III

SENTIMIENTOS INCONSCIENTES

HABIENDO LIMITADO NUESTRA DISCUSIÓN a las representaciones, podemos plantear ahora una nueva interrogación, cuya respuesta ha de contribuir al esclarecimiento de nuestras opiniones teóricas. Dijimos que había representaciones conscientes e inconscientes. ¿Existirán también impulsos instintivos, sentimientos y sensaciones inconscientes, o carecerá de todo sentido aplicar a tales elementos dichos calificativos?

A mi juicio, la antítesis de «consciente» e «inconsciente» carece de aplicación al instinto. Un instinto no puede devenir nunca objeto de la conciencia. Únicamente puede serlo la idea que lo representa. Pero tampoco en lo consciente puede hallarse representado más que por una idea. Si el instinto no se enlazara a una idea ni se manifestase como un estado afectivo, nada podríamos saber de él. Así, pues, cuando empleando una expresión inexacta, hablamos de impulsos instintivos, inconscientes o reprimidos no nos referimos sino a impulsos instintivos, cuya representación ideológica es inconsciente.

Pudiera creerse igualmente fácil, dar respuesta a la pregunta de si, en efecto, existen sensaciones, sentimientos y afectos inconscientes. En la propia naturaleza de un sentimiento, está el ser percibido, o sea, conocido por la conciencia. Así, pues, los sentimientos, sensaciones y afectos, carecerían de toda posibilidad de inconsciencia. Sin embargo, en la práctica psicoanalítica, acostumbramos a hablar de amor, odio y cólera inconscientes, e incluso empleamos la extraña expresión de «conciencia inconsciente de la culpa», o la paradójica de «angustia inconsciente». Habremos, pues, de preguntarnos, si con estas expresiones no cometemos una inexactitud mucho más importante que la de hablar de «instintos inconscientes».

Pero la situación es, aquí, completamente distinta. Puede suceder, en primer lugar, que un afecto o sentimiento sea percibido, pero erróneamente interpretado. Por la represión de su verdadera representación, se ha visto obligado a enlazarse a otra idea, y es considerado, entonces, por la conciencia, como una manifestación de esta última. Cuando reconstituimos el verdadero enlace, calificamos de «inconsciente» el impulso afectivo primitivo, aunque su afecto no fue nunca inconsciente y sólo su representación sucumbió al proceso represivo. El uso de las expresiones «afecto inconsciente» y «emoción inconsciente», se refiere, en general, a los destinos que la represión impone al factor cuantitativo del impulso instintivo. (Véase nuestro estudio de la represión). Sabemos que tales testimonios son en número de tres: el afecto puede perdurar total o fragmentariamente como tal; puede experimentar una transformación en otro montante de afecto, cualitativamente distinto, sobre todo en angustia, o puede ser reprimido, esto es, coartado en su desarrollo. (Estas posibilidades pueden estudiarse más fácilmente quizá, en la elaboración onírica, que en las neurosis). Sabemos también, que la coerción del desarrollo de afecto es el verdadero fin de la represión, y que su labor queda incompleta cuando dicho fin no es alcanzado. Siempre que la represión consigue impedir el desarrollo de afecto, llamamos inconscientes a todos aquellos afectos que reintegramos a su lugar al deshacer la labor represiva. Así, pues, no puede acusársenos de inconsecuentes en nuestro modo de expresarnos. De todas maneras, al establecer un paralelo con las ideas inconscientes surge la importante diferencia de que dichas ideas perduran después de la represión en calidad de producto real en el sistema Inc., mientras que todo aquello que corresponde en este sistema (Inc.) a afectos inconscientes es un comienzo potencial cuyo desarrollo está impedido. Así, pues, aunque nuestra forma de expresión sea irreprochable, no hay, estrictamente hablando, afectos inconscientes como hay representaciones inconscientes. En cambio, puede haber muy bien en el sistema Inc. productos afectivos que, como otros, llegan a ser conscientes. La diferencia procede, en su totalidad, de que las representaciones son cargas psíquicas y en el fondo cargas de huellas mientras que los afectos y los sentimientos corresponden a procesos de descarga cuyas últimas manifestaciones son percibidas como sentimientos. En el estado actual de nuestro conocimiento de los afectos y emociones no podemos expresar más claramente esta diferencia.

La comprobación de que la represión puede llegar a coartar la transformación del impulso instintivo en una manifestación afectiva, presenta para nosotros un particular interés. Nos revela, en efecto, que el sistema Cc. regula normalmente la afectividad y el acceso a la motilidad, y eleva el valor de la represión, mostrándonos, que no sólo excluye de la conciencia a lo reprimido, sino que le impide también provocar el desarrollo de afecto y estimular la actividad muscular. Invirtiendo nuestra exposición, podemos decir que mientras el sistema Cc. regula la afectividad y la motilidad, calificamos de normal el estado psíquico de un individuo. Sin embargo, no puede ocultársenos una cierta diferencia entre las relaciones del sistema dominante con cada uno de los dos actos afines de descarga.[1] En efecto, el dominio de la motilidad voluntaria por el sistema Cc. se halla firmemente enraizado, resiste los embates de la neurosis y sólo sucumbe ante la psicosis. En cambio, el dominio que dicho sistema ejerce sobre el desarrollo de afecto, es mucho menos firme. Incluso en la vida normal, puede observarse una constante lucha de los sistemas Cc. e Inc., por el dominio de la afectividad, delimitándose determinadas esferas de influencia y mezclándose las energías actuantes.

La significación del sistema Cc. (Prec.) con respecto al desarrollo de afecto y a la acción, nos permite comprender el rol jugado por las ideas sustitutivas en la formación de la enfermedad. El desarrollo de afecto puede emanar directamente del sistema Inc., y en este caso, tendrá siempre el carácter de angustia, la cual es la sustitución regular de los afectos reprimidos. Pero con frecuencia, el impulso instintivo tiene que esperar a hallar en el sistema Cc. una representación sustitutiva, y entonces se hace posible el desarrollo de afecto, partiendo de dicha sustitución consciente cuya naturaleza marcará al afecto su carácter cualitativo.

Hemos afirmado que en la represión queda separado el afecto, de su representación, después de lo cual, sigue cada uno de estos elementos su destino particular. Esto es indiscutible desde el punto de vista descriptivo, pero, en realidad, el afecto no surge nunca hasta después de conseguida una nueva representación en el sistema Cc.