Lo sublime
FRAGOR:::::::: FRAGOR:::::::: FRAGOR:::::::: FRAGOR:::::::: FRAGOR:::::::: FRAGOR:::::::: FRAGOR:::::::: FRAGOR::::::::: FRAGOR:::::::: FRAGOR:::::::: FRAGOR:::::::: FRAGOR::::::::: FRAGOR:::::::: FRAGOR:::::::: FRAGOR:::::::: FRAGOR::::::::: que anegaba el Buster Bowl, lo anegaba en el parquet de la cancha barnizado e iluminado por focos LumeNex, lo anegaba en las alturas de los acantilados de asientos, lo anegaba hasta la cúpula misma, lo anegaba, sí, pero Jojo oía hasta la última palabra que escupía el gigante negro, Jamal Perkins, mientras lo acosaba con sus ciento quince kilos desde atrás a golpes de vientre.
—Eh, blanco simbólico… Más te vale que no te la pasen, blanquito, ¡porque vas a cagarla y dejarás como el culo la representación de tu peña! Tienes dedos de porcelana y tiemblas como un flan, blanquito…
Así pues, Jojo reculó con más fuerza todavía contra el torso de Perkins, sin perder de vista la pelota naranja, en aquel instante el centro del mundo, mientras Dashorn, el base, fintaba bastante por fuera de la línea de tres puntos, en busca de un hueco en la defensa de Cincinnati, y el público, los catorce mil asistentes (todas las localidades vendidas), bramaba, pero Jojo ya no lo reconocía como un sonido humano. Los rugidos resonaban en el acantilado hasta que, de algún modo, se fusionaban y convertían en puro ::::::::::FRAGOR:::::::::: a oídos de Jojo, y el ::::::::::FRAGOR:::::::::: lo envolvía, junto con los otros nueve jugadores, y dejaba fuera al resto del universo: Jorge III, profesores resentidos, tutores listos pero timoratos, bellas durmientes que no se dignaban prestarle la menor atención, hermanos que habían metido la directa hacia el éxito en la abogacía o la banca de inversiones con el beneplácito de los padres ::::::::::FRAGOR:::::::::: Sólo cuando se veía envuelto en el ::::::::::FRAGOR:::::::::: se sentía Jojo vivo y en su salsa y colmado del ::::::::::FRAGOR:::::::::: de la batalla, donde los límites eran sin duda los límites y las reglas eran sin duda las reglas y el resultado de la contienda se mostraba en un marcador electrónico y era sin duda el resultado y los bocazas listillos y las estrategias insidiosas de los tirillas no tenían la menor importancia. Lo que más temía Jojo era el sonido de la sirena (¡la sirena!), cuyo rebuzno indicaba un tiempo muerto, un cambio, el final de un tiempo… Entonces el juego se detenía, el fragor volvía a ser un cúmulo de voces humanas y, como por arte de magia, Jojo, el gran deportista, regresaba a un mundo donde gente bajita con intenciones arteras tenía de nuevo poder para humillarlo.
En aquel momento, la pelota botaba al otro lado de la línea de tres puntos. Dashorn se la pasó a André, quien se dobló por la cintura, la aguantó con ambas manos a la altura de las rodillas, la movió hacia ambos lados buscando engañar a su oponente y esquivarlo, cejó y volvió a pasársela a Dashorn, mientras Jamal Perkins intentaba comerle la moral a Jojo.
—¿A qué viene tanto menear el culo, blanco simbólico? ¿Va a salir la mala puta que llevas dentro? ¿Ehhh? ¿Va a salir la mala puta, blanquito simbólico? Cuatro jugadores en casa y cinco en campo contrario… Joder, no vas a durar ni cinco minutos en este puto partido. ¡En este partido, aquí, ahora mismo! ¡El amigo Buster va a sentar tu culo blanco en el banquillo y va a sacar a Congers! ¡Claro que sí, pies planos, va a sentar tu culo blanco y va a poner a Congers!
Jojo se quedó pasmado. ¿Cómo sabía Jamal Perkins, un jugador de Cincinnati, lo de su problema con Vernon Congers? Y si lo sabía él, también lo sabría el resto de la escuadra de Cincinnati, y si lo sabían ellos, lo sabrían todos y cada uno de los equipos de la temporada…
Ya lo había conseguido. Jamal Perkins se le había metido en la cabeza. Estaba comiéndole la moral, y todas las chorradas que le soltaba empezaron a hacer mella. No es que Perkins fuera un monstruo negro recién salido de las profundidades; Jojo ya se había enfrentado a él el año anterior (y antes había jugado contra él en las ligas universitarias y en los campamentos de las empresas de calzado), pero ahora el cabronazo se le había metido en el tarro y no conseguía sacárselo de allí… lo que significaba que ya no podía permitir que el hijoputa siguiera diciéndole cosas como lo de que si iba a salir la mala puta, ¿verdad?, porque eso era exactamente lo mismo que llamarlo maricón, ¿verdad?, ¡maricón!, y (¡qué cabrón!) uno no tenía por qué aguantar semejante mierda, ¿verdad?
