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Por… ¡nosotros!

La fiesta se celebraba en una zona del enorme patio interior que solía reservarse para tales menesteres. Charlotte y Hoyt bajaron cogidos de la mano por una de las escaleras de baldosas rústicas que serpenteaban con suaves curvas de descansillo en descansillo, a través de un bosquecillo de árboles plantados en macetas. Los zapatos de Mimi no estaban hechos para bajar escaleras. Charlotte nunca se había puesto tacones y cada paso le provocaba una ultracontracción de los gemelos, y sin embargo también eso tenía algo de sexy. Estando todavía en su planta, antes de bajar, se había mirado las piernas en el espejo de cuerpo entero que había junto a los ascensores. Encumbradas en un par de tacones tan altos como… como… tan altos como largos eran sus pies, prácticamente, y expuestas gracias a un vestido rojo tan corto que apenas le cubría las caderas, quedaban unas piernas de cuidado. No pudo por menos que preguntarse qué les parecería semejante vista a los hombres que bajaban tras ellos, si es que había alguno.

Entre el follaje de los árboles alcanzó a ver un crepúsculo románticamente iluminado por velas colocadas encima de elegantes mesas con manteles blancos de tela cruzada. Por mucho que le hubieran aclarado que el crepúsculo lo creaba un encargado de mantenimiento al manipular una serie de reguladores reostáticos por medio de un panel de interruptores, su pasmo no habría menguado lo más mínimo. En aquel entorno exuberante y romántico, bajaba por una pintoresca escalera de terracota cogida de la mano del chico más guay de todo Dupont, quien de vez en cuando se la apretaba levemente y se la acariciaba. No podía evitar preguntarse quién estaría mirando, ojalá Crissy, aunque ya no le guardaba el menor resentimiento: al fin y al cabo, hasta ella formaba parte de aquello, del momento mágico.

La sección del patio alquilada por la hermandad de Saint Ray estaba amurallada con arbustos plantados en las inevitables macetas y podados en forma de setos de casi dos metros y medio de alto. A cada lado de la entrada había un montante blanco empotrado en una maceta. De uno de ellos, que alcanzaban sus buenos cuatro metros de altura, colgaba la bandera malva y oro de la universidad, con el famoso escudo de armas del puma rampante. El animal prácticamente desaparecía entre los pliegues, debido a que no soplaba ni una gota de aire en el atrio, pero de todos modos tenía un aspecto majestuoso. ¡Dupont! Del otro montante colgaba la bandera de la hermandad de San Raimundo, más conocida como de Saint Ray, que consistía en la Cruz de San Raimundo en escarlata y morado sobre un fondo berenjena intenso, recamada con estrellitas de color amarillo maíz. Como descubría todo miembro de Saint Ray en su ceremonia de iniciación (y olvidaba en el plazo de una semana), el rojo escarlata representaba la sangre de Cristo y el martirio de san Raimundo, y el morado, el lugar privilegiado que ocupaba el mártir en el reino de Cristo Rey. El anillo doblado era un símbolo de la presilla de hierro con que habían atravesado los labios del santo para silenciar la voz evangélica con que ya empezaba a convertir al cristianismo a sus carceleros romanos. En esos momentos, todo ello desaparecía también entre los pliegues de la memoria, pero nadie podía evitar sentirse atraído por las brillantes ringleras escarlata sobre fondo morado y el llamativo tono berenjena.

Tan alegres y vistosos eran los dos tapices colgados a modo de bandera que el acceso entre aquellos setos plantados en macetas se asemejaba a un grandioso portal de entrada, al menos a ojos de un grupo de jovencitos de Dupont acompañados de sus parejas, ya de por sí bastante envanecidos. Cuando Charlotte y Hoyt, todavía tomados de la mano, hicieron su entrada, dio la impresión de que un centenar, un millar de ojos se volvía hacia ellos. El lugar estaba lleno a rebosar de miembros de Saint Ray con sus respectivas chicas, y saltaba a la vista que la mayoría se había aplicado a fondo en el precalentamiento. El típico retumbo de la conversación festiva ya se veía impregnado de carcajadas y guasas. Entre las profundidades de la muchedumbre se oyó una voz que pretendía sonar grave y viril: «¡Hoy no vas a pillar cacho ni loco! ¡Para lo que te va a servir, como si te haces un nudo, joder!».

Charlotte apenas reparaba ya en el putañés. Lo que la fascinó fueron todas las caras que se volvieron hacia Charlotte Simmons y su distinguida pareja, Hoyt Thorpe, un chulazo guay entre los guais. Allí estaba Harrison, el jugador de lacrosse, y también Boo-man y Heady y (¡sí!), Vanee y Crissy, ésta con un vestido negro muy corto, pasmada por completo, con los ojos fijos en Charlotte Simmons, la de las ágiles piernas realzadas sobre sandalias de tacón de aguja de diez centímetros que dejaban al descubierto los dedos de los pies; Charlotte Simmons, con una cintura tan delgada que su torso formaba una V, haciendo que el escote de su busto resultara más formidable de lo que en realidad era.

Harrison se acercó a ellos con una sonrisa radiante, con los ojos iluminados por efecto del alcohol (con tanta intensidad que las cicatrices que tenía en la mejilla a causa de la trifulca no resultaban tristes en absoluto) y con un aspecto bastante logrado gracias a un esmoquin alquilado del que a duras penas sobresalía su recio cuello por un sobrecuello vuelto demasiado estrecho, sin duda también alquilado. Saludó a Hoyt con voz cantarina:

—¡Eh, Rhett! —Empezó a mirarla a ella de arriba abajo—. ¿Dónde tenías metida a nuestra Charlotte?

¡También era la primera vez que se refería a ella por su nombre!

—Bien lejos de vosotros, que sois unos putos depredadores, ya que lo preguntas, ¿vale? —respondió Hoyt.

—Bueno, bueno… —dijo Harrison, todavía dando un buen repaso a Charlotte—. Bienvenida al festín de san Raimundo. ¿Qué quieres tomar? Un momento, ahora que me acuerdo… tú no bebes, o algo así, ¿verdad?

—Esta noche Charlotte se está saltando el régimen de entrenamiento —comentó Hoyt—. Sólo por esta noche. En honor a san Raimundo.

—Qué guay —comentó Harrison—. ¿Qué te apetece?

Charlotte vaciló. Era consciente de que llevaba lo que todos llamaban «un puntillo», pero no era más que eso: un puntillo. No pasaba nada, lo único que cambiaba era que al parecer todo el mundo se sentía más a gusto.

—Zumo de naranja con vodka?

—Marchando, un zumo de naranja con vodka. —Harrison volvió a sonreír ampliamente e hizo ademán de volverse.

—Eh, colega —lo llamó Hoyt—. ¿Y yo qué?

—Mi cometido es ocuparme de las señoritas, Rhett —repuso Harrison con risueño entusiasmo.

—¿Qué tal si demuestras un poco de gratitud, joder? —replicó Hoyt—. ¿Quién coño ha traído a… —señaló a Charlotte con un gesto de la cabeza— a esta fiesta?

—Vaaaa. Tú ganas, ¿qué hostias quieres?

—Lo mismo que Charlotte. Con vodka. Ya me entiendes: con vodka.

Ella empezó a pensar, ebria de triunfo, en lo que acababa de pasar. Claro que no podía tomarse al pie de la letra los comentarios de esos dos sobre lo guapa que estaba y lo lista que era y todo eso… pero ¡se mostraban atentos! ¡Se mostraban de lo más atentos! Durante el viaje nadie le había hecho caso, y Hoyt se había limitado a prestarle cierta atención como quien echa monedas en un parquímetro, y ahora de repente… No eran sólo los halagos… Saltaba a la vista que las miradas no sólo de Harrison sino también de Boo-man y Heady y Vanee y sus…

¡Vanee y Crissy! Tenía que hablar con Hoyt y Harrison o reírse o hacer algo para demostrarle a Crissy lo bien que se lo estaba pasando. Bueno, pues se rio, pero con tanta energía que en realidad profirió un agudo gañido. Hoyt y Harrison la miraron.

