebecca—. Scott tiene buenas intenciones, pero…
Mientras terminaba de hacer el nudo, Duncan asintió.
—Él no es para usted.
Sonriendo, Rebecca se dio la vuelta y miró hacia el océano.
Caesar regresó y colocó la sandalia sobre sus pantorrillas.
—¿Estás listo? —le preguntó quedamente.
Duncan se deslizó junto a ella. Aferró los pliegues de la capa con los brazos, también miró en dirección a las olas, maravillado por la ilusión de quietud de esa expansión en movimiento constante.
—Listo —dijo.
—¿Puedes guiarme hasta allí?
—Guiarla —cerró los ojos y respiró profundamente—. Sí.
Caesar ladró y movió la sandalia con la pata.
Rebecca se giró hacia el pirata con una mirada de determinación y entusiasmo que le hicieron brillar los ojos.
—Deja que vaya a buscar mis tarjetas de crédito y coma algo. Aún soy mortal ¿sabes? —sonrió ante la mirada de impaciencia del pirata y dijo—: Has esperado durante trescientos años. Unas pocas horas más no harán la diferencia.
El Golden retriever los siguió hasta la casa sacudiendo la cabeza mientras mordisqueaba la sandalia.
Rebecca le echó una última mirada al océano.
—Además —dijo—, no puedo nadar con el estómago vacío.