Jojo replicó por encima del hombro con desesperación:
—Sí, y mecagüen tu madre, también, Jamaaal. ¿Por qué hostias te puso «Jamaaal»? ¿Es que tu padre es un árabe de mierda? ¿O no tienes ni puta idea, Jamaaal? ¿Dónde está tu papi, dando por culo a algún camello, Jamaaal?
Jamal Perkins se quedó en silencio, como si hubiera perdido la respiración de un golpe ::::::::::FRAGOR::::::::::FRAGOR:::::::::: y luego soltó un susurro cortante:
—Tú dale a la lengua, cabronazo, descolorido de mierda. ¿Estás pensando en darle por culo a alguien? ¡Ya vas a ver a quién le dan por culo! —Y clavó el canto de la mano izquierda en el riñón izquierdo de Jojo.
¡Una vibración de placer! El gigante negro se había abierto paso hasta el interior de su cabeza, pero Jojo se lo había devuelto, se le había metido bien adentro, y el muy gilipollas ya no iba a… Pero ¿cómo sabía lo de Congers?
En ese momento, Dashorn, que botaba con la mano derecha más allá de la línea de tres puntos, miró a Jojo y levantó la izquierda. Luego miró a André Walker, también al otro lado de la línea, y cogió el balón con las manos. Lo habían ensayado tantas veces que Jojo ni siquiera tuvo que pensar en la jugada de forma secuencial; reculó con fuerza contra el torso de Jamal Perkins para que tuviera todo el peso cargado sobre los talones en el momento en que llegara la pelota.
Dashorn amagó un pase a André y, sin mirar, lanzó la pelota hacia dentro en dirección a Jojo. El núcleo anaranjado del mundo… Jojo lo tenía en las manos en medio del ::::::::::FRAGOR:::::::::: de catorce mil almas que lo jaleaban. Su función consistía en pivotar sobre sí, elevarse como si fuera a lanzar un tiro en suspensión y en cambio pasar el balón a André, que iría corriendo por el lateral camino de la canasta, o a Treyshawn, quien debía superar a su hombre y lanzarse hacia el aro en paralelo a la línea de fondo.
Jojo saltó con la pelota aferrada con ambas manos, Jamal Perkins a su altura, encima de él, pero André no estaba en la banda. ¿No había funcionado la jugada? Pero aún había una oportunidad: Treyshawn se abría camino hacia la canasta por la fuerza, pese a que su marcador no lo dejaba a sol ni a sombra. Jojo se dispuso a pasársela a Treyshawn. ¡Ahora…! ¡Pumba!, Perkins golpeó el antebrazo de Jojo, el balón salió despedido en un ángulo absurdo, Jojo perdió el equilibrio y cayó de espaldas mirando los focos LumeNex en la :::::::::: FRAGOR:::::::::: melé por recuperar la pelota ::::::::::FRAGOR:::::::::: Perkins se abrió paso hasta dentro la atrapó por los pelos ::::::::::FRA-GOR:::::::::: ¡derrotado! ::::::::::FRAGOR:::::::::: Jojo se volvió ::::::::::FRA-GOR:::::::::: la camiseta rasgada el arbitro inclinado sobre él soplando el silbato haciendo la tijera con los brazos para detener la jugada ::::::::::FRAGOR:::::::::: señaló personal a Perkins. Jojo tenía dos tiros libres.
Y el FRAGOR:::::::::: fue mermando… Jojo había ganado. Le había comido la moral al cabronazo y lo había provocado para que cometiera una personal descarada. Le habría gustado tener algún modo de anunciárselo al público, repetir aquel diálogo barriobajero, explicarles cómo había borrado de la mente del cabronazo el espejismo de que lo tenía dominado. Le había dicho cosas inenarrables, ¡había sido más negrata que el mismo negrata! ¡Eh! ¡Y pensar que habría gente que creería que no eran más que dos tíos de dos metros que se disputaban una pelota!
Cuando se acercaba a la línea de tiros libres, una voz de chica aulló:
—¡Va, va, Jojo!
Una oleada de gritos de ánimo desde todas las gradas. Jojo intentó localizar a la chica. El grito había venido de por allí, cerca de la pista, pero no hubo suerte, aunque ya era capaz de distinguir rostros individuales…
Nunca había estado más tranquilo en la línea de tiros libres. Ya había ganado, aunque la gente no lo supiera. Los demás estaban alineándose en los laterales. Treyshawn le ofrecía una amplia sonrisa bobalicona desde cerca de la canasta. Con voz de falsete: «¡Va, va, Jojo!». Falsete… Treyshawn sabía cómo había ganado… Jojo notaba que Treyshawn, el gran Treyshawn, le daba su aprobación. Lo notaba, aunque no se habría atrevido a explicárselo en voz alta a nadie.
Encestó el primer tiro limpiamente sin más ni más, sin pensar en ello siquiera. El jaleo del público se incrementó. André se le acercó por un lateral, Jojo le salió al encuentro y entrechocaron los puños en un gesto de felicitación…
—¡Veinticuatro! ¡Veinticuatro!