—Ay, perdón —se disculpó, manteniendo la sonrisa—. Es que acabo de acordarme de algo.

Hoyt sacudió la cabeza y dijo:

—Siií… claaaro… ¿y de qué te has acordado?

Charlotte volvió a reírse y le dio un empujoncito en el hombro con los dedos como si estuviera haciéndola partirse de risa con algo sumamente hilarante. En su imaginación, Crissy estaba allí plantada, embebiéndose de todo y pensando para sí: «¡Vaya! Y yo que creía que no era más que una hortera de pueblo, una colgada, pero resulta que esos dos chicos tan guais…».

Poco después Harrison regresó con dos zumos de naranja con vodka… más bien vodka con una pizca de zumo para darle un poco de color, como había sucedido antes. Sabía a producto químico, pero tampoco es que fuera tóxico, y desde luego la ayudaba a relacionarse con todo el mundo.

Estar allí en aquel patio, en el fondo de aquel atrio que se perdía en las alturas, entre árboles enmacetados y velas recortadas contra el crepúsculo artificial, en una zona privada atendida por camareros vestidos como coroneles de un ejército caribeño, tras los muros de setos plantados en tiestos, era supersuperguai. Estaba rodeada por todas partes de chulazos de Saint Ray, Prometeos en ciernes, metidos con calzador cada uno en su esmoquin, ululando todos ellos y lanzando aullidos paletos de vulgaridad sin límites. Pero Prometeo no era vulgar, así que no eran Prometeos sino… Bacos. Una fotografía en… ¿qué libro? El Baco de Miguel Ángel, con el vientre hinchado de vino… Se notaba mareada, desde luego, pero no le estaba afectando el juicio en absoluto. ¿Cómo, si no, habría podido recordar… lo que fuera que acababa de recordar?

Hoyt estaba a un palmo escaso de ella, hablando con Vanee, Charlotte lanzó una risotada. Crissy mantenía un cuchicheo con Nicole, y ambas la miraban de soslayo de vez en cuando… Nicole con su vestido de tubo, Crissy con tanta pechuga al aire como se atrevía a enseñar. Charlotte ya no tenía nada contra esas chicas. ¿Qué importaban, qué importaba su apariencia? Harrison no las miraba como la había mirado a ella. ¡La había repasado de arriba abajo! Siempre le había tirado un poquito los tejos, ¿verdad?, pero lo de aquella noche era mucho más.

Hoyt se volvió y, aydiosmío, la sonrisa que le dirigió fue como una cálida corriente que recorrió todos los nervios de su cuerpo justo por debajo de la epidermis…

—¿Su copa? —Uno de los coroneles caribeños le señalaba el vaso vacío que sostenía.

—Ah… ¡Gracias!

Al tiempo que lo depositaba en la bandeja, el camarero le dijo:

—¿Desea otra?

A Charlotte le hizo gracia aquella forma de hablar un tanto pomposa y forzada.

—Eh…

—Sí, sí que la desea. —Era Hoyt, que le puso una manaza en la cadera y la acercó a él.

—¿Qué le sirvo?

Charlotte miró a Hoyt, que ya tenía la cara cerca de la suya… ¡Aydiosmío, qué mirada tan tierna y mágica! Hoyt se volvió hacia el camarero y pidió:

—Con… vodka.

Charlotte tuvo que reírse del comentario.

—Tú y tus «con vodka».

Hoyt la achuchó contra su cuerpo y ella rio un poco más. Quería asegurarse de que Nicole y Crissy vieran que se lo estaba pasando estupendamente, que la vieran hipnotizando a los chicos con su cuerpo y, ahora que ya tenía más confianza en sí misma, con su personalidad. En un abrir y cerrar de ojos había pasado a formar parte de la esencia misma de la gala.

Erró discretamente por la fiesta con la mirada. Desde luego Julián no estaba cerca de Nicole. Allá, allá andaba… bien lejos, fuera del campo de visión de ella… ¡tirándole los tejos a una chica con todo el descaro del mundo! Era morena y de pelo corto, sólo hasta los hombros, pero muy denso, y tenía la boca más ancha de la cuenta, aunque con unos labios suuupersexys, y su sonrisa y la forma de entornar sus ojillos seductoramente maquillados en tonos sombríos eran suuuupersugerentes, y Julián se inclinaba hacia ella, sus rostros a un palmo escaso, con esa sonrisa suya taaaan zalamera, zambulléndose hasta lo más hondo de ella a través de sus quiasmas ópticos. Llevaba un vestidito negro mínimo con un escote de vértigo, y Charlotte casi esperaba que Julián le deslizara una mano espalda abajo y la atrajera hacia sí para besarla, para devorarla tal como hacía aquel tío del anuncio de… Bueno, no recordaba qué anuncio era. Por un momento deseó que Nicole se topara con la escenita, pero un instante después lo desechó. La mortificaba pensar en lo mucho que podía dolerle algo así a una chica, aunque fuera Nicole…

Y mientras tanto, Crissy, que se había portado mucho peor con ella que Nicole, tenía a Vanee acogotado. Acogotado. Vanee era tan guapo… Le había encantado aquella mata de pelo rubio alborotado desde que la vio por primera vez. Vanee tenía todo el aspecto de un joven aristócrata británico, al menos como se lo imaginaba ella. Y Crissy no lo perdía de vista. Estaba justo detrás de él.

El camarero, el coronelito caribeño, apareció otra vez a su lado con la copa. Charlotte la probó. ¡Qué asco! Sabía tan mal que se echó a reír.

—¡Hoyt! —Tenía los ojos llorosos, pero reía y sostenía la copa en alto delante de él—. ¿Qué le has dicho a ese hombre? ¡Está fortiiiísimo! Yo creo que esta copa no ha visto un zumo en la vida… ¡Seguro que el camarero no distingue un zumo de… yo qué sé… un zueco!

El comentario le pareció de lo más gracioso. Entonces cayó en la cuenta de que estaba chillando y entrelazando las palabras con risitas de un modo que siempre le había parecido cursi y afectado cuando lo hacían otras chicas. Claro que probablemente daba igual, porque el barullo era impresionante.

La conversación era clamorosa y los chicos voceaban consignas ebrias. Charlotte levantó la mirada hacia Hoyt, que seguía cogiéndola por la cintura, para observar su reacción, pero no le pareció que se hubiera dado cuenta, pues se limitó a mirarla con una sonrisa arrobada. Ella le devolvió una sonrisa similar. Por un instante, sin embargo, desvió la mirada más allá de su oreja. Quería ver a Crissy y Nicole observándolos. A poco más de metro y medio, Heady, con su severo esmoquin, echó la cabeza atrás, levantó las manos hacia el cielo como si suplicara compasión divina y berreó: «¡Uuuh uuuuh!», lo que hasta Charlotte reconoció como el grito característico de Homer Simpson, el personaje televisivo de dibujos animados, al abrir una lata de cerveza, echar la cabeza atrás y engullir el primer trago. Entonces reparó en la lata de cerveza que sostenía Heady en una de sus manos alzadas al cielo. Hoyt seguía vertiendo su… su… ¿Se atrevería a dejar que la palabra «amor» se le colara en la cabecita cuando él la miraba así? Las dos douches hablaban con Boo-man y su pareja y se reían como si estuvieran pasándoselo en grande.

