Capítulo 15

En el medio, de la noche Jay Collins se despertó de golpe por el penetrante sonido de su propio alarido. Se retorció bajo la manta de periódicos, desgarrándolos y pateando contra las letras impresas. Incapaz de encontrar dónde se hallaba, mientras la realidad se abalanzaba y le usurpaba la influencia al debilitado sueño. Jay luchó como si lo hiciese contra un enemigo invisible.

El grito de una niña desgarró el muro de su desorientación. Se aferró a esa voz, sintió su consuelo; y cabalgó en ella a través del ámbito penetrado, irrumpiendo en la serena lógica del presente.

La tierra estaba suave y húmeda, y se filtraba a través de la cama improvisada que había ingeniado con un surtido de periódicos, revistas y cartón.

Una suave llovizna golpeaba contra el papel y una monótona canción de un grillo dominaba la noche, la pequeña voz del insecto parecía surgir de todos lados al unísono. Desde detrás del muro redondeado de los arbustos brillantes, un gato aulló una lastimera canción.

—¿Un mal sueño? —preguntó la niña descendiendo de las sombras que le extendían de un gran roble.

Jay parpadeó ante la súbita aparición. Su llamada era el que lo había sacado del letargo, secuela de la pesadilla, sin embargo, su presencia no fue demasiado reconfortante. Parecía formar parte de su mundo de ensueño, un personaje que había burlado el cerrojo del inconsciente, palpitando una existencia material a través de sus párpados aún pesados con residuos de la visita del Hombre de la Bolsa[14].

Necesitaba el contacto con el frío y duro mundo real después de ese paseo en la pesadilla.

Arrugó los periódicos viejos, Jay aspiró profundamente el aire frío de la noche.

—Mal sueño —contestó—. Muy malo.

El espíritu de Susie flotó hasta el suelo y se sentó con las piernas cruzadas.

—Es temprano todavía, sabes. Deberían tratar de dormir un poco más…

Miró con tristeza el lugar donde había dormido.

—… en una cama de verdad —se le iluminaron los ojos—. ¡Quizás podrías dormir en mi casa, en mi cama! Les escribiré una nota a mis padres, y…

—Susie, no —Jay apartó la mirada, deseando ser como el grillo, dormir durante el día, cantar en la noche.

—Cantar…

Recordó el sueño convertido en pesadilla.

—No.

—No puedo ir a tu casa. Y no puedo dormirme otra vez —cerró los ojos y dejó que las gotas le salpicaran el rostro. Le caía agua de la nariz y le dolía la garganta.

—¿Fue tan feo? —preguntó Susie, haciendo un mohín de pena.

Jay le dijo que sí y procedió a contarle el sueño del que había logrado despertar. Había estado volando muy alto y grácil por el mundo, regodeándose con la brillante luz del sol, sus alas blancas desplegadas en el azul insondable del cielo.

Se remontó sin esfuerzo sobre árboles y arroyos, cascadas y valles, montañas y planicies. Pudo ver cada ser viviente, cada animal corriendo deprisa para esconderse, cada insecto zumbando.

Y cuando les cantó, se detuvieron y escucharon, cada uno de ellos. Incluso los peces nadaron bajo la superficie. Su canción los emocionó a todos.

Cuando se detenía para respirar, ellos esperaban ansiosamente el nuevo verso.

Fue allí donde se convirtió en una pesadilla, una grieta que rasgó el paraíso, con lluvias de fuego y azufre sobre los campos, demoliendo las montañas, ennegreciendo el agua y pudriéndola. Los peces hirvieron en los mares, los insectos se chamuscaron en las rocas, los animales se quemaron en hogueras ardientes, y los pájaros se precipitaron del cielo como humeantes bolas de fuego.

Y algo lo perseguía.

Se dio la vuelta, y vio al águila.

Con plumas humeantes, ojos de carbón encendido y garras de acero, se precipitó de un banco de nubes teñidas de escarlata. De su curvado pico, salió un horrible chillido al volar más deprisa. Las puntas de las plumas estaban encendidas, Jay agitó cuanto pudo sus alas, pensó en esconderse en el holocausto que destruía al bosque para escapar del águila.

Pero sus alas habían desaparecido, reemplazadas por largos y oscuros muñones de carne con dedos que se retorcían intentando aferrarse al vacío. Cayó, se dio cuenta de que ya no era una criatura alada. Lanzó golpes y pateó con brazos y piernas, y gritó con pulmones humanos.

Una forma difusa y crujiente le bloqueó la visión. Sus abrasadoras garras se le clavaron en el pecho; las zarpas hirvientes se le ensartaron en la piel deteniendo su caída.

Abrió los ojos solo para ver el pico brillante de la gran águila. Sus ardientes ojos negros le impartieron un mensaje de desesperanza: éste es tu destino, niño… tienes lo que es mío. Abrió su puntiagudo pico y le rasgó la garganta, le desgarró la piel buscando el tesoro escondido.

Como Jay gritó y pateó, ya en los primeros niveles del despertar, el águila levantó la cabeza y aflojó las garras. Mientras caía, la mirada de Jay quedó atrapada en la masa sanguinolenta que colgaba del pico, después desvió la vista para observar la destellante corona en la cabeza del ave.

Los ojos del águila rebosaban con diabólico triunfo mientras inclinaba la cabeza y tragaba el preciado premio cubierto de sangre.

—Dios mío —Susie suspiró alejándose—. Eso es muy malo. ¿Significa algo?

Jay sollozó y se echó de bruces sobre el césped.

—Significa que tengo problemas. Grandes problemas.

—¿Por el águila? —preguntó Susie mirando hacia lo alto, al dosel de hojas, temiendo encontrar una señal del ave. Buscó intensamente detectar el aleteo de sus alas encima.

—No sé —refunfuñó Jay—. Solo sé que es malo.

Con un bostezo, se tapó con la sección de deportes. El relato de su pesadilla le había quitado un peso de encima. Ahora, alguien más compartía la carga. Agotada su energía, Jay sintió cómo se hundía en los brazos del sueño. Las pisadas del hombre del saco se acercaban, acompasadas con el sonido de la punta de los dedos sopesando los granos.

—¿Jay? —una palabra suave dicha en un tono de voz calmo.

Una palabra tranquilizadora. No la palabra, la voz ¿qué significaba?

No podía concentrarse. Todo se esfumaba, como envuelto en una sola gota de lluvia. Girando, hacia abajo… hacia abajo…

♠ ♠ ♠

Susie levantó el montón en un mohín hacia el cielo y cuidadosamente observó las goteantes hojas. Parecía como si los mismos árboles estuviesen llorando; las ramas temblaban y se agitaban, crujiendo en el viento mientras el agua goteaba de sus extremos.

Suspiró y decidió pasar el resto de la noche trepando a los árboles, ya que eso seguramente los alegraría y su tristeza se iría.

Antes de volar hacia el tronco más cercano, le arrojó un beso al niño dormido.

—Dulces sueños, Jay CaCollins.