Una voz de chica, otra vez cerca de la banda. Un par de décimas de segundo antes de que Jojo cayera en la cuenta de que era su número, miró hacia la primera fila de asientos junto a la banda… Era imposible no verla: de pie, sonriente, arrebolada, kilómetros de cabello rubio… Una cosa blanca (¿un cartón?) empezó a ascender delante de ella hasta cubrirle la cara… Un póster con una inconfundible caligrafía de aficionado grande, gruesa y burda: «¡24! ¡QUIERO COMERTE EL RABO!». Grandes aullidos desde el otro lado del estadio, proferidos por quienes alcanzaban a verlo. El póster empezó a descender, y cuando llegó a la altura del suelo (¡puf!) la chica había desaparecido. Más aullidos, risas y gritos burlones pero igualmente lascivos. Se alzó un rumor escabroso y todo el mundo empezó a volver la cabeza de aquí para allá. «¡24! ¡QUIERO COMERTE EL RABO!».
Ese guerrero, el número 24, regresó a la línea de tiros libres y el arbitro le pasó el núcleo anaranjado del mundo en miniatura. Jojo nunca se había sentido tan cómodo en la línea de tiros libres. El rumor apenas había menguado. El Buster Bowl gemía espoleado por el salaz ofrecimiento de la chica. Jojo botó el balón cuatro veces, lo sostuvo casi acuclillado y luego se incorporó hasta alcanzar su altura casi completa antes de lanzarlo. El Buster Bowl se sumió en un silencio de muerte mientras la pelota alcanzaba el apogeo de su arco camino de la canasta… Fiuuu… Hizo restallar las cuerdas que conformaban la red, tan limpia fue la trayectoria y tan abrupto el descenso.
Un bramido que de inmediato se convirtió en un ::::::::::FRAGOR:::::::::: de asombrosa intensidad. Jojo lo notó en el mismísimo pellejo mientras recorría el campo de Cincinnati para volver al suyo a defender. Tuvo que resistirse al deseo de sonreír al público. Al pasar por delante del banquillo de Dupont, vio al entrenador de pie. Buster Roth con el traje de gabardina pardo, con la camisa y la corbata que se ponía para los partidos. Las camisas siempre eran blancas, hechas a medida, con unos cuellos exagerados como para quedarse con la gente, y siempre llevaba una corbata de Dupont, del malva de la universidad, con un estampado de pelotas de baloncesto doradas adornadas con versiones reducidas de la D emblemática en malva. El entrenador tenía esa expresión suya de triunfo, seria y con las mandíbulas tensas, y se inclinaba hacia Jojo para gritarle algo. Fuera lo que fuese, a Jojo le habría encantado oírlo. Seguro que no era: «¡Jojo, coño!». El entrenador nunca hablaba en putañés cuando pronunciaba palabras de aprobación o triunfo.
Por encima del hombro vio a Perkins, a quien tenía que marcar, acercándosele por detrás… No era buena idea, se la iba a buscar, pero no pudo resistirse a la tentación. Al volverse para adoptar la postura de defensa y encararse a su hombre, Jojo le lanzó una mirada burlona e hizo un movimiento fugaz con la mano, dándole a entender que no tenía la menor oportunidad. Perkins se lo quedó mirando con los labios entreabiertos, sin expresión… Ah, Jojo se le había metido en la cabeza a aquel gilipollas, desde luego bien adentro. Jamaaal, con su «culo blanco» y su «simbólico» y su «mala puta»… Jojo había invadido su cabeza de gilipollas y había hecho que la perdiese cometiendo una falta personal tan flagrante que ningún arbitro habría hecho la vista gorda.
Perkins jugaba por dentro, igual que Jojo, y éste adoptó su posición entre el rival y la canasta mientras el base de Cincinnati, que era negro y se llamaba Winston Abdulla a pesar de ser de Estados Unidos, un chaval que mediría como mucho uno ochenta y cinco pero poseía unas manos prodigiosamente grandes (todos los que se enfrentaban a él hablaban de sus manos), fintaba de aquí para allá buscando la manera de iniciar una jugada. Jojo arremetió de inmediato contra la espalda de Perkins para restablecer su dominio, meterse aún más dentro de su cabeza rasurada de cabronazo. Los deltoides y los dorsales del rival eran enormes, la parte superior de su espalda parecía kilométrica a la altura de los hombros y descendía abruptamente hacia una cinturilla estrecha.
Jojo puso manos a la obra de inmediato.
—Eh, Jamaaal… ¿Qué ha pasado, Jamaaal? Estás más perdido que la hostia, ¿verdad, chaval? ¿A que sí, tío? ¿El blanquito simbólico te tiene acojonao, colega? —Y cosas por el estilo.