De repente se les acercó Julián, acompañado por la atractiva morenita a la que había estado tirándole los tejos. Alto ahí… si sus ojos no la engañaban, Julián había colocado la mano izquierda pegada al muslo izquierdo, y la morena llevaba la mano derecha pegada al muslo derecho, y ambos muslos estaban prácticamente pegados el uno al otro, y emparedados entre ellos, donde sin duda creían que nadie los veía, estaban sus dedos entrelazados y… Pero ¿qué diablos estaban haciendo? ¡Y encima se creían que no los veía nadie! ¡Era graciosiiiísimo! Levantó la mirada hacia Hoyt para decírselo (seguro que se partía con algo así), pero Vanee lo tenía distraído. Ay, ay, ay… Julián había visto a Nicole, que estaba a menos de cuatro metros, y su rostro se tornó de súbito largo, solemne y culpable, y soltó la mano de la morena y se apartó de ella cosa de un palmo, como si fuera el niño más inocente del mundo y encima estuviera un poquito triste, y Charlotte no había visto en la vida nada tan divertido. ¿Y qué era eso que Julián le decía una y otra vez a Hoyt: «Rhett»? En esos instantes iba directo hacia Hoyt, con la chica a la zaga manteniendo un discreto medio paso de distancia, también con esa expresión circunspecta que venía a decir: «¿Quién? ¿Yo?».

Estaban ya a tres pasos, y Charlotte, movida por un impulso, se echó hacia Julián con una amplia sonrisa (no pudo evitarlo) y se oyó decir:

—Vaya, Julián, estás hecho un ligón, tío, ¿dónde te habías metido? —Se le coló una vez más un deje pueblerino, pero se rio con tantas ganas que no le importó, y le tocó levemente el brazo derecho.

Entonces ocurrieron dos cosas. Él le devolvió una pasmada expresión de «¿Quién? ¿Yo? Pero ¿qué dices?» y simultáneamente algo se hinchó bajo la mano que ella le había puesto en el brazo. Se quedó perpleja hasta que entendió lo que era: el tríceps. Entonces rio y rio. Retiró la mano y lo amonestó con el índice una y otra vez.

—¡Julián, hay que ver qué frívolo eres!

Él la miró como si no entendiera qué le había dado, y ella se rio un poco más. Por un instante pensó que quizás estaba genuinamente perplejo. La idea le cruzó la mente con un aleteo espasmódico, como el de una paloma, con lo cual le entró más risa. ¡Pero queeeé friiiívolo! Empezó a carcajearse con tanta fuerza que tuvo que doblarse y apoyar las manos en las rodillas para capear el acceso.

Hoyt se le acercó.

—Eh, ¿qué pasa, guapa?

—Bueeeno —respondió ella con un fuerte suspiro—. ¡Es que Julián es suuuuperfrívolo!

Sólo la palabra «frívolo» la hizo doblarse de nuevo, presa de otro ataque de risa.

—Si tú lo dices, guapa —repuso Hoyt, y le pasó una mano por la cintura para atraerla con fuerza.

Charlotte decidió que la nueva Charlotte Simmons era todo un éxito.

Al cabo, después de que los coronelitos caribeños se lo implorasen repetidamente, la multitud bullanguera se dirigió hacia la parte de su sección que quedaba debajo del vestíbulo. Allí aguardaba la cena.

Había seis mesas redondas con unas diez sillas cada una. Una quedaba en el centro y las otras cinco estaban dispuestas más o menos alrededor, aunque cualquiera habría dicho que eran el doble a juzgar por el bullicio que se oía. En el patio ajardinado parte del barullo se disipaba hacia las treinta plantas de vacío que tenían sobre sus cabezas, pero allí había techo y, aunque su altura era de cuatro metros, los miembros de Saint Ray habían alcanzado esa fase de la borrachera en que todo les parecía más divertido si se chillaba o gritaba o berreaba acompañado de risotadas obscenas y viriles, y los gritos, los chillidos y los berridos rebotaban en el techo y resonaban hasta que todo era algarabía. Desde luego los muchachos estaban guapísimos, cada uno con su esmoquin y su camisa blanca impoluta y todo lo demás; incluso IP, a quien acompañaba una chica. Era una morena de pelo precioso, pero Charlotte no le veía la cara. Además, con el esmoquin negro las caderas de IP no parecían tan gigantescas. El pobre derrochaba ademanes joviales en aras de la chica, uno de los cuales consistía en un movimiento serpenteante que imprimía a su enorme ceño cejijunto. De pronto Charlotte sintió compasión por él. Sus amigos se burlaban tanto de él que era un alivio verlo feliz de veras, con una chica guapa a su lado. Charlotte también estaba feliz y tenía buena voluntad más que de sobra para todos.

Una vez los chicos tomaron asiento y se centraron en la langosta o en algún entrante, el nivel de ruido menguó un tanto, lo suficiente para que Hoyt, sentado a su lado, se hiciera oír por toda la mesa y la presentara a los demás. Charlotte se llevó un chasco al comprobar que, aparte de Hoyt, no conocía a casi nadie… porque se sentía sociable, más que en cualquier otro momento de su vida. Reconoció a un par de chicos a los que siempre veía jugar a cuartos o al Beirut en la biblioteca de Saint Ray. Uno estaba sentado a su lado, un chico larguirucho de pelo pajizo, como el tejado de una casita de campo, atractivo, si bien un tanto desgarbado, e incluso alcanzó a oír en su imaginación los peculiares gruñidos que profería cuando se llevaba un chasco en aquellos estúpidos juegos para emborracharse y sus irónicos aplausos y aclamaciones cuando alguien de su equipo «anotaba» al introducir una pelota de ping-pong en un vaso de cerveza, pero no lo conocía y ni siquiera entendió su nombre.

La última persona a quien la presentó Hoyt fue a la que tenía él al otro lado, que era la pareja de IP.

—Charlotte, te presento a Gloria.

La tal Gloria volvió la cabeza hacia Charlotte y… aydiosmío, era ella, la chica con la que había sorprendido a Julián haciendo manitas. No dio la impresión de acordarse de ella, pero desde luego Charlotte la había reconocido. A continuación la sometió a un discreto escrutinio, buscándole todos los defectos posibles. Tenía la boca demasiado ancha, pero su labio superior se combaba como un arco, igualito que un arco para lanzar flechas, y el labio inferior era carnoso. Su rostro poseía esa aura de mujer misteriosa que augura amores prohibidos. Tenía los ojos tan maquillados que parecían un par de cráteres negros con relucientes globos blancos en su interior, pero Charlotte tenía que enfrentarse a los hechos: seguro que volvía locos a los chicos. Su cabello era de una negrura exuberante, sedosa y reluciente, y el vestidito negro… el diminutivo se le quedaba corto, nunca mejor dicho. Tenía tal escote que cuando se inclinaba como lo hacía en ese momento…

Los globos oculares de los dos jugadores de Beirut parecían a punto de saltárseles de las órbitas en múltiple sucesión, como en los dibujos animados.

Justo entonces empezó a oírse un extraño repiqueteo en la mesa del centro. Los chicos y un par de chicas golpeaban las grandes y esféricas copas de vino, hasta el momento vacías, con los cubiertos. El sonido se propagó por las mesas hasta que todos los muchachos, incluidos Hoyt, y naturalmente IP, golpearon las copas como si les fuera la vida en ello, y brotaron risotadas y aclamaciones burlonas y silbidos y más risas, hasta que el salón entero rebosó de la pura exuberancia animal de la juventud, acompañada por una confusa tormenta de chasquidos arrítmicos, como si una muchedumbre demente estuviera utilizando la mitad de las copas del mundo como xilófono.

Entonces nació un grito de aquellos gaznates viriles, indiscernible en un primer momento, pero luego al unísono:

—¡Sexy prexi!

—¡Sexy prexi!

—¡Sexy prexi!

Y entonces una figura alta y esbelta se incorporó en la mesa central, perfecto (¡perfecto!) con su esmoquin y su camisa blanca con sobrecuello recién planchada y almidonada, que parecían hechos a medida (en realidad lo eran). Se produjo una ovación tumultuosa, aplausos como Charlotte sólo había oído una vez en su vida (en honor a Charlotte Simmons en la ceremonia de entrega de diplomas del instituto, la primavera anterior) y un clamor de risas y silbidos.

