Habéis sido para mí una alegría, una sorpresa y un motivo de admiración en todas y cada una de las etapas de vuestras jóvenes vidas, por lo que supongo que no debería asombrarme lo que habéis hecho por mí y por este libro. Sin embargo, no puedo evitarlo, y dedicároslo es apenas susurraros mi gratitud. Os entregué el original con la esperanza de que evaluarais el uso del vocabulario estudiantil y no me defraudasteis. Gracias a vosotros descubrí qué expresiones delatan la edad avanzada de quien las utiliza, cuáles son coto casi exclusivo de las chicas y qué otras desprenden tal tufillo a parodia que están desapareciendo por momentos. Y todo eso se suma a las muchas ocasiones en que me rescatasteis cuando me metí en camisas de once varas con mis intentos de utilizar la jerga universitaria actual. Lo que no me habría imaginado jamás es que fuerais capaces (para mí habría sido imposible a vuestra edad) de distanciaros para contemplarlo todo con perspectiva y señalar el funcionamiento de la naturaleza humana en general y el funcionamiento esotérico de la categoría social en particular. Y digo «esotérico» porque en muchos casos se trataba de aspectos de la vida que habitualmente no se considerarían en absoluto sociales. Gracias a vuestro poder de abstracción, vuestro padre sólo tuvo que volver a armar el material acumulado durante sus visitas a distintos recintos universitarios de todo el territorio estadounidense. La mejor manera de expresar lo que siento por vosotros dos es un largo abrazo.