Perkins no dijo nada de nada. Jojo se había abierto paso a fuerza de palanca hasta el interior de la cabeza del gigante y le había provocado una hemorragia de chorradas en el puto cerebro. De repente Perkins se recostó contra él con mucha fuerza y Jojo empezó a devolverle los empujones con ambas manos. Los arbitros permitían actitudes semejantes cuando los hombretones se enfrentaban en la zona interior como dos luchadores de sumo. Winston se la pasó al gran escolta lanzador de Cincinnati, un negro espigado que se llamaba McAughton. Tanto Dashorn como Curtis se desplazaron hacia él. El primero lo cubrió y el segundo acometió por un lado y casi le quitó el balón de un manotazo. Acorralado por completo, McAughton hizo un pase con rebote a la desesperada en dirección a Perkins, que se había internado. Jojo no lo dejaba ni a sol ni a sombra. Perkins sostuvo el balón por encima de la cabeza, fuera del alcance de Jojo, y dio la impresión de que miraba alrededor para hacer una asistencia al otro escolta, que iba un paso por delante de Curtis camino del aro. Bajó la pelota y se dobló por la cintura, como si quisiera guardársela en el regazo, cogió impulso con un pie, amagó hacia un lado, dio dos pasos, giró sobre sí mismo y saltó más alto de lo que nunca había visto Jojo saltar a nadie en una cancha de baloncesto. Él brincó para bloquearlo. El instante siguiente se le quedó grabado en la mente como una fotografía: el núcleo anaranjado del mundo y el brazo negro de Perkins en el centro de una corona de focos LumeNex en su apogeo, todo un palmo por encima de los desamparados dedos del propio Jojo. Perkins la machacó y se apuntó una canasta sin apenas despeinarse. Había superado limpiamente ::::::::::FRAGOR::::::::::FRAGOR:::::::::: al segundo jugador más alto de Dupont en la pista como si fuera lo más sencillo del mundo.
¿Cómo podía haber ocurrido? Jojo echó a correr para recuperar su posición ofensiva, acusando la derrota con un dolor tan real que era palpable ::::::::::FRAGOR::::::::::FRAGOR::::::::::FRAGOR:::::::::: no quiso mirar, ni siquiera de soslayo, al entrenador al pasar por delante del banquillo, pero su visión periférica lo traicionó: Buster Roth se había colocado las manos como si fueran un megáfono. Tenía el torso inclinado hacia delante, era una figura contorsionada que emergía de la niebla atómica del ::::::::::FRAGOR::::::::::
Cuando Jojo se acercó a la canasta para plantarse en su posición, Perkins ya lo estaba esperando, mirándolo de hito en hito, pero sin decir palabra. En vez de eso, tenía la lengua metida en el grueso dobladillo de carne entre la encía y el labio inferior, lo que daba lugar a un abultamiento por encima de la barbilla y una sonrisa completamente mecánica en la que sus ojos no participaban. Qué mirada tan siniestra. Asintió de arriba abajo una sola vez, levísimamente, como para dar a entender: «Sí, blanquito, así van a ser las cosas de ahora en adelante. Ya puedes ir acostumbrándote».
Jojo sintió miedo. ¿Se daría cuenta el otro? Jamal Perkins no era sólo grande, sino también rápido y, además, toda una maravilla pliométrica ::::::::::FRAGOR ::::::::::FRAGOR::::::::::
Perkins no decía nada. Jojo lo interpretó como una mala señal. No era normal. Reculó hacia él y Perkins lo rechazó a empujones, siempre hincándole las manos en los riñones. No es que le doliera especialmente, pero había algo siniestro en todo el asunto, algo calculado… Mientras, en el semicírculo de la línea de tres puntos Dashorn, Curtís y André se pasaban el balón adelante y atrás, intentaban realizar asistencias que no daban resultado y empezaban a acusar la frustración generada por la defensa de Cincinnati. El tiempo de posesión se agotaba. André amagó un tiro de tres puntos en suspensión que era en realidad un certero pase alto a Treyshawn. El gran serbio de Cincinnati, Javelosgvik, se le echó encima. Era tan agresivo y tenía los brazos tan largos que Treyshawn tuvo que intentar un lanzamiento arqueado a más de tres metros del aro. La pelota golpeó contra la sujeción voladiza que unía la canasta al tablero y rebotó. Jojo y Perkins saltaron al rebote ::::::::::FRAGOR:::::::::: FRAGOR::::::::: La pelota salió despedida, perezosamente, casi en vertical, y ambos jugadores volvieron al suelo y tuvieron que saltar de nuevo. Perkins empujó a Jojo de costado con el antebrazo y lo superó ampliamente en el segundo salto, pero el balón volvió a rebotar en el aro y Perkins ya descendía, camino del suelo otra vez, cuando Jojo recuperó el equilibrio y saltó, se apoderó del balón justo por encima del nivel de la canasta, cayó con él y, acorralado por los de Cincinnati, se lo pasó a André, quien de inmediato volvió a cedérselo a él en el interior.
Tenía a Perkins subido a la chepa. El negro gruñó una sola frase:
—Suéltala ya, mala puta.
Jojo lo vio todo rojo… Delante de sus ojos se levantó una neblina roja. Le vino a la cabeza cómo había reaccionado en el caso de Congers. Se llevó el balón al pecho y volvió la mirada para fijar el plexo solar de Perkins… Sí… Pivotó hacia la izquierda y levantó la pelota como si fuera a hacer un lanzamiento en suspensión… Apartó la mano derecha del balón, se volvió hacia la derecha y le metió el codo a Perkins en la boca del estómago, justo por debajo del esternón, con todas sus fuerzas…
¡Uuuufff!