Era Vanee, rebosando clase por todos los poros… alto, erguido cual columna, el pelo rubio (en vez de alborotado de cualquier modo) peinado hacia atrás y con raya en medio, pero su cabello era tan tupido que la partición no era más que un senderillo al fondo de un cañón. Se parecía a una fotografía de F. Scott Fitzgerald que Charlotte había visto en la cubierta de una edición de bolsillo de A este lado del paraíso.

Nunca había imaginado que pudiera estar tan guapo, la viva imagen de la dignidad, y al mismo tiempo irradiar tanto glamour. Ahhh… así que él era el «sexy prexi», el presidente de la hermandad de Saint Ray.

Con una leve sonrisa en el rostro, una sonrisa tranquila y llena de confianza, Vanee levantó la copa de champán a la altura de la barbilla y, con voz muy fuerte, como nunca le había oído Charlotte, dijo:

—¡Señores!

Hizo una pausa. Alzó la barbilla levemente. No se oía un suspiro en toda la sala, aparte de una especie de surtidor de vapor proveniente de la cocina. Apuntándolos prácticamente con la nariz, fue recorriendo con la vista a todos y cada uno de los miembros de Saint Ray de todas las mesas. De algún modo, su presencia convertía al grupo entero en una encarnación de la juventud dorada; jóvenes fogosos, cada uno con su esmoquin de gala, su camisa blanca y su pajarita negra, y algunos con medallas de bronce de la Cruz de San Raimundo que parecían soles prendidas al bolsillo del pecho y diminutos lazos en la solapa; jóvenes fogosos en la antesala misma de una bacanal, pero conscientes en ese preciso momento de los papeles que el Destino los llamaría a desempeñar algún día.

Entonces levantó la copa hasta el nivel de los labios y, al tiempo que alzaba la barbilla levísimamente, dijo:

—¡Por las señoritas!

Hoyt, IP, los dos jugadores de Beirut, Oliver (el Saint Ray que tocaba el oboe)… todos y cada uno de los miembros de la hermandad presentes se levantaron, se llevaron las copas a los labios y con una sola voz atronaron a modo de respuesta:

—¡¡Por las señoritas!!

Y en un único número coreografiado inclinaron las copas de champán y se las echaron al gaznate.

Luego se sentaron entre risas y aclamaciones y la mitad de ellos se dedicó a brindar atención física a «las señoritas». Charlotte se fijó en que Julián deslizaba la mano por debajo del cabello de Nicole, por la base de su cuello, y le levantaba la cabeza hacia él como si tuviera intención de devorarle la cara, aunque sólo la besó levemente en los labios. Heady, que debía de andar bastante perjudicado, hizo una mueca burlona y dejó caer la cabeza en el regazo de su pareja, que no supo si reaccionar divertida o molesta. Al cabo, optó por mirar a los demás comensales y enarcar las cejas como diciendo: «¿Qué hago yo con un tío como éste?».

IP, por el contrario, se comportaba como la viva imagen de la ternura y el decoro. Mientras tomaba asiento, dirigió a Gloria la más sentimental de las miradas de admiración y se llevó la copa a los labios en un brindis mudo por la salud de su chica. Una vez sentado, ella le dedicó una sonrisa encantadora, tendió la mano derecha y cogió la izquierda de él para levantársela levemente y apretarla con suavidad. Al fin y al cabo, quizá sí estaba únicamente interesada en IP, que sonreía y sonreía, orgulloso de su preciosa Gloria. Charlotte se abandonó a un momento de romanticismo y se alegró mucho por él. En ese dulce instante notó la fuerte mano de Hoyt acariciándole la espalda con movimientos circulares igual que antes, y entonces él se inclinó y, con una mirada que habría sido el sueño de cualquier chica, le musitó al oído derecho: «Yo brindo por una señorita en concreto…», y se inclinó un poco más y la besó en la nuca.

Qué sensación… ¡Aydiosmío! ¡Escalofríos y fuego al mismo tiempo! Hoyt se apartó apenas para echarle una mirada que recorrió como una dócil ola todas y cada una de las terminaciones nerviosas de su cuerpo… Aydiosmío… Y luego se inclinó y volvió a besarla en la nuca… ¡Aydiosmío…! Ella le tocó el cuello con los dedos de la mano izquierda (ya que tenía la cabeza de Hoyt prácticamente detrás), sólo con las yemas, a modo de tentativa, pero las retiró, porque sería muy cruel hacerle creer que deseaba un beso profundo, o algo parecido, allí mismo en la mesa. A decir verdad, Julián y Nicole le daban un poco de repelús; si querían explorarse las amígdalas delante de todo el mundo, muy bien, bravo por ellos, pero… Y entonces, como si reaccionaran a un mismo pensamiento, Hoyt y Charlotte enderezaron la espalda exactamente en el mismo momento. Sin tocarla en absoluto, él volvió la cabeza y le dirigió la misma mirada, aquella mirada entrañable que valía más que todos los besos del mundo.

Más estruendosos repiqueteos de copas procedentes de la mesa central. Vanee seguía en pie, manteniendo su postura más elegante. Con noble solemnidad recitó:

—Señoritas, os honramos, os rendimos tributo, os abrimos nuestros inmensos corazones de miembros de Saint Ray, porque para vosotras hemos reservado todas esas habitaciones. —Y señaló hacia arriba.

Risotadas de aprobación y rechiflas ante la grandilocuencia de que hacía gala Vanee.

—Y, puesto que tanto nos honra vuestra presencia —Vanee había adoptado un tono exagerado y pretencioso, con la copa de champán en alto otra vez—, vuestros deseos son órdenes. Si algo deseáis, no tenéis más que pedirlo, y si lo que queréis es pillar cacho, pues no hace falta que lo pidáis siquiera. ¡Estimadas señoritas, somos vuestros por completo! —Dicho eso, se acabó la copa de un trago.

Los miembros de Saint Ray se pusieron en pie de un brinco con las copas en alto, riendo entre vítores y declamando:

—¡Pillar cacho! ¡Pillar cacho! ¡Pillar cacho! ¡Pillar cacho!

Esta vez, mientras tomaban asiento, empezaron a sobar a sus parejas con ardor beodo. Incluso IP, que se había mostrado tan caballeroso con su preciosa Gloria, se le echó encima, le pasó un brazo por los hombros e intentó atraerla hacia sí. Ella apartó la cabeza, retrocedió un poco, esbozo una sonrisa tranquila y lo apartó.

—Ivy… tranqui, muchacho —ordenó en voz queda.

Entonces llegaron los coroneles caribeños con el plato principal, unas lonchas de carne recubiertas de salsa. Charlotte no se molestó siquiera en averiguar qué eran. Estaba demasiado entusiasmada para preocuparse por la comida. En las grandes copas se había materializado vino tinto… así, sin más. No había reparado en que nadie lo escanciara. El vino representó cierto alivio. Entraba mucho mejor que el vodka y, naturalmente, nadie podía emborracharse con vino.

Hoyt se había vuelto para hablar con Gloria, sentada a su derecha. El jugador de Beirut más alto charlaba con su acompañante, a su izquierda. Al ver que Charlotte estaba allí sin nadie con quien hablar, el otro jugador de Beirut le gritó un par de preguntas. Fue muy amable por su parte, pero lo que quería saber era de dónde era y a qué curso iba. Claro, ya de lejos se le veía que era de pueblo… Le soltó la perorata habitual sobre Sparta, pero no porque estuviera molesta (se encontraba de excelente humor), sino para demostrarle que era una tía guay y que no estaba de humor para responder preguntas memas. El chico escondió la cabeza, como una tortuga.

