Capítulo 38
Liadan

Dónde estoy? —murmuro.

—En la casa de Elrond, mi querido Frodo.

—¿Alar? —susurro, a nadie más se le ocurriría citarme El señor de los anillos.

Me ha hecho gracia, pero soy incapaz de reírme. Me duele todo el cuerpo como si me hubiesen atropellado. La luz me hiere y me impide abrir los ojos, así que hago el esfuerzo de alzar la mano hasta mi rostro para hacer visera.

Estoy en mi habitación, en mi pequeño apartamento de casa del director McEnzie. Al menos no es el hospital y no tengo correas en muñecas y tobillos aferrándome a la cama. Me toco el pecho y siento latir mi corazón. Sigo viva. No soy un fantasma que podrá pasar toda la eternidad con Alar. Entonces reacciono, y me incorporo de golpe. Me mareo, pero poso mi visión borrosa en él. Está arrellanado en mi sillón de lectura.

—Alastair… Cómo… ¿He dormido medio año hasta el Día de Brujas?

Se ríe, provocando que las cortinas de la habitación ondeen. Fuera sigue siendo de noche, pero la mara no está ahí acechándome.

—Claro que no —me dice—. Sólo llevas tres horas inconsciente. Los demás creen que sólo te desmayaste por los nervios acumulados y el susto que os llevasteis todos cuando cayó el rayo y explotaron todas las bombillas. Hasta que no consiguieron una linterna no te encontraron tendida en la hierba, y para entonces ya te removías. Desvariabas un poco, mi amor —me susurra sonriendo—. Decías algo de que no te ibas a ir sin «él». Ellos creen que sólo estabas asustada porque creías que aún tenían la idea de internarte, y que te referías al trabajo de historia. Pero los enfermeros sólo te trajeron aquí.

Frunce el ceño y mira hacia la ventana, para él debe de ser nuevo ver el mundo otra vez.

—Dios mío, ¿me cayó un rayo? ¿Qué pasó? —insisto—. Y tú…, ¿cómo es que estás aquí?

Necesito que me responda para apaciguar mi corazón. No quiero hacerme ilusiones y creer que va a estar siempre aquí antes de tiempo. Porque me moriré si se aleja.

Me mira, y sus ojos verdes, casi transparentes, me parecen más bonitos que nunca.

—No estoy seguro. Te traspasé para hacerte de escudo y la mara chocó contra mí dentro de ti. Creo que la destruí, porque su energía golpeó contra la mía y se disolvió. Quizás ése es el final para los muertos como ella, o quizás es así para todos nosotros. Creo que no estamos hechos para chocar con violencia, como si fuésemos fuerzas opuestas. Ya sabes lo que pasa con la antimateria, ¿verdad?

»No lo sé, quizás fue algo así. La cuestión es que desapareció, y tú seguiste viva. Entonces, cuando te encontraron y se te llevaban, te aferraste a mí —me dice inclinándose hacia mí; es tan extraño verle en mi habitación que sólo le escucho en parte. Sólo me importa que vaya a quedarse—. Nadie se dio cuenta de que me agarrabas, por supuesto, pero me arrastrabas contigo hacia el exterior. Te pedí que me soltaras, pero tú te empeñabas en que, si te iban a alejar del castillo, me llevarías contigo. Y estabas tan angustiada, tan deseosa de que permaneciera a tu lado que quise complacerte todo lo posible. No me importó lo que me pasara y me dejé llevar por ti. Seguimos caminando y caminando y simplemente salí del castillo junto a ti. Sentí como si traspasara una cortina de viento, creo que los enfermeros también lo notaron, pero tú ya estabas inconsciente pese a que seguías aferrada a mí.

Ambos hemos estado a punto de morir, y la certeza de habernos salvado me hace tomarme todo esto con tranquilidad.

—Entonces he hecho contigo lo mismo que con Bobby —murmuro y la alegría me inunda—. ¡Entonces eres libre!

—No.

—¿No?

—Estoy atado a ti.

—¿De veras? —frunzo el ceño.

—¿Eso te parece mal?

—No, claro que no. Pero, ¿qué pasará cuando yo muera…?