¡Acertó de pleno! Superó al rival con un bote, dio tres pasos y saltó para machacar… ¡Increíble!: ya había allí un brazo negro para bloquear la trayectoria de la pelota, que se le escurrió. Cayó desequilibrado y trastabilló, con lo que se alejó del balón… Ahora lo tenía el serbio, que movió agresivamente los codos de aquí para allá y se lo pasó con fuerza al base Abdulla…
¡Lo que acababa de ocurrir no podía haber ocurrido! Había metido a Perkins un golpe de cuidado en todo el plexo solar, y el muy cabrón lo había encajado y como por arte de magia había aparecido para bloquear una canasta cantada que ya casi había subido al marcador…
Abdulla se precipitaba hacia el aro de Dupont a toda velocidad e hizo un pase a su escolta lanzador en la otra banda. Sólo un salto increíble realizado por André Walker, que desvió el balón de forma que volviera a las manos de Abdulla, evitó otra canasta. Jojo recuperó el aliento y se convenció de algo: al menos no podían echarle la culpa a él.
El siguiente… ¿qué, minuto, minutos…?, transcurrió en un delirio. Se las arregló para llegar al fondo de la cancha a tiempo para interceptar a Perkins, pero éste amagó hacia un lado y otro, lo dejó clavado al suelo y se lanzó hacia la canasta por la línea de fondo. Con una embestida y un salto, Jojo se las arregló para colocar la mano casi un palmo por encima de la canasta en el momento en que Perkins se elevaba, pero el muy cabrón pasó por debajo del aro y la dejó en bandeja vuelto casi de espaldas al tiempo que caía.
Jojo era incapaz de mantenerse al tanto de las secuencias, pero el mismo espectáculo se repetía una y otra vez. Perkins lo tenía tan aturullado en ataque que Dashorn, Curtis y André cejaban en sus intentos de hacerle pases interiores y buscaban a Treyshawn. Marcar a Perkins no se parecía en nada al concepto de marcar. Era una humillación tras otra. Explosiones de velocidad y potencia, y Perkins lo rebasaba, le pasaba por encima, por debajo… Tres canastas más encestadas tan de súbito que Jojo… Jojo… Jojo…
Y entonces sonó la temida sirena. Ya no estaba dentro de la burbuja de FRAGOR, sino otra vez en el mundo, donde todo era política, juicio y abrasión. ¡Había sonado la temida sirena! El ruido no menguó gran cosa, pero el público ya no estaba disgregado en una niebla atómica. Jojo veía rostros individuales, a pesar de que se esforzaba por no mirarlos con demasiada atención. Cobró conciencia del Palco de los Canosos, hacia el centro de la grada, del Bosquecillo de Pinas formado por las cabezas de las rubias platino.
—¡Eh, Jojo! —Una voz joven procedente de los asientos algo más arriba de los viejos forrados—. ¿Por dónde se te ha ido? ¡Tú sí que vales, Jojo! ¡Por lo menos diez centavos! —Seguido por una serie de risotadas.
A pesar de los dictados de la sensatez, Jojo levantó la mirada. Allí, en un pasillo, había un grupito de cuatro tíos (estudiantes, a juzgar por su aspecto) que lo miraban con muecas burlonas y sonrisillas torcidas y un tanto recelosas, a la espera de su respuesta.
Jojo apartó la mirada y se dirigió hacia el banquillo. Sólo entonces echó un vistazo al marcador. Sabía que iban por detrás, pero no sabía que fuera tan grave: 12-2. Jamal Perkins había anotado ocho puntos de los doce de Cincinnati, todos en duelos hombre a hombre con el blanquito Jojo Johanssen…
Se imaginaba la que le esperaba en el banquillo. El entrenador había adoptado el putañés a plena potencia. No iba a dejar que los titulares se sentaran ni un instante… Mecagüen la puta esto y mecagüen la puta aquello. Estaba poniendo a parir a Dashorn, Treyshawn, Curtis y André, incluso a Treyshawn…
Y entonces, sin más, la banda, que durante el partido se instalaba en las ocho primeras filas en una esquina de la pista, prorrumpió en un estruendo de viento y percusión… el tema de la película Rocky interpretado con unos arreglos demenciales, una convulsión de optimismo con aires de jazz. Una hilera tras otra de animadoras con ceñidísimas camisetas malva sin mangas y con cuello de pico y minifalditas amarillas plisadas ocuparon ambos lados de la cancha, meneando el culito, lo que no hacía sino dar a la música un aire más empalagoso. Estaban en la pista antes de que Jojo hubiera tenido tiempo de regresar al banquillo. ¿De dónde habían salido? Era como si hubieran descendido volando del extremo más elevado de la cúpula del Buster Bowl. Correteando por el lado de Jojo aparecieron las bailarinas, los Ángeles de los Charlies (también conocidas como las Chazzies), con mallas de licra doradas y un escote en la espalda que se precipitaba casi hasta el inicio de la hendidura del trasero. Las franjas de piel entre los sujetadores deportivos de licra dorados y las escotadísimas mallas constituían el paisaje abdominal de unas Venus del siglo XXI, colmadas de músculos bien definidos y ombligos que lanzaban guiños. En numerosas ocasiones a Jojo le había resultado excitante —la yuxtaposición de los abdominales tensos, marcados y fragmentados en hileras, y los suaves y misteriosos cimbreos—, pero en esos momentos la lascivia le era completamente ajena. Y sin más, las bailarinas acometieron una coreografía moderna que tornó la banda sonora de Rocky, un himno de firmeza marcial, en una danza del vientre o, más bien, una danza de los abdominales. En todas las esquinas de la cancha había acróbatas, volatineros y gimnastas. Los muchachos (con brazos de acero y mallas a franjas malva y amarillas ceñidas a unos muslos inmensamente musculosos) se afanaban por parejas en lanzar al aire a aquellas monadas de gimnastas, y por encima de sus cabezas las yogurcitos daban volteretas, saltos mortales y vueltas de campana inversas al tiempo que se abrían de piernas a más no poder antes de aterrizar de nuevo en brazos de ellos. ¡La banda, las animadoras, las bailarinas, los acróbatas… un circo instantáneo cubría la pista entera! ¡Y sólo era un tiempo muerto! La banda estalló en una melodía de frivola alegría, no conmovedora sino frivola, de un júbilo inexplicable, de un éxtasis errático. ¿Acaso no habían reparado los jugadores, los gigantes del campus, en aquella bandeja en forma de cancha llena a rebosar de monadas tan livianas como alocadas? Por supuesto, claro que sí. Sin duda. Algunos se las habían beneficiado en serie. Era ya casi la recompensa lógica del gran guerrero. Jojo había tenido sus rolletes, como todos. Darse un revolcón con una de esas monadas que se curvaban y se meneaban y se contoneaban y se afanaban tanto, venga mover el culo de una grada a la otra, tenía más o menos la misma importancia que tomarse una buena cerveza fría.