Y con eso regresó a la misma situación de aislamiento social. Bueno, ¿qué más daba? Era Charlotte Simmons… Intentó adoptar una expresión convenientemente desenvuelta, con la barbilla alzada. Dejó que la música fluyera por su cabeza como una brisa. El DJ pinchaba un extraño tema titulado, a juzgar por la letra, The Politics of Dancing. Un tema pero que muy extraño… Iba tomando forma compás tras compás como una sinfonía, revertía una y otra vez sobre sí para recobrar el impulso que había perdido a su paso, cobrando fuerza, cada vez más, igual que Beethoven… bueno, quizá no exactamente igual que Beethoven… aunque quizás era el equivalente a las sinfonías clásicas, el sonido sinfónico del presente. Ya tenía los fundamentos de una teoría…

Pero ¿hasta qué punto podía ser satisfactorio analizar The Politics of Dancing? Más importante era que Hoyt estuviera dedicando muchísima atención a Gloria, cuyos pechos casi se escapaban de su acusadísimo escote. ¿Y si empezaba a tirarle los tejos tal como había hecho Julián? ¿Y si…?

Gracias a Dios, la gala se ceñía a ciertas formalidades. Los miembros de la hermandad iban de esmoquin y habían llevado pareja (así las llamaban, «parejas», no eran simples ligues, porque invitar a una chica a una gala así indicaba que de verdad había algo entre los dos). Así pues, no era un contexto en el que los tíos se comportaran como salidos y tontearan de cualquier modo…

Charlotte se levantó de la silla thepoli-tics ofdan-cing anhh-anh y el vestido rojo de Mimi le pareció más corto que nunca dan-cing anhh-anh dio dos pasos the politics tambaleándose sobre los tacones altos de Mimi anhh-anh pero lo intentó de todos modos anhh-anh mantuvo las piernas rectas y se dobló por la cintura the politics anhh-anh tendió la mano cuanto pudo y fingió quitarse una motita del dedo del pie derecho anhh-anh que asomaba por la escotadura del zapato de Mimi dan-cing dan-cing aydiosmío tuvo la sensación de que el final del vestido le quedaba sólo unos centímetros por encima del nacimiento de las nalgas tics ofdan-cing las piernas las piernas desnudas cualquiera cualquier chico Hoyt seguía absorto en Gloria anhh-anh le veía la erótica concavidad donde el gemelo se insertaba en la corva the politics ofdan-cing se incorporó aydiosmío le pareció que el borde del vestido se le subía aún más anhh-anh salió lentamente del comedor por una ruta bien tortuosa para asegurarse de que Hoyt echara un buen vistazo a su dan-cing

El lavabo de señoras era de lo más complicado. Una sala de estar con sillas y mesitas de centro y jarrones con flores era la antesala de la zona de los servicios propiamente dicha, en la que todo parecía recién estrenado, incluso el suelo, donde había piezas romboidales marrones engastadas en las cuatro esquinas de las baldosas blancas. Charlotte fue directa hacia la amplia luna de espejo situada encima de los lavabos y se topó de bruces con ella: Charlotte Simmons. Puesto que no había nadie más, a menos que hubiera entrado alguien en uno de los cubículos de puerta de aluminio pulido, estaba sola, así que se permitió una cuantas muecas (arrogante, furiosa, aburrida, sugerente) y se puso las manos en las caderas, a las que sacudió y amartilló hacia un lado y luego hacia el otro, y además hizo muecas y (¡aydiosmío!) el chasquido de un pestillo… ¡Alguien salía de un cubículo! ¿La habría visto esa chica montando semejante numerito delante del espejo? Se apresuró a abrir el grifo del lavabo y se tiró del párpado inferior de un ojo como si buscara una partícula irritante.

Poco después Charlotte salió cabriolando del lavabo de señoras y buscó a Hoyt con la mirada. Lo vio. Ya no había ni rastro de Gloria en sus ojos. Él la vio a su vez y sonrió, y no era una sonrisa sobrada, ni una sonrisa divertida, ni una sonrisa amable, sino una sonrisa sólo para ella, la misma sonrisa entrañable que le venía dedicando desde su llegada a Washington. Tuvo la tentación de volver la vista para comprobar si los ojos de la esnob sarca de Crissy seguían fijos en ella, fascinados ante la mirada que le dedicaba el chulazo más guay de Saint Ray. Con sus anchas mandíbulas y esa barbilla hendida… era suuuperguapo.

Hoyt empezó a hablar sólo con ella y dejó a Gloría para IP. La llamaba «chata» y le acariciaba los hombros y los brazos. La sala era ya pura algarabía… risotadas que más parecían berridos, una estruendosa marejada de conversación, los gritos de jóvenes ebrios a base de la savia sublevada de la juventud, como Baco… como Baco… ¡Ja! Hoyt le sirvió un poco más de vino… tampoco es que fuera agua, pero después del vodka (fíuuu) ¿qué más daba una copita de vino? Y una vez entendías que los muchachos como los de Saint Ray eran los Bacos de los tiempos modernos… pero los Bacos Bacos Bacos cabos cobas… tanto desarrollar el asunto en términos báquicos le estaba dando dolor de cabeza. ¿Qué sabía ella de Baco, aparte de…? ¿Había subido el volumen el pinchadiscos? La música atronaba… una canción de James Matthews con su guitarra.

Ya he estado solo, así que

no pasa nada… he

aprendido a encajarlo, así

que no pasa nada…

Aquello le provocó risa.

—¿Qué t’hace tanta gggracia, chata? —le preguntó Hoyt—. La…

—Charlotte volvió a reírse. La verdad era que no se acordaba de qué l’hacía tanta gggracia, chato.

El ánimo se le agrió un instante, pero no podía pensar en ello en aquel momento…

Los coroneles caribeños sirvieron el postre en grandes cuencos glaseados a base de pequeños remolinos multicolores con grandes cucharas de plata, para que cada uno se sirviese a su gusto. Era una mousse de chocolate helado con fresas también heladas encima. No tenía intención de servirse más que un poquito, pero las cucharas eran tan grandes y tan largas… el mango era como una palanca, y la parte correspondiente al cacillo se quedó atascada en la mousse helada y… Muy… catapultó un enorme grumo hacia lo alto. Tuvo la impresión de que el instante se prolongaba indefinidamente mientras el grumo descendía, descendía, descendía y le caía en el regazo del vestido, casi en el centro de la entrepierna (la tela tampoco cubría mucho más). Se quedó horrorizada. Un grumo de chocolate parduzco helado en «esa zona»… ¡Qué horror!

—¡Toma, prueba con esto! —Era Gloria, que se había inclinado hacia ella por delante de Hoyt. Levantó un vaso lleno de agua e introdujo una esquina de su servilleta.

—¡Deja que te lo quito con esto! —Hoyt empuñaba una cuchara con la intención de utilizarla como recogedor en «esa zona»…

—¡No, Hoyt! —gritó Charlotte entre risillas y le apartó la mano.

—Pues entonces hazlo tú —repuso él y le tendió la cuchara.

Qué apuro. Estaba quitándose a cucharadas un grumo asqueroso de la entrepierna…

Más repiqueteo de copas en la mesa del centro, al que se sumaron de inmediato los Saint Ray de todas las mesas e incluso algunas de sus parejas, hasta que cristalizó en un escándalo demencial, acompañado de puñetazos sobre las mesas, ¡gracias a Dios! Así podría concluir el desagradable asunto mientras todos estaban absortos en aporrear las copas sumidos en un ataque de risotadas ebrias, y (¡eras!) alguien golpeó el cristal tan fuerte que se quebró, y (¡eras!) otra por allí, y (¡eras!, ¡eras!, ¡eras!, ¡eras!) estaban rompiéndose copas por todas partes (¡eras!). IP reía como un poseso. Cogió su cuchillo por la hoja y, como si fuese un palo, descargó el pesado mango sobre una gran copa-balón (¡eras!) con tanta fuerza que Gloria y todos los que estaban cerca, Charlotte incluida, se apartaron de las esquirlas que saltaron por los aires.

—Ay, la hostia… no quería… —se disculpó—. ¡Eh, fijaos en esto! ¡Es increíble que te cagas! —Con el índice y el pulgar, levantó el pie de la copa, que seguía intacto—. ¡Ni… se ha… movido! —Recorrió con la mirada a los presentes para mostrarles semejante maravilla física y de paso hacerles saber que era un tío enrollado como pocos.