Se ríe, es una risa preciosa y aún más aquí en mi habitación, en cualquier sitio.

—Me da igual —me dice—. Y en realidad no estoy atado a ti, pero me gustaría estarlo. Te quiero, y te entrego mi existencia. Te acompañaré a donde tú quieras ir, y viviré tu vida contigo. Nadie tiene por qué saber que tu novio está muerto, pueden creer que eres una soltera independiente, eso se lleva bastante ahora. Y tienes dos amigos con los que compartir el secreto, y que lo guardarán, incluso frente a sus parejas.

—Pero yo voy a envejecer y…

—Yo también —me interrumpe.

Antes de que pueda llamarlo mentiroso, su rostro se transforma paulatinamente. Su piel empieza a arrugarse en la frente y alrededor de sus ojos claros, y sus cabellos se tiñen poco a poco de canas. De repente su rostro ya no es el de un joven en la flor de la vida, sino el de un apuesto hombre maduro. Luego el de un anciano, y entonces vuelve a la normalidad mientras yo no salgo de mi asombro.

—¿Lo ves? Envejeceré contigo —dice como si nada—. No quiero hacer otra cosa.

—Entonces, ¿de verdad me quieres? —simplemente me cuesta creerlo.

Se levanta para sentarse en el borde de mi cama. Me acaricia con sus dedos.

—Por supuesto —me contesta—. Más que a mi muerte. Eres tú quien tendría que pensárselo, teniendo en cuenta que para el mundo no existo. Soy un partido pésimo. Siempre tendrás que ser tú la que nos proteja a ambos.

No puedo evitar reírme ante eso. Sigo estando aturdida para entender todo lo que está pasando pero creo que podré ser feliz. Sí, creo que lo seré cuando asimile la certeza de que él va a estar a mi lado.

Llaman quedamente a la puerta, y cuando ésta se abre aparecen Aithne y Keir en ella.

—Te hemos oído reír —me dice Aith entrando en la habitación—. ¿Estás sola?

—No.

Keir entra tras ella, mirando a su alrededor. Ante mi mirada interrogante sacude la cabeza. Está aún más aturdido que yo, pero creo que lo sabe todo.

—Jamás volveré a acercarme al lago —murmura.

Lo sabe todo, está claro. Aithne y yo nos sonreímos, aunque a mí se me corta la risa cuando Alar dice:

—Será lo mejor.

Y no bromea. Pasamos un rato charlando, y me explican lo del trabajo de historia y que, al final, entre ambos han convencido a McEnzie y al psiquiatra de que yo he estado actuando. Lo han hecho bien, el trabajo de Alar ha sido excelente y Aithne incluso fue a entrevistar a la gente que me veía a menudo junto a la estatua de Bobby. Aithne, menos inocente de lo habitual, consiguió que la gente afirmara cosas tales como que también ellos sentían escalofríos al pasar por allí o que habían presentido a Annie en el Mary King's Close. Así los del instituto no eran los únicos, y nadie se fijaría en el edificio.

Hemos sacado un notable, no es un sobresaliente como castigo por no haber puesto sobre aviso a Malcom, que ha estado muy preocupado y ha hecho prometer a Aithne que jamás volveremos a hacer un experimento así, al menos sin comentárselo antes. Pero nuestro trabajo es impecable y hemos reavivado los mitos de la ciudad.

—Espero que se le pase y me permita seguir viviendo unos años más aquí —murmuro.

—Pero ya no tienes por qué quedarte —le digo, mientras Keir me mira a la expectativa consciente de que no hablo con ellos—. Para siempre. Con Aithne, y Keir, y Caitlin y Jonathan y Annie, y Bobby. Me pregunto si también los podría arrancar a ellos de…

—Mejor que no arriesgues tanto —me detiene Alar.

Supongo que tiene razón, no soy consciente de haberlo arrastrado conmigo como él dice, pero podría haberlo matado si no se hubiese abandonado tan ciegamente a mí.

—¿Pero de verdad me cayó un rayo? —pregunto incrédula, y los tres niegan a la vez.