El barullo era tal que cuando Jojo llegó al banquillo ya no alcanzó a oír al entrenador despotricando en putañés, aunque tampoco hacía la menor falta oírlo: verlo era más que suficiente… ¡Cómo fruncía los labios para escupir un «puta» con todas sus fuerzas! Todo era alboroto, y la banda tocaba Love for Sale con un ritmo sincopado hasta lo hortera que pedía a gritos un tambor mayor y media docena de majorettes.
Con el rabillo del ojo, Jojo vio a Dashorn y Treyshawn doblados por la cintura para oír al míster mejor y, era de suponer, con más intimidad; Curtis y André se sumaban a ellos en esos instantes. Estaba claro que el entrenador los reunía a los cinco, como siempre, para darles instrucciones antes de regresar a la pista. Hizo acopio de valor. Era consciente de que le iba a caer una buena regañina. Respiró hondo, se unió al corro y… ¡Congers! Le dio un escalofrío visceral antes de que su mente fuera capaz de recurrir a la lógica.
Debido a la inmensa corpulencia de Treyshawn, Jojo no se había dado cuenta de que, emparedado entre Treyshawn y el entrenador, estaba Vernon Congers. Se había inclinado, con las manos en las rodillas, igual que los demás, para recibir instrucciones antes de que se reanudara el partido. Jojo se dispuso a hacer lo propio, pero entonces afloró la lógica y permaneció erguido, hombros encorvados y labios entreabiertos.
El entrenador lo miró con una expresión que parecía decir: «Ah, hola, qué sorpresa verte por aquí». Para colmo de males, su voz sonó afable:
—Jojo, quiero que descanses.
E hizo un gesto en dirección imprecisa con la cabeza… en dirección imprecisa, aunque no tan imprecisa como para que Dashorn, Treyshawn, André, Curtis y sobre todo Vernon Congers no alcanzaran a ver que señalaba el banquillo.
Todos salvo el entrenador apartaron la mirada de él, y Jojo hizo lo propio. Desesperado por fijarla en algo, lo que fuera, sus ojos dieron con el marcador. Habían volado cuatro minutos y cuarenta segundos del primer tiempo. Era tal como había predicho Jamal Perkins. Su titularidad había durado menos de cinco minutos en el primer partido de la temporada… la temporada que lo confirmaría o pondría fin a su carrera deportiva, esto es, la única carrera abierta, el único papel imaginable para Jojo Johanssen en este mundo.
Cobró plena conciencia de la banda. En ese momento las trompetas, los trombones, los clarinetes, las trompas y los potentes tambores interpretaban He Ain’t Heavy, He’s my Brother con el incansable ritmillo efervescente de On the Sunny Side ofthe Street.
Dos alumnos a quienes les traía sin cuidado lo que sucedía en el Buster Bowl, caminaban por la ocre quietud de la media luz del paseo Ladding de un lunes al anochecer. Las farolas ornamentales (lánguidas, demasiado lánguidas) envolvían los viejos edificios y los árboles de ambos lados en una grotesca sombra. Uno alcanzaba a sentir la presencia de semejantes moles arquitectónicas y arbóreas, exánimes, de una quietud espectral, en la penumbra.
—Sí que da un poco de yuyu —comentó Adam, buscando parecer despreocupado—. Ahora que lo pienso, no me acuerdo de haber estado nunca en el paseo Ladding a estas horas. Claro que tampoco me suena que haya pasado nada por aquí por la noche… Ni por el día, vamos. ¿Por qué crees que habrías de tener miedo?
—No, si no decía… miedo exactamente —repuso Charlotte—. Lo que pasa es que no me apetecía venir hasta aquí de noche a solas… Y luego llegar hasta el final del paseo allá adelante? —A lo lejos, los dos márgenes del camino convergían en la oscuridad más absoluta, con apenas unas esferas relucientes a modo de indicación—. Lo que quiero decir es que me da repelús —siguió explicándose—. Vine por aquí una noche con Mimi y Bettina. No recuerdo por qué, pero qué repelús que me dio… ¡Vale, de acuerdo, me asusto por nada! Lo reconozco. Es una tontería… pero te agradezco de verdad que me hayas acompañado.