De pronto aparecieron coronelitos caribeños por todas partes, así como un individuo de unos cuarenta y tantos con barriga, camisa y corbata, pero sin chaqueta, y el presidente estaba en pie, más erguido que nunca, agitando los brazos por encima de la cabeza igual que un arbitro que señalara una «falta» o un «fuera», y finalmente el barullo menguó hasta convertirse en oleadas dispersas de risas embriagadas.

Vanee adoptó su pose presidencial.

—Acabo de mantener una conversación con un distinguido caballero del Hyatt Ambassador a quien he recordado las palabras del mismísimo san Raimundo, que, traducidas del latín, dicen así: «Cárgalo en la cuenta, joder».

Risas, aplausos, silbidos. Julián empezó a gritar: «¡Saint Ray! ¡Saint Ray! ¡Saint Ray!» para que todos lo imitaran. Un par de muchachos lo hicieron, pero la arenga acabó por desbravarse.

—Señores… —prosiguió Vanee, que permanecía en pie—, permitidme que os recuerde nuestro más que elocuente brindis a la salud de las señoritas, que ahora repetiría encantado… si no me lo impidieran la modestia y la impaciencia de nuestro maníaco cristalicida preferido, IP.

Vendavales de risas, aplausos, silbidos, gritos ininteligibles. A esas alturas de la noche, los de Saint Ray andaban lo bastante borrachos como para creer que la bufonería ampulosa de Vanee insuflaba a la hermandad un aura de elegancia. IP estaba en el séptimo cielo. No hacía más que contemplar a Gloria con una sonrisa de oreja a oreja, mirar en derredor y luego otra vez a Gloria, genuinamente convencido de que Vanee estaba elogiando su voltaje social y su condición de tío guay y enrollado entre enrollados.

—En fin —continuó el presidente—, es momento de brindar a la salud de nuestros miembros.

Se detuvo. El silencio que se hizo entonces, en una sala llena de borrachos ya considerablemente perjudicados, fue un homenaje al perifrástico numerito que estaba montando. Charlotte se preguntó si alguno de los presentes, aparte de ella misma, conocería el adjetivo «perifrástico». Lo dudaba. Por su cara se propagó una fugaz sonrisa de superioridad. «Y el chulazo más guay de todo Dupont, que se ha enamorado de mí, me acaricia la espalda a la vista de todos los presentes».

—Estimadas señoritas —decía Vanee—, resulta que estáis en una sala llena de hombres que este año han hecho de Saint Ray una hermandad tan alucinante y… y… tan guapa… —el «guapa» resultó un tanto flojo, ya que no añadía nada a «alucinante», pero todo el mundo estaba pendiente de sus palabras— como el Lamborghini de Cy. —Dirigió una sonrisa de aprobación a Cyrus Brooks, cuyo padre le había regalado el deportivo más caro del mundo, un Lamborghini Leopardo, y añadió—: O al menos después de que Tully lo haya reparado por la vetetuasaberquecoño de vez, y antes de que Cy vuelva a sacarlo de paseo y se cargue la transmisión, porque aún no se ha enterado de qué hostias es eso de la palanca de cambios.

Risas y rechiflas a costa de Cy. Vanee siguió sonriendo al propietario del Lamborghini.

—No; lo digo en serio, habéis sido la hostia en bicicleta. Llevo cuatro cursos en Saint Ray y esto va a más cada año. La hermandad del santo de los labios sellados —una andanada de risas; a los muchachos les pareció gracioso y elegante en extremo— nunca había tenido tanto rollo «uno para todos y todos para uno». Ha sido el mayor honor de mi vida, esto de ser el presi de Saint Ray, y quiero daros las gracias, y que sepáis que os aprecio mucho… Eh, un momento: «Todos para uno y una para todos»… ¡Ése es el lema de los Ángeles del Infierno, joder!

Vanee apenas había salido del encharcamiento que suponía semejante descenso de lo sublime a lo trivial cuando ya se lanzaba por tercera vez.

—Ahora que lo pienso, nosotros también contamos con un ángel del infierno. Tenemos a un tío que hace que los peces gordos de la política nacional se meen en los pantalones. —Miró a Hoyt. Charlotte tuvo que volver el cuello y levantar la vista para contemplar la expresión de su pareja, que exhibía una sonrisilla más bien fría y dejó de acariciarle la espalda. Vanee levantó su copa de champán a media altura y declamó:

—Señores, a vuestra salud, a la salud de los hermanos de Saint Ray. —Alzó la copa más alto, la tendió hacia los demás integrantes del vínculo fraterno y la paseó por delante de las seis mesas en un recorrido panorámico—. Habéis conseguido que me sienta orgulloso, habéis conseguido que todos y cada uno de nosotros nos sintamos orgullosos, habéis… esto… habéis… —ay, ay, ay, volvía a atascarse— sois… ¡la hostia! ¡Por… nosotros! —Y con esas palabras echó la cabeza atrás y de un trago vació la copa.

Más caos. Los Saint Ray volvieron a ponerse en pie. Por encima de los gritos, aullidos y aplausos se oían uuu-aahs y feroces pisotones rítmicos que habrían hecho temblar el suelo de encontrarse en un edificio medio siglo más antiguo. Allí, en el patio ajardinado del atrio, el suelo era de baldosa rústica sintética sobre hormigón.

Tan encantados estaban los muchachos con la noción de que eran lo mejor que había habido nunca sobre la faz de la Tierra que se habían olvidado por completo de sus veneradas «señoritas». Y éstas, por su parte… Charlotte vio a Crissy, Nicole y Gloria repantigadas en las sillas, aburridas hasta decir basta y cruzando miradas cargadas de intención, atrapadas en aquel océano de sensiblería viril… Pero Hoyt, que todavía aplaudía puesto en pie, bajó la mirada hacia Charlotte y le hizo un elocuente guiño… ¡acompañado de la sonrisa entrañable! Ella sintió deseos de brincar y darle un beso en la boca justo en ese momento de supremo hermanamiento varonil.

Empezaron a tomar asiento de nuevo, todos menos IP, que permanecía de pie junto a su silla, tambaleándose levemente como si sufriera una anomalía psicomotriz, con la copa de vino tinto balanceándose en su mano de un modo tan peligroso que era imposible apartar los ojos de ella. Intentaba llamar la atención de Vanee. En otra mesa alguien metía ruido con un cubierto y una copa, presto a hacer un brindis. IP empezó a mecerse y a gritar:

—¡Vanee! ¡Eh! ¡Vanee!

Al principio, el presidente no le hizo caso, pero luego cedió.

—Vale, IP. Tiene la palabra el señor IP.

El aludido alzó temblorosamente la copa hasta la altura de los labios y declaró a voz en grito:

—Sólo quería decir… sólo quería decir…

Pareció quedarse en blanco. Aún sostenía la copa en alto, pero sus ojos se fijaron en una nada situada a media distancia.

Julián empezó a aplaudir.

—¡Así se habla, tío! ¡El siguiente!

Pero IP no pensaba dejarse avasallar y volvió a berrear, esta vez más fuerte:

—Sólo quería decir… sólo quería decir…

—¡Entonces dilo de una puta vez! —gritó Julián—. So… —Pero dejó en suspenso la adjetivación.

Risas y silbidos.

—¡Sólo quería decir!… que este sitio es el sitio más acojonante, el pabellón más acojonante de la uni, y quiero daros las gracias a todos por el año tan acojonante que estamos pasando, y eso también va por ti, Vanee, eres el más acojonante de los… —De nuevo en blanco. Por lo visto, no recordaba el título que ostentaba Vanee en Saint Ray…

—¿Fuleros? —sugirió Boo-man.

Risas, aplausos y rechiflas.

IP tenía la boca abierta, dispuesto a proseguir, pero procedente de una mesa situada más allá de la de Vanee resonó un silbido increíblemente fuerte.