—Lo… lo inventé yo —dice Keir, que sigue muy tenso—. Aprovechando que en un árbol cercano se había desgajado una rama por la explosión de energía y que el cielo estaba muy encapotado. De alguna forma teníamos que explicar que te hubieras caído, y que las luces explotaran. Aithne me dio la razón, e incluso James, el conserje, se mostró muy convencido. Los demás acabaron por creernos también. Ojalá pudiera explicárselo a Gala.

Felicito a Keir por su ingenio y lamento que él y Aithne tengan que guardar este secreto frente a sus parejas. Entonces vuelven a llamar a la puerta y para mi sorpresa aparece James con un ramito de flores. Estoy estupefacta, es como si lo hubiésemos convocado al hablar de él. Pero es raro que afirmara haber visto el rayo.

—¿Está usted bien, señorita?

—Sí, James, gracias.

Permanece callado unos segundos.

—Entonces… existe de verdad, ¿no es cierto, señorita Montblaench?

Por un momento no sé de qué habla, pero luego lo entiendo todo. Una vez bromeó sobre el fantasma de la biblioteca pero sus ojos eran serios. Y en otra ocasión Alar me comentó que él atrajo al conserje, a James, hasta el cadáver de la chica que cayó por la escalera de caracol. James ha sospechado todo este tiempo, seguramente desde que está en el castillo. Él es un hombre del norte, y allí las supercherías siguen siendo realidades.

Mi silencio y la turbación que hace que Aithne y Keir desvíen la mirada y simulen estudiar la habitación son respuesta suficiente para James.

—Dile que gracias por los periódicos —me pide Alar.

Entonces recuerdo que Alar me explico que se mantenía al día gracias a los periódicos que el conserje acumulaba en su despacho a lo largo de la semana y que él se llevaba durante los desiertos fines de semana. Ahora caigo, y a Alar le ha pasado lo mismo: él nunca devolvió los periódicos a su sitio, y James jamás se quejó por su desaparición.

—James, gracias por los periódicos.

El conserje sonríe con elegancia desde la puerta y se va, sintiéndose sin duda mejor, como todos nosotros. Nos quedamos los cuatro allí, tranquilos, en armonía.

Me apoyo en el hombro de Alar mientras Aithne y Keir me observan. Sé que se estarán preguntando si Alar está ahí, porque únicamente están viendo que me acurruco en el aire junto al cabecero de la cama. Me encantaría que pudieran verlo, lo maravilloso que es. Alar me besa en la sien mientras me rodea con los brazos y me acomoda contra su pecho cálido.

—Me voy —me dice—. Tengo que ver a Jonathan y a Caitlin para decirles que estás bien. Y a Annie, que ha estado preocupada porque no la ibas a ver. Y Bobby ha estado rondando toda la noche por ahí fuera. Ahora hasta tienes perro.

Es verdad, ahora hasta tengo perro y una hermana pequeña, aunque estén muertos.

—Vale, vete. Pero si tardas mucho me costará creer que vas a poder volver de verdad.

Se levanta y me guiña un ojo. Abre y cierra la puerta para salir en vez de atravesarla. Miro a Aithne y a Keir, que se han quedado paralizados.

Aithne respira hondo y se sienta en la cama, a mi lado.

—Ahora le entiendo casi siempre. Y es verdad, tienes una familia aquí, Liadan —dice apretándome la mano, y para no ponerse a llorar emocionada coge el mando de la tele.

Keir, en cambio, sigue un poco traumatizado. En fin, intentó ahogarlo una muerta que ahora también es mi amiga. Así que puedo entenderlo y le sonrío con ánimos cuando se sienta en mi sillón de lectura. Suelta una carcajada.

—Me avisarás si algún día voy a sentarme encima de tu novio, ¿verdad?

—Claro —le respondo.

Desde luego es una situación extraña, pero yo me siento arropada y en casa, y sé que vuelvo a tener lo más parecido a una familia. Una familia compuesta de vivos y muertos, pero hay poca diferencia para mí.

Al menos ahora sé que tengo un lugar en el mundo, en los dos mundos, por así decir. Y ahora que soy feliz, quiero que los demás también lo sean. Por lo que mis pesquisas no han acabado todavía…

Fin