Le ofreció tal sonrisa que a él le dieron ganas de abrazarla, levantarla en volandas… Se limitó a seguir caminando, agradecido de que la luz fuera demasiado tenue para que ella lo viera sonrojarse. Se sintió noble; y más que noble, valiente, o al menos hasta cierto punto; y más que noble y valiente, admirado por la chica que era la respuesta a sus súplicas y, más que eso, a su virginidad. Cayó en la cuenta de que nunca la había visto con vaqueros. Los señaló con un gesto.
—¿Son nuevos?
—Más o menos —respondió Charlotte—. No exactamente.
—Bueno, a ver ¿por qué era que ibas al pabellón Saint Ray? ¿Para darle las gracias a un tío que te hizo un favor?
Conforme caminaba, Charlotte le contó una historia más bien larga e intrincada sobre un chico que la había salvado de un jugador de lacrosse terriblemente borracho y amenazador. En ningún momento llegó a quedar claro por qué una chica como ella se había acercado siquiera a uno de esos picnics deportivos de los aparcamientos, que eran una especie de estúpidas francachelas con las que empezaban el sábado unos cretinos que dedicaban el resto del día a beber hasta perder la vertical y el domingo y el lunes a contar bata-Hitas para que se viera lo bien que se lo habían pasado. No alcanzaba a imaginar a una estudiante de primer año, y mucho menos a una encantadora florecilla como Charlotte, que ni siquiera probaba la cerveza, asomándose a una de esas fiestas.
—Total, que el pavo te salvó de las garras de un jugador de lacrosse borracho, ¿y ni siquiera sabe cómo te llamas?
—Entonces no —contestó ella—. Supongo que ahora sí.
Pasó a contarle una historia más bien aburrida acerca de cómo Mimi, Bettina y ella habían salido huyendo del picnic, por lo que tenía remordimientos por no haber dado las gracias a su salvador. Adam desconectó en ese momento, pero ella siguió divagando. En resumen, por lo visto la pobre consideraría una negligencia por su parte no agradecérselo.
—Si él no sabía cómo te llamabas, ¿cómo te enteraste tú de quién era? ¿Cómo lograste ponerte en contacto con él?
—Pues es que alguien lo llamó «Hoyt» y lo oí. Es un nombre bastante poco común, supongo, y cuando se lo dije a mi compañera de habitación, me contó que su hermana, que va a cuarto, conocía a uno de su clase que se llamaba Hoyt. ¿Hoyt Thorpe?
Adam se detuvo en mitad del paseo Ladding y miró a Charlotte de hito en hito con los brazos en jarras y la boca abierta.
—Qué fuerte.
—¿Lo conoces?
—Nos hemos visto por ahí. ¡Qué… fuerte! ¿Y ahora se ha liado a tortas con Mac Bolka? Aydiosmío, hay gente que está como una cabra… ¡Es que no me lo puedo creer!
—¿El qué?
—¡He estado trabajando en un artículo sobre Hoyt Thorpe! ¿No has oído hablar de él y de la Noche de la Gran Mamada?
—Bueno, Beverly me ha contado algo…
—Quiero hacer todo un reportaje en profundidad sobre el asunto, de cabo a rabo. A ver, es que el implicado es un tío que podría llegar a ser presidente del país.
A pesar de la tenue luz, vio que a Charlotte se le abrían más los ojos. Qué cara de embeleso. Lo contemplaba con admiración cada vez mayor, radiante, radiante, radiante, hasta que el resplandor de su rostro se convirtió en un aura, inconfundible incluso allí, en la penumbra del paseo Ladding… Quizá fuera buen momento. Quizá fuera el momento más adecuado para intentarlo. No tomarla entre sus brazos, eso no, pero ¿quizá pasarle la mano por la cintura? Intentó imaginárselo. ¿Qué habría dado a entender con algo semejante? Se sintió tan inexperto… patético… un colgado que no había follado nunca…
Estaban ya delante de un edificio que sólo podía ser el pabellón Saint Ray; era el único que tenía vida en todo el paseo. Faroles de latón junto a la puerta principal, luces en las ventanas superiores, seguramente dormitorios… Todo tranquilo y sereno en comparación con las escasas noches de sábado en que él había asistido a alguna fiesta de puertas abiertas de la hermandad, un recuerdo que le produjo cierta desazón. En esas fiestas siempre (sin excepción) lo había pasado fatal, con todos aquellos bramidos efusivos de los hombretones en el ambiente… Pero luego regresó el pensamiento racional, si bien un tanto herido.
Volvió a detenerse. Apenas los separaban unos veinticinco metros del jardín delantero del edificio.
—Eh, se me acaba de ocurrir una gran idea, Charlotte. —Su rostro acababa de iluminarse con la sonrisa entusiasta que suele acompañar al fenómeno ¡ajá!—. ¿Por qué no te acompaño? ¡Tú quieres darle las gracias a Thorpe y yo quiero hablar con él!