—¡Eh, tíos! —Era Harrison, en pie y agitando el puño. Estaba tan borracho y golpeaba el aire con tanta fuerza que parecía a punto de dislocarse el hombro.

Risas que Harrison interpretó como expresiones de aliento. Sonrió de oreja a oreja y declamó:

—Sólo quería decir una cosa, pero como que… es lo más importante, y sólo quería decir que… ¡esta hermandad tiene las tías más buenas de todo el puto campus!

Risas convulsas, aclamaciones sarcásticas y aullidos: «¡Ahí estás tú, Harrison!», «Tú sí que sabes, colega», «¡Estás hecho un donjuán!», «¡Más vale que empieces a jugar con casco, cacho perro!», insinuando que Harrison había sufrido más lesiones de la cuenta jugando al lacrosse. Los chicos empezaron a mirar a las chicas para ver cómo encajaban aquello. Crissy, sentada al lado de Vanee, se reía con tantas ganas que al cabo tuvo que sujetarse la cabeza con las palmas en las sienes.

Harrison, que se lo tomaba todo al pie de la letra y daba por sentado que se reían con él y no de él, esbozó una sonrisa bobalicona e intentó apoyarse en el hombro de su pareja (sentada) para recuperar el equilibrio, pero calculó mal y fue a dar contra el borde de la mesa. Cuando se incorporó, continuó mostrando su sonrisa bobalicona y sin propósito concreto a todo el mundo, y luego se dejó caer en la silla de golpe.

Nuevos brindis, cada uno más incoherente en su intento de superar los superlativos del anterior. La noche estaba degenerando por momentos. Charlotte bebió más vino.

La cena había terminado, y el pinchadiscos empezó a poner música de baile en la zona del atrio propiamente dicho. Los chicos se dispusieron en los márgenes de la pista contándose cosas desternillantes, pero sobre todo contándoselas a gritos. Había llegado ese momento de la noche…

Tres chicas se aventuraron hacia el centro de la pista y empezaron a bailar formando un círculo, meneando palmito para que los chicos les dieran un buen repaso. A Charlotte la escena le recordó el baile de su colegio en Sparta. Un grupo de chicas en la pista por su cuenta, a la espera de que ellos se animaran… ¡Dos de ellas eran Nicole y Gloría! La primera era la rubia perfecta, y la segunda, la morena perfecta, exótica, provocativa… la mujer misteriosa, con labios combados como un arco que prometían… Dios sabía qué. Entonces Julián se adelantó para sumarse a ellas, y luego IP salió renqueando al tiempo que gritaba: «¡Quiero pillar…!» pero se tapó la boca antes de que se le escapara lo que quería.

Por alguna razón, Charlotte no conseguía emparejar a IP con Gloria, pero sí a Julián, y era evidente que él también, porque no hacía más que lanzarle miradas mientras se contorsionaban y daban saltitos en medio de la pista, tres chicas y dos chicos en un torpe intento de bailar al estilo hip-hop. Salieron entonces muchas parejas y los chicos se reunieron con sus chicas y comenzaron a… a algo así como restregarse, incluso IP, con sus anchas caderas y su morenaza, tan perfecta ella.

Antes de que Charlotte se diera cuenta, Hoyt le había puesto la mano en mitad de la espalda y la llevaba hacia la pista diciéndole «Vamos a bailar, chata». Pronunció el «chata» con una sonrisa de labios levemente fruncidos de ésas que dan a entender: «Lo que acabo de decir no es más que un indicio de algo mucho más profundo». Charlotte tuvo la sensación de que la música colmaba el atrio del hotel con una neblina crepitante de electricidad, y Hoyt la empujó hacia la pista de baile con una mirada que sencillamente la derretía. Levantó la vista un instante: ¡el mundo! Allí arriba, en la planta del vestíbulo, tras la barandilla, estaba el mundo real, y la gente (gente vieja, de al menos cuarenta años) se había acodado en ella y los observaba como si se encontrara en un palco. Qué tristes debían de sentirse, aislados de la juventud, de la belleza, de un amor como el de Hoyt… y qué fascinados debían de estar y qué envidia debía de corroerlos… Hoyt la atrajo hacia sí hasta que su torso quedó pegado al de él. Nunca había estado tan cerca del cuerpo de un hombre, y Hoyt empezó a moverse…

Charlotte notaba el hueso del pubis contra el suyo y cayó en la cuenta de que estaban restregándose, cosa que ella había rehusado en aquella fiesta de Saint Ray, aunque entonces no lo conocía, claro. Ahí estaba Julián con Nicole, y no sólo apretaba el pubis contra el de ella, sino que empujaba y empujaba y empujaba y empujaba y… era asqueroso pero él la deseaba… ¡Qué maravilloso debía de ser que alguien tan guapo y tan guay como Julián te deseara hasta tal punto!

Hoyt tenía ambas manos en la espalda de Charlotte, que había colocado las suyas en los hombros de él, que deslizó las suyas hacia la parte baja de la espalda de ella al tiempo que atraía de veras su zona pélvica hacia la de él, porque debajo del pubis había algo que sin duda… sin duda… pero en realidad no significaba lo que significaba en realidad, sencillamente significaba que la deseaba, con locura, del mismo modo que Julián deseaba a Nicole… Así pues, ella tenía completamente esclavizado al chulazo más guay de Saint Ray, tanto que él bajó una mano un poco más para colocarla directamente encima de sus nalgas… Y luego le meneó las nalgas adelante y atrás, asiéndola con más fuerza todavía, y Charlotte notó que su entrepierna chocaba una y otra vez contra… contra…

Más que pensarlo se prestó a ello sin ponerle nombre. Miró alrededor. Todos los Saint Ray, todo el mundo estaba haciéndolo. Sudaban; vio los surcos de sudor que le resbalaban por la cara a Julián mientras se ocupaba de mantener la entrepierna de Nicole pegada a la suya. Por toda la pista, un esmoquin negro por aquí y cien por allá, entrepiernas venga a frotarse, toros holstein blanquinegros montándoselo… Todo eso la hizo sonreír, porque Charlotte se había integrado. Ella sabía que no eran toros en absoluto, sino jovencitos vulnerables. ¡Pobre IP! ¡Pobre Vanee! Se había mostrado tan seguro de sí mismo, con su pose marcial y su declamación estentórea, y mientras tanto vivía acogotado por una mujer, por Crissy. Algunos Saint Ray lanzaban embates a sus parejas con tanta fuerza que prácticamente las levantaban del suelo. Boo-man gruñía desde su capa de sebo:

—¡Ungh! ¡Ungh! ¡Ungh! ¡Ungh!

Charlotte se echó a reír.

—¿Qué tihace… gracia?

Hoyt se afanaba de tal modo en mantener el cuerpo de ella pegado al suyo con una mano y manipularle las nalgas con la otra que sus palabras brotaron como gruñidos, con lo que Charlotte rio con más ganas aún.

—¿Quaaa? ¿Quaaa? —preguntó Hoyt.

—¿No lo ves? Toros holstein con pajarita… —Sabía que eso no tenía sentido, pero era de lo más divertido—. Toros holstein blanquinegros con pajarita… —añadió con una convulsión de regocijo.

