Capítulo 34
Jonathan

Es casi media tarde. Empieza a oscurecer, como tantas otras noches de invierno. Y estoy sumamente intranquilo. Vigilo el fondo del parque, fumando mi enésimo cigarro mientras espero a que pase algo. Porque igual que cuando esperas en una trinchera, cuando notas que va a iniciarse la guerra porque lo sientes en el aire estancado y lo hueles en el barro que engulle tus pies, sé que algo va a suceder.

Al cabo de un rato veo a lo lejos, desde el muro en que estoy apoyado, a los amigos de Liadan. El chico y la chica rubios, los que la acompañan siempre. Pero es extraño, no deberían estar dirigiéndose al instituto a esta hora, en todo caso deberían estar volviendo de él. Caminan rápido, tensos, así que decido acercarme a ellos para tratar de averiguar algo.

—Si esos sanitarios cogen a Liadan, la llevarán al hospital sin dejarle dar una explicación —está diciendo la chica, prosiguiendo una discusión.

—¿No hueles a sangre? —dice el chico, como el otro día que pasó por aquí con Lia.

La chica no le responde. Mira al suelo, pero de pronto desvía la mirada hacia el fondo del parque, hacia donde suelo pasearme. Entonces mira al chico.

—Se llamaba Caitlin —le dice mientras avanzan por la hierba cubierta de escarcha.

—¿Qué? —responde él, mientras yo me quedo helado.

—La chica que te agarró el tobillo en el lago —le explica la chica, sin duda relatándole la historia que le ha contado Liadan—. La que trató de hundirte. Se llamaba Caitlin, se ahogó en 1785. No te lo imaginaste, Keir.

El chico sigue caminando lentamente, pero al final se detiene y mira a la chica. Sus ojos se clavan en los de ella, tan parecidos, intentando comprender.

—Aithne, por el amor de Dios. ¿Pero de qué me estás hablando?

—De que no estás loco, de que yo no lo estuve y de que Liadan tampoco lo está. Alar es tu fantasma de la biblioteca, y Liadan puede verlo. A él y a Caitlin. Y al…

—Aithne, por favor.

Pero no le deja interrumpirla, y llegados a este punto yo también quiero que siga.

—Igual que al soldado, aquí en el Bruntsfield Park, al que ni tú ni yo nunca conseguimos ver. Liadan los ve a todos ellos. Déjame demostrártelo.

—Aithne, por Dios —murmura el chico al borde de la desesperación—. Tú también no. Si estás intentando endosarme la absurda excusa ésa del trabajo de historia…

—¡Déjame demostrártelo! —Insiste, cogiéndose de su brazo—. Si cuando lleguemos al instituto no consigo probarte que Alar existe, haz luego lo que quieras.

—Está bien —acepta completamente escéptico.

Me pregunto qué puedo hacer. ¿Cuánta gente más va a conocer nuestro secreto? ¿Se ha vuelto loca del todo Liadan, o realmente piensa que puede confiar en ellos?

—Pero tienes que hacer una cosa —le dice la chica mirándolo fijamente—. Júrame que veas lo que veas, guardarás el secreto.

—Lo juro —dice el chico, mirando a su alrededor—. Huele a sangre —repite.

Desde luego, chico. Y más va a oler si no sabes guardar el secreto, me prometo.

—Suerte —digo antes de que se vaya, y por un momento juraría que ella me ha oído.

Estamos ya demasiado lejos de la Noche de Brujas como para poder acercarme hasta el castillo, así que no tengo más remedio que esperar aquí. Pero saco el teléfono para avisar a Alar. Debe estar preparado para estos dos. Más vale que se revele a ellos, porque no sé qué será de Liadan y de la rubia si el chico no las cree. Me llevo el aparato al oído pero no oigo nada, salvo un murmullo molesto en un viento huracanado. Me giro sabiendo lo que voy a ver. La mara avanza por el parque, con una sonrisa siniestra en el rostro pálido y enjuto.

Está de caza, y reconozco su expresión: está segura de que va a cobrarse su presa.