Charlotte se quedó de una pieza. Por un momento se mordió el labio superior con los dientes inferiores.
—No creo que sea buena idea… No quiero que piense que he venido a darle las gracias sólo para que un amigo mío consiga un reportaje para el Wave, ¿sabes?
—No, vale, no voy a tratar de hacerle una entrevista. Eso ya será en otro momento en que ni siquiera se acuerde de habernos visto juntos. Pero entretanto me vería bajo una luz más… no sé, personal. Cuando por fin le haga la entrevista, pasado un tiempo, no me considerará sólo un… —iba a decir «colgado», pero se contuvo a tiempo, no quería que Charlotte supiera que eso era lo que pensaban los miembros de las hermandades, o los mazas, o quien fuera, de los que trabajaban en el Wave— periodista que aparece un día como si nada y quiere hacerle unas cuantas preguntas sobre la Noche de la Gran lo que sea. —No sabía exactamente por qué, pero prefirió dejar de lado la palabra «mamada» mientras le pedía ese favor.
—Ay, es que no sé…
—¡Le parecerá lo más natural del mundo! Soy un chaval que casualmente te ha acompañado porque era de noche. —Volvió las manos hacia arriba y arqueó las cejas como diciendo: «¿Qué peros va a poner?».
Charlotte torció el gesto y meneó la cabeza, pero no fue capaz de expresar su preocupación con palabras.
—Podría… es posible… Como que lo entiendo' Y te lo agradezco de veras? Pero has dicho que cuando escribas el reportaje podría ser muy importante? ¿Y si se molesta? Lo que quiero decir es que ya me siento fatal por no haber venido a darle las gracias todavía, y es que han pasado dos días?
—¡Pero si a él le encanta hablar del tema! ¡Está que se sale! —Adam notó que la sonrisa ¡ajá!, se metamorfoseaba en la mueca de súplica de un mendigo, pero no pudo evitarlo, la emoción era demasiado intensa—. ¡Lo sé de buena tinta! Me lo ha dicho un colega suyo de la hermandad. Le encanta pegar el rollo. El otro tío, Vanee no sé qué, es el que no quiere soltar prenda.
—Ahora también tengo remordimientos por esto tuyo —repuso ella con voz queda.
—Si no pasa nada, Charlotte. ¡Ya verás que es muy… sencillo!
—No, ya. No es eso. Es que… que, bueno, quiero darle las gracias y luego… no sé… como que me gustaría quitármelo de encima? Además, si tanto le emociona hablar del tema, ¿por qué no lo llamas y se lo pides?
—Ya te lo he dicho. Ya lo he llamado. Lo que pasa es que no sabe quién soy, pero seguro que hablaría con alguien con el que se sintiera cómodo.
—Lo siento, Adam. —Fue casi un susurro, y apartó la mirada para decirlo—. Quiero quitarme el asunto de encima, y nada más. —Entonces lo miró a los ojos, levantó la cara hacia la de él y con suma sinceridad añadió—: Ay, Adam, te lo agradezco muchísimo, en serio. Eres maravilloso.
Con esas palabras, se le acercó más, le puso las manos en los hombros, aproximó su rostro al de él y sus labios a los de él… y en el último instante se desvió hacia la mejilla, donde le plantó un beso.
—Ay, Adam —repitió—, gracias. Gracias por hacerme el favor. Te llamo cuando vuelva. ¿Vale?
Y se volvió para dirigirse hacia la puerta del pabellón Saint Ray. ¿Un beso en la mejilla? Adam se quedó sorprendido. Pero entonces Charlotte volvió la mirada con una de esas sonrisas que tanto dan a entender. Parecía al borde de las lágrimas… que brotarían de los mismísimos ojos del amor… Lágrimas… ¿lágrimas de alegría? ¿Pero qué eran exactamente las lágrimas de alegría?
¿Lágrimas por el protector? Empezó a desarrollar una teoría de lo más interesante acerca de cómo todas las lágrimas, en el fondo, estaban relacionadas con la protección. Lloramos al nacer porque llegamos desnudos al mundo y necesitamos protección. Lloramos por los seres queridos que necesitaban protección desesperadamente y no la obtuvieron a tiempo. Lloramos de gratitud por las figuras históricas que nos han protegido en momentos delicados, con gran riesgo de su vida. Lloramos por quienes se adentran por voluntad propia en el oscuro valle de la muerte con objeto de protegernos y que, a su vez, necesitarán protección cuando lo hagan. Lloramos por quienes tanto necesitaban protección y, con o sin ella, han librado una lucha justa contra viento y marea. Todas las lágrimas tenían que ver con la protección. Ninguna tenía que ver con nada más.
Y toda esa teoría había madurado ricamente en apenas un minuto en la penumbra del paseo Ladding. ¿Cabía esperar mayor dicha? Flotaba por uno de los parajes universitarios más magníficos y prestigiosos del mundo, contemplando ladrillos añejos dispuestos en un diseño en espiga y diamante creado por esos mamposteros que ya no existían en nuestro mundo, boyante en la antesala de dos victorias, conquistas del corazón y del intelecto… El nacimiento embrionario de otra contribución de primer orden a la psicología… ¿Había acaso felicidad mayor? ¡Sí! Lo sublime tenía un nombre: Charlotte Simmons.