La respuesta de Hoyt fue soltarle la mano que le sostenía en la clásica posición alzada de baile de salón, y colocar la suya sobre las nalgas para abarcarlas con ambas manos. Empezó a atraer el trasero y la zona pélvica de Charlotte contra su entrepierna con fuerza, hasta que su respiración se convirtió en una serie de estertores y empezó a emitir pequeños gruñidos. Estaba entusiasmado, embriagado de ella, de Charlotte Simmons, que ladeó la cabeza y lo miró a la cara. Él tenía los ojos cerrados. Todo su ser (el ser más guay de todos los seres guais de Dupont) se consumía de deseo por ella, por Charlotte Simmons. Entonces deslizó una mano hacia la zona lumbar de Charlotte y, manteniendo su cuerpo contra el suyo, subió la otra y la metió bajo la melena a la altura de la nuca, ladeó la cabeza y se zambulló en busca del beso, el beso en plan exploración de las amígdalas, no sólo con la intención de poner sus labios sobre los de ella, sino con la de devorarlos… Le metió la lengua en la boca y prácticamente la ahogó, pero al mismo tiempo le provocó la deliciosa sensación de que la había dominado por la fuerza, y todo su ser pasó a consistir en la lengua de Hoyt dentro de su boca y la oscilación de la entrepierna… aunque empezaba a notar la presencia de la hebilla de su cinturón. ¿Por qué llevaba un cinturón metálico de semejante tamaño? Tenía la sensación de que aquel trozo de metal desgarraba su fino vestidito… estaba abrumada. Y el beso duraba una eternidad. Hoyt le liberó la nuca y empezó a acariciarle el cuerpo, primero el costado, luego la cresta ilíaca y hacia la axila y más hacia el abdomen, camino de la hondonada que descendía de la cresta ilíaca hasta la entrepierna, y luego arriba de nuevo hacia un pecho, que abarcó de costado, por encima del vestido, acercándoselo. Cuando por fin despegó los labios y su lengua de gigante, Charlotte se notó mareada, y la escena entera se disgregó en retazos y copos. Los toros holstein blanquinegros seguían dale que te pego… una imagen fugaz de IP restregándose no con Gloria sino contra ella, y la cara de ésta en calma, como la de una estatua, con los ojos desviados unos cuarenta y cinco grados con respecto a la boca jadeante de IP, un destello de Vanee afanándose con los labios a un par de centímetros de la oreja de Crissy, abandonado ya su papel de maestro de ceremonias de Saint Ray para convertirse en un muchachito acogotado, acogotado, acogotado, acogotado por Crissy… Y entretanto la mano exploradora de Hoyt abandonaba el canal y se adentraba en el delta de Venus, como lo había llamado Anais Nin… y ella ansiaba las manos de Hoyt allí, lo deseaba apretándola contra él, quería que la ahogara con aquel pedazo de salchichón que tenía por lengua, anhelaba que lo vieran ellas, las Crissy, las Hillary, todas las pijas del clan de la Y, que se empaparan de la escena en que aquel chulazo tan guay (el más guay) se enamoraba… Quería seguir moviéndose de aquel modo por siempre jamás, bailando, amando en aquel remolino delirante, en plena oscuridad, mientras la luz se reflejaba pálida en los rostros de los viejos de allá arriba, en el palco, consumidos por la envidia y los remordimientos.

Más o menos cada media hora, mermadas sus reservas salinas y sudorosos, Hoyt y Charlotte se sentaban en una mesa al borde de la pista y se tomaban otra copa. Ella había llegado a una conclusión acerca del vino: estaba estupendo. No era como el vodka en absoluto, e incluso si estabas mareada, como le ocurría a ella, con el fragor de una catarata dentro de la cabeza, no te mareaba más, la catarata no se volvía más ruidosa, sólo hacía que te sintieras plenamente viva con respecto a tu cuerpo y no te avergonzaras en absoluto de tu amor, que te enorgullecieras de él. Charlotte había superado toda la timidez de una muchachita procedente de un pueblo situado a setecientos cincuenta metros de altitud allá en las montañas.

Vanee y Crissy se sentaron a la mesa y pidieron tequilas a un coronelito que tenía el cuello de la camisa húmedo de sudor y arrugado. Incluso el rostro de Crissy, tan perfecta ella, estaba arrebolado, y ya no parecía tan desdeñosa. Lo primero que dijo Vanee no fue dirigido a Hoyt sino a Charlotte, a la que llamó por su nombre.

—Oye, Charlotte, ¿alguna vez habías salido con un ángel del infierno con una mierda como la copa de un pino? —preguntó, señalando a Hoyt.

No se sentía apocada ni le faltaban palabras.

—¡No es un ángel del infierno, sino un holstein con pajarita!

Vanee y Crissy permanecieron inexpresivos en un primer momento, pero luego se volvieron el uno hacia la otra, enarcaron las cejas y pusieron cara de «ah, ahora le veo la gracia».

—Al loro, Hoyto —dijo Vanee—, que eso, aunque vete tú a saber qué coño es, es la puta verdad.

Los tres (Vanee, Crissy y Hoyt) se echaron a reír, aunque sin mirarla. Charlotte no pudo por menos que sonreír. De hecho esbozó una sonrisa radiante. ¡Lo habían pillado! Tenía un ingenio que cogía a la gente desprevenida y ¡toma! Mientras tanto, Hoyt no la soltaba ni a sol ni a sombra. De vez en cuando, mientras hablaba con Vanee, tendía la mano para pasársela por los hombros y atraerla hacia sí (¡volcándole casi la silla!), o se inclinaba hacia ella y, sin que viniera a cuento, comentaba a Vanee y Crissy: «¿A que es una chica preciosa?».

Siempre repetía lo mismo, y ella empezó a apartar la cara y a mirarlo con enojo fingido, como diciendo: «Ay, ¡qué picaro eres!».

Luego volvían a la pista de baile y Hoyt pegaba su cuerpo al de ella y sobeteaba esto y aquello, y eso y éstas, y las otras y lo de más allá… y la dominaba con más inserciones de lengua.

El atrio entero giraba lentamente en el sentido de las agujas del reloj. Hasta que se detuvo y empezó a girar lentamente en el sentido contrario. Los destellos y retazos se hicieron más rápidos. El pinchadiscos dio paso a un tema lento, Dear Mama, de Tupac Shakur. Charlotte continuaba pegada a Hoyt, que seguía explorando ésas y aquéllas y esto y aquello, cuando le pareció oír a alguien vomitar convulsamente (una chica, o eso se imaginó) cerca de los setos de la entrada. La fetidez a vomitona llegó en una vaharada, pero no tardó en disiparse, probablemente gracias a que no había techo, sólo aquella inmensa claraboya treinta plantas más arriba. Luego llegó el olor picante y familiar de algún desinfectante con amoniaco… Charlotte estaba sumida en un delirio, pero un delirio perfecto, y la perfección le recordó que era superior a cualquier otra chica de la pista (siendo, como era, Charlotte Simmons), y lo que pensaba y lo que sentía físicamente nunca habían casado con mayor perfección, y todo ello al tiempo que el cuerpo de Hoyt pasaba a formar parte de su sistema nervioso central.

Tupac Shakur seguía adorando a su mamá en tono lastimero cuando Hoyt le susurró al oído:

—¿Quieres que subamos?

—Pero si aún no estoy cansada… ¿Qué hora es?

—Ahhh… Las doce y media. Yo tampoco estoy cansado. Vamos a subir un segundo, antes de que vayan Julián y Nicole.

Charlotte ya sabía adonde quería llegar con eso, pero ella también quería enrollarse con él, aunque sin llegar hasta el final, claro. Quería complacerlo, pasarle los dedos entre el cabello, hacerlo sonreír del modo en que él le había sonreído toda la noche, pero más intensa y extáticamente, hacerle sentir sed de ella, excitarlo como un animal. Eso era lo que le producía a Charlotte semejante emoción en las entrañas. Hoyt era un hermoso animal en la cima de su obscena salud animal. Y ella siempre podría controlarlo. «Hasta el final…». ¡Exactamente así quería que la deseara! Ansiaba comprobar que aquel hermoso animal llamado Hoyt (el animal más guay, elegante y atractivo, el animal más distinguido de la élite de Dupont) había reducido su mundo a una sola idea obsesiva: ¡desear a Charlotte Simmons! ¡Eso era lo que ella quería! Él era el animal y ella la presa. Estaba enamorado de ella, de eso no le cabía duda, y la deseaba con ardor, eso lo sabía. Ver su amor y su lujuria y, ya puestos, su mente candentes y forjados hasta alcanzar una aleación superconcentrada cuya forma final decidiría ella… ¡Eso era lo que quería Charlotte!

Lo siguió camino